Marta (06: Tormenta de verano)
Tanto calor acumulado terminó por convertirse en una increíble tormenta
La tormenta aún seguía descargando con fuerza mientras el viento hacía que las nubes se desplazaran rápidamente, reflejando las luces que la ciudad enviaba a los cielos ahora que la noche ya había hecho acto de aparición. La temperatura era mucho más fresca que unas horas antes, aunque no podía decirse que hiciera frío, pero el añadido del viento provocaba una sensación térmica más baja.
Desde allí arriba podían verse los tejados y las azoteas de los edificios cercanos, así como el campanario de una iglesia, aunque envueltos en una oscuridad casi absoluta. El sonido que producía el agua al estrellarse con el suelo ahogaba incluso el ruido de los vehículos circulando por las calles, unos metros más abajo. Alrededor de un sumidero superado por la tormenta se agolpaba el agua caída, creándose una balsa donde flotaban algunas hojas desprendidas de los árboles. Unos metros más allá, unas sandalias y un juego de llaves se mojaban sin piedad muy cerca de la puerta que daba acceso al interior del edificio. A la izquierda de dicha puerta, rodaba empujado por el viento lo que parecía ser un objeto cilíndrico.
Me desperté tarde aquella mañana, serían más de las once cuando por fin abrí los ojos a ese nuevo día. Apenas había podido dormir por el intenso calor que estábamos padeciendo, las sábanas se pegaban a la piel y una vez despierta, sentía todo el cuerpo bañado en sudor. Dormía únicamente en braguitas, con la ventana abierta y la persiana subida, pero el poco aire que penetraba en el dormitorio por la noche no era suficiente para reducir algo aquel horroroso calor. Sobre la mesilla, junto al despertador, reposaba de pie un frasco de colonia y a su lado descansaba una bola de billar negra. Esbocé una sonrisa pícara al ver aquellos objetos y me incorporé, quedando sentada al borde de la cama. Estiré los brazos y di gracias por estar de vacaciones, aunque fuera en casa. Me acerqué a la ventana a ver qué pinta tenía la mañana, tapando mis senos con una de mis manos para no mostrar mis encantos así de buenas a primeras. Parecía que era otro asfixiante día de verano, después llamaría a Eva por si sonara la flauta.
Desde que vivía sola en casa no tenía que preocuparme por estar “visible”, así que salí de la habitación sin más ropa que la que había utilizado para dormir. Después de orinar y lavarme la cara y las manos fui directamente al salón, encendí la televisión y me tiré en el sofá, con los pies sobre éste. Como no encontré nada que me gustara, pronto me levanté y fui de vuelta hacia el dormitorio. Acostumbraba a depilarme completamente el sexo, por lo que cuando me bajé las braguitas pude contemplarlo sin un solo vello, aunque sí que tenía que retocarlo a menudo para mantenerlo impecable. Una vez desnuda, estuve paseando por la casa sin rumbo alguno, simplemente me gustaba hacerlo de esa manera, disfrutando de mi libertad, aunque había perdido parte del encanto que le daba cuando lo hacía años atrás en casa de mis padres. Era morboso mirarme en el espejo de la entrada, hacer poses sensuales y ver mi trasero reflejado. Siempre me ha encantado mi parte trasera, el culo era la parte favorita de mi cuerpo y observarlo allí tan redondeado y tan firme me hacía sentir feliz. Oí abrirse la puerta del vecino, así que eché un vistazo por la mirilla para ver como aquel señor salía de casa y desaparecía en el ascensor. Seguro que no imaginaba que su joven vecina le estaba espiando por la mirilla completamente desnuda, con todos sus lozanos encantos al descubierto. Ese pensamiento me gustó y me hizo recordar lo bien que lo había pasado anoche con aquel frasco, penetrándome con fiereza hasta el orgasmo mientras imaginaba a Fer haciéndome lo propio con su pene. Fer era el hermano mayor de Eva, un encanto de treintañero de piel morena y unos ojos que me volvían loca, al que solo veía en su casa cuando me pasaba a visitar a su hermana. A pesar de su edad, aún vivía en casa de sus padres junto con Eva, un precioso chalet con piscina a las afueras de Madrid.
