Marta (04: De tiendas)
No todos los chicos acompañan a sus novias de mala gana cuando van de tiendas
Durante el verano de 2009 estuve saliendo con un chico al que llamaremos Juan. Entonces yo tenía 24 años y con este chico me compenetraba muy bien en cuanto al sexo, ya que a él le gustaba tanto o más que a mí eso de innovar. Una noche que estábamos muy excitados y no dejábamos de magrearnos se nos ocurrió idear un plan, una locura para realizar un par de días más tarde. Dicho plan se dividía en cuatro fases, de hecho, Juan cogió papel y lápiz y fue haciendo un esquema. La primera se llamaba "Tienda de ropa 1" y al lado había apuntado "Magreo", después, en la fase dos decía "Tienda de libros" y junto a esto "Sexo oral", la tercera "Bar" y "Tanga" y la cuarta "Tienda de ropa 2" y "Hasta el final" Después, me indicó cómo debía ir vestida y hablamos de algunos detalles para aumentar el morbo al máximo. Esa noche decidimos irnos a la cama sin tener sexo y aguantarnos hasta dos días después sin tan siquiera tocarnos para guardar el calentón para el día acordado y así, él se fue a su casa y yo me metí en la cama pensando muy nerviosa en aquel plan.
La mañana del día “D” me desperté muy temprano, no podía dormir debido al nerviosismo y la excitación de saber lo que haría aquel día. Después de dos días sin sentir un orgasmo ya empezaba a subirme por las paredes y necesitaba un poco de acción. Me di una buena ducha, repasé todo mi sexo con la cuchilla para que no quedara nada de vello y me dispuse a vestirme. Según las normas de Juan, debía ponerme un top negro, minifalda rosa y el tanga más pequeño que tuviera, todo ello acompañado de sandalias de tacón alto y fino. Así me vestí y salí de casa destino a una céntrica tienda de ropa madrileña, donde habíamos quedado.
Cuando yo llegué, Juan ya estaba allí esperándome, y me encantó la cara de pícaro que puso cuando me vio aparecer con el top, muy ajustado a mi pecho desprovisto de sujetador, la cortísima falda rosa y las sandalias de tacón que tanto le ponía que usara. "Te hacía de todo aquí mismo" me dijo al oído mientras me plantaba una mano en el culo y me lamía la oreja. "No prometas nada que no vayas a cumplir" le dije yo guiñándole un ojo. Le tenía acelerado totalmente, pero me encantaba verle así de excitado, más aún cuando yo lo estaba tanto o más que él.
Fase 1
Pasamos a la tienda con muchas ganas de empezar con nuestro juego. Era el típico comercio de moda, las paredes estaban cubiertas de percheros con infinidad de prendas de vestir y por el centro de la tienda se dispersaban como setas otros grupos de ropa en percheros circulares. Al fondo había un pequeño mostrador con una caja registradora y dos puertas: “Probadores” y “Privado”
Estuvimos mirando algo de ropa sin ninguna idea de comprar, yo disimulaba buscando entre las prendas y Juan no dejaba de meterme mano a la mínima ocasión. Habíamos escogido una mañana de diario porque habría muy poca gente y efectivamente así era. Alguna chica por ahí y las dependientas charlando a lo suyo, nada más. El momento de empezar a jugar había llegado; me fui hacia uno de los rincones del local y allí, protegidos por las perchas de ropa comencé a tocarle el bulto de los pantalones a Juan, sin quitar la mirada de la ropa, como si no pasara nada. En cuestión de segundos el tamaño de aquello se había multiplicado y la cara de mi chico despedía calor de lo roja que estaba. Yo seguía con la vista perdida entre tantas camisetas pero con la mente puesta en mi mano derecha, que ya se deslizaba por el interior de los pantalones de Juan. Él llevaba unos pantalones cortos tipo bermuda sin cremallera ni botones y no se había puesto ropa interior, como estaba previsto. Le sobé el pene, que ya mantenía una considerable erección, y ahora sí le miré y mostrándole una de las camisetas le dije con gesto travieso: "¿Te gusta?" Su mano izquierda se introdujo bajo mi falda para palpar una de mis nalgas y contestó: "Me encanta" Acto seguido saqué la mano de su pantalón y con la camiseta en las manos le indiqué que nos fuéramos a los probadores.
