Marta (03: Un mar de placeres)
Porque el mar no solo vale para darse un baño
Escribiendo el anterior relato me vino a la mente algo que a menudo me gusta hacer cuando voy a la playa, aquellas vacaciones en Valencia no fueron una excepción y lo practiqué varios de los días que fuimos a bañarnos. Esa no fue la primera ni la última vez que lo hice, pero es una de las veces que más lo disfruté.
Como contaba en mi segundo relato, estábamos de vacaciones en Valencia tres amigas y yo, tostándonos al sol por el día y saliendo de ligue por las noches. Una de aquellas mañanas que fuimos a la playa sucedió lo siguiente:
Hacía un calor sofocante y muy húmedo ya desde muy temprano, nada más salir del hotel recibimos un golpe de asfixiante realidad veraniega que nos dejó planchadas. La verdad es que nada tenía que ver con el calor que sufríamos en Madrid en aquellas mismas fechas. Como cada mañana, nada más levantarnos, nos pusimos los bikinis, algo ligero encima y después del desayuno partimos hacia el tranvía que nos dejaba en la misma playa de la Malvarrosa. Por mi parte, yo llevaba un conjunto naranja con la parte de arriba anudada al cuello y la parte de abajo de braguita de cadera baja. Encima me había puesto solamente un pareo para tapar un poco mis partes más íntimas durante el trayecto hasta la playa y chanclas y gafas de sol completaban mi turístico look estival. Me chocaba mucho el hecho de poder ir por la calle, e incluso en el tranvía, simplemente vistiendo un bikini y poco más; no me imaginaba yendo de aquella guisa por Madrid ni viajando en el metro. Acabaría detenida por escándalo público y muy probablemente más caliente que un horno o masturbándome en algún rincón solitario. Me gustaba, eso era cierto, ir tan poco vestida sin que se considerara exhibicionismo ni nada por el estilo, porque atraía muchas más miradas de lo habitual y mi ego se ponía por las nubes. Aunque había que reconocer que estaba arrebatadora.
El tranvía era un poco molesto para todas las chicas, ya que al ir nosotras con tan poca tela y éste andar con el aire acondicionado a tope provocaba que, al final, todas fuéramos marcando nuestros pezones a través de bikinis y camisetas. De todos modos, tampoco es que nos preocupara mucho aquella situación.
Una vez en la Malvarrosa, decidimos plantar nuestro pequeño campamento de toallas en una zona relativamente aislada, aunque con la cantidad de gente que había no fue fácil encontrar ese hueco. Cerca había unos chicos jugando con una pelota y lo mismo ellos que nosotras, no perdimos detalle de nuestras respectivas anatomías al pasar a su lado. Después de acampar, nos dimos una buena dosis de crema protectora y nos tumbamos a ponernos morenas. Ninguna hacía topless, por lo que seguro que los chicos se llevaron una buena decepción. Yo estaba boca arriba, con los ojos cerrados, sintiendo como la brisa acariciaba mi cuerpo y escuchando el hipnótico sonido de las olas. Estaba en el cielo, ¡ojalá tuviéramos una playa de estas en Madrid!
Pasado un buen rato, decidí darme la vuelta, para lo que le pedí a Sara que me diera crema en la espalda. Me tumbé bocabajo y deshice el nudo del bikini para apartarlo y que no me dejara marcas, además, me bajé un poquito la braguita con el mismo propósito. Me aparté la melena a un lado y Sara comenzó a extenderme la crema. La primera impresión de frío me produjo un escalofrío, pero rápidamente fue eclipsado por el masaje que recibida de las manos de mi amiga. Qué bien que lo hacía, pasaba suavemente las yemas de los dedos por mi espalda, bajando hasta el bikini y volviendo a subir abarcando también mis costados, de manera que al llegar a mis axilas rozaba muy ligeramente mis pechos con sus dedos. Aquello me gustaba, mis tetas eran muy sensibles y al más mínimo tocamiento ya me producían placer. Terminó de darme crema en la espalda y sin previo aviso me lanzó un chorro de crema en el culete; no había tenido tiempo aún de reaccionar ante el frescor de la crema cuando sentí que me daba un cachete en la nalga derecha y me decía: "Habrá que darle crema también a este culazo, ¿no?" Me quedé sin palabras, Sara me estaba sobando el trasero a conciencia, apretando las yemas de sus dedos y acercándose peligrosamente a mi sexo. No duró mucho este masaje, pero mientras ella se iba corriendo a darse un chapuzón, yo me había quedado allí tumbada con el pulso acelerado y mi vagina empezando a humedecerse. Yo no tenía duda alguna de mi heterosexualidad, pero si Sara hubiera seguido con su masaje por las zonas más íntimas, dudo mucho que la hubiese hecho parar.
