Marta (08: El parking de casa)
Un caluroso otoño me produjo estupendas consecuencias aquella tarde.
Aunque ya estábamos en octubre, el verano se resistía a marcharse y aquel día de nuevo habíamos sobrepasado los treinta grados en Madrid. Después del trabajo me había dirigido directamente a casa a quitarme la ropa sudada de todo el día y a darme una buena ducha que me refrescara un poco, ya que el calor estaba siendo algo agobiante durante esos días de “otoño”. Lo bueno de aquel verano tardío era que podía seguir llevando la ligera ropa veraniega que tanto me gustaba. Aquel día en concreto me había vestido con una blusa blanca de manga corta entallada que moldeaba mi figura y resaltaba mis senos con algún botón desabrochado para lucir mi aún moreno escote. Abajo una falda negra por encima de la rodilla con una abertura en un costado hasta medio muslo me daba un aire muy sexy. Por supuesto lo acompañaba con zapatos, también negros, de tacón y sin medias, ya que el calor no aconsejaba su uso. Interiormente había optado por un conjunto de sujetador y braguitas de cadera baja moradas. Durante la jornada de trabajo había rematado mi look dejando mi melena suelta, pero después de volver al calor infernal del exterior de la oficina me había hecho una coleta mucho más fresca para terminar el día.
Más cómoda tras aquella interesante ducha, me encontraba sentada en el sofá mirando la televisión sin ver nada en especial. La toalla que me había envuelto tras el baño había dejado de cubrirme hacía rato y estaba bajo mi cuerpo desnudo, humedeciendo una parte del sofá. En días calurosos como aquel, no era nada extraño que anduviera desnuda por casa, de hecho, ocurría bastante a menudo. Tenía las piernas totalmente abiertas, apoyando los pies sobre el sofá, y con una de mis manos jugaba con mi consolador anal, aquel que compré el día del cumpleaños de mi amiga Patri. Era muy placentero sentir como dilataba mi ano mientras se introducía y como se contraía al llegar a la base y tenerlo dentro por completo. Este juego lo practicaba de vez en cuando no solo por el placer, sino también por tener mi esfínter en plena forma para futuras masturbaciones y relaciones anales, ya que el mantenerlo “entrenado” me evitaba ciertos dolores cuando el sexo se volvía algo más fuerte. Durante la ducha había limpiado mi ano a fondo por dentro y por fuera y lo había lubricado con saliva antes de comenzar a introducirme mi juguetito.
Por supuesto, tanta estimulación anal me había conducido a un estado de gran excitación sexual y mi mente ya imaginaba posibles maneras de seguir con aquel juego. Decidí levantarme y acercarme a la ventana del salón. El roce del consolador al caminar me producía una sensación entre placentera y molesta que me encantaba, por lo que a menudo me paseaba por casa simplemente por el hecho de sentirla durante más tiempo. Mantenía el consolador insertado en mi ano y en ese momento me frotaba lentamente el clítoris con mi mano derecha. Asomada a la ventana mientras lo hacía, no me importaba que mis pechos pudieran ser vistos por algún vecino afortunado del bloque de en frente, ya que mi calenturienta cabecita me mantenía alejada de la realidad, maquinando algo más morboso que pudiera realizar. Como suele ocurrir cuando la excitación domina mis actos, no lo pensé dos veces y fui directa al dormitorio. Allí, busqué en el armario un fino vestido veraniego de tirantes y unas sandalias. Me puse ambas cosas y me eché un vistazo en el espejo de la entrada, me veía muy atractiva, marcando muy claramente mis pezones y casi enseñando las nalgas bajo aquel corto vestido. Me atusé un poco el cabello que aún no había terminado de secarse, lancé una pícara sonrisa a mi propio reflejo y salí al portal llevando conmigo únicamente las llaves.