Le indiqué a una de las dependientas que iba a probarme aquella prenda y pasamos a la zona de los probadores. Era un pasillo con cuatro o cinco cortinas a cada lado, aparentemente todas descorridas, por lo que entendimos que no había nadie más allí. Elegimos un probador cualquiera, tenía un espejo en uno de los laterales y un pequeño banco para sentarse y dejar la ropa. Nada más entrar, casi sin tiempo para cerrar la cortina para que no nos vieran, Juan me empujó contra el espejo y me posó las manos en las nalgas. Tres cosas me tenían muy excitada en ese momento: el hecho de saber cómo iba a terminar el juego de esa mañana, las manos de mi chico en mi trasero y el frío del espejo en mis pezones que ya comenzaban a endurecerse y a notarse muchísimo por no llevar puesto sujetador. Me di la vuelta y mientras Juan me bajaba la camiseta dejando al aire mis pechos decía algo como: "Dios, qué buena estás" y "Joder, cómo tienes los pezones" Seguidamente se lanzó a lamerlos, succionarlos y morderlos con gran sabiduría, lo que consiguió que mi mente se pusiera en estado pleno de excitación y enviara a mi sexo y a mi boca los mensajes pertinentes de humedecerse y suspirar. Él entendió el mensaje y metió una de sus manos bajo la falda para tocar mi sexo por encima del tanga. También estaba preparado que yo fuera con tanga de hilo aquella mañana, el más pequeño que tuviera. Apartó a un lado tan mínima prenda e introdujo un dedo en mi vagina, lo repitió varias veces y lo sacó dándomelo a probar. Estaba salado, era el sabor típico de mi flujo. No tenía ningún reparo en probar mi propio sabor, de hecho lo hacía muy a menudo cuando practicaba la masturbación.
Chupé aquel dedo como si fuera el mejor de los manjares y me recreé en un movimiento dentro-fuera como si de un pene se tratara. Aquello le ponía a cien y aunque yo disfrutaba haciéndolo, temía que se excitara tanto que reventara antes de tiempo. Entonces le empujé yo a él contra la cara contraria del probador y le di un beso en el que lenguas, dientes y paladares se entremezclaban con nuestra saliva mientras mis manos bajaban sus pantalones lo suficiente para que su pene saliera al exterior por completo. Lo tomé con la mano derecha y lo masturbé levemente antes de ponerme en cuclillas ante él y acercar mi lengua a su glande muy despacio mientras no quitaba la vista de los ojos de Juan. Primero lo lamí suavemente, después me introduje solamente la punta en mi boca y lo apreté con los labios, sintiendo un escalofrío recorrer el cuerpo de mi chico y escucharle suspirar de placer. La situación era tan sumamente excitante que por un momento pensé en desmontar todo el plan y seguir adelante con aquello, ya que el deseo de sexo se amontonaba en mi cabeza y no me dejaba pensar con claridad. Pero teníamos un plan, así que dejé escapar su glande de entre mis labios para poder decirle: "Vámonos, tenemos cosas que hacer" Me incorporé, volví a meter el hilo del tanga entre mis nalgas, me subí el top y le di un beso lleno de pasión y excitación. Él me dio un último apretón de glúteos y se limpió la humedad de su sexo con la camiseta de la tienda y se acomodó el pantalón. Finalmente, salimos de la tienda sin comprar nada.
Fase 2
El plan estaba saliendo bien, aunque estábamos ya tan calientes que no las tenía todas conmigo de poder aguantar hasta el final. De camino a la siguiente tienda, me daba cuenta de que atraía las miradas del sector masculino, y es que si ya de por sí la minifalda resultaba muy tentadora, mis pezones pidiendo guerra eran un reclamo imposible de obviar. Dado el estado en que me encontraba, esas miradas eran recibidas de buen grado por mí.
