Mark, Capítulo 3

Tercera parte. Un muchacho de origen humilde termina en compañía de otro que lo tiene todo, menos un amor con el cual compartirlo. Lo que había de ocurrir, ocurre tras un baño, rumbo al tremendo final.

Mark, Capítulo 3

Un baño

Mi recuerdo es estar recostado, boca arriba, cubierto con un lujoso edredón. No tenía ropa, por supuesto. Uno de mis brazos yacía sobre mi abdomen. El otro, al aire, por la orilla de la cama. (¿Qué acababa de pasar?) Me sentía relajado. El techo, una superficie lisa y muy blanca no me decía nada. A mi lado, las almohadas estaban desperdigadas. Y de manera automática, una de mis manos se dirigió a mi entrepierna. Estaba húmeda y cubierta ligeramente de algo oleoso. (¡¿Qué acababa de pasar?!). Mis ojos seguían muy cerrados. No tenía conciencia de ninguna otra cosa que no fuera mi cuerpo desnudo y el contacto con las frescas y suaves sábanas. Pero claro, una voz me devolvió a la realidad. Más inglés, del cual no entendí nada.

—Te quedaste dormido… –fue lo que la voz quiso decir.

Mark me miraba, en cuclillas, al mi lado. Seguía desnudo. Y seguía hermoso. Y sólo entonces, retrocediendo varios pasos, empecé a recordar. ¿Cuánto tiempo había pasado? No tenía idea. Ah, sí… el baño. Una mano llevándome, como lo había hecho hasta entonces. Todo era enorme y nuevo…

El interior del baño parecía haber salido también de alguna costosa revista. El piso y las paredes estaban cubiertas de mosaicos gris claro, suaves y algo fríos, pero la sensación en mis pies era muy agradable. Me gustaba caminar descalzo, pero esto era nuevo para mi. No para Mark, por supuesto, que una vez me soltó, ya se deleitaba abriendo las llaves de una complicada tina blanca de buen tamaño. Los vapores del agua caliente empezaron a llenar la habitación. Yo tenía las manos en los brazos, como tratando de protegerme de un frío inexistente. Era más bien el nerviosismo lo que me hacía tener este gesto, que para el observador de mi acompañante no pasó desapercibido.

—¿Tienes frío? –me preguntó. Levanté ligeramente los hombros por toda respuesta, mientras lo miraba a esos profundos ojos. —No pasa nada –me dijo. Y levantándose, me abrazó.

En mi vida estoy seguro de haber dado muchos abrazos, pero solo a mi familia. No me gustaban mucho y siempre era por compromiso. Pero por primera vez fui consciente de lo mucho que podía valer un abrazo, sobre todo uno como este, cargado de deseo, que buscaba confortarme. El roce de pieles que se saben necesitadas, que se encontraron sin saber que se buscaban, de dos extraños que dejaron de serlo sin haberlo notado. Mark me abrazó, pero yo seguía sin moverme, sin salir de mi estupor. Y como en cada ocasión anterior, él guió todos nuestros movimientos. Al parecer, yo también sabía lo que seguía en la coreografía sin ensayo, donde el instinto se fusionaba con la improvisación. Le devolví el abrazo. Mi cuerpo, lo sabía (lo sentía) estaba frío. El suyo sorprendentemente cálido. Y al momento en que mis manos acariciaron su espalda, mi barbilla en su hombro, nuestras partes más íntimas presionándose, sentí su dureza. Era tal como lo soñaba, pues cada roce era un deleite mutuo, un placer complejo que nada tenía que ver con mis aventuras en solitario confinado en mi casa. Pronto nuestras manos encontraron mejores destinos, incluyendo sus deliciosa zona trasera, redonda y firme. Y no faltó mucho para que llegara el lugar inevitable. El tabú de los que no se conocen: nuestras bocas, que solo se habían rozado cerradas y sin otro compromiso, se volvieron a encontrar. Y se abrieron, como una flor en primavera. Yo jamás había besado a nadie antes. Mark parecía un experto por completo. Y entonces la experiencia fue completa. Fue total. Yo estaba en el paraíso.

Mark me abrazó con más fuerza. Prácticamente me estrujó entre sus brazos. Y en medio de nosotros, de la delicada punta de cada uno de nuestros miembros, salían ya transparentes gotas de delicado líquido. Comencé a acelerarme, pero Mark volvió a hablar. Sabía lo que hacía, en cada paso.

—Con calma… hay… hay tiempo para todo. –musitó, con la respiración ya entrecortada. Él mismo redujo la velocidad de nuestros movimientos, hasta volver a las caricias, evitando un final que hubiera sido en exceso precipitado.