La primera sensación al pisar el portal fue de frío. Al mantenerse éste alejado de la luz solar, la diferencia de temperatura con el interior de las viviendas hacía que se sintiera mucho más fresco de lo que realmente estaba. Por supuesto, mis pechos no pasaron desapercibido aquel hecho y el volumen de mis pezones aumentó más aún de lo que la excitación ya había conseguido. Al encender las luces me di cuenta de que el vestido se trasparentaba muchísimo, mientras esperaba que se abriera la puerta del ascensor miraba mi reflejo y casi podía intuirse la forma de mi sexo bajo tan fino vestido. Una vez el ascensor abrió sus puertas, pasé a su interior y pulsé el botón S1 para moverme en dirección a la planta parking. Seguía con mi amigo de plástico dentro de mí, proporcionándome aquella extraña sensación que tanto disfrutaba y, además, mi sexo pidiendo guerra, mojando por completo mi vulva y parte del interior de mis muslos. No pude reprimirme y comencé a acariciar mi clítoris durante el trayecto en ascensor hasta los garajes. Al ser el vestido tan corto, casi no tenía ni que levantarlo para tener acceso a mi sexo. Me froté con ansia, de pronto había perdido el control y me masturbaba con mucha rapidez y fuerza, apoyando mi cuerpo en el espejo del ascensor. Cuando la cabina se detuvo en la planta S1 recobré algo de lucidez y alejé mis manos de mi intimidad para salir al exterior del ascensor como si nada pasara, ya que podía cruzarme con algún vecino que regresara del trabajo. Al salir al garaje di por hecho que no había nadie porque la luz estaba apagada y a esa hora la luz solar era muy escasa, ya que estaba empezando a anochecer. Por lo tanto, volví a darle el control a mis hormonas y mientras caminaba hacia mi coche, con la mano izquierda mantenía subido el vestido por la cintura y con la derecha me frotaba el clítoris y acariciaba mis nalgas. El hecho de estar prácticamente desnuda me excitaba tanto que continuaba pensando maldades y volviéndome cada vez más osada. Cuando llegué a mi coche, abrí la puerta del conductor y solté las llaves en el asiento del acompañante. Me senté con las piernas hacia fuera del coche y continué con mis juegos manuales, liberando esta vez mi ano para comprobar la dilatación conseguida hasta el momento. Repasé el contorno de mi esfínter con el dedo índice de la mano izquierda antes de meterlo en su interior unos segundos y de nuevo volver a penetrarlo con mi consolador. Dirigí entonces la atención a mi sexo, los labios vaginales estaban hinchados y muy mojados y el clítoris había crecido hasta sobresalir en parte de su escondite. Vista la situación, eché un vistazo buscando que nadie estuviera rondando el garaje y una vez más mi mano derecha entró en contacto con mi vulva. Introduje primero dos dedos en mi vagina para empaparlos con mi flujo y posteriormente me dediqué a frotarlos contra mi botón del placer. La sensación era tan gloriosa que por un momento me abandoné a la masturbación olvidando todo cuanto me rodeaba.
Tuve que frenar tanto ímpetu para evitar llegar al orgasmo antes de lo esperado, así que dejé de tocarme y respiré hondo para recobrar el aliento. No quería que aquello acabara ahí, pero no tenía planeado nada más, por lo que me puse a pensar un momento. La posibilidad de salir en coche a buscar nuevos escenarios me parecía muy arriesgada, ya que no tenía claro donde ir y tampoco me veía en disposición de conducir dado mi estado de excitación. Otra opción era disfrutar del garaje en un sentido algo más amplio que mi propio coche. En este caso, cabía la posibilidad de que apareciera algún vehículo, pero en el tiempo que la puerta se levanta para dejar paso podría ponerme a buen recaudo, sin embargo, si bajaba algún vecino a pie no tendría opción de esconderme a no ser que me mantuviera relativamente cerca de donde me encontraba.