El principio de excitación que me había provocado Sara no me dejaba evadirme de todo y volver al sonido del mar, a la mente me venían pensamientos obscenos y a través de las gafas de sol no dejaba de mirar a los vecinos. Imaginaba que uno de ellos se acercaba a mí y me frotaba las nalgas como antes lo había hecho mi amiga, que me quitaba la parte de abajo del bikini y acariciaba mi sexo con la palma de su mano mientras yo separaba las piernas para darle mayor facilidad. Introducía entonces su dedo índice en mi vagina y comprobaba la humedad que él mismo me había provocado con sus caricias. Acompañaba a su índice con su dedo corazón y aceleraba el movimiento entrando y saliendo de mi cuerpo, produciendo ese sonido característico de chapoteo que tan a menudo escuchaba en mis masturbaciones más húmedas. De pronto, el chico sacaba los dedos y comenzaba a juguetear con ellos a la entrada de mi ano, extendiendo mi propio flujo a su alrededor. Volvía a posar su palma sobre mi sexo, introduciendo dos dedos de nuevo en mi vagina y empezando a hacer presión en mi ano con su pulgar. El flujo allí depositado le facilitaba la operación y rápidamente tenía dentro de mí el tercero de sus dedos. Entonces los movía a buena velocidad, haciendo presión como si quisiera unir los que hacían vibrar mi vagina con el que me producía esa extraña sensación de placer en mi ano. Así no aguantaría mucho y me correría en segundos dando gracias a aquel chico por su habilidad con las manos. Imaginaba la escena vista por mis amigas, perplejas ante la exhibición que les estábamos dando, muertas de envidia por no ser ellas las receptoras de aquellos maravillosos dedos. Yo gemía sin disimulo, atrayendo la atención de más gente, creándose un corro de curiosos alrededor nuestro que sacaba fotos y nos animaba a seguir. Sin haber pronunciado aún ni una palabra, aquel chico dejó de masturbarme para acercar su pene a mi sexo y penetrarme violentamente con sus manos en mi cintura y el público alentándole para que me lo hiciera más rápido. Y no les defraudó, comenzó a embestirme con tal velocidad que no pude contenerme y fui presa de un precioso y aplaudido orgasmo al tiempo que mi jinete descargaba su masculinidad en mi interior y nuestros espectadores nos daban su más sincera enhorabuena.
Desperté súbitamente de mis pensamientos, el chico ya no estaba ni entre mis piernas ni tampoco en su toalla, supuse que se habría metido al agua. Eso mismo decidí hacer yo también, ya que la humedad de mi sexo era más que evidente y no me vendría mal remojarlo un poco. Les comenté a las chicas mi intención de darme un baño pero ninguna quiso meterse en ese momento, así que me fui sola hacia la orilla. Al entrar al agua sentí un frío tremendo en los pies que me hizo pararme, pero rápidamente se volvió soportable y seguí mi camino aguas adentro. Un poco más a mi derecha podía ver al chico de mis ensoñaciones, nadando con unos amigos y riendo a carcajadas con ellos. Una vez que el agua me llegaba por encima de la cintura, me armé de valor y me hundí por completo en el agua, mojando incluso mi cabello. Después de la impresión inicial, ya podía nadar alegremente, me alejé hacia la izquierda un momento pero había mucha gente, así que volví hacia la derecha hasta llegar cerca de donde se encontraba "mi chico" Recordar lo que me había hecho en mis divagaciones me ponía muy caliente y no podía evitar pasarme la mano por encima del bikini sobre mi vulva. Gracias a que el agua estaba bastante sucia, nadie podía ver lo que ocurría por debajo de la superficie, por lo que seguí frotando mientras miraba al chico y rememoraba nuestro encuentro sexual. Poco después, mi mano ya tocaba directamente mi sexo, por dentro de la braguita del bikini. Yo sabía por experiencia que aquello ya no tenía vuelta atrás, así que me alejé un poco de la gente y me fui más adentro, hasta donde el agua me llegaba literalmente al cuello. Allí tenía unos metros de seguridad frente a la mayoría de los bañistas y podía tocarme sin ningún miedo.