Procedimos entonces al baño. La tina rebosaba de un humeante y burbujeante líquido, que olía increíblemente fresco, masculino y delicioso; el gel que quería que probara. Mark me pidió que sintiera la temperatura. La percibí muy caliente y de inmediato salté. Casi caigo, pero Mark me detuvo. Abrió una de las llaves y entonces me pidió que sintiera de nuevo. Estaba más fresca y dado que yo estaba acostumbrado a bañarme con agua generalmente fría, me agradó. La tina solamente estaba llena a poco menos de tres cuartos, pero en cuanto nos metimos nos cubrió a la altura del pecho. Yo me fui sumergiendo de a poco, disfrutando del momento. Mark hizo lo mismo y en un momento estábamos lado a lado, desnudos, aún con nuestras erecciones a medias, sumergidos en el agua fresca, con la respiración agitada y mi hermoso anfitrión disfrutándose y disfrutándome enormemente. Cada ves sonreía más. Y sin que me diera cuenta, de alguna parte empezaron a salir burbujas en un movimiento que sentí violento. Me asusté terriblemente… y di un agudo y vergonzoso grito mientras encogía los brazos y saltaba. Enseguida cerré los ojos y agaché la cabeza. Vaya novio que estaba siendo. Pero de inmediato, mi héroe al rescate.

—No pasa nada, bonito, son las burbujas del hidromasaje… si no te gustan las puedo apagar.

Bonito… me tenía por completo y lo sabía. Y además, no había burla ni reproche. Simple y llana comprensión. Una vez que pude calmarme y nos volvimos a sentar, comencé a ver el por qué había encendido el complejo mecanismo. La sensación en el cuerpo desnudo de las burbujas era maravillosa, suave pero estimulante, y me deje llevar, cerrando los ojos. Mi erección volvió enseguida y de pronto, sentí una mano en mi mano. Abrí ligeramente los ojos y Mark estaba en la misma posición que yo. Así que, tomados de la mano, ambos cerramos los ojos y nos entregamos al momento.

Pasaron varios minutos y de pronto escuché pasos en el exterior de la habitación. Me asusté, abrí los ojos y miré fijamente a la puerta, apretando la mano de Mark. —¡Alguien viene! –le expresé. Él con calma, sin abrir los ojos, simplemente me dijo que no pasaba nada. Por instinto cubrí mis partes con la otra mano, mientras Mark solamente sonreía y se volvía a relajar. La puerta se abrió y yo entré en pánico. Era Antonio, que entró en la habitación de la manera más natural posible. Llevaba una bandeja con dos bebidas color verde, llenas de hielo y adornadas con un popote y un trozo de manzana del mismo color. Yo no salía de mi asombro ni dejaba de cubrirme. Antonio dejó todo en una mesa accesible a nosotros.

—¿Va a necesitar algo más? – dijo en español, supongo para que yo también entendiera. —En un momento le traigo su toalla. –y no dejaba de mirarme con esa extraña sonrisa, pero mostrándose amable y no dándole importancia al hecho de que estábamos desnudos. Aunque podría jurar que sí dirigió una furtiva mirada al lugar donde mi mano me cubría lo más que podía. Yo no sabía cómo reaccionar.

Mark le respondió que no y Antonio se retiró asintiendo, sin decir una palabra. Sin salir de mi asombro y sin descubrirme, me quedé mirando fijamente a Mark. ¿Qué fue eso?

—¿A él no… no le importa que estemos aquí… así? –le pregunté con voz temblorosa.

—Pues no, no tendría por qué. Trabaja con nosotros desde hace mucho y me cuida desde hace años. Además, no estamos haciendo nada malo. ¿Quieres soda italiana?

Una vez más, la naturalidad ante todo. Con cuidado me descubrí y asentí con la cabeza. No había notado que durante todo este suceso, nuestras manos seguían juntas firmemente. Mark me soltó con un apretón de manos y se levantó ligeramente para tomar las bebidas. Sin más se volvió a sentar a mi lado y me ofreció una. ¡Cuántas cosas me hacía falta ir viviendo en este extraño día!

Tomé la bebida. El vaso estaba húmedo y frío y con cuidado le di un sorbo al popote verde. Estaba helada, con un sabor entre dulce y ácido, burbujeante. Era como un refresco pero con un sabor más… natural, no encuentro otra palabra para describirla. En el momento en el que estábamos me pareció increíblemente refrescante. Me ayudó a relajarme, así que le di un par de sorbos más y volví a sentarme. Mark hizo lo mismo, volvió a colocar las bebidas en la bandeja y nos tomamos nuevamente de la mano bajo el agua. Mi respiración se tranquilizó y para cuando Antonio entró por segunda vez, con la toalla y sandalias, traté de no darle importancia y de no cubrirme nada. Si quería verme, que lo hiciera. Era guapo, además. Y efectivamente, me miró y esta vez no disimuló la sonrisa. Yo se la devolví, nervioso, e ignoro si Mark lo notó.