Segundos después, estaba de pie junto al coche, sacándome el vestido por la cabeza y quedando de esa manera únicamente vestida por las sandalias. Dejé el vestido sobre el asiento del conductor y comencé a caminar por el parking, alejándome del coche y sintiendo a su vez como me calentaba más y más el morbo de saber que cuantos más metros pusiera entre mi coche y yo misma, más difícil sería resguardarme en caso de que alguien apareciera por allí. Paré entre dos coches aparcados y me saqué el consolador del ano, lo dejé sobre uno de los coches y apoyé mis codos en el capó, dejando mi culo expuesto. Procuraba no perder de vista la puerta por la que podría aparecer alguien de camino al garaje mientras algunos de mis dedos accedían ya a mi interior por mi orificio trasero. La dilatación había hecho que mi ano quedara muy ensanchado, por lo que introducía sin dificultad tres de mis dedos. De vez en cuando empujaba con toda la mano como si quisiera hacerla desaparecer por completo dentro de mí, pero eso algo que ya sabía que no podría conseguir aunque me gustara probarlo durante algunos de mis juegos anales. Volví a tomar el consolador y lo introduje de un solo golpe de nuevo en el lugar para el que había sido diseñado, produciéndome un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. Empezaba a sentir que aquello llegaba a su fin, dado que la excitación era tan alta que en cualquier momento alcanzaría el orgasmo casi sin tocarme. Decidí entonces masturbarme hasta el final, el coche de uno de mis vecinos sería testigo directo de mi explosión de placer, ya que mantenía una de mis manos apoyada en el capó mientras la otra no paraba de jugar con mi sexo. Frotaba mi clítoris con el pulgar mientras metía y sacaba el índice y el corazón de mi vagina, cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Mis ojos se cerraban por la excitación, pero procuraba mantener la vista puesta en aquella puerta que daba acceso al ascensor. En la situación en la que me encontraba ya no me iba a ser posible alcanzar mi coche en caso de aparecer alguien por allí, por lo que no tendría más remedio que ocultarme entre los coches y esperar que el vecino no viniera hacia alguno de ellos.
Las piernas empezaban a flaquearme, me había inclinado algo más y ya mis pechos tocaban el capó del coche, al igual que todo el antebrazo y el codo izquierdos. Por momentos el mundo a mi alrededor se desvanecía, mis ojos se cerraban, mi mente volaba y mis dedos aceleraban su movimiento hasta que una serie de espasmos comenzaron a reventar mi cuerpo. Las contracciones de mi vagina eran tan fuertes que me temblaban las piernas, a su vez, las paredes de mi sexo presionaban el consolador contra mi recto, por lo que éste reaccionaba con otras oleadas de intenso placer. Algunos hilos de flujo escaparon de mi cuerpo para acabar en el suelo de aquel garaje acompañados en su huida por varios gemidos irreprimibles que inundaron el parking resonando hasta el último de sus rincones. Mi cara terminó apoyada en el capó, sintiendo los acelerados latidos del corazón y las últimas contracciones de mi ya satisfecho sexo.
Segundo después, recobré el aliento y el control de mi cuerpo y tras un último vistazo a la puerta del garaje corrí hasta mi coche para ponerme a salvo. Me puse el vestido y me arreglé como pude el pelo con las manos, recogí las llaves del asiento y cerré el coche. Estaba echando en falta algo con que limpiarme, ya que tanto mi sexo como mis muslos estaban húmedos de flujo vaginal. El consolador decidí dejármelo puesto hasta casa, pues solo podría llevarlo en las manos y quedaría muy extraño si me veía algún vecino con aquello en el ascensor. Fui camino al interior del edificio y me introduje en el ascensor para regresar a casita a reposar el intenso ejercicio que acababa de realizar. Mientras realizaba el ascenso no pude reprimir una sonrisa al ver mi reflejo en el espejo: pelo alborotado, ojos vidriosos, mejillas sonrojadas, pechos sin sujetador marcando dos enormes pezones muy claramente, vestido cortísimo sin ropa interior, piernas manchadas de flujo y un bonito consolador bien encajado en al ano… Solo me faltaba un deseo por cumplir, que algún vecino entrara al ascensor para ver qué cara se le quedaba al encontrarse conmigo en aquel estado.