Marta (10: Autopista al orgasmo)
No todos los viajes se hacen largos y aburridos...
La coleta se balanceaba al son que marcaban mis pasos. Desde atrás, la imagen a buen seguro que resultaba excitante, con el hipnótico el contoneo que mis nalgas producían. Sobre estas, un tanga negro y unos ajustados leggings del mismo color. La goma elástica que me sujetaba el pelo era de un rojo muy vivo, al igual que los zapatos de tacón que vestían mis pies y el carmín que daba a mis labios un aspecto muy apetitoso y atractivo. Sobre el resto del cuerpo, un sujetador negro y una camiseta rosa sin mangas muy holgada que mantenía uno de mis hombros casi constantemente a la vista.
Las gafas de sol ocultaban mis ojos y me permitían observar a las personas con las que me cruzaba camino del Metro sin ningún disimulo mientras con mi mano derecha arrastraba una maleta de ruedas no muy voluminosa y en el hombro izquierdo descansaba un bolso negro.
Estaba ansiosa y emocionada por llegar a Valencia. Tras casi un año volvía a encontrarme con una amiga que residía allí y con la que había pasado muy buenos ratos tiempo atrás. Después de algunas estaciones de Metro llegaría a la Estación Sur de Autobuses de Madrid para coger el que me dejaría en la ciudad del Turia, cuatro horas y pico más tarde.
Lorena, mi amiga, me había prometido unos días de playita y baile que no pude ni quise rechazar. Además, me presentaría a algunos de sus amigos que por sus descripciones no debían estar nada mal. Yo hubiese preferido fotos, pero no quiso dármelas para que fuera una sorpresa. Esperaba que al menos fueran guapos de cara, porque no me dio buena espina eso de no querer enseñarme sus imágenes. En cualquier caso, ya me encargaría yo de encontrar algún tío bueno que me diese cariño, fuera amigo de Lorena o no.
La noche anterior había estado dándome un buen repaso en el baño. Iba perfectamente depilada, duchada, hidratada y lista para lucir palmito en la Malvarrosa. De hecho, algo debía lucir ya en Madrid cuando no dejaban de mirarme furtivamente unos y descaradamente otros al cruzarse conmigo.
El Metro estaba bastante lleno, después de todo era temprano y día de diario. El autobús partía a las diez de la mañana pero había salido con tiempo de casa, así que apenas eran las nueve cuando empecé a sentirme acalorada entre tanta gente. Iba más pendiente de la maleta que de otra cosa, por lo que no me percaté del aspecto de las personas que me rodeaban. Notaba algo de presión tras de mí, pero bien podría tratarse de una mochila o de un maletín. Tampoco sería la primera ni la última vez que alguno se atrevía a palparme aprovechando la aglomeración, y no era algo que me disgustara, es más, me lo tomaba como un halago pues demostraba que le había gustado tanto que no había podido reprimir su instinto masculino.
De todas formas no llegué a discernir qué era aquello que me apretaba cuando llegué a mi destino: Méndez Álvaro.
Recordaba como años atrás, a nuestros diecinueve o veinte, Lorena y yo salíamos por Valencia dando la nota con nuestras risas y nuestras voces llamando la atención de los chicos que nos gustaban. Íbamos con las minifaldas más cortas que encontrábamos y marcando pecho tanto como podíamos. Evidentemente, atraíamos la atención no solo de los que nos gustaban, sino de muchos más, pero a esos les dejábamos más calientes que un horno y no les dábamos oportunidad más que de mirar. Por otra parte, cuando conseguíamos un buen ejemplar, terminábamos de “fiesta” en la playa o en el coche del susodicho, pero nunca las dos juntas, si una pillaba, entonces la otra desaparecía de la escena disimuladamente. Aunque hubo una excepción que yo recordara, cuando Lorena se lo montó con un italiano en las escaleras de un portal y me dejó a mí de vigilante para que les diera la voz de alarma si se acercaba alguien. Nadie molestó, pero yo terminé más mojada que ellos viendo como mi amiga, en cuclillas, se merendaba el miembro del chico a escasos tres metros de mi cara. Al final, las dos de vuelta a casa de sus padres, ella tan relajada y feliz y yo con unas ganas terribles de masturbarme. Algo que había hecho por última vez mientras me daba un agua recién levantada. Como ya me había duchado a conciencia la noche antes, por la mañana simplemente me remojé el cuerpo y casi sin querer me encontré dándome gozo con los dedos mientras me enchufaba con la alcachofa de la ducha directamente a mi botoncito del placer. La verdad es que últimamente era rara la vez que no lo hacía cuando me metía en la bañera, aprovechando además para penetrarme suavemente el ano y así obtener orgasmos más deliciosos. Tenía cogido el punto al placer anal de tal manera que lo disfrutaba a cualquier hora y casi en cualquier sitio, como si de una segunda vagina se tratara. De hecho, a veces me prohibía a mí misma ni tan siquiera rozar mis órganos genitales, con la intención de conseguir un orgasmo únicamente anal, pero al final siempre terminaba frotándome el clítoris como si no hubiese mañana.