Llegamos al siguiente lugar del plan, se trataba de una tienda de libros distribuida en varias plantas. En la baja, por la que entramos, había libros de las categorías más comunes y mejor vendidas, así como algunas cajas y dos señoras atendiendo a los clientes. En el sótano vendían libros de texto y estudio y en la planta de arriba, que solía estar casi vacía, tenían libros de astronomía, ciencia y cosas así. Decidimos subir a esa planta esperando que estuviese más tranquila que las otras. Al subir las escaleras, Juan me cedió el paso para recrearse en la vista que tenía de mi tanga desde un par de peldaños más abajo y yo para alegrarle aún más, me lo subí durante un pequeño instante dejándole ver casi todo mi trasero. Una vez arriba, volvimos a buscar un lugar apartado donde seguir con nuestro juego. Entre libros científicos Juan de nuevo se puso a magrear mis nalgas por debajo de la falda, descolocando el tanga y apretando a veces uno de sus dedos contra mi ano, provocando así que mis más bajos instintos afloraran y deseara ser penetrada allí mismo. Por allí andaban dos chicos jóvenes mirando libros, estaban por la parte opuesta del local, así que le dije a Juan que los vigilara mientras me arrodillaba ante él. Oculta totalmente por una estantería saqué su pene de su prisión de tela y comencé a chuparlo, esta vez sin miramientos. Lo embadurnaba bien de saliva para que deslizara mejor y me lo metía cuanto podía en mi boca empujando con mis manos su trasero hacia mí. Él se retorcía de gusto mientras miraba que nadie se acercara a nosotros y yo procuraba llevarle hasta el punto justo anterior al orgasmo con rápidos movimientos de entrada y salida. Lamía su glande, lo mordisqueaba, volvía a chupar todo su tronco y me ayudaba con la mano derecha para masturbarlo. No tenía claro que él vigilara como debiera, ya que mantenía sus ojos cerrados casi todo el tiempo y no dejaba de suspirar, pero mi sexo me decía que siguiera con lo que estaba haciendo. Un hilo de saliva caía de mis labios, alargándose hasta precipitarse contra el suelo, formando un pequeño charco entre Juan y yo.
De repente Juan apartó mi cabeza de su pene, por lo que pensé que alguien se acercaba. Pasé la mano por mis labios para deshacerme de la saliva que caía y agarré el primer libro que vi, incorporándome de inmediato. Él se había guardado su sabrosa piruleta y con cara de susto me dijo: "Hay una cámara ahí arriba" Miré hacia donde me indicaba y comprobé que, efectivamente, había una cámara muy cerca de nosotros. Rápidamente me cogió de la mano y salimos de aquella tienda lo más deprisa que pudimos entre risas, pulso acelerado y mejillas rojas como tomates.
Fase 3
Fuimos comentando lo ocurrido de camino a un nuevo local, riendo y calentándonos más aún la idea de que alguien pudiera haber visto nuestra escenita por televisión. Juan a duras penas podía ocultar su erección y yo, que no había vuelto a colocar el tanga en su sitio, iba por la calle con la sensación de estar enseñando mis partes a todo el mundo.
No tardamos mucho en llegar a la siguiente parada, se trataba de un bar, uno que tenía varias mesas pegadas a una cristalera que daba a la calle. Entramos y pedimos un par de cervezas al camarero. Era el típico camarero que no puede estar quieto y no deja de hablar, aunque mi indumentaria y mis marcadísimos pezones le volvieron mudo por un momento. Fuimos a sentarnos a una de esas mesas pegadas a la cristalera, de manera que se nos viera desde la calle. La cristalera llegaba hasta el suelo, por lo que todo lo que había por debajo de la mesa quedaba a la vista desde el exterior del local.
Después de unos minutos, como estaba acordado, era mi turno. Me levanté, le di un beso a Juan y me fui hacia el camarero para preguntarle por los servicios. "Al fondo a la derecha" me dijo mientras casi me babeaba en las tetas y yo con una dulce sonrisa le daba las gracias. Cuando estaba empujando la puerta del baño se me ocurrió algo no previsto: en lugar del servicio de mujeres lo haría en el de caballeros. Así es que di media vuelta y me asomé al baño de los hombres, como no vi a nadie dentro, pasé y me metí en uno de los cubículos. Estaba atacada por la excitación, tenía unas ganas enormes de masturbarme, pero aún no era el momento. Metí las manos bajo la minifalda y agarré las tiras del tanga para bajarlo y dejarlo caer al suelo, sin poder evitarlo, posé mis dedos sobre mi vulva y me froté a rabiar, con fuerza. Tuve un espasmo que me obligó a apoyarme en la puerta del baño y a lanzar un gemido. Pude controlarme para no terminar explotando de placer, respirar hondo y salir de aquel baño rápidamente, dejando allí en el suelo el tanga de hilo que ya había cumplido su misión.
