Mark, Capítulo 4
Cuarta y ¿última? parte. Nuestro humilde protagonista por fin comprende el misterio detrás de su secuestro voluntario, una platica al desnudo y la que podría ser la conclusión de esta historia.
Mark, Capítulo 4
El final
Primero, una pausa
Su nombre era Antonio y tenía catorce años. Y estaba en un lugar en el que nadie querría estar jamás. Su padre acababa de morir, dejándolos a él y a su madre en una situación económica terrible y precaria. Con deudas que los obligaron a venderlo todo. Al inicio los acogió una tía, hermana de su madre, que poco a poco fue mostrando su peor lado, maltratando a Antonio y aprovechándose de la mano de obra de su propia hermana. Pero no tenían opción. Al menos, decía su madre, se tenían el uno al otro. Y juntos vivieron un año infernal, soportando. Esperando una oportunidad. Y esa oportunidad llegaría, con un nombre impronunciable: Haettenschweiler.
Acababa de cumplir los 15 años cuando su madre, aprovechando la ausencia de su hermana, le compró un pastel. Era ínfimo y sabía a simple azúcar y huevo, pero para una madre y su hijo era una manera de evadir lo que les rodeaba. Y de celebrar. Porque todo estaba a punto de cambiar.
—¿Qué tal está? –preguntó su madre
—Está muy rico. ¿De dónde lo sacaste? –dijo Antonio, con la boca llena.
—Lo compré con lo que fui guardando estas semanas. Quería que tus quince años fueran especiales. Qué bueno que te haya gustado.
—¿Y mi tía no viene? Ya sabes que no le gusta que…
—No –lo interrumpió su madre. —Va a llegar más tarde. Y además, te tengo una noticia. Una buena, al fin. –se veía esperanzada, sonriente por primera vez en todo ese tiempo.
—¿Qué pasó? ¿Nos vamos? –Antonio dejó de comer. Estaba esperando ese día. Lo soñaba. La ilusión era lo único que lo mantenía con vida, soportando tantas carencias.
—Nos vamos, Toño, –dijo eufórica su madre, llamándolo por su nombre cariñoso. —Ayer hablé con una amiga que tenía mucho de no ver. Y me dice que hay una oportunidad de trabajar en una casa grande, en el fraccionamiento, con unos extranjeros. La paga es buena y además vamos a poder vivir ahí. Les dije que tenía un hijo y me dijeron que era perfecto, porque los dos podremos ayudarles.
—¿Y cuándo nos vamos?? –preguntó Antonio, terminando su pastel y poniéndose de pie.
—Ayúdame a guardar nuestras cosas. Nos vamos ahora mismo.
No había mucho que empacar y sí muchos malos recuerdos que dejar. Ni una nota. Cuando la dueña de la casa volviera, no encontraría ni rastro de ellos, pues ya estarían muy lejos. Y no solo la dejaban a ella. Dejaban San Juan, para encontrarse con su destino.
Cuando Antonio vio por primera vez las pulcras calles del fraccionamiento, no lo podía creer. Era un cuento de hadas. Las casas, todas enormes y ordenadas, los pastos verdes, los juegos infantiles. Su madre también estaba contenta y eso hacía que todo se viera grandioso. Un guardia les indicó la casa que estaban buscando. Y cuando llegaron, se dieron cuenta de que era la casa más grande de todas. Al instante el portón eléctrico se abrió, mostrando a un hombre maduro, muy guapo, de cabellos castaños, que les dio la bienvenida. Le acompañaba una mujer, igualmente hermosa, en un sencillo traje de dos piezas. Y cuando entraron a la casa, en la enorme y blanca sala había un pequeño que calladamente leía un libro en inglés de Harry Potter. Su nombre era Mark.
El señor habló primero, dándoles la bienvenida, agradeciéndoles por su valiosa ayuda. Les recordó que venían muy bien recomendados y de inmediato llamó al jefe de servicio para que les explicara en qué consistían sus tareas. La madre trabajaría asistiendo directamente a su esposa. Y para Antonio, había mucho en lo que asistir. Pero principalmente, lo que quería era que sirviera como compañía para su hijo en los días en los que estuvieran en el país. Antonio se pudo haber sentido ofendido, pues no se había imaginado como niñero, pero no dijo nada. Después de todo esto los alejaba de su antiguo pueblo, de su pasado y le daba algo que hacer. Además, iría a la escuela y tendría tres comidas al día. ¿Qué más se podía pedir?