Decidí dejar de pasearme y darme una ducha que aliviara aquel sofocante calor. Pasé al baño sin cerrar la puerta, ya que estaba sola en casa, y me introduje en la bañera. Abrí el grifo y tras comprobar con una mano que empezaba a calentarse el agua, me coloqué bajo la ducha y mi cuerpo empezó a mojarse por completo. Con las manos eché hacia atrás mi melena y recorrí mi anatomía con suaves caricias repartiendo el agua por todos los rincones de mi cuerpo, activando así mis instintos y comenzando a excitarme de manera notable. El recorrido de mis manos por mi suave piel se veía interrumpido por dos prominentes pezones que se alzaban majestuosos sobre mis pechos. Los dedos se entretenían pues con aquellos intrusos, estirando, apretando o simplemente acariciando sus alrededores.
Hice un paréntesis en mis juegos para enjabonar mis cabellos con champú y posteriormente hacer lo propio con el gel sobre mi cuerpo. Estando toda cubierta de espuma se me hacía mucho más sencillo el juego en mis partes íntimas, pasaba los dedos por mi vulva y frotaba levemente el clítoris, deslizando un par de dedos al interior de mi vagina. El gel actuaba en parte como lubricante y la entrada a mis orificios se hacía realmente sencilla, por lo que no dudé en introducir también otros dos dedos en mi ano. Con las dos manos ocupadas me penetraba sin problemas ambos agujeros mientras el agua corría por mi cuerpo camino del desagüe de la bañera. Desalojé mi vagina y procedí a insertar los dos dedos que me masturbaban también en mi ano, dilatando así mi entrada trasera. Una vez ensanchada, ya podía deslizar en su interior algo más contundente.
Salí de la bañera chorreando agua en busca del frasco de colonia que descansaba en la mesilla de mi habitación. Lo cogí y volví rápidamente al interior del baño. Acerqué el objeto a mi ano y apreté con firmeza para conseguir que entraran los primeros centímetros; entonces me senté sobre el inodoro sujetando el frasco y haciendo así que se introdujera mucho más adentro de mi cuerpo. La sensación de tener el recto totalmente ocupado me daba un placer increíble y no dejaba de empujar hacia abajo para conseguir que mis nalgas chocaran con el inodoro, quedando el bote prácticamente insertado al completo en mi esfínter. Entonces comencé a frotar mi clítoris con rapidez, alcanzando un estado de excitación muy alto, con la mente dedicada al cien por cien a mi satisfacción sexual. Me levanté y sin dejar de tocarme salí del cuarto de baño con la mano derecha metiendo y sacando la colonia de mis entrañas para terminar tumbada en mi cama. Allí aumenté la fuerza de la penetración al máximo, con las rodillas en mis hombros, posibilitando en aquella postura que mi culo quedara a la vista y disfrutar de esa manera de mis propios movimientos. Veía hundirse aquel objeto casi hasta desaparecer y volver a salir totalmente a la superficie, provocando dilataciones y contracciones en mi ano que me volvían loca de placer.
Empujaba con fuerza el frasco para conseguir introducirlo lo máximo posible, recibiendo aquel inmenso placer que había aprendido a disfrutar en mis masturbaciones anales. Llegado el momento del clímax comencé a frotar con furia mi clítoris para alcanzar rápidamente un fuerte orgasmo amplificado por la sensación de tener el recto lleno por completo por la colonia.
Volví al baño a terminar de ducharme y refrescar de nuevo mi ardiente cuerpo. Salí de allí completamente desnuda y busqué mi teléfono móvil para llamar a Eva con la idea de hacerle una visita, a ella, a su piscina… y a su hermano.
La conversación fue breve y satisfactoria, aquella tarde podría darme un buen baño en su piscina y con un poco de suerte disfrutar de una buena vista de Fer en bañador.