"Has tardado mucho" me dijo Juan al volver a su lado. "¿Lo has hecho?" me preguntó por el tanga. "Sí, lo he dejado en el suelo, pero en el de caballeros" Su cara mostraba asombro e incluso admiración hacia mí. Entonces me senté quedando casi de cara a la cristalera con las piernas cruzadas, la corta falda que llevaba dejaba a la vista casi por completo mis piernas, una bonita vista para los viandantes que al pasar no podían evitar mirarme con el rabillo del ojo. Juan estaba disfrutando, su miembro debía estar al máximo, ya que el bulto que hacía en los pantalones era más que evidente. El siguiente paso fue ponerme totalmente de cara al cristal y descruzar las piernas para dejar a la vista, aunque algo cubierto por la minifalda, mi sexo. Tuve que ponerme las gafas de sol para que no se me viera en la cara la vergüenza que pasaba, pero el hecho es que me estaba calentando muchísimo y mi vagina no dejaba de emanar fluidos. No podía más, estaba mojando la silla y cada vez que alguien me echaba una mirada me ponía como un tomate y el corazón se me salía del pecho. Los hombres miraban con descaro cuando se percataban de mi ausencia de ropa interior y las mujeres, de reojo, miraban desconcertadas. Yo hablaba con Juan de cosas sin sentido para disimular y no parecer que estuviera exhibiéndome a propósito, pero era evidente que aquello no podía ser casual. En un momento dado, Juan me dijo "Enseña un poco el culito también" No sabía qué hacer, así que tras unos segundos de duda dejé caer mi bolso al suelo, lo que alertó al camarero que fijó su vista en mí. Yo miraba hacia él mientras me agachaba para recoger los objetos que se habían salido del bolso, casi sin doblar las rodillas dejaba a la vista de los transeúntes mi bonito trasero y probablemente también mi sexo. Mientras me hacía la torpe para tardar un poco más, reparé en que el camarero podía verlo todo reflejado en la cristalera, lo que me dio bastante vergüenza y volví a sentarme, esta vez cruzando las piernas. Se lo comenté a Juan y decidimos dar por finalizada aquella parte del juego.
Fase 4
Aún quedaba una fase del juego, pero yo no veía el momento de terminar con aquello y correrme como una loca, que era lo que más deseaba desde hacía dos días. Camino de la última tienda, sin el tanga reteniendo mis líquidos, me empezó a caer alguna gota piernas abajo y mi mente ya no podía pensar más que en sexo, sexo y sexo. Así que, en uno de mis ataques de excitación me colgué del cuello de Juan y le dije al oído "Fóllame, hazme lo que quieras, ¡pero que sea ya!" Él estaba encantado con la situación, pero tan caliente como yo, me agarró del brazo y me dijo "Pues corre" Seguidamente se echó a correr tirando de mí, obligándome a ir a su ritmo, enseñando todos mis secretos a cada zancada que daba y haciendo botar mis pechos que a duras penas se mantenían dentro del top. Pero eso ya no me importaba, mi cerebro no gobernaba mi mente hacía rato y el pudor se había marchado de vacaciones.