Y mientras la madre iba con su futura patrona, el señor llevó a Antonio a la sala, donde estaba el pequeño Mark. Le habló a su hijo en inglés, aunque Antonio no entendió ni una sola palabra. Y levantando ligeramente la vista del libro, lo miró a los ojos. Y eso lo cambió todo para ambos. Una sola mirada.
Antonio y Mark crecieron como una extraña combinación de hermanos, primos y amigos. Daba igual, pues Antonio siempre estaba ahí para ayudarlo, teniendo su ropa limpia, acompañándolo a la escuela junto con el chofer, llevándolo a sus clases de fines de semana, incluso supervisando su baño. No había secretos ni barreras. Cuando Antonio regresaba por las noches de la escuela, Mark ya lo esperaba con un jugo, o con un cuento. Le encantaba leerle, ya con increíble pronunciación del español, o bien para una improvisada clase de Inglés. Juntos aprendieron valiosas lecciones, e incluso fueron regañados en conjunto por alguna travesura subida de tono. Cosas de hermanos.
Y así pasaron los años, forjándose una relación profunda, significativa, entre dos extraños que dejarían de serlo. A Mark le hacía mucha gracia que Antonio tuviera que recorrer la casa en el uniforme de servicio, pero las reglas eran las reglas. Mientras más avanzaban los años, Antonio y su madre en verdad podían decir que eran felices. Sus patrones eran muy buenos con ellos y en algún momento, así se los hizo saber la señora, ya eran prácticamente de la familia.
Sin notarlo, Antonio se había olvidado de si mismo durante todo ese tiempo. En la escuela no tenía amigos y siempre estaba preocupado por sacar buenas notas, pues así se lo había prometido a su patrón. Su mundo eran las pocas horas que podía pasar con Mark, o ayudar en la casa a los demás en sus ausencias. Nunca se había preguntado realmente cuestiones sobre su sexualidad. Quizá algún roce ocasional consigo mismo, pero nada serio. Cuando una de sus compañeras de la escuela lo convenció de tener relaciones, no sintió nada especial, salvo al momento del clímax. Estaba convencido de que eso de lo que todos hablaban no tenía ningún caso y lo dejó pasar. Y sabía también dentro de sí que algo no era igual. Que algo en los otros muchachos, y no las chicas, le llamaba la atención. Pero lo ignoró. Aunque no por mucho, pues se volvería a cuestionar todo una noche, antes de un baño… y con Mark.
El pequeño extranjero tenía ya trece años y su cuidador acababa de cumplir veinte. Desde hacía tiempo que Antonio procuraba darle al pequeño su espacio, entendiendo que a esa edad las hormonas son extrañas. Y fue por eso que le sorprendió cuando, una noche, antes del usual baño, Mark lo llamara a su cuarto. Cuando entró, estaba en su cama, cubierto con el edredón. Y le pidió que subiera. Antonio lo hizo, como cada mañana para despertarlo.
—¿Va todo bien, M&M? –uno de sus nombres cariñosos. —Es hora del baño. ¿Te sientes mal?
—No…
—Pues anda, a bañarse. Que mañana hay entrenamiento de fútbol.
Silencio.
—¿Marco? –cuestionó Antonio, levantando el edredón.
Lo que vio lo dejó impactado. Debajo del edredón estaba Mark, completamente desnudo, con las manos temblorosas en los muslos, mostrando una poderosa y firme erección, mirándolo a los ojos. Pero el momento del impacto pasó y Antonio lo tomó con mucha naturalidad.
—Vaya, veo que alguien está contento de verme. —bromeó. Pero Mark no respondió. No se reía, estaba serio, nervioso, un poco asustado. —Anda, al baño.
—Voy si tu te bañas conmigo. –sentenció el pequeño.
—¿Qué?
Pero Mark no le dio oportunidad de nada más. Levantándose y sin previo aviso, tomándolo del rostro con las manos, lo besó.
El primer impulso de Antonio fue apartarse, por supuesto. Seguramente era alguna clase de broma de las que su pequeño patrón acostumbraba. Había sido un beso más bien improvisado, con los labios cerrados, pero había algo distinto. Y no se necesitaba ser un genio para conectar los puntos.
—Marco, yo…
—No me digas… –dijo Mark con voz temblorosa. —Por favor no me lo digas. No quiero escucharlo. Ya conozco la respuesta… y está bien… solo quería que…
—Yo no he dicho nada aún… –replicó Antonio, interrumpiendo.