Me puse el bikini morado y sobre él un vestido corto de tirantes, muy fresco para no padecer excesivo calor camino de casa de Eva. Lo acompañé de unas sandalias y me recogí el pelo en una sencilla coleta. Agarré el bolso de playa con la toalla, la crema solar, un cepillo y algunos objetos más y salí de casa “oculta” tras unas gafas de sol.
Una hora más tarde, Eva y yo hablábamos de trivialidades tumbadas bajo el sol sobre nuestras toallas. Ella llevaba un bikini color negro precioso que le daba un aspecto increíble y yo lucía cuerpo con el mío morado. Ambas habíamos bajado los tirantes para evitar quedar marcadas en exceso por el sol y de aquella manera pasamos gran parte de la tarde. Fue durante uno de los baños que nos dimos para refrescarnos en la piscina cuando hizo acto de presencia aquel maravilloso individuo de sexo masculino: Fer. Iba únicamente cubierto por un bañador azul tipo bóxer que marcaba toda su deseable anatomía. No pude evitar, ni quise hacerlo, darle un buen repaso visual de arriba abajo mientras pasaba la lengua por mis labios relamiéndome ante semejante hombre.
Para disgusto mío, la función solo duró unos minutos, pero pasados éstos y reposando de nuevo en la toalla, no dejaba de revivir aquellos preciosos momentos. La imagen de su torso desnudo saliendo del agua, chorreante y brillante se me aparecía más que el resto, provocando una gran humedad en mi sexo que hacía rato que pedía guerra. De buena gana me hubiera desnudado y masturbado allí mismo, realmente no me hubiese importado que Eva lo presenciara, pero prefería no descubrir si ella era de la misma opinión, por si acaso. Me la imaginaba tomando el sol totalmente desnuda en aquella piscina, sin temor a las miradas de ningún vecino. Al menos, eso sería lo que yo haría de tener un patio con piscina como aquel.
Eva sabía de mi debilidad por su hermano y a buen seguro que se había percatado de mi creciente excitación dado el tamaño que mis pezones alcanzaron bajo el bikini, clamando sin emitir sonido alguno que aquella chica sufría un acaloramiento no procedente del sol. Mientras intentaba evitar que mi amiga se diera cuenta de la humedad que se marcaba en la braguita del bikini, ni corta ni perezosa me soltó algo inesperado:
- Relájate, Marta, o al final atravesarás el bikini.
La frase fue tan sorprendente que no acerté a responder nada y tras unos pocos segundos en silencio ambas nos echamos a reír, dejando a un lado el tema de mis pechos. Pero el hecho de no hablarlo no significaba que no fuera real, y yo ya no sabía cómo calmar las sensaciones que se agolpaban en mi interior. Decidí pasar al baño a ver si aclaraba un poco mi mente. Me remojé el rostro y tras secarlo, repasé mi aspecto en el espejo, ciertamente mis pezones estaban a punto de atravesar la tela del bikini. Aparté dicha prenda y dejé salir mis pechos a la vista del espejo. Mis manos se ocuparon rápidamente de pellizcar y acariciar mis grandes protuberancias, enviando casi al instante el mensaje de emanar flujo a mi ya húmedo sexo, por lo que a simple vista podía observar la mancha que crecía en la parte inferior de mi traje de baño. Hundí una de mis manos en el interior de aquella prenda en busca de mi ardiente vulva y comencé a mover uno de mis dedos en círculos alrededor del clítoris, quedando cubierto por completo de flujo vaginal. Al mismo tiempo, abría el espejo del baño para ver qué objetos tenía Eva en aquel baño. Mi excitada mente se iluminó al ver un bote de desodorante para hombre, y deduciendo que sería de Fer, no pude dejar pasar la ocasión de utilizarlo allí mismo. Me deshice de la parte de abajo del bikini rápidamente y procedí a introducir aquel bote en mi vagina. La cantidad de flujo lo hizo posible sin esfuerzo alguno, así que lo enterré por completo dentro de mí. Cuando lo dejé salir, estaba pringoso y olía a sexo femenino, loca de excitación como me encontraba volví a dejarlo en su sitio sin limpiarlo antes, para que Fer pudiera olerme cuando fuera a usarlo. Como ya llevaba mucho tiempo allí metida y no quería levantar sospechas, me pasé varios pedazos de papel higiénico por el sexo para secarlo un poco y me acomodé el bikini antes de volver a la piscina con Eva.
