Marisa

Buena vecindad

La bienvenida

Hacía apenas una semana que me había trasladado desde El Zulo a mi nueva vivienda, tras quedar solucionado el papeleo con la inmobiliaria. Ni que decir tiene que no conocía a ninguno de mis nuevos vecinos, pues apenas si me había cruzado con un para de ellos en el ascensor durante este breve periodo.

Mi actividad; durante las tardes, pues por las mañanas dormía tras regresar de mis salidas nocturnas; consistía en ir colocando las pocas cosas que me había traído de mi antigua casa, aunque tampoco lo hacía con demasiada prisa, pues no tenía previsto que nadie me visitase hasta no tenerlo todo más o menos en orden; (si alguna quería pasar la noche conmigