Marta (07: Locura en el parque)
Un vestido, un viejo amigo y nuestras ganas de sexo nos regalaron una gran noche de desenfreno...
Aún no podía creerme lo que estaba sucediendo, a pesar de llevar una vida sexual plena y satisfactoria, jamás me había sentido tan sumamente excitada como en aquel momento.
Pedro seguía penetrándome a un ritmo endiablado, de espaldas a él yo no dejaba de gemir de gozo y ya había disfrutado de un genial orgasmo cuando, minutos antes, acompañó su deliciosa penetración con un certero repaso a mi clítoris con una de sus manos. Había sido increíble y llegué a pensar que sería el final, que él eyacularía en mis nalgas y ambos nos felicitaríamos por tan hermosa sesión de sexo al aire libre.
Yo permanecía apoyada en ese árbol, testigo directo de nuestra pasión, tocando en ciertos momentos mi cara con él, aguantando las embestidas que mi amante me regalaba rítmicamente. Siguiendo ese mismo ritmo, mis pechos se mecían bajo aquel vestido veraniego libres de las habituales apreturas del sujetador. Era como si ya horas antes, cuando me preparaba para salir, hubiera imaginado cuan provechosa sería la noche al decidir no ponerme más ropa interior que unas braguitas blancas. No era ni mucho menos normal ir de fiesta de esa guisa, pero aquella tarde me sentía tan atrevida como excitada y la decisión de despertar pasiones marcando pezones por debajo del vestido fue tomada por unanimidad.
A solo unos metros de donde nos encontrábamos podía reconocer a parte del grupo de amigas y amigos que habíamos quedado aquella noche. Seguían charlando y bebiendo y alcanzaba a oír sus risas desde allí. No podía saber si ellos oían alguno de los gemidos que escapaban de mi boca, probablemente sí, ya que no los reprimía en absoluto.
En un momento, Pedro deslizó uno de sus dedos hasta mi ano y lo penetró ayudado por algo de flujo vaginal que recogió del que emanaba de mi cuerpo. Ya me hubiese gustado poder disfrutar también del sexo anal en ese instante, pero no me sentía preparada y antes de tener una desagradable escena le pedí que únicamente los dedos se adentraran en tan oscuro pasadizo.
Horas antes, durante el trayecto en metro desde casa hasta el lugar de la quedada, había ocurrido algo genial. Nada más entrar al tren y sentir aquel cambio de temperatura provocado por el aire acondicionado del vagón, mis pezones se habían endurecido tanto que se marcaban muy claramente bajo el vestido, evidenciando más aún la ausencia de sujetador. Adoraba sentirme deseada, quien más quien menos, todos los hombres del tren echaron algún vistazo a mi pecho. Pero el show no terminaba ahí, de hecho, el vestido dejaba tanta piel a la vista que mis piernas se convirtieron en objeto de deseo de cuantos pudieron admirarlas. Por supuesto, en cuanto tuve ocasión de sentarme así lo hice, mostrando casi por completo mis muslos al cruzar las piernas. Me dije a mí misma cuánto me gustaba aquel vestido rosa y me prometí utilizarlo más a menudo.
Estaba viviendo el polvo de mi vida, el hecho de estar al aire libre, con varias personas conocidas cerca y que además, sabían de sobra lo que estábamos haciendo me había puesto tan increíblemente caliente que era capaz de cualquier cosa. En mi cabeza solo existía el placer y el sexo, la vida me parecía maravillosa.
Cuando al anochecer me reuní con el grupo, varios de los chicos me lanzaron sonoros piropos y mi buena amiga Sara, siempre fiel a su estilo me dijo en voz baja algo como: "Pero qué puta eres..." seguido de una sonrisa y un guiño de complicidad. Estaba radiante con aquel corto vestido, ceñido a mi cintura pero con algo de vuelo en la falda y muy poco escote. Para rematar el conjunto, unas sandalias marrones y el pelo recogido en una coleta que me daba un aspecto muy fresco y juvenil. En un rápido vistazo a los chicos del grupo divisé a Pedro, al que llevaba meses sin ver, pero que había sido amigo con derecho a roce ya en algunas ocasiones desde varios años atrás. Seguía con su barbita de tres días que tan bien le sentaba y que a buen seguro le habría proporcionado varios ligues durante los meses de verano. Lo cierto es que mantenía aquel atractivo que no sabría muy bien a qué atribuir que tanto me excitaba.
Mi cuerpo se inclinaba en un ángulo de noventa grados, los brazos estirados con las manos apoyadas en el árbol, la espalda arqueada levantando todo lo posible mi trasero y las piernas algo separadas (lo que daban de sí las braguitas a la altura de los tobillos) Quiso entonces mi bendito compañero levantar una de mis piernas cogiéndola con una de sus manos, pero mi ropa interior lo impidió, por lo que decidió pasarla por mi pie derecho y liberar así mi pierna de su atadura. En ese instante, las braguitas quedaron unidas a mí únicamente por mi pie izquierdo, de manera que ya no volvieran a estorbar en ninguno de nuestros movimientos. Alzó ya, sin impedimento alguno, mi pierna derecha, provocando de ese modo una penetración más profunda que me vino a recordar lo inmensamente feliz que me hacía aquella sesión de sexo descontrolado.
Después del obligado paso por la tienda para aprovisionarnos de líquidos para la noche, fuimos al parque de costumbre a disfrutar de nuestra mutua compañía. Allí, en torno a un banco ocupado por parte de las chicas del grupo, nos reímos, charlamos y bromeamos de todo un poco y de nuestras propias vidas. Yo no dejaba de sentir la mirada de Pedro fija en mí constantemente, me incomodaba algo, pero también me gustaba verme deseada por él. Unos minutos más tarde se aproximó a mí y comenzamos una conversación solos él y yo. No dejaba de decirme lo guapa que estaba y lo bien que me sentaba el moreno veraniego, así como aquel precioso vestido. Mientras, sin darme yo cuenta, me había llevado detrás del banco, quedando apoyada en él tocando mi espalda con la de alguna de las chicas que se sentaban sobre el respaldo. Posó sus manos en mi cintura y pegando su cuerpo al mío me dijo al oído cuanto le excitaba que no llevara puesto el sujetador. No me dio tiempo a responderle nada cuando sin previo aviso me besó con pasión, jugando con su lengua en mi boca y provocando de inmediato un aumento de mi temperatura corporal que se manifestó en un tono más rosado de mis mejillas y en la humedad aparecida en mis braguitas blancas de niña buena.
Sacó su pene de mi interior bruscamente, produciéndome un vacío repentino que me hizo lanzar un gemido de placer y sorpresa. Me dio la vuelta y me apretó contra el árbol. Entonces sus manos subieron mi vestido hasta la altura de mi ombligo y posicionó su pene entre mis muslos, justo bajo la vagina. Realizaba el movimiento como si me penetrara, pero solo frotándose con mis piernas, mientras pellizcaba mis pezones por encima del vestido con sus manos y jugaba con sus labios por mi cuello, boca e incluso orejas. Yo disfrutaba del roce de su miembro en mi clítoris y agarraba con fuerza su culo apretándolo contra mí cuanto podía. Me hubiera gustado tocarlo directamente, pero él seguía con los pantalones bien abrochados, dejando solamente escapar su bonito pene por la abertura de la cremallera. Sin embargo, yo estaba en ese momento totalmente desnuda de cintura para abajo, ya ni siquiera las braguitas rodeaban mi tobillo, pues se habían separado de mí cuando Pedro me puso de espaldas al árbol que nos protegía.
Rápidamente nuestros amigos se percataron de que habíamos empezado a besarnos y magrearnos y nos lo hicieron saber con comentarios como “¡iros a un hotel!” y con algunas risas, pero como nosotros seguimos con lo nuestro, pronto nos dejaron tranquilos. Aprovechando que nadie podía vernos más que de mitad para arriba, Pedro empezó a sobar mis muslos, pasando sus manos por debajo del vestido pero sin poder alcanzar mi culito porque lo mantenía apoyado en el respaldo del banco. Atacó entonces con una de sus manos por el frente, directamente hacia mis partes más íntimas. El primer contacto de sus dedos con mi vagina a través de las braguitas fue genial, sentí una punzada de placer que casi me hace lanzar un gemido al viento. Le gustó sentir mi ropa interior mojada y así me lo hizo saber, diciéndomelo al oído, para rápidamente internar uno de sus dedos por debajo de esta y alcanzar al fin el contacto directo con mi sexo. Movía su dedo con destreza sobre mi clítoris, calentándome tanto que no dejaba de emanar flujo que empapaba su mano y mis braguitas.
Me dijo que me agarrara a él por el cuello y me cogió, levantándome del suelo. Por un segundo pensé que me iba a penetrar en esa postura, pero no fue así, me sorprendió totalmente cuando me llevó hasta unos arbustos más alejados del grupo de amigos y me sentó sobre la hierba. Sin pedir permiso alguno, tiró del vestido hacia arriba y me lo sacó por completo por la cabeza, dejándome totalmente desnuda bajo la única protección de aquellas plantas. Le dije que estaba loco de atar, pero lo cierto es que me volvía loca todo cuanto estaba pasando esa noche y quería seguir descubriendo lo que aún estuviera por venir. Al verme allí sentada con su erecto pene frente a mí, no lo dudé un instante y me lancé a darle un poco de sexo oral a mi amante mientras procedía con las manos a desabrochar de una vez por todas su pantalón. Bajé su ropa hasta sus pies y tras deshacerme del preservativo, posé mis manos sobre sus nalgas, apretando con fuerza y arañando con pasión. Mis labios remojaban su glande y recogían el sabor a sexo que después de la penetración había impregnado su pene. A su vez, él sujetaba mi cabeza con sus manos como si temiera que me fuera a alejar de su sexo antes de darle todo el placer. Comencé a introducirme claramente su virilidad en la boca cuando lo hube humedecido lo suficiente y procedí entonces a engullir hasta el fondo aquel maravilloso pene, sintiéndolo alcanzar mi garganta y volver a liberarlo para recuperar la respiración. Poco a poco fui metiendo y sacando más rápidamente el sexo de Pedro de mi boca, como si de una vagina se tratara y estuviéramos realizando una deliciosa penetración.