Durante los minutos que pasé en el baño, unos nubarrones muy feos habían ocultado el resplandeciente sol que nos había iluminado todo el día, por lo que decidimos dar por terminada la tarde de piscina y rechazando la oferta de Eva de seguir de charla en el interior, me dispuse a marchar a casa antes de que comenzara a llover.
La suerte no estuvo de mi parte y a apenas un par de minutos de casa se desencadenó una lluvia torrencial que me empapó por completo mientras corría por la acera chapoteando en los pequeños charcos que se iban creando. Cuando por fin entré al portal del edificio y encendí las luces pude contemplar mi aspecto en el espejo de la entrada. Me había mojado de tal manera que llevaba el fino vestido pegado al cuerpo, transparentándose claramente el bikini morado y mi propia piel. Deshice mi chorreante coleta y atusé un poco mi cabello, dejándolo suelto sobre mis hombros. La verdad es que me hacía un look muy sexy, si fuera hombre no pensaría en otra cosa que no fuera hacerme el amor allí mismo. Velozmente pasó por mi mente la idea de hacérmelo yo sola, pero me pareció excesivamente arriesgado, así que con una sonrisa en los labios corrí hacia el ascensor.
No fue a casa a donde llegué, sino a la última planta. Al salir del ascensor me dirigí a las escaleras que subían a la azotea y comprobé que la puerta estaba cerrada. Se oía el agua caer violentamente tras aquella puerta, por lo que nadie iba a aparecer por allí. En ese descansillo tenía visión de la escalera por la que había accedido y la intimidad justa para saberme segura de miradas extrañas.
No quise esperar más. Me quité el vestido y las sandalias y bajé la braguita del bikini hasta mis rodillas. De esa manera, apoyada en la barandilla empecé a frotarme el clítoris. Con aquel roce podría haber alcanzado el orgasmo en apenas un par de minutos, así que decidir cambiar de táctica y dedicarme a introducir dos dedos en la vagina. La cantidad de flujo era increíble, me chupaba los dedos para eliminarlo en parte, pero no dejaba de salir más y más. Aproveché pues tanta humedad para lubricar a conciencia mi ano, dejándolo totalmente empapado y listo para unirse a la fiesta. Una mano penetraba cada orificio con dos de sus dedos y ese tremendo placer que me producía me impedía mantenerme en pie. Dejé caer la parte baja del bikini al suelo para abrir algo más las piernas y seguir con mis penetraciones apoyando el cuerpo en la barandilla. Mi ano exigía algo más contundente que un par de dedos, así que busqué en el bolso y di con una pequeña botella de agua. Era lo único de tamaño y forma suficiente para darme placer, lo que me lanzó a utilizarlo como sustituto del pene de Fer que tanta excitación me había provocado. La acerqué a mi sexo para empaparla bien en flujo y proceder a la penetración anal. Estaba tan excitada y emocionada por el momento de intentar hundir aquel objeto en mi recto que el corazón me latía tan fuerte que parecía salirse del pecho. Ya fuera de mí, mientras empujaba la botella contra mi orificio trasero, solté la parte de arriba del bikini y quedé desnuda por completo en aquel descansillo en las alturas del edificio.
La botella empezaba a entrar en mi ano pero con ciertas dificultades, lógicas por otra parte, ya que estaba empujando por la base y no por el tapón, mucho más estrecho, para evitar hacerme daño con sus estrías. En cualquier caso, eran sensaciones ya conocidas por mí, y había aprendido a disfrutar de esos momentos previos a la penetración total de los más variados objetos. Cuando al fin el esfínter cedió y una buena parte de la botella se deslizó en mi interior, sufrí un ataque de placer anal maravilloso. Algo indescriptible que solo quien lo ha vivido puede alcanzar a comprender.
