Marisa: Huracán de pasiones

A punto de dar a luz descubrí un vendaval de sexo que nos arrollaba como un huracán de semen y fluidos con seis manos que martirizaban mi barriga...

Me resulta difícil describir si fue mayor la sorpresa o la furia que me invadió al ver al padre de mi hija agarrando la cintura de la rubita adolescente.

—¡Hola chicos! Vaya, aún estáis cenando – exclamó Berto apretando más si cabe la cintura de la rubia – Os quiero presentar a Ada. Pensaba que podríamos cenar juntos, pero compruebo que no habéis esperado.

—Hoy es mi turno y lo sabes, Berto – respondió su hermano –. Pero en la cocina tienes ensalada y croquetas de pollo.

Ada avanzó hacia nuestra mesa colgándose del cuello de mi marido – que se levantaba –, y tras besar los labios suavemente se inclinó para darme dos besos en las mejillas. Percibí su aroma floral de carne joven. Aunque también noté el familiar sabor de los labios de Berto que impregnaban la piel de la chica.  Berto se sentó en la silla frente a mí, mientras Ada ayudaba a Juan en la cocina para preparar los platos de su cena.

—¿Cómo estás, zorrita? Supongo que mi hermano ha cumplido contigo –. Cuestionó Berto tras sorber el vino de mi copa.

—Te ha faltado tiempo para hallar nuevos agujeros que perforar. ¡Si tan necesitado estabas aquí tenías a la madre de tu hija! – exclamé furiosa.

—No me digas que a estas alturas dudas de mi fidelidad, Marisa. Sabes que me has acostumbrado a follar cada día. Ada es la nueva becaria en mi empresa y simplemente hemos empatizado ...

—¡Claro, y tú te la “ empatizas” a diario!  Pues deberás elegir entre ella o yo. Por mucho que signifiques para mí, no estoy dispuesta a compartirte con ninguna y menos con esa adolescente.

—No fui yo el que ideó lo de los turnos, ni siquiera quién eligió compartirte con Juan. Así que, a partir de hoy, el trío será un cuarteto y eso debes aceptarlo porque es justo y necesario...

En ese momento, mi esposo y la adolescente entraron en la sala con platos en la mano. Tomaron asiento y Ada y Berto iniciaron su cena. No me pude resistir a observar el perfil de la rubia – se sentó a mi lado –. La melena trigueña flotaba sobre los hombros casi desnudos apenas cubiertos por los finos tirantes de la camiseta blanca que escondía pechos breves pero firmes.  Desafiantes.  Lo que llamó mi atención fue su rostro, adornado por largas pestañas claras que barrían las pupilas de tono gris. La nariz respingona sobre labios abultados que en ese instante masticaban la ensalada.

—A ver Ada. ¿Cuál es tu edad? ¿Cumpliste ya los dieciocho? –. Cuestioné mirándola. Muerta de celos.

—Acabo de cumplir veinte, Marisa. – respondió tras deglutir la lechuga – Sé que aparento menos edad, aunque te aseguro que soy una mujer experimentada. En todos los sentidos.

—Mira niña, por mucha experiencia que poseas sólo me interesa una de ellas: ¿te acuestas con Berto?

—... bueno... eeemmm... solo lo hemos hecho un par de veces en la oficina. No sé si conoces su apartamento, parece la jungla con un pequeño catre y ahí me niego a entregar cuanto él pretende de mí.

—¡Deja de agobiarla, Marisa! La estás sometiendo a un tercer grado – vociferó Berto defendiendo a “ su” chica –. En esta casa disponemos de dormitorios espaciosos donde podríamos ampliar nuestras mutuas experiencias amorosas. ¿Tú qué opinas, Juan? – exigió la respuesta de mi esposo quien asistía boquiabierto a la discusión.

—Por mí, ... vale –. Susurró su hermano tras varios segundos de dudas a la vez que acariciaba el dorso de mi mano –. Curiosamente nuestra mujer confesaba, antes de vuestra llegada, la falta de caricias y besos que, los días de abstinencia le angustiaban...

—¡¡¡Eso no fue exactamente lo que dije!!! –. Le interrumpí apoyando la espalda en el respaldo de la silla porque el roce de la mesa contra la barriga me estaba matando –. No obstante, si lo que ambos queréis es follar a la moza ahí tenéis el dormitorio anexo. Por mí, como si la dejáis preñada. Así seremos familia numerosa.

Hastiada de las mentiras y evasivas de mis dos hombres opté por levantarme de la silla y caminar a mi dormitorio. Tan enfurecida estaba que tras despojarme de la ropa me tumbé en la cama desnuda y panza arriba. Me sentía furiosa contra el mundo, todo estaba en mi contra. Hasta esta noche yo era la reina a la que adoraban mi marido y mi amante. La dueña de sus caricias, sus besos, su amor sincero y su pasión.

Su pasión

La pasión que cada minuto del día nos devoraba a los tres haciendo germinar en mis entrañas la semilla del amor sublime. ¡Jamás me había sentido tan amada! ¡Tan deseada!

¡¡¡Tan absolutamente enamorada!!!

La sensación de dicha se alejó de mi mente al escuchar los gritos y gemidos procedentes del dormitorio de al lado. No tardé en comprender el significado de los sonidos. Eran los mismos que yo lanzaba cada noche en brazos de uno u otro. Esperé paciente a que la puerta de mi cuarto se abriese y apareciese al menos mi marido para consolar mi amargura. La puerta no se abrió.