Mientras aceleraba la masturbación, me venían a la mente las imágenes de aquel chico introduciendo sus dedos en mi cuerpo; aparté el bikini a un lado con la mano izquierda y comencé a penetrarme con el dedo índice de la derecha. Seguidamente se le unió el corazón, como en mis pensamientos, y los movía lo más rápido que la postura me permitía. Una oleada de excitación me subió desde lo más hondo de mi sexo hasta mi cerebro y comencé a perder el control de la situación. En un ataque de locura cogí la parte de abajo del bikini con ambas manos y lo deslicé hasta la altura de mis rodillas. Sin pensar en las posibles consecuencias volví a introducirme los dos dedos en la vagina y acerqué mi mano izquierda por detrás de mí hasta mi ano. No me iba a ser nada fácil meter el pulgar estando de pie, así que lo intenté con el dedo corazón. Presioné lentamente y desapareció la primera falange en mi interior, momento que aproveché para dejar de apretar y relajar un poco mi esfínter. Cuando me disponía a atacar de nuevo, una ola me hizo perder el equilibrio, por lo que tuve que desalojar todos mis orificios de manera forzosa. Con el vaivén, el bikini se me había ido casi a los pies, así que lo recogí y me lo enrollé en la muñeca a modo de coletero. La libertad de movimientos en mis piernas unida a la ausencia de ropa, a excepción del sujetador del bikini, me proporcionaban una mezcla de excitación, morbo y miedo que me mantenían en un estado de pre clímax genial. Era como si nada existiera más que yo y aquel mar, no le daba importancia al hecho de que todo el mundo pudiera darse cuenta de mi situación, no podía dejar de mover las piernas, nadar allá y acá, saltar, pero siempre con una de mis manos frotando salvajemente mi clítoris. El agua casi me cubría, así que en lugar de tocar el fondo con los pies, estaba flotando con la cabeza fuera del agua y moviendo las piernas para no hundirme. Cuanto más frenético era el movimiento de mi mano, más lo era el de mis pies y más terreno le ganaba el morbo a la vergüenza en mi cerebro. Dejé de frotar y me dispuse de nuevo a penetrarme, los dedos se colaron en mi vagina sin dificultad alguna y el índice izquierdo introdujo su primera falange en mi ano. Volvía a donde lo había dejado antes de la gran ola, al estado de placer que el intruso anal me proporcionaba. Presioné un poco más y el dedo entró hasta el nudillo en mi parte trasera. Comencé con la penetración dentro-fuera tanto en mi vagina como en mi ano y la mente se me nubló de goce, solo veía estrellas luminosas y mucha felicidad. El hecho de tener que estar moviendo las piernas lo hacía aún más placentero y me temía que aquella sensación de libertad y bienestar absolutos no fueran a durar mucho, ya que el orgasmo se intuía cerca. No quería que aquello terminara, pero por otra parte, cada vez aceleraba más mis movimientos masturbatorios. Mientras metía y sacaba los dedos índice y corazón de mi sexo, aprovechaba el pulgar para tocar el clítoris, sentía oleadas de placer provenientes tanto de mi vagina, como de mi clítoris, como de mi ano. Entonces mi fortaleza dijo basta y se derrumbó por completo ante el terrible ataque de un orgasmo fuerte, confiado y seguro de su victoria. Hundí hasta lo más profundo el dedo en mi ano, aumenté al máximo la velocidad masturbatoria de mi sexo, apreté los dientes aguantando la respiración y cerré los ojos para recibir al todopoderoso orgasmo que reventó mi cuerpo a base de sacudidas, espasmos y escalofríos de un placer tan inmenso que dejé de patalear y terminé pidiendo clemencia completamente sumergida.
Salí a la superficie necesitada de oxígeno, respirando muy hondo y con el corazón aún a mil por hora. Velozmente eché un vistazo a mi alrededor para cerciorarme de que nadie me estaba mirando y soltar un suspiro de tranquilidad y satisfacción. El chico seguía allí con sus amigos, sin darse cuenta de lo que había conseguido que yo hiciera sin ni siquiera hablarme. "Estás muy loca... y muy salida" me dije a mí misma sonriendo. Volví a colocar el bikini en su sitio y plenamente satisfecha me dirigí de nuevo hacia la toalla para seguir tostándome al sol del Mediterráneo y quién sabe si a volver a soñar con aquel chico.