Mark, Capítulo 2

Segunda parte de cuatro. Un muchacho de origen humilde termina en compañía de otro que lo tiene todo, menos un amor con el cual compartirlo. Ahora, un baño y más sentimientos encontrados.

Mark, Capítulo 2

Un encuentro parental

El señor y la señora Haettenschweiler eran exactamente como se los podrían imaginar. Ella, increíblemente atractiva, de estatura media, delgada, de unos penetrantes ojos entre el verde y el azul. De cabello corto en un peinado de moda, venía vestida con un uniforme deportivo, seguramente de tenis, camiseta polo y pantalones cortos, todo en un impecable blanco. Imposible determinar su edad, pero también lo era no rendirse ante su belleza. Su padre, un hombre de piel blanca, corpulento pero atlético, era una versión adulta de Mark, con los mismos ojos y el mismo cabello, solo que ligeramente más oscuro. Él vestía ropa de viaje, pantalón de vestir, camisa y abrigo, y venía precedido también por sus maletas, negras y simples. Ambos hacían una pareja perfecta, se sentía que estuvieran hechos el uno para el otro. Yo debo haberlos visto excesivamente sorprendido, porque lo primero que escuché fue a la señora, Mirka.

—Parece que viste un fantasma. Tú deber ser Julián. –me dijo, evidentemente dirigiéndose a mi, con mi nombre falso en español. A ella sí se le notaba un acento, probablemente europeo, pero no podía saberlo. Era casi tan del mundo como su hijo.

—Yo… eh… lo siento… buenas… buenastardes. –dije, lo más educadamente posible. Sentí que había sonado horrible. Mark, por supuesto salió al rescate, tratando de evitar una catástrofe.

—Fue un viaje, pesado, Madre, como seguramente lo fue para Padre. ¿Cierto?

El señor, Matthew, estaba distraído, dando instrucciones a una muchacha, también joven y de servicio, supongo al respecto de las maletas. Todo parecía demasiado ensayado. Yo estaba muerto de miedo pues ya había olvidado cómo es que terminé ahí, así. Estaba viviendo el preciso momento en el que yo parecía ser el centro de atención. La respuesta del señor, que escuché a medias, me devolvió a la realidad.

—...porque la atención es pésima, pero de nada sirve quejarse. ¿Verdad, Julian? –él dijo mi nombre en inglés. Mismo ligero acento sin procedencia identificable—Tú acabas de llegar también y sabrás más de eso que yo. ¿Desde dónde vienes?

Abrí los ojos como enormes platos, pero no había olvidado el diálogo absurdo que Mark escribió para mi.

—Sí, señor… sí, llegue de San Juan a las 3. –lo dije otra vez demasiado rápido, estaba seguro.

—Es lo que digo. ¿Viajaste en la línea de lujo? Bueno, es una manera de decirle, porque de lujo no creo que tenga nada. –y se rió de su propio chiste.

Estaba a punto de inventar alguna respuesta y al mismo tiempo Mark de intervenir, cuando el mismo muchacho guapo (que después supe era el mayordomo personal de Mark, de nombre Antonio y con 21 años) nos interrumpió para llamarnos a la mesa. Antonio era realmente guapo, de piel morena clara, cabello rizado, pies y manos grandes y firmes. En el uniforme de servicio de color rojo quemado se veía particularmente atractivo. Se dirigió a los señores en inglés, por supuesto, pero esta vez en verdad no entendí nada. Sin embargo, todos estuvieron de acuerdo y nos dirigimos hacia otra de las habitaciones.

El comedor era una suntuosa y moderna habitación del mismo estilo del resto de la casa. Una excesiva combinación del mismo vidrio verdoso y piedras pulidas nos recibió. El predominante color blanco hacía que la habitación se viera mucho más grande de lo que era (que ya era decir bastante). En la mesa, nos esperaban cuatro servicios en una loza transparente y cuadrada que se me hizo extrañísima, ya que en mi casa regularmente comíamos en coloridos platos de plástico. Aunque parezca extraño, era evidente en donde debía sentarse cada quien y así lo hicimos. Yo estaba al lado de Mark, que en voz casi imperceptible me susurró algo que entendí como “haz lo que yo haga”.