Mark comenzó a sollozar. Estaba completamente avergonzado. Se cubrió con el edredón. Quería que la tierra se lo tragara, estaba arrepentido. Pues no eran solamente patrón y empleado. Estaban ya mucho más allá de eso, y así se lo hizo saber Antonio.
—Mi hermoso M&M… no llores, ven… –lo abrazó. Era lo correcto, lo obvio, lo indicado. —Tú mejor que nadie sabe cuánto te quiero… ¡cuánto te amo! Son casi cinco años en los que hemos crecido juntos. Pero tienes que entender que yo te veo más como un hermanito… como mi mejor amigo. ¿No así lo dijimos la noche que acampamos? –Mark asintió; así era. —Además… no sería correcto…
Mark no dejaba de asentir. Era la verdad. Pero dolía tanto… se sentía como un hueco en el pecho. Como que todos los escenarios en los que se había imaginado con Antonio se hubiesen roto al momento.
—Yo soy tuyo, Tone. –más nombres cariñosos. —Y quiero serlo físicamente. Por favor…
—Sabes que yo por ti haría cualquier cosa, pero…
—¡¿Y entonces?! Lo necesito. Te necesito. Por lo menos para calmar mis ganas… ¡quiero saber qué se siente!
—¿Es solo por eso? –dijo Antonio. Él lo sabía. Esa palabra fue la clave. Eso era lo que había estado sintiendo y que no pudo ser satisfecho con su compañera de la escuela, que lo hacía mirar a sus compañeros en la escuela. Las ganas. La curiosidad. El deseo. Y tenía sentido. Eran amigos, no era extraño que algo como eso sucediera solo por la curiosidad. Por las ganas de saber qué se sentía. Y Mark era hermoso, algo que hasta ese momento hizo conciencia en sus ojos y en su ser.
—No solo es por eso, pero… al menos… quiero… quiero sentir… y quiero que sea contigo. –respondió Mark.
—Hagamos algo, Marco. –una chispa de ilusión se encendió en el rostro del pequeño. —Vas a tener que encontrar alguien más… –rostro de decepción– ¡espera! Alguien más para que sea el primero. Alguien de tu edad, por lo menos. Yo… creo que después de eso ya no me sentiría tan culpable.
—¿Y dónde?? Sabes que padre no me deja salir a cualquier lado. Y mis compañeros en la escuela son… bueno… imposibles.
—Ya encontraremos dónde. Y ahora, al baño, no te lo voy a decir dos veces. Y cuidado con eso, que le puedes sacar un ojo a alguien… –bromeó. El momento había pasado… pero no sería el último.
—Pero ven conmigo.
Y lo hizo, no sin antes advertirle que no pasaría nada. Y en realidad, nada sucedió. Al menos por el momento.
Mark se fue convenciendo con el paso de los días y las semanas que el impulso que lo llevó a pedirle semejante cosa a Antonio era simple calentura y que, además, no se había ido del todo. Sin embargo, su inteligencia también le permitió ver que tenía razón. Se había fijado en él por ser su única compañía, por sus atenciones y todo ello. Pero el plan estaba sentado. Buscaría a alguien para perder su virginidad, y entonces Antonio no podría negarse. Aun no sabía cómo ejecutarlo, pero algo se le ocurriría. Y así fue.
La víspera de su cumpleaños número catorce fue un día nublado y muy agradable. Y envalentonado por los cambios y el momento, Mark se atrevió a pedir permiso de salir. Sin escolta, sin Antonio, sin nadie. Quería despejarse un poco antes de la celebración que seguro ocurriría al día siguiente. Y como si no hubiera mayor problema, su padre se lo permitió. Con ayuda de Antonio se vistió con ropa distinta a la que usaba normalmente, algo más sencillo y sin llamar la atención, incluyendo una gorra que le ocultaba su clara mirada. El destino: el centro comercial. Y sin saber realmente qué era lo que buscaba, se aventuró.
El enorme centro comercial era suyo, casi literalmente, pues su padre era socio y tenía negocios ahí. ¡Qué distinto era ir sin su madre! Tiendas de ropa a interminables sesiones de prueba para cosas que luego terminaba sin usar. Pero esta vez no. Y no será de extrañar para nadie, dadas las circunstancias en este momento, saber dónde iría el pequeño Mark y lo que ahí ocurriría. Pero eso él no lo sabía. O al menos, no por el momento. No todavía.