La situación se nos iba de las manos, por lo que le pedí que nos fuéramos a un lugar menos público. Pedro, ni corto ni perezoso, me cogió en sus brazos cual entrada triunfal de unos recién casados (dejando a la vista de todos mis braguitas, por cierto) y soltando un: “nos vemos en un rato, chicos” puso rumbo a una zona de árboles cercana mientras yo no dejaba de reír por la situación. Los chicos volvieron a lanzar una serie de comentarios no aptos para menores cuando nos alejábamos y Pedro, cargando con mi cuerpo me dirigió las palabras más bonitas que había oído de un chico hasta entonces: “Marta, te voy a echar el polvo de tu vida”
Seguía penetrándome la boca con rapidez, provocando que tuviera que frenarle alguna vez para no terminar ahogada. Al mismo tiempo, empecé a frotar con furia mi clítoris en busca de un segundo orgasmo, ya que no esperaba que Pedro fuera a volver a darme placer vaginal, vista la velocidad con que me daba de “comer”. En cualquier caso, estar vestida únicamente con unas sandalias en pleno parque disfrutando del mejor sexo con aquel chico que me tenía tan increíblemente excitada que solo pensaba en el momento de explotar.
Pedro me llevó hasta un árbol donde me apoyó y sin miramientos comenzó a magrearme mientras no dejaba de jugar con su lengua en mi boca. Yo dejé caer el bolso a mis pies y me dediqué a gozar de sus ardientes muestras de cariño. En un momento ya tenía las braguitas a medio muslo y sus manos repasando mi erecto clítoris y la entrada de mi ardiente vagina. Me pidió que me diera la vuelta y mientras tanto sacó un preservativo de su bolsillo y en un segundo vistió de gala su erguido pene. Me estaba sorprendiendo tanto que no se me ocurría nada que decirle, pero estaba claro que se había vuelto loco. Hundió su miembro en mi vagina con dureza, provocándome un gemido nada placentero, pero que en pocos segundos se tornó en gozo. Empecé a ser consciente de lo que estábamos haciendo y eso me calentó tanto que al primer contacto de su mano con mi sexo, acompañando la penetración, apareció casi por sorpresa un orgasmo genial que me hizo temblar entre sus manos ancladas a mi cintura y aumentó aún más la cantidad de flujo que estaba emanando de mi cuerpo. Pero no había conseguido apaciguar todas mis ganas de sexo salvaje en aquel parque.
Pedro dejó de penetrarme la boca tan bruscamente para dejar que fuera yo quien llevara el control de la felación. Volví a meter y sacar su miembro con fuerza y a lamer su glande buscando ya su eyaculación. No dejaba de frotar mi clítoris con mi mano izquierda, utilizando la derecha para darle placer a él, acompañando los movimientos de mis labios con la mano. Comenzó a subirme la temperatura de forma que el orgasmo me alcanzaría en solo unos segundos, aceleré la masturbación y mi cuerpo explotó al fin en un placer inmenso que me obligó a dejar por un momento de darle sexo oral a Pedro para disfrutar de aquellos fuertes espasmos que me sacudían todo el cuerpo. Ahogué como pude mis gemidos manteniendo su pene en mi boca hasta que empecé a volver en mí, pero entonces Pedro sujetó mi cabeza para que no dejara escapar su falo de entre mis labios y comenzó a derramar su semen en mi interior. El primer chorro me pilló por sorpresa chocando en mi garganta, el resto pude saborearlo a medida que su cantidad aumentaba en mi boca, terminando por salirse parte del líquido por la comisura de mis labios. Tragué todo cuanto pude y recogí con los dedos los restos que caían por mi barbilla, chupándolos después. Pedro recuperaba el aliento mientras me decía cuánto le había gustado y lo tremendamente increíble que era. Tras guardarse su miembro en los pantalones, se dejó caer al suelo exhausto por el esfuerzo. Yo después de tragar el fruto de nuestra pasión buscaba mi vestido rosa para volver a la realidad, ya que llevaba mucho tiempo desnuda y empezaba a pensar que podríamos estar siendo observados por cualquiera que pasara por allí. Ya con el vestido cubriendo mi cuerpo fuimos hacia el árbol cómplice de nuestra pasión a recoger tanto mis braguitas como mi bolso. Me puse la ropa interior y tras un breve magreo por parte de Pedro, volvimos con el grupo de amigos que nos reclamaba con gritos y silbidos desde el banco donde comenzó nuestra noche de pasión desenfrenada.