La comida fue todo un acontecimiento y, según me dijo el propio Mark, lo hice muy bien. Sus padres estaban entretenidos comentando cosas entre ellos en un rápido inglés, mientras que Mark y yo comíamos en silencio, al tiempo que iba tratando de copiar lo mejor que podía los movimientos para tomar los cubiertos y comer.

Nunca había probado nada como aquello ni en tales cantidades. Al parecer era el día de “comer informal” (¡no quiero imaginar cómo eran los días de gala!). Lo primero que nos sirvieron fue pequeños trozos de pan tostado, versiones en miniatura de las que alguna vez comimos en mi casa, pero con trozos de queso y frutas. Increíblemente sabroso. Luego, “comida de conejo” como solía decir mi abuelo, una combinación de hojas de un verde oscuro (después supe que eran espinacas), más queso (¡cómo les gustaba el queso en esa casa!), nueces, almendras y uvas. Jamás había probado algo tan fresco y agradable, aunque este queso tenía un sabor muy fuerte. Luego, más comida, una extraña pasta con forma de tornillos y trozos de verdura, seguida de pechugas de pollo con un relleno cremoso y agridulce (¡yo no podía más!). Y entonces, cuando empecé a compartir miradas con Mark para darle a entender que era un exceso que yo jamás había vivido, la señora habló nuevamente.

—Bueno, al parecer alguien ya no tiene apetito. ¿No te gusta la comida, Julian?

Silencio. Escalofrío. Improvisación.

—Todo está m… muy rico, señora, pero… pero ya… estoy muy lleno… —tartamudeé, lo podría jurar.

—Lo que pasa es que Julián está a dieta, por su entrenamiento –dijo muy casualmente Mark, sin mirarme.

—¡Oh! Claro. ¿Cómo va eso, Julian? –terció el señor, muy interesado.

—Eh… bien… eh… me… me gusta mucho. –¿estaba sudando? No lo recuerdo.

—A tu edad yo también jugaba fútbol. Aunque me parece extraño que la cantidad de comida tenga que ver con el entrenamiento; yo pensé que comerías más por ello… pero qué se yo de esas cosas.

Solo pude sonreír nerviosamente. Mientras decíamos esto llegaron los postres, una tarta rellena de chocolate blanco y frutos morados flotando en ella. Se veía muy rico pero yo ya sentía nauseas. Creo que nunca había comido tanto en toda mi vida. Sin embargo, todos vaciaron sus platos. Antonio apareció en un par de ocasiones ayudando con los platos y el servicio y no pude evitar notar cómo se me quedaba viendo, con discreción, con un atisbo de sonrisa.Y sentí cómo volvía a enrojecer. Luego, más palabras.

—Pues nosotros nos vamos –anunció el señor Matthew. —Yo tengo que ir al corporativo y tu madre seguramente tendrá asuntos fuera. ¿Verdad, cariño?

—Bueno, yo pensaba en quedarme para… –pero el señor la miró de tal manera que quedó claro que nos estaban dejando solos. No supe que pensar. —Ah, ya, claro. Sí, eh… volveré al club para ayudar en el evento de caridad del fin de semana.

La despedida fue mucho más simple, incluyendo un beso en la mejilla departe de la señora y un apretón de manos algo fuerte por parte del señor. Los despedimos en el mismo recibidor. Y por cierto: Mark me estaba tomando de la mano.

—Eres mi novio, esperan que así sea –dijo discretamente, apretando mi mano y levantándola ligeramente, como explicándose. Yo seguía sin palabras.

Antonio nos esperaba en uno de los accesos a los pisos superiores. Sonreía ligeramente y le habló a Mark en inglés. Yo seguía sin entender nada. Intercambiaron palabras y Antonio asintió, sin quitarme los ojos de encima.

—Antonio pregunta si queremos tomar un baño. Le dije que sí. ¿Vamos?

Creo que mis ojos no habían aun recuperado su tamaño normal, pues seguían abiertos como platos de la cantidad de sorpresas vividas. Ahora, un baño. Pero Mark no me daba tregua.

—Anda, te gustará. Usaremos el baño nuevo, lo acaban de remodelar.

Asentí ligeramente, ¿qué más podía hacer?