En el medio de las enormes tiendas del segundo piso, estaba uno de los negocios de su padre. No le gustaba mucho ir porque los empleados lo reconocían y le hacían toda clase de caravanas. Claro, el heredero, el hijo del señor. Pero esta vez podía ser diferente. Llevaba un disfraz y estaba dispuesto a probarlo.
Su recorrido en la tienda de discos fue corto, pues se dirigió enseguida a la sección de clásicos. Le encantaba la música de otras épocas. Tomó algunas cajas de los estantes, y entonces, al levantar la vista, lo encontró. Y lo miró. Exactamente eso que no estaba buscando pero que hizo que todo cobrara sentido de golpe. Era un muchacho de piel trigueña, delgado, de cabello negro, manos y pies grandes, un poco más alto que él; de más edad, claro… pero tenía algo indescriptible e inexplicable. Comprendió entonces lo que Antonio había querido decir. Seguro había alguien más allá afuera, pero tenía que encontrarlo. Y ya lo había hecho.
Fin de la pausa.
Perdí la noción del tiempo. Aunque afuera aun no oscurecía, no tenía idea de cuánto había pasado. Los hermosos ojos de Mark y la curiosa posición en la que estaba cuando me despertó me hicieron darme cuenta de que lo más extraño aun no había pasado.
—¿Cómo te sientes, bonito? –me dijo, ya en español.
—Bien… un poco adormilado… aún no puedo creer lo que pasó.
—¿Por qué? Yo creo que fue grandioso. Tal como lo imaginaba… bueno, no… mucho mejor.
—¿Quién eres, Mark?
La pregunta lo tomó nuevamente por sorpresa. Pero yo ya no podía más. Si mis pocas lágrimas de antes eran de felicidad, un nuevo sentimiento se apoderó de mi. Era el miedo. Lo increíble del momento se veía eclipsado por la sensación de irrealidad. Este no era yo, ni el lugar mi lugar.
—Yo… yo te amo, Julian…
—¡Ya te dije que ese no es mi nombre! –levanté la voz.
—¿Acaso importa? Lo que acabamos de pasar…
—¡Ya! Por favor. Ahora tengo miedo… y esto… me rebasa, Mark… si es que ese es tu nombre.
—Pero es que eso es lo más importante. Yo me enamoré de ti ya hace tiempo… era natural que esto sucediera, porque…
—¿Hace mucho?
Mark había cometido un error. Le tembló el labio. Se llevó la mano a la boca. Miro hacia arriba. Y se dejó caer, sobre sus piernas. Ahora era él quien lloraba. Y yo no sabía que hacer. Así que sin más, lo abracé. Pero esta vez era distinto. Ya la pasión nos había abandonado. Ahora nos hacíamos falta de otra manera. Él tenía que hablar pero no podía. Se había construido una serie de espejismos que lo estaban rebasando. Su plan no había contemplado mi reacción o así me lo parecía. Para animarlo, hablé. Solo me quedaban palabras.
—Yo… yo también me estoy enamorando, Mark. No se cómo, ni por qué. Pero te entiendo. Solo quiero que me expliques. ¿No soy una casualidad? ¡Yo solo iba pasando por tu calle!
—No, Julián…. –dijo, calmándose. —Todo esto… no es ninguna casualidad. Eh… empezó como una idea simple… luego como una obsesión… y eso nos trajo aquí.
—¿Pero entonces…?
—Yo ya te había visto, Julián. Varias veces.
—¡¿Dónde?! Tu vives aquí en tu mansión y yo…
—Sé donde vives. Conozco todo de tu familia y de ti.
—¡¿Pero cómo?!
—Todo empezó con Antonio…
—¡Antonio…!
—Sí… él es mucho más que servidumbre aquí. Como te dije, me conoce muy bien. Pero fue hace un año que, bueno…
—Pero no entiendo… ¿Antonio…?
—Hace un año… le pedí a Antonio hacerlo conmigo, pues yo sentía algo por él… y él lo sabía. Pero se negó, diciéndome que me veía más como un hermano… como un amigo. Y además, yo era virgen aun… y entonces se negó a ser el primero. Pero me prometió que si alguien más lo hacía al menos una vez, él cedería a mis peticiones. Y entonces… te encontré. Eras el muchacho más atractivo que hubiese visto. Tu piel, tus manos, tu cuerpo. Me gustaste mucho. Pero nunca me atreví a acercarme. Y una vez… fui al centro comercial… y a tu trabajo, pero te observaba de lejos. Yo sabía que si me aproximaba a ti directamente, las cosas no podrían salir como quería. Además, no sabía con certeza que fueras como yo…
—Antonio… te gusta…
—¡Eso ya pasó! Fue solo una obsesión momentánea. Tú lo cambiaste todo. Tú eres como yo…
—¿¿Pero cómo lo sabes?! –lo interrumpí.