Permanecimos así un rato más. Yo casi me quedo dormido. De pronto las burbujas dejaron de producirse y abrí los ojos. Mark estaba de pie, con el agua cubriéndole por debajo de las rodillas. No podía dejar de admirar su hermosura, su cuerpo, sus delicados genitales. En las manos tenía ya la toalla, blanca e impecable. Me ofrecía su mano para levantarme y la tomé. Salimos de la tina y calzamos las sandalias, que eran hermosas y se veían muy costosas. Estábamos de nuevo frente a frente, con nuestro sexo en reposo. Y tomando la toalla, enorme y suave, nos envolvió a los dos. Un nuevo abrazo con la calidez de nuestra humedad me hizo rendirme. Sin saber cómo ni por qué en particular, lloré por primera vez en este día. Solo entonces vi cambiar el sereno rostro de Mark para mostrarme su preocupación y su empatía.

—¿Qué tienes, bonito? No… no llores, ¿estás bien? ¿te pasa algo? Si quieres yo…

No sabía por qué y no se trataba de dar explicaciones. Traté de calmarme pero no podía. Mi respiración eran sollozos. Nunca había sentido tal cúmulo de sentimientos. Todo era tan perfecto, una alegría indescriptible que jamás había sentido antes. Y sé que Mark lo entendía, porque no dijo nada. Me volvió a besar fugazmente y me abrazó, indicándome que saliéramos del baño. Asentí y seguí tratando de calmarme mientras caminábamos de vuelta a la otra habitación. En cada paso podía sentir cómo me confortaba al tiempo que trataba de secarme. Mojamos los grises mosaicos y en un momento estábamos sentados. Pasó su brazo sobre mis hombros y la toalla resbaló, quedándose en el asiento. Yo intentaba seguir respirando, protegido por Mark, todo lo demás en absoluto en silencio.

—Julian…

—¿Por qué estoy aquí? ¿De qué se trata todo esto? Yo… no entiendo… no entiendo nada. Perdóname, pero… tengo miedo…

Mark no sabía qué decir. Por primera vez lo vi dudar. Agachó la mirada y pude sentir que algo se había salido del plan. Que mis preguntas podrían tener una respuesta que a los dos no nos gustaría. La porción de magia que el hilo de los acontecimientos había ido tejiendo se podría haber roto. Pero Mark era más astuto de lo que yo habría podido prever. Porque en un momento volvió a levantar la vista, me miró a los ojos y me volvió a hablar.

—Dime que no te gusta. Mírame a los ojos y dime que estás incómodo, que este lugar es desagradable y que yo… bueno, que yo no te gusto. Dime que no y detenemos todo. Te puedes ir… y no volverme a ver. Te doy mi palabra, en verdad…

Me desarmó. Era claro que mis sentimientos se veían en mis ojos. Dudaba, claro, pero eso no implicaba que no estuviera pasando el mejor momento de mi vida. Todo en aquel palacio era maravilloso, como en un singular cuento de hadas donde el príncipe había rescatado a un plebeyo como yo. Solo que quería saber. Y es que, más que miedo, era una sensación de culpa. Yo no merecía nada de esto. No pertenecía ahí. Y así se lo hice saber a mi hermoso interlocutor.

—Mark… –le dije, ya más tranquilo. —Yo no soy nadie… no merezco todo esto. Es maravilloso y claro que me gusta, pero…

—No se diga más entonces, por favor. Regálame este momento. Ya habrá tiempo para las respuestas. Conservémoslo como es: perfecto. Como tú, bonito.

Volví a sonrojarme, una sensación curiosa y no del todo desagradable. Mark se levantó y con su ya natural desnudez se dirigió a uno de los estantes. Tomó dos toallas azul oscuro y regresó a mi lado, ofreciéndome una; entendí que era para cubrirnos en nuestro camino de salida. Nuestra ropa ya no estaba, Antonio debió llevársela. Y ya mucho más secos, tomados de la mano, nos dirigimos a una puerta que no había notado en mi primera inspección de la habitación.

La casa estaba construida de tal modo que el baño estaba conectado al pasillo donde entré por primera vez a la habitación de Mark. Tanta perfección me hizo dudar de mi realidad, pero tal como se lo prometí, no dije nada. Con las toallas sostenidas de nuestra cintura salimos al pasillo, tomados de la mano y entramos de nuevo en su habitación. En una segunda inspección, el lugar no se me hizo tan enorme como la primera vez, pero no perdía su impacto. En cuanto entramos y la puerta se cerró, Mark se deshizo de su toalla. Yo lo imité. Aún no había erección, pero el conocido cosquilleo empezaba a sentirse en el medio de mis piernas. Iba a suceder, eso lo sabía, pero todo lo que alguna vez supe del sexo no tenía significado ya. Era muy distinto vivirlo.