Sobre las ocho de la mañana preparaba mi café en la cocina que sorbí apoyada en la encimera. No pegué ojo en toda la noche. Los gritos y susurros que llegaban del cuarto contiguo me hirieron hasta lo más profundo. “ Claro ahora tienen carne suave y joven. Igual que yo la tenía hace escasamente un año, antes de sumergirnos los tres en esa locura sexual intentando mi embarazo” , pensé.  Es doloroso, pero no me arrepiento de nada. ¡De nada! Han sido los momentos más dulces e ilusionantes de mi vida y van a seguir siéndolos. Aún soy la mujer deseada por los hermanos, la dueña de sus placeres, la princesa de sus noches... al menos hasta el parto.

Berto fue el primero que se unió a mis pensares. Vestía un pantalón corto que resaltaba el torso cultivado con la tableta de chocolate y los poderosos pectorales que tan bien conocían mis pechos. Tras él entró la rubia, únicamente con una braguita blanca y gesto exhausto.

—Buenos días, nena – me saludó Berto mientras la rubia buscaba las tazas para el café –. ¿Dormiste bien?

—No puedo quejarme. Sobre las cinco me coloqué tapones en los oídos y dormí al menos una hora. ¡Vaya escandalera que armasteis! – me quejé a pesar de todo.

—Se lo avisé a Ada y a tu marido que no gritasen tanto, pero...

—Uy, es que no te puedes imaginar, Marisa, el ardor de nuestros hombres – intervino Ada que ya se había sentado con los cafés –. No paraban de entrarme los dos a la vez, pero yo no gritaba para no incomodarte. Solo gemía.

—Pues tus gemidos, Ada, me sonaban a aullidos. ¡Y no son nuestros hombres, los dos son míos!  ¿Quién crees que me hizo este bombo?           –  reposé las manos sobre el vientre realmente enfurecida.

—Tan solo quiero ayudar, Marisa. En tu estado no creo que sea saludable aguantar las embestidas de ambos, un día sí y otro también. Y, aun siendo Berto el padre de la criatura, pienso que su polla necesita nuevos agujeros en beneficio de todos.

Los razonamientos de la rubia apaciguaron mi enfado. Bueno..., la explicación y sus firmes tetitas que apuntaban a mi rostro mientras hablaba. Mis neuronas estaban alteradas y, aunque nunca antes tuve relación alguna con otra mujer, la tentación estaba frente a mí. Así que, los tres nos alzamos de las sillas y anduvimos hacia mi dormitorio (que tiene la cama más amplia). Mi intención era demostrar a la niña que pese a “mi estado me sentía capaz de dar placer a nuestros chicos e incluso también a ella. ¡¡¡Se iba a enterar la rubia del significado de la lujuria!!!

Cuando entramos a mi cuarto Ada sonrió de oreja a oreja y, para mi sorpresa, se lanzó en plancha sobre el centro de la cama. La visión del cuerpo de la chica cubierto únicamente por la braguita blanca despejó mis dudas. Estaba para comerla desde los pies descalzos hasta la cabellera dorada.

—¡Jope, Marisa! No me extraña que nuestros chicos te hayan preñado   – exclamó Ada, dando vueltas en la sábana –. En esta cama me siento como la Reina de Saba. ¿Cómo queréis que me ponga?

Berto y yo nos miramos sonriendo. La chica quería guerra ¿no tuvo bastante con la noche? está claro que no, ni ella ni yo misma que estaba totalmente excitada.

—Lo que quiero es comer tu coñito, Ada. Notar tu sabor en mi boca y sentir tus fluidos regando mis labios –solté caliente como una mona.       Los abultados labios vaginales tapados por la braguita me encendían –. Pero, claro con esta barriga dudo que sea posible que hagamos el 69.

—Bájame la braga, Marisa. Come de mi flor que está ansiosa por dar placer a los tres – Musitó la nena respirando con pesadez a la vez que separaba los torneados muslos.

No tuvo que repetirlo. Su cuerpo parecía el de una muñeca de porcelana con un triángulo perfecto que escondían los labios rosados ansiosos de caricias. En la cúspide de esa flor crecía la matita de vello suave y dorado y más arriba la tripita que subía y bajaba mostrando la ansiedad o desespero. Todo ello rematado por unas tetas que parecían manzanas sobre las que reposaban los pezones de color avellana.  Hundí el rostro entre sus delicadas piernas y mis labios abrieron los suyos, apareciendo los labios menores – estos de color rojo fuego – y entre ellos el botoncito dorado que tanto placer nos da a las mujeres.

Mi lengua hizo lo que el corazón me pedía: lamer con dulzura la vagina abierta, suavemente a lo largo de la hendidura, aunque presionando con la punta el clítoris que despertaba. Ella comenzó a temblar agarrando con sus manos mi cabello a la vez que sus caderas se alzaban buscando el mayor roce de la lengua.

—N no pares... ciel... o...  me... mete toda la len...gua – suplicaba Ada presa de fuertes convulsiones. Retorcía la cintura mientras aprisionaba mi cabeza con los muslos. Yo no paraba de lamer. El aroma del coñito era dulce y el sabor me recordó al de la polla de Berto.

Justo en ese instante noté las manos que enrollaban mi camiseta en la cintura y una gruesa bola entraba en mi ranura desde atrás con suavidad, pero hasta lo más profundo. Y ahí estaba yo, comiendo el coñito de la novia de mi amante a la vez que el padre de mi hija desgarraba mi vagina con violencia excesiva...

Pero eso no fue todo, pues minutos después mi marido entró en la habitación y directamente hundió su polla en la boca de la rubia quien cambió los gritos por “glu glu” . Entonces comprendí que el trío que formaba con los dos hermanos sería un cuarteto a partir de ya. Que el placer sexual se multiplicaba con la unión de Ada a nuestras vidas...

Al menos hasta el parto...