—Yo… cometí un error. Y por eso te cuento todo esto. Quiero que me perdones…
—¿Por qué? ¿Qué hiciste? –yo estaba fuera de mi. Empezaba a entender todo.
—Te mandé seguir. Le pedí a Antonio que te siguiera. Que te vigilara. Que me dijeran dónde vivías, qué hacías. Todo…
No supe qué decir. Me sentí vulnerable, sin protección, asustado.
—¿Por qué hiciste eso? ¿Y mi familia? –comencé a levantar la voz mientras me ponía de pie.
—Por favor, no te molestes –se levantó también él, tratando de calmarme. —Reconozco mi error y te ofrezco disculpas. Pero cuando Antonio me dijo lo que hacías en tu casa, las largas caminatas, la música… sabía que eras como yo. Que podíamos estar juntos y que yo podía ayudarte. Porque… porque la tienda de discos es de mi padre. Y tu mamá… bueno, una de las personas con las que trabaja… es mi tía.
Me puse de pie. Eran demasiadas casualidades. Estaba enojado, frustrado, pero me odiaba a mi mismo porque por dentro seguía sintiendo ese algo por Mark. Quería estar con él y enamorarme. Mis sentimientos no tenían orden ni control. Me dolía todo. Mark continuo explicándose.
—…eras empleado de mi padre y así fue más fácil dar contigo. Yo fui quien habló con el gerente para que te diera estos días de descanso. Lo único que faltaba era cómo hacer que vinieras al fraccionamiento. Pero yo sabía que lo harías porque siempre lo haces. Aun así tenía un plan, pero… las cosas no se estaban dando. Antonio no daba contigo y ya era el día en que mis padres regresaban del viaje. Porque, lo que hice… fue decirles de ti como si existieras. Con ellos no tengo secretos, saben desde hace mucho que me gustan los chicos y no las chicas. Les dije que vivías en el antiguo pueblo de Antonio y ellos mismos me pidieron verte. Y cuando había perdido la esperanza, me di cuenta estabas afuera de la casa. Eso me hizo darme cuenta que todo era perfecto. Tú… y yo. Juntos.
—Estás loco… –fue lo único que le pude decir. Estaba llorando. Por segunda vez en este día.
—Por favor no llores –se acercó y me abrazó. También comenzó a quebrársele la voz. —Yo me enamoré de ti desde que te vi por primera vez. Y todo lo que acaba de pasar me demuestra que tú también me quieres… –asentí con la cabeza. Era verdad. —Dame la oportunidad de ayudarte. De ayudar a tu familia. Tu papá no tiene por qué seguir trabajando en la fábrica, ni tu mamá ayudando a mi tía. Si tus padres me aceptan… podemos estar juntos a partir de ahora. Y todos salimos ganando.
Demasiado bueno para ser verdad. Yo seguía llorando pero no sabía si de miedo o de alegría. Mi madre podría dejar su pesado trabajo y mi papá tener más oportunidades. Y yo estar con alguien como lo había soñado.
—Mark…
—¿Si?
—¿Me prometes que me vas a cuidar?
—Por supuesto… yo te amo, y lo sabes bien.
No lo pensé más. Ya era muy noche y seguramente mis padres estarían por llegar a la casa. Vaya tarde la que habíamos vivido. Lo único que hice fue abrazarlo, y sellar nuestro pacto con un beso. Lo demás ya vendría después. Estaba enamorándome y nada podría salir mal. Ahora era Julian Haettenschweiler. Y eso estaba bien.
FIN
Nota del autor: Agradezco en demasía los comentarios y críticas en éste, mi inusitado regreso 7 años después. Esta historia, que prometía ser corta, se extendió más de lo que yo esperaba pero es exactamente como la visualicé hace mucho tiempo, cuando un portón se abrió y un muchacho muy guapo me pidió ayuda (aunque nada como lo que hemos leído, es evidente). Si a alguno le parece que esta cuarta parte no da un cierre como tal, es porque espero poderles compartir pronto algo más, pues Mark y Antonio tienen algo pendiente. Gracias totales. Paz.
—Jacob.