Mark, Epílogo

Lo prometido es deuda, el cierre de esta historia. Una deuda de hermanos, una promesa de un encuentro que debe cumplirse un año después. Antonio y Mark, más eróticos que románticos.

Epílogo

Un cumpleaños

Era una mañana nublada y fría, tal como nos gustaba. Mamá nos había dado permiso de levantarnos tarde, ya que era sábado y día de fiesta. Mark cumplía 15 años y en poco tiempo yo tendría 17, así que todos decidimos que una sola fiesta sería perfecta.

Yo fui el primero en abrir los ojos. El edredón, en esta ocasión gris con azul marino, cubría casi por completo a mi amado Mark. Yo en cambio yacía boca arriba, desnudo, tranquilo, con mis pensamientos matutinos. La noche anterior había sido grandiosa. Poco a poco habíamos ido aprendiendo los detalles ‘técnicos’ de las relaciones sexuales, más complicado de lo que yo habría imaginado en términos físicos, pero gracias a la ayuda del médico de la familia, ahora teníamos más precauciones y lo disfrutábamos aún más. ¡Quién lo hubiera imaginado!

Mark se movía ligeramente, como movido por un sueño. Solía dormir mucho más que yo, y normalmente era Antonio el que tenía que despertarlo. Por cierto que, hablando de Antonio, desde hacía algunos meses papá le había permitido usar ropa normal dentro de la casa. Como bien nos lo dijo, ahora éramos una gran familia. Y yo lo disfrutaba enormemente.

Con las manos bajo mi cabeza, comencé a recordar. Los besos, las caricias. Los paseos que habíamos hecho y el día en que nos escapamos a Estados Unidos. Lo que vivimos en el hotel de Nueva York… y eso fue suficiente para que una tremenda erección se fuera formando en mi mientras cerraba los ojos. Y sin que me diera cuenta, una sensación repentina me hizo volver a abrirlos. Era la delicada boca de mi amado Mark, que ya se deleitaba con suavidad sobre mi rígida y a la vez delicada carne. ¡Ni siquiera noté a qué hora había despertado!

Los placeres orales, que recién probábamos, demostraron ser también una manera de disfrutarnos y de saciar nuestro deseo. Comencé a gemir y Mark aceleró sus movimientos, dando un masaje ya con la lengua, ya con los labios, subiendo y bajando de tal modo que, llegado el momento, no pude más y con un gemido intenso terminé. Había sido muy rápido pero sin duda muy placentero. Una excelente manera de comenzar el día.

—Happy birthday, M&M. –le dije, casi en un susurro, con mi muy rudimentaria pronunciación del inglés, que me estaba enseñando, mientras lo miraba y sonreía. Él, levantando la cabeza desde su posición y mirándome a los ojos, sonrío mientras se lamía los labios con su traviesa lengua.

—Gracias… y gracias por mi regalo de cumpleaños. –respondió.

—Aún no te he dado nada… –dije con verdadera sorpresa

—Mi boca dice lo contrario –sentenció. Alcé los ojos por toda respuesta mientras sonreía y él rápidamente me abrazaba. Nos besamos un poco más y mientras jugábamos a hacernos cosquillas, Antonio entró a la habitación para apurarnos. En cuanto nos vio se limitó únicamente a sonreír. Supongo estaba ya acostumbrado a este tipo de situaciones, por lo que solo nos pidió que nos diéramos prisa.

Un baño y un lío después conseguimos vestirnos a nuestro gusto, ambos con prendas muy a la moda, nuevas, compradas para la ocasión. Mark calzaba unos tenis grises flamantes, mientras que los míos eran rojos. El resto de nuestros atuendos iba a juego. En cuanto bajamos, nos encontramos con un tremendo desayuno. Las comidas eran algo a lo que todavía me costaba acostumbrarme, pero era un hecho que mi peso se había visto favorecido. Y conforme transcurrió el día, más estaba convencido de que todo tiene un propósito, incluso yo en la vida de nuestra familia. Pero faltaba algo y estaba seguro de que eso cerraría el círculo. Una promesa hecha precisamente un año antes.

Antonio siempre fue una pieza clave en nuestra historia. Él era para mi un verdadero misterio, aunque siempre se portaba amable y me trataba con el mismo cariño que a su Marco. Pero unos días antes, en que Mark estaba en clase de karate, me pidió charlar conmigo y me lo contó todo, incluso la promesa que le había hecho a su pequeño protegido, la cual él ya no podría cumplir dadas las circunstancias. Yo, que ya lo sabía en parte, le dije que lo comprendía y que no había problema. Pero la idea había estado dando vueltas en mi cabeza ¿Realmente los dos querían que pasara algo, aun después de este tiempo? La idea me parecía extraña, demasiado compleja, pero no del todo desagradable. Yo podía permitir que sucediera ese algo que hacía falta. Y todo podría ser esa misma noche.