Estaba sentada en la estación de autobuses esperando que llegara la hora de partir, con las piernas cruzadas y escuchando música con el móvil y los auriculares. Mantenía puestas las gafas de sol y así controlaba al personal; había un chico joven que no me quitaba ojo sentado enfrente unos asientos más a la izquierda. Me hubiese gustado jugar con él subiéndome un poco la falda o el vestido para que se deleitara con mis piernas, pero al llevar los leggings, lo único que podía hacer era acariciarme el muslo que quedaba más a su vista por encima de estos. En cualquier caso, me interesaban más algunos chicos bien formados que habían pasado por delante de mí hacía unos minutos y que me habían radiografiado con sus miradas, como yo a ellos pero sin disimulo ninguno.
Me preguntaba si los amigos de Lorena serían como aquellos, porque en ese caso me pasaría las vacaciones practicando sexo, ya fuera con alguno de ellos o a solas imaginándolo. La verdad es que lo mío y la masturbación era pura pasión, desde muchos años atrás se había convertido en uno de mis hobbies preferidos y desde que descubrí el placer de hacerlo en lugares “prohibidos” mucho más. Días antes, en una de esas mañanas que una no sabe qué ha soñado pero se despierta con unas ganas de sexo y una humedad que no son normales, salté de la cama súper excitada. Sin darle muchas vueltas, me puse un vestido sin nada debajo y salí al balcón. Se me marcaban los pezones muchísimo y el flujo casi se deslizaba por mis piernas, no sabía qué hacer pero estaba atacada, me pasé una mano por detrás, de forma que ningún vecino que pudiera estar mirando se percatara y por debajo del vestido comencé a acariciarme el ano. La excitación era tal que empezaba a plantearme deshacerme de la ropa y masturbarme allí mismo, pero en un segundo de lucidez opté por pasar a casa. Entonces las caricias se convirtieron en penetraciones, me pasaba el dedo por la vagina para lubricarlo y acto seguido lo introducía sin problema alguno en el ano. Sin dejar de hacerlo me fui a la habitación y busqué mi querido juguete anal, lo chupé para dejarle una capa de saliva que facilitara la penetración y en pocos segundos lo tenía insertado en el recto. Como otras veces en esa situación, me dediqué a pasear por la casa, disfrutando del roce que me producía el consolador en las paredes de mi orificio trasero. Y en esas estaba cuando me dio un ataque de locura y abrí la puerta principal. De par en par, para que no se cerrara con la corriente. Salí al rellano y al ver que estaba sola comencé a frotarme el clítoris pero de forma lenta, produciendo tal cantidad de líquido que en ese momento sí que lo sentía caer por mis piernas. Estaba apoyada en la barandilla, con la mirada perdida y las rodillas temblando. Pensé entonces en bajar una planta, para sentir más y mejor el roce del juguete al utilizar las escaleras. Fue genial, una sensación de placer y de miedo por la situación tan morbosa que me tenía en una nube. Subí rápidamente a casa porque la única neurona sensata me decía que se podría cerrar la puerta, sintiendo de nuevo un gusto inmenso con el movimiento de las piernas al ascender las escaleras. Me encantaba este tipo de juego, otras veces había hecho cosas parecidas y siempre terminaba derrumbada por un orgasmo de los que se recuerdan años más tarde. Mi mente me pedía más, me decía que bajara a la calle así, que me desnudara en el portal, que gritara a los cuatro vientos lo excitada que estaba. Se me iba de las manos, así que entré en casa cerrando de un portazo y caí al suelo presa de las primeras contracciones de mi sexo que me elevaron al séptimo cielo con aplausos, fuegos artificiales y todo tipo de exaltaciones de alegría y placer absoluto.