Una vez rota la resistencia, bastó un buen empujón para dejar a la vista solamente el tapón de la botella, provocándome oleadas de un gozo tan grande que no podía mantenerme quieta. Me movía en aquel pequeño descansillo sin parar, el movimiento de mis piernas acentuaba el placer de la botella en mi ano y algunos gemidos escapaban de mi boca. Bajé algunos escalones para volver a subirlos y acrecentar de nuevo la satisfacción sexual que estaba sintiendo. Bajaba y subía casi sin poder coordinar una pierna con la otra, cada vez más abajo, poniendo en riesgo el que algún vecino del último piso saliera de casa y viera algo que seguro que nunca hubiera imaginado. El sonido del agua cayendo tras la puerta de la azotea me dio curiosidad y opté por echar un vistazo, ya que era la misma llave que la del portal. Al girar la puerta el sonido de la tormenta aumentó y un viento fresco pasó a través de mí dejándome helada en un instante. El agua cubría el suelo de la azotea, así que me puse las sandalias antes de salir a la lluvia veraniega.
Maravilloso. Sentir aquella inmensa cantidad de agua caer sobre mi cuerpo desnudo mientras el viento hacía volar mi cabello y una botella de plástica seguía encajada en mi ano fue maravilloso. El agua sobrepasaba mis sandalias, por lo que decidí descalzarme y darme un paseo bajo la lluvia totalmente desnuda.
Extraordinario. Andar bajo semejante chaparrón sin una sola prenda de vestir encima y con aquel objeto dándome placer fue extraordinario. Caminaba, corría, saltaba, estaba eufórica y extremadamente excitada, cada movimiento de mi cuerpo era transformado por mi ano y su intruso en un espasmo de placer que no hacía más que enviarle órdenes a mi cerebro para que no dejara de mover cada una de mis extremidades.
Me asomaba por el peto de la cubierta al mundo exterior, dejando mis pechos a la vista de quien tuviera la suerte de echar una mirada en ese momento. Mis pezones habían adquirido su máxima dureza y no dejaban de sufrir mis tirones y pellizcos, no ocultaba mis gemidos de placer, ahogados por el sonido de la tormenta y frotaba mi sexo a una velocidad endiablada. No pude más y tuve que dejarme caer al suelo, me senté sobre el tapón de la botella, sintiendo una punzada de dolor al introducirse aún más la botella en mi recto. Sin pensar en nada, apoyé mi espalda en la encharcada azotea y con la mirada dirigida al cielo y las piernas abiertas continué masturbando mi clítoris sin compasión.
El agua acumulada mojaba mi cuerpo casi como si de una piscina se tratara mientras que el que caía del cielo rebotaba en mi anatomía con tanta fuerza que algunas gotas me producían cierto dolor al chocar con mis senos. Se me hacía imposible aguantar más, de hecho ya no quería aguantar más, utilicé el dedo pulgar para masturbar el clítoris y hundí índice y corazón en mi vagina para recibir al dios de los orgasmos como se merecía. Los espasmos fueron tan brutales que la espalda se me arqueó fuertemente hacia arriba y la presión de mi esfínter en la botella de agua consiguió que ésta saliera fuera de mi ano, dejándolo tan dilatado que no llegaba a cerrarse por completo. Rodé hasta quedar bocabajo, gritando de placer y temblando aún por las incontables sacudidas que aquel dios me estaba provocando.
Quedé en posición fetal cuando todo hubo pasado, tirada sobre el agua de lluvia y sin poder reaccionar. Tardé un buen rato en volver en mí, mientras la botella de agua flotaba cerca de un sumidero, las llaves y las sandalias recibían la lluvia cerca de la puerta abierta de la entrada al edificio y mi ropa y mi bolso esperaban en el suelo del descansillo que volviera a recogerlos.
Una vez recobrado el conocimiento y aún tumbada en el suelo, una sonrisa pícara se asomó a mis labios y un pensamiento vino a mi mente: “No creo que Fer lo hubiera hecho mejor”