Durante la fiesta pude apartarme un poco y atraer la atención de Rosa, una de las personas que nos ayudaban con el servicio, para pedirle que me ayudara a hacer una reunión especial para Mark y para mi, como regalo de cumpleaños. Ella se mostró incluso emocionada con la idea y de inmediato me indicó el lugar ideal: el jardín superior, un lugar grandioso que era perfecto para lo que tenía en mente. Por lo tanto, le pedí que preparara todo y le hice una breve nota en una tarjeta para que la pusiera en la mesa.

Serían casi las siete cuando se fueron despidiendo los últimos familiares. El personal de limpieza se hacía cargo de las cosas y cada uno nos fuimos a nuestras respectivas habitaciones, exhaustos pero muy contentos. Yo, claro, estaba ansioso. Mark me pidió ayuda con algunas cajas de regalos, además de las que ya estaban en la recámara. Y las siguientes horas volvimos a ser niños, divirtiéndonos con los obsequios, burlándonos de algunos y decepcionándonos de otros.

No se si Mark notaría mi nerviosismo, pero yo solo contaba cada minuto. Hasta que, a la hora acordada, Rosa entró en la habitación de acuerdo al plan.

—Joven Mark, le llama su madre.

—¿Madre? ¿A esta hora? ¿Qué es lo que quiere?

—Quiere verlo en el jardín superior –repuso ella, circunstancial. Yo solo lo miré, tratando de fingir que tampoco entendía de qué se trataba.

—Vaya… pues voy entonces. ¿Me acompañas, Jules?

—La señora pide que vaya usted solo, joven Mark. –¡Rosa era brillante! Casi me cuesta no cambiar mi postura.

—Oh, vaya… voy entonces. No tardo, bonito. –Dijo Mark, dándome un ligero beso en los labios.

Era hora de la segunda parte.

En cuanto Mark salió de la habitación rumbo al jardín superior, yo con cuidado hice lo mismo pero rumbo a la habitación de Antonio. Se sorprendió de verme, preguntándome si todo estaba bien. Le dije que no, que Mark se había caído jugando con la patineta en el jardín superior (papá le había prohibido hacerlo) y que necesitábamos su ayuda. Ni siquiera lo pensó, salió corriendo. Yo lo seguí aunque sin apurarme demasiado. En el punto crucial, cambié a la otra escalera. Llegamos al mismo tiempo pero por accesos diferentes. Mark ya estaba ahí, sentado a la mesa iluminado por la luz de las velas. Sonreía mientras sostenía la tarjeta en la mano. Yo estaba bien resguardado por los arbustos grandes y lo pude ver todo.

—¡Marco! ¿Estás bien? –dijo, exaltado, aunque lo que se encontró no era para nada una emergencia.

—Tone…

—¿Qué pasó? Julián dice que estabas… que te habías caído.

—Estoy bien, Tone. Aquí solo está esta nota. Dice “Está bien”. Y tiene una pequeña sonrisa. Es de Jules.

—Julián, sal de ahí. Esto no es gracioso. –dijo, al Aire, Antonio.

—Tiene razón, ¿sabes? –continuo mi Mark, comprendiendo todo. —Necesitamos cerrar esa puerta.

—¿De qué hablas, Em? –dijo Antonio, con duda. Aunque estoy seguro de que también lo había comprendido.

—Me hiciste una promesa, hace un año. –dijo Mark, mirando fijamente a su interlocutor a los ojos.

—Pero… todo cambió… tú estás con Julián y yo… no sería correcto…

—Recuerdo esas palabras…

Sin querer, mientras hablaban, los dos estaban ya juntos, frente a frente. El beso llegó de pronto, sin anunciarse. Mi plan había funcionado. Sentía dentro de mi una extraña satisfacción. Era una manera de dar la vuelta a la página, de inscribirnos todos en el futuro que estaba planeado. Era ternura, aunque muy en el fondo sí había un aguijonazo de celos. Pero yo mismo había propiciado esto, así que estaba bien.

Mark llevó a Antonio de la mano a uno de los mullidos sillones forrados de tela ocre. Ambos se sentaron, lado a lado, tomados de la mano. Se miraban. Buscaban descifrar lo que los años y el tiempo les habían hecho. Sin querer, Mark se acurrucó en el regazo de Antonio. Se tomaron de la mano. No hacían falta las palabras para dos seres que se conocían tan bien y tan a fondo. Los besos continuaron y dieron pie a las caricias. Primero suaves, con algo de inocencia. Luego, conforme los besos se fueron subiendo de tono, también lo hicieron las manos, que ya tocaban partes del cuerpo inéditas, soñadas, vertiginosas. En algún momento, Antonio movía su mano con firmeza en la entrepierna de Mark y éste hacía lo mismo con la de Antonio. Pronto era evidente que la ropa era un impedimento, una barrera, un límite, y las prendas se fueron desprendiendo. Antonio tenía un torso no muy marcado, pero firme y definido. Su tono de piel era como el mío, de un moreno claro, y lo cubrían finas vellosidades que, en realidad, me gustaron. Mark era tan lampiño como yo y el contraste entre ellos al momento en que quedaron sin camisetas era notorio. Se volvieron a poner de pie, pero los besos, los abrazos y las caricias continuaban. Hábiles manos desabrocharon cinturones ajenos y en un momento ambos participantes se encontraban con las mínimas prendas, dispuestos a una lucha en la que deberían salir victoriosos.