Pensando tales “guarrerías” había empezado a excitarme justo cuando llegaba el momento de bajar a los andenes para comenzar el viaje a Valencia. Decidí pasar primero por el aseo público para hacer mis necesidades y limpiar un poco el flujo que notaba que comenzaba a emanar de mi fuentecilla. No pude evitar pararme un momento ante el espejo del baño y mirarme de arriba abajo, sujetando mis senos con las manos y acariciándome el culito por encima de los leggings. Me veía muy sexy, deseable para la mayoría de los hombres, pensé. Después de arreglarme la coleta salí del aseo y bajé por fin a los andenes, pues quedaban menos de diez minutos para salir hacia el Mediterráneo.
Ya había varias personas introduciendo sus enseres en el maletero del autobús y subiendo a continuación hasta sus asientos. Comprobé con cierta sorpresa y alegría que aquellos chicos tan bien formados que llamaron mi atención minutos antes serían algunos de mis compañeros de viaje. Y por las tortícolis que les produjo mi presencia a varios de ellos, supuse que también se alegraban de verme. Como cuando yo me dispuse a subir al autobús ellos ya estaban sentados, atravesar el pasillo hasta mi asiento fue como un desfile de moda en el que yo era el centro de atención. Noté sus miradas clavarse en todo mi cuerpo, especialmente en mi parte trasera, que contoneé cuanto pude para deleite de tan bien formado público.
La parte trasera del autobús estaba bastante despejada, nadie ocupaba las tres últimas filas y justo delante de ellas estaba yo sola en el lado derecho y una pareja en el izquierdo. Mis “amigos” quedaban dos filas por delante nuestro. Como el viaje iba a ser largo, me puse los auriculares y amenicé la marcha con buena música.
De pronto, uno de los chicos se aproximó hasta mi asiento y sin mediar palabra se sentó junto a mí y comenzó a acariciarme las piernas. Yo no sabía qué hacer, estaba sonrojada por la situación. Él, muy seguro de sí mismo, dirigió su mano derecha a mi sexo y lo frotó por encima de la ropa. No podía creer lo que me estaba ocurriendo. El chico me gustaba mucho y lo que me hacía me empezaba a volver loca. Yo abría las piernas cuanto podía para facilitarle la operación y él me miraba con lujuria. Cambió entonces de mano para poder pasarme la derecha por el cuello y atraerme hacia él, besando mi boca sin pedir permiso alguno. Fue un beso largo, de película, con lengua, dientes y un piercing que no me esperaba. Mientras tanto, introducía su mano bajo mi ropa y acariciaba ya todo mi sexo directamente, sin telas protectoras. La situación era súper morbosa, pues al otro lado del pasillo la pareja seguro que estaba dándose cuenta de todo. De repente dejó de abrazarme y cogió mi mano izquierda para dirigirla a su pene, que en algún momento de despiste mío había sacado al exterior. Era enorme y tenía el glande empapado por la excitación. Lo agarré con fuerza y comencé a masturbarlo al tiempo que él aceleraba el ritmo de sus dedos sobre mi clítoris.
Un giro brusco del autobús que reducía la marcha dejando la autovía para realizar la parada en el Área 175 me despertó violentamente de mis eróticos sueños. Ni el chico se me había acercado ni yo tenía su pene en mi poder. Lo único real de todo aquello era la humedad que saliendo de mi sexo mojaba completamente mi ropa interior. Estaba algo aturdida, muy acalorada y excitada, tanto que mis pezones intentaban atravesar la tela del sujetador en busca de libertad.
En esa parada, la única del viaje, todo el mundo bajó del autobús para ir al servicio y pasar por el autoservicio para saciar el hambre y la sed. Yo empezaba a sentir la necesidad de saciarme de otra manera, pero el baño estaba tan atiborrado de gente que no pude ni plantearme el darme placer allí dentro. De hecho, tuve que hacer cola para pasar y al final casi me dejan en tierra, siendo la última en volver al autobús.