Subimos por más escaleras hacia otra zona de la residencia. El diseño en cada lugar era como estar en la tienda departamental del centro comercial en la que alguna vez fui a dejar discos, pero más grande y por supuesto, real. Los cuadros en este lado de la casa eran también en combinación con tonos de gris, pero estos eran turquesa, igual que los adornos en los escasos muebles de los pasillos.

La habitación en la que entramos era un cuarto que me pareció igual de enorme, pero con sillones relajados, grandes anaqueles con toallas de diferentes colores y muchas botellas y envases de diferentes formas y tamaños. Supuse que sería un baño, pero lo increíble es que era uno como para diez personas, donde todas podrían estar cómodamente atendiéndose sin problemas. Unos paneles de cristal daban hacia lo que imagino era la zona propiamente del baño. Y mientras distraídamente observaba boquiabierto la habitación, ocurrió una sorpresa más. Mark estaba terminando de desnudarse, sentado en uno de los sillones, tranquilamente. Se estaba quitando los calcetines cuando mi expresión lo hizo volver a hablar.

—¿Qué esperas? No te vas a bañar con ropa, ¿o sí?

Claramente no sabía qué responder. Estaba en shock. Si al inicio Mark me había deslumbrado con su increíblemente hermoso rostro y su personalidad imponente, ahora que lo vi desnudo me quedé de una pieza. No solo era hermoso, era perfecto. Su blanquísima piel no variaba de tono en el resto de su cuello, torso, brazos. Era delgado pero muy atlético, su pecho planísimo, pezones pequeños, rosados, una cintura estrecha que desembocaba en unas piernas largas y fuertes. Sus pies me parecieron grandes y de dedos largos. Era la perfecta imagen de un modelo de ropa juvenil… pero sin ropa.

—No te asustes –me dijo. —Es solo un baño… no va a pasar nada que no quieras.

El problema es que yo sí quería que pasara algo. Quería que pasara todo. Era un sueño hecho realidad. ¡Cuántas veces me imaginé desnudándome con otro chico! Incluso con aquellos que no me parecían tan atractivos. Y aquí estaba, a punto de cumplir mi fantasía, con el chico más hermoso del mundo. Pero aun con todo, lo dudé. No terminaba de aceptar que, hasta hacía un par de horas, solamente vagaba por las calles del fraccionamiento. Solamente era yo. Y ahora tenía novio e iba a bañarme con él en una elegantísima habitación. Perdido en mis pensamientos, no me di cuenta que tenía a unos centímetros de a mi a Mark… ni de la poderosa erección que luchaba debajo de mis pantalones.

—Si quieres te ayudo… –me dijo suavemente. Volví a sentir su cálido aliento. Un toque de la comida que acabábamos de probar, pero para nada desagradable. Era único, estaba en el auténtico paraíso.

Mark me tomó de la cintura, sujetando firmemente mi playera. Yo tenía los brazos sueltos, como sin vida. Pero a orden suya me fui moviendo. Como si todo estuviera ya calculado. No era consciente de haber levantado mis brazos, ni de cómo mi playera ya estaba en el suelo. De cómo unas hábiles manos me desabrocharon con presteza el cinturón y de cómo mis pies salieron de mis calcetines y tenis mientras mi respiración estaba más que agitada. El corazón me latía con tremenda fuerza. Mark estaba desnudo, pero su pene (¡hermoso al igual que el resto de él!) se encontraba tranquilo. El mío, en cambio, era imposible de disimular bajo mi bóxer. Era la clásica tienda de campaña, lo cual hizo reír a Mark.

—Parece que alguien está contento de verme…

Lo dijo casualmente, sin atisbo de sarcasmo. Yo seguía en estado de shock. Y así fue como sus pulgares se metieron dentro de mi bóxer y suavemente lo jalaron y levantaron, para poder pasar por mi poderosa erección. Fue tan delicado que, de no haber estado tan excitado, me habría causado una gran ternura. Para bajarlos se fue agachando, y sus labios quedaron frente a mi parte más privada. Estaba temblando. Y sin previo aviso, con sus rojos labios, me besó la punta. Solo entonces solté la respiración. Mark se puso de pie, como si no estuviera pasando nada extraordinario, me tomó de la mano y me dijo: —¡Ven! Hay un gel que quiero que pruebes.

Y entonces entramos tras los enormes paneles de cristal con manijas plateadas, mi corazón desbocado y mi razón en el piso, junto con nuestra ropa.