El amplio sillón volcó entonces en campo de batalla. Los besos, los abrazos y las caricias se desataron con una furia ansiosa, con una necesidad del otro que cada cuerpo apenas era suficiente para expresarlo. La ropa interior, única prenda sobreviviente del primer asalto, se hallaba ya vencida por la gravedad desperdigada en el suelo. El magreo era único, a ratos lento, a ratos acelerado. Los dos cuerpos se frotaban con pasión, de una manera en la que Mark y yo no habíamos experimentado antes, pero no porque fuera mejor o peor: simplemente era diferente, era su momento y sabían cómo irlo viviendo. Cuando sus partes más íntimas se tocaron, estando Mark por debajo de Antonio, ambos comenzaron a gemir. El suave roce les llenaba, se notaba en sus rostros, se escuchaba con una cadencia que invitaba a la lujuria. Yo, por mi parte, tenía una tremenda dureza que sin darme cuenta ya estaba atendiendo por encima del pantalón y no pude más. Al exponerme, el aire de la noche me hacía sentir un frescor único mientras mi mano subía y bajaba, pero con lentitud: quería disfrutar el momento lo más que se pudiera.

Mientras mi mano se entretenía en complacerme, los amantes se deleitaban en caricias orales dadas mutuamente. Las lenguas recorrían a voluntad como reflejo de lo que el otro proveía. La saliva cubría esos miembros, dejándolos relucientes, brillantes, de un color intenso que aparecía y desaparecía a un mismo ritmo. Mark, que conmigo siempre llevaba la guía y delantera, ahora se dejaba guiar por Antonio. De pronto, se detuvieron, y el mayor susurró algo al oído de su pequeño amor. Era lo que yo suponía, porque en un momento variaron su posición de tal forma que Mark tenía ya las piernas levantadas, mostrándose vulnerable, expuesto a voluntad suya. Antonio, con movimientos lentos se colocó frente a él, como ante un altar al cual mostraría su plena adoración. Una última mirada a los ojos antes del momento crucial; unas manos que se entrelazaban, y una promesa cumplida. Antonio empujó su cuerpo con precaución pero con firmeza, mientras Mark cerraba los ojos en una mueca que combinaba dolor y placer a un tiempo. Cuando los gemidos y resoplidos se transformaron en un grito corto y suave, yo aceleré mis propios movimientos. Le excitación era demasiada, pero también lo era el momento que ellos vivían. Cuando Antonio logró encontrar su ritmo, comenzó el vaivén y la embestida. Ambos gemían con discreción, mientras la carne disfrutaba y el espíritu se recreaba. Salida, entrada, movimientos cada vez más rápidos, mi mano en mi cuerpo, los cuerpos de los amantes, la velocidad, el placer, un suave y conocido hormigueo que recorría nuestra espalda… y en un momento, el clímax, en un mismo instante, tres orgasmos simultáneos, expresión del deseo y máximo placer que solo nosotros sabíamos cómo se sentía. El momento parecía haberse congelado. Nadie respiraba, el aire se había detenido. Era un final perfecto. Los amantes, una vez que todo volvió a cobrar vida, se besaron y abrazaron, permaneciendo así mientras miraban a las estrellas. Por mi parte, luego de eliminar mis restos con mi propia boca, supe que no podía permanecer ahí. Ya había pasado todo pero ese último instante era suyo y los dejé, enlazados, cuerpo a cuerpo, pieles al contacto, almas desnudas bajo el cobijo de la noche.

En la tranquilidad de mi habitación comencé a revivirlo todo. Mientras me desnudaba y empezaba a subir la escalera mi mente era una repetición de lo presenciado. Y aunque supuse que mis pensamientos se encontrarían más confusos, en realidad solo había paz, un cierto regocijo y calma. No supe realmente cuánto tiempo habría pasado hasta que un cuerpo frío se introdujo, también desnudo debajo del edredón y me abrazó. Me estremecí, pero el contacto era suave y delicado. Una boca se acercó a mi oído y me susurró, de manera casi inaudible un gracias, mientras me abrazaba y con las manos me tocaba en los lugares que más me gustaban. Y mientras me tocaba, pensé que quizá podríamos intentarlo nuevamente, ahora los tres. Aunque eso seguramente podría pasar solo en una ficción. Porque esto es para quien quiera creerlo, porque sucedió. En verdad que sucedió…