Marta (1)
Crónica del despertar sexual de una muchacha, guiada por su hermano en una espiral de placer ascendente.
Nuestros padres murieron en un accidente de tráfico cuando yo tenía veintipocos años y mi hermana Marta dieciséis. Para entonces ya había abandonado los estudios y me medio ganaba la vida trabajando en un almacén de materiales de construcción. No era mucho y por ello mismo no había podido independizarme todavía, pero entre mi sueldo, la indemnización del seguro y la paga de orfandad que nos quedó daba para poder seguir viviendo en nuestra casa de siempre. Mi tía quiso que nos mudáramos con ella, pero estaba acostumbrado a vivir a mi bola y decidí que probaríamos a apañárnosla como pudiéramos. Así, me centré a muerte en mi trabajo con el fin de mejorar los ingresos mientras Marta continuaba con sus estudios.
Poco a poco conseguimos adaptarnos a nuestra nueva rutina y sin darnos casi cuenta pasaron los meses y luego los años. Como ya he dicho, el trabajo y mi obsesión por garantizar el futuro de Marta apenas me dejaba tiempo para otras cosas, todo el que haya llevado una casa a la vez que mantiene un curro a jornada completa sabe lo que hay. Tenía unos pocos amigos a los que veía algún rato suelto los fines de semana y poco más, lo primero era lo primero: cuidar de Marta y dejarla sola el menos tiempo posible.
Para cuando comenzaron los hechos que me dispongo a relatar Marta había cumplido los dieciocho años y se estaba convirtiendo en una preciosa mujercita. Sin apenas curvas y pechos muy breves, pero era hermosa como solo pueden ser las chicas de esa edad.
Muchas noches, después de cenar, solía tirarme en el sofá a ver un rato cualquier cosa que hicieran por la tele. Marta se recostaba a mi lado, apoyando la cabeza en mis muslos mientras miraba la pantalla. Yo solía poner la mano en su espalda y rascarla y acariciarla, nos pasábamos casi se podría decir que horas así. Ahora que el tiempo ha pasado, recuerdo aquellos ratos como un auténtico paraíso. Hasta que un día...
A todos nos ha pasado. Sin motivo ni razón ninguna, una medio erección cuando menos te lo esperas. Pero sucedió en uno de esos momentos en que tenía la cabeza de Marta apoyada en mis piernas. De repente, noté su mano sobre mi polla, como queriéndola apartar.
- “Ay, quita eso, que me molesta. Huy, ¿qué es?”
Me quedé blanco, no sabía por dónde salir. Además con el agravante de que lo que en principio era media erección era ahora una erección completa tras el roce de su mano.
- “Perdona, no sé lo qué me ha pasado...”
- “¿Pero qué es?”, volvió a insistir. Marta no era esas personas a las que podías cambiar de tema sin problema.
- “Joer, que va a ser, mi... err... pilila”
- “Pero yo te la he visto muchas veces en la ducha o meando y nunca estaba así”
- “Ya, pero son cosas que nos ocurren de vez en cuando. Es algo natural y normal”
- “¿Puedo verla, porfa? Está durísima...”
Era verano y llevaba puestos solo unos bermudas anchos de esos que se bajan sin muchas dificultades. Y antes de poder contestar, la mano de Marta buceaba por uno de los camales hasta rozar mi pene. Sentirla sobre ella fue una auténtica descarga eléctrica, mi cuerpo bombeo toda la sangre que disponía hacia ese sitio y de repente me encontré con la erección más descomunal de mi vida entre las piernas. Estaba casi en estado de shock.
Apenas puse resistencia cuando Marta me bajó los bermudas, dejando mi polla al descubierto apuntando hacia el cielo.
- “Joder, es enorme, no sabía que se podía hacer tan grande”, dijo mientras posaba la palma de su mano sobre ella. “¿Te duele? ¿Puedo tocártela?”
Mientras hablaba comenzó a rozarme con la yema de sus deditos justo sobre el capullo. Mi polla comenzó a bambolearse y aquello pareció hacerle mucha gracia.
- “¿Te gusta? Es divertido, tan dura y suave a la vez. Si quieres puedo acariciártela mientras me rascas la espalda.”
Y ahí fue donde perdí la cabeza. Sus dedos de terciopelo me estaban proporcionando un placer que no me dejaba pensar en otra cosa. Así que me eché hacia atrás, puse mi mano en su espalda y comencé a rascarle mientras ella seguía acariciándome la polla.
Era increíble. Sus deditos, sin apretar, rozándome el glande y el frenillo me estaban poniendo a doscientos. A veces eran solo sus cuidadas uñitas las que dibujaban sobre mi pene espirales que me enloquecían. Pronto el líquido preseminal comenzó a asomar. Marta paró un instante y, curiosa pero sin decir nada, mojó sus dedos ligeramente y aprovechó para lubricar mi glande. Enloquecí de gusto.
A lo tonto, estuvimos veinte minutos largos jugando. Sabía que mi orgasmo era inminente, y me iba a correr como nunca me había corrido. Aquello era incesto, Marta tenía solo dieciocho años y me estaba metiendo en un lío de cojones.
- “Marta, no pares ahora, por favor...”
Dio un pequeño respingo pero no cesó en su magia. Se concentró en mi glande y de repente mi polla se agitó en unos pequeños espasmos y comenzó el orgasmo.
Me corrí muy lentamente. Mi leche salía a borbotones ante la atónita mirada de Marta, que gracias a Dios seguía masajeándome el pene con cariño pero sin piedad. Fue un orgasmo impresionante, como a cámara lenta, el más largo e intenso de mi vida. No hay palabras para describirlo.
Marta cesó de acariciarme y preguntando “¿Qué es esto?” con voz de gatita, mojó su índice en el semen derramado sobre mi vientre, para después llevárselo a la boca y probar su sabor...
- “Hum, que bueno. Sabe raro y huele fuerte, pero me gusta”
Cogió otro pellizquito y lo engulló relamiéndose, volviendo a preguntar que era.
- “Es semen, lo que llamamos leche. Lo tenemos en los testículos y lo echamos cuando llegamos al orgasmo.”
Creó que no entendió gran cosa, pero dejó de preguntar. Siguió mirando la tele como si nada hubiera pasado. Yo no sabía dónde meterme.
Ahora, en frío, me sentía culpable. Casi como si la hubiera violado o algo así. Tenía veinticuatro años y mi hermanita me había pajeado como nunca me había pajeado nadie. Murmuré un buenas noches y le dije que no se acostara tarde, el día siguiente era sábado y era cuando arreglábamos la casa. Me di otra ducha tratando de ordenar mis pensamientos y pensando cómo iba a enfrentarme a ella al día siguiente. Me fui a la cama y no me dormí hasta las cinco.