Llegamos por fin a la última tienda, yo estaba sudada y cansada, con el corazón a mil pulsaciones y las piernas chorreando desde mi sexo hasta los tobillos. Esta vez había más concurrencia de gente que en la otra tienda, por lo que los juegos fuera de los probadores serían demasiado osados. Sin perder mucho tiempo, estuve mirando un par de vestidos veraniegos de mi talla y nos fuimos derechos a los probadores del fondo. Habíamos escogido este local en particular porque los probadores eran con puerta y pestillo, no de cortina, aunque las puertas eran tipo baño, de esas que no llegan al suelo y que por arriba queda espacio hasta el techo. Nos metimos en uno, cerramos y mientras él se bajaba los pantalones yo me saqué el top por la cabeza y me bajé la mini hasta el suelo. Juan se me abalanzó, su cuerpo me apretaba contra la pared, su brazo izquierdo me estrujaba con algo de dureza mi pecho derecho y con su otra mano se fue directo a mi clítoris. Su boca más que besar, me succionaba los labios y la lengua, me lamía la cara, me mordía la oreja y el cuello, estaba desbocado. Yo sentía placer, mucho placer, su mano frotaba mi clítoris y hundía uno de sus dedos en mi vagina, pero lo hacía a tal velocidad que no podía casi ni respirar. Mis manos agarraban y arañaban sus glúteos con fuerza, le daba cachetes y le rogaba que me follara. No me hizo esperar más y se sentó en el pequeño banco que había en el probador, indicándome que me sentara sobre su pene dándole la espalda. En esa posición podríamos vernos ambos en el espejo de enfrente. Me dejé caer sobre él y hundí todo su miembro en mi interior a la primera, tuve que ahogar un gemido de placer para no despertar más sospechas. Por fin me estaba penetrando, lo deseaba como nunca antes, saltaba sobre él a toda velocidad produciendo chapoteos continuos y el sonido propio de mis nalgas chocando con sus piernas. Tanto ruido hizo que las dos chicas que se oían al otro lado de la pared del probador callaran y a los pocos segundos empezaran a cuchichear, sabiendo lo que pasaba en nuestro probador. Sin ningún tipo de aviso me invadió un orgasmo bestial que dejó temblando mis piernas e irguió mi espalda hasta pegarla con el pecho de Juan. No podía contener más los gemidos, así que cogí lo primero que alcancé, que fue uno de los vestidos que nos llevamos al probador y me lo metí en la boca para no dejar escapar el sonido que mi extraordinario placer producía.
Cuando volví en mí, me incorporé dejando caer algunas gotas de mis fluidos al suelo del probador, me giré y me arrodillé ante Juan. Le sonreí y comencé a succionar su miembro viril mientras apoyaba mis manos en sus muslos. Apretaba los labios con toda mi fuerza y movía la cabeza muy rápido engullendo prácticamente todo su pene, que chocaba en mi garganta y casi no me dejaba respirar. Él se retorcía de gusto y con sus manos en mi cabeza acompañaba mi movimiento succionador. El fenomenal orgasmo que había tenido me había calmado bastante, pero el hecho de estar totalmente desnuda con un pene en mi boca en un probador me mantenía excitada ante el hecho de poder ser descubierta. Dejé de jugar con aquel miembro para apoyar mis manos en la puerta del probador e invitar así a Juan a que me penetrara de pie desde atrás. Empujaba muy fuerte, aplastando mi cara y mis pechos con la puerta y produciendo algo más de ruido del deseado. Entonces llevó su mano izquierda a mi clítoris para frotarlo con velocidad y conseguir que volviera a invadirme un nuevo orgasmo, no tan poderoso como el anterior, pero igualmente placentero. Él, ante mis gemidos, no pudo aguantar más y cuando sintió que iba a eyacular sacó su pene de mi interior, me indicó que me arrodillara ante él. Yo volví a meterme su falo en mi boca y en cuestión de segundos comenzó a lanzar todo su semen dentro de mí, sin dejar escapar más que un gota por la comisura de los labios. Él apenas se mantenía en pie apoyado en la puerta y yo sonreía traviesamente pensando en lo acontecido.
Había sido genial, todo había salido tal cual lo planeamos, nos vestimos rápidamente y antes de salir, Juan se percató de que yo aún guardaba su esperma en mi boca, por lo que me dijo sonriendo: "¿Te lo llevas de recuerdo o qué? Yo, con cara de chica mala, busqué en mi bolso, cogí el pintalabios y le puse en el espejo: "¿Quieres que me lo lleve?", a lo que respondió con un escueto "Sí"
Cruzamos la tienda despidiendo olor a sexo, con el pelo alborotado y todo sudados. Yo con mi poca ropa y la boca sellada para no dejar escapar el semen de Juan le dejé los vestidos a una dependienta y salimos de allí entre las miradas de clientas y trabajadoras. Una vez en la calle, nos entró la risa y no tuve más remedio que dejar salir mi carga entre toses y miradas de gente que no entendía lo que estaba pasando. Una vez recompuesta, pasé mi lengua por los labios y cogida de la mano de Juan, volví a casa tremendamente feliz.
Y ese era el plan. Lo cierto es que por unas cosas o por otras, finalmente no pudimos llevarlo a cabo, esta es solo la versión que salió de nuestras calenturientas mentes y que a mí me ha ayudado a masturbarme muchas veces con su recuerdo. Pero el plan está escrito y yo me prometí a mí misma tiempo después que lo llevaría a cabo, aunque no fuera con Juan, por lo que algún día espero vivirlo de verdad.