Mark trepó por la escalinata de madera hacia el tapanco donde estaba su enorme y cómoda cama. Y desde ese segundo nivel, me sonrío y me llamó.

—¿No vienes?

Y así lo hice. Trepé con cuidado. Se me hacía extrañísimo que la cama estuviera prácticamente en el suelo, sobre las oscuras maderas que lo cubrían. Mark sin embargo ya estaba acostado boca abajo, jugueteando con su costoso teléfono celular. Como si no estuviera pasando nada extraordinario. Yo moría de los nervios y la curiosidad. El momento era tal que mi corazón comenzó a latir sin control. Empecé a respirar más rápidamente. Admiré esa divina espalda rematada con un delicioso y redondo trasero, sostenida por aquellas firmes piernas, esos pies juguetones… y no pude más. En un momento de euforia, me dejé caer sobre él. No sabía realmente lo que estaba haciendo, pero no importaba. Se sentía tan bien, estando ahí, juntos. Mark volteó con ligereza y me miró.

—Vamos a jugar… ¿te parece?

—Sí… –dije en un suspiro. No había más palabras.

Mark me empujó de tal modo que caí de espaldas a su lado y en un momento él ya estaba sobre mi. Nuestras erecciones volvían a rozarse, suavemente. En efecto, estábamos jugando. Y me encantaba.

—Eres hermoso, ¿sabes? –me dijo, pero no en serio, lo hizo a punto de reír, con la respiración comenzando a agitarse.

—Y tú eres feísimo –le dije, en la misma línea.

—Yo lo sé. Por eso te tengo conmigo, para compensar por mi horrible fealdad –me siguió el juego mientras pegaba su perfecto cuerpo al mío. —Además, dicen que la belleza se puede compartir… ¿me compartiría de la suya, caballero?

—Lo que usted quiera –respondí. —Soy suyo enteramente… –no se de dónde me salió eso. Debí haberlo escuchado en la televisión.

—No, Julian, yo soy tuyo. –y me tomó entre sus brazos girándonos de tal manera que ahora yo estaba encima de él. Tambaleé un poco, pero no dejé de mirarlo. Nuestras caderas, mientras tanto, empezaron a cobrar vida propia. El roce era delicioso, continuando lo que habíamos empezado antes del baño. Pero Mark estaba decidido a que las cosas fueran de otra manera.

—Espera…

De pronto, en un movimiento que no pude ni advertir, tenía ya algunos dedos cubiertos con una sustancia transparente. Sabía lo que era, pero no lo había visto nunca. Y en un segundo movimiento, ya tenía su mano en mi cuerpo. La sensación era más bien fresca, me tomó por sorpresa, pero no fue para nada desagradable. De hecho, me hizo exhalar ruidosamente, como una especie de quejido. Pero Mark sabía lo que hacía. Comenzó con lentitud a levantar sus piernas, haciendo que me despegara un poco de él, pero colocándome en posición. Su mano ya estaba en él mismo, también preparándose. Sabía lo que tenía que hacer, pero al principio era un poco incómodo. Y habló por última vez antes de empezar.

—Con cuidado…

Mi cuerpo rápidamente encontró su lugar y posición. No podré jamás olvidar el rostro de Mark, una mueca entre el dolor y el placer, mientras torpe y suavemente entraba en él. Colocó una de sus manos en mi abdomen, para detenerme o dejarme seguir según iba acostumbrándose. Y entonces, por primera vez, sentí que no había ninguna otra cosa. Que las diferencias eran absurdas. Cuando por fin estuve dentro por completo nos volvimos a mirar a los ojos. Una lágrima corrió por su mejilla. Un sueño, cuando se hace realidad, a veces nos puede impactar mucho más de como lo imaginábamos. Yo esperaba que todo sucediera rápido, pero con la guía de mi amante lo disfrutamos suave, poco a poco. Cuando al fin llegó mi clímax no pude decirle nada. Quería gritar, pero solo se escuchaban nuestros jadeos. Y claro, nos besamos, con desesperación, con mucha fuerza. Su mano estaba también tocándose pero él tampoco dijo nada cuando llegó su momento. Disminuimos la velocidad, los jadeos, pero aumentamos el abrazo. Yo permanecí sin moverme mientras nuestros cuerpos se iban separando por sí solos. En un momento ya estaba a su lado. Y un nuevo abrazo, uno distinto, tomó lugar. El sueño nos venció, por supuesto. Yo no supe más de mi, pero no hacía falta.

Había sido perfecto. Y aún faltaba una sorpresa más.