De nuevo volví a sentirme modelo desfilando por el pasillo-pasarela camino de mi asiento, aunque esta vez el contoneo de nalgas no fue provocado por mí misma sino por el movimiento del autocar que ya comenzaba a andar. Sentada de nuevo en mi sitio no dejaba de pensar en el sueño, en la excitación, en las ganas de disfrutar de ella y en cómo conseguirlo lo antes posible. El bolso de mano que llevaba apenas me servía para taparme, pero aun así, con esa intención lo dejé en el asiento de mi izquierda, quedando yo junto a la ventana. Crucé la pierna izquierda sobre la derecha y de esa manera conseguí ocultar de la vista de la parejita la mano que me acariciaba por encima de la ropa justo en el clítoris. Pero de esa forma lo único que conseguía era humedecer el tanga y ponerme aún más excitada. Si estaba dispuesta a masturbarme en ese autobús, lo suyo sería hacerlo bien, así que cogí mi bolso y me levanté para cambiar de asiento y ocupar uno en la penúltima fila, dos más atrás que la parejita, esta vez en el lado izquierdo del autocar. Allí nadie tenía visión directa de mí, por lo que podría estar mucho más tranquila y proceder con mayor seguridad.
No llevaba ni diez segundos en aquel asiento cuando ya tenía las piernas totalmente abiertas y mi mano derecha jugaba directamente con mi sexo, por debajo de los leggings y del tanguita negro. Me gustaba tocarme uno de mis pechos con la mano izquierda por encima de la camiseta mientras miraba por la ventanilla y veía a los coches adelantarnos. Qué maravillosa ha sido siempre la situación en la que una se da todo el placer del mundo mientras las personas que te rodean no son capaces de darse cuenta de ello.
Sin mucha dificultad podría haber terminado en pocos minutos, pero me estaba gustando ese juego, así que, oculta por los asientos delanteros decidí dar un paso más. Agarré al mismo tiempo leggings y tanga y levantando un poco el culito los deslicé hasta dejar al aire mi zona más íntima. Notando ya el contacto directo de mis nalgas con el asiento del autobús. Por delante el tanga había dejado un pequeño espacio vacío con mi sexo, por lo que podía observar la cantidad de humedad que allí se acumulaba. La mano izquierda dejó mi pecho para dedicarse a separar los labios vaginales y así darle mayor facilidad a la derecha para proseguir con la masturbación. Jugaban mis dedos con los pliegues de los labios y el clítoris, se deslizaban hasta la entrada de la vagina y penetraban en ella muy levemente. Restregaba la humedad por toda la zona y lamía mis propios flujos de mis dedos en un claro síntoma de excitación sin límites.
Como ya he relatado varias veces, mis pezones son muy sensibles a la excitación y les gusta crecerse con ella, reclamando una parte de las caricias. No era una excepción aquel día, por lo que dejé por unos instantes mi sexo e introduje una de mis manos bajo la camiseta para frotar y pellizcar suavemente aquellas deliciosas protuberancias y darme así un poco de ese placer que solo unos pechos excitados pueden producir. En vista de la imposibilidad del resto de pasajeros de presenciar mi espectáculo, a menos que alguno se levantara y se acercara expresamente a mí, introduje mi otra mano bajo la camiseta, dejando el pecho al descubierto y masajeé ambos senos al mismo tiempo. La sensación era extremadamente provocadora, tanto que de un certero movimiento solté el cierre del sujetador y dejé mi pecho libre de ataduras. Con un par de movimientos más de mis brazos, terminé sacando el sostén por una de las mangas y dejándolo junto al bolso, aunque lo pensé mejor y lo oculté en su interior. En ese momento sí que pude comprobar lo duros y enormes que tenía los pezones, marcados claramente en la camiseta. Volví a estrujar los senos por debajo de la ropa terminando con unos buenos pellizcos en sus rosadas puntitas y una nueva oleada de flujo emanó de mi vagina, fluyendo hacia mi ano y humedeciendo el asiento sobre el que descansaba.
Todo mi sexo me reclamaba más atención, el jugueteo con las tetas había sido muy placentero pero no suficiente para saciarme, por lo que volvieron las manos a mi ardiente zona íntima. Me sobraba todo, estaba sofocada por el calor que emanaba mi propio cuerpo. Tiré un poco más de mis ropas hasta quedar justo por encima de las rodillas, dejando los muslos a la vista: así tenía mejor acceso a toda la vulva. El pulgar se dedicaba sin descanso a frotar el clítoris mientras los dedos índice y corazón entraban y salían de mi interior manteniendo mi mente en un placentero éxtasis que me hacía olvidar la verdadera situación en la que me encontraba.
Fantaseaba con la idea de que aquellos maravillosos compañeros de viaje se aproximaran a mí y me dieran todo el placer del mundo con sus manos, sus lenguas y por supuesto sus penes. Me veía a mí misma penetrada salvajemente por todos ellos, siendo sodomizada a la vista del resto de pasajeros y terminando por eyacular sobre mi cuerpo, dejándome exhausta, sucia, dolorida y extremadamente satisfecha. Un pequeño suspiro abandonó mi boca provocando que mis sentidos se activaran y me pusieran en alerta. Al parecer todo seguía en calma, a excepción de mi sexo.
A ratos dejaba de tocarme para evitar llegar al orgasmo antes de tiempo y probaba nuevos juegos. Me calentaba mucho levantar la camiseta por encima de mis senos y dejar a la vista toda la parte de mi cuerpo que va desde el pecho hasta las rodillas. Era una imagen súper excitante que me hubiera gustado que pudieran disfrutar los ocupantes de los coches que pasaban a nuestro lado, pero al ser el autobús mucho más alto que los turismos era prácticamente imposible. También jugaba con mis pezones, acariciándolos con mis dedos mojados en saliva circularmente sin tocar la puntita. Era todo muy excitante y aunque me hubiese gustado alargarlo durante horas, sabía que pronto tendría que estallar de alguna manera.
Cuando mi malévola mente decidió al fin que aquello estaba listo para sentencia empecé a frotarme con velocidad, dejando de lado los pechos que quedaron de nuevo cubiertos por la camiseta. El subidón me animó a terminar de bajarme la ropa hasta los tobillos, de manera que pudiera separar más las rodillas y exponer al máximo mi sexo, para poder manipularlo mejor. Me introducía dos dedos en la vagina mientras no dejaba de frotar mi botoncito del amor y todo ello en un autobús con una pareja sentada dos filas por delante. Desde luego la escena era súper morbosa y me había calentado hasta límites increíbles. El orgasmo no tardaría en llegar y se intuía fuerte, contundente y ruidoso, así que me levanté la camiseta para poder llevarla hasta mi boca y tener algo que morder durante el estallido de placer que llamaba a las puertas. Como era habitual en este tipo de situaciones extremadamente excitantes, el orgasmo me inundó por completo, apareciendo primero en mi sexo y distribuyéndose rápidamente por todo mi cuerpo, provocando espasmos, sudoraciones, una buena cantidad de flujo y un gemido ahogado por la camiseta que apretaban mis dientes con fuerza.
Con los últimos temblores aún recorriendo mi organismo dejé escapar la camiseta para coger aire y recuperar un poco la normalidad. Estaba rendida, con los ojos en blanco y la cabeza apoyada en el respaldo del asiento delantero. La coleta caía por mi hombro derecho, rozando mi sonrojada mejilla y un pequeño hilillo de saliva caía de mi boca. Tenía la mano todavía en contacto con mi vulva, cubriéndola pero ya sin tocamientos ni penetraciones, sintiendo las pulsaciones de mi cuerpo en ella. Más abajo, el tanga y los leggings se amontonaban en mis tobillos dejando al descubierto la totalidad de mis piernas.
En cuestión de segundos volví en mí para darme cuenta de la realidad y recomponer mi ropa lo antes posible, cubriendo de nuevo mi satisfecho sexo e ingeniándomelas para ponerme el sujetador sin quitarme primero la camiseta.
Como aún faltaba un rato para llegar a Valencia, recosté el asiento y me eché sobre él con los ojos cerrados relajando mi cuerpo y pensando en lo bien que lo había pasado y en cómo resultaría aquella visita a mi amiga Lorena. Al menos, si no fuera muy gratificante, siempre me quedaría el recuerdo de aquel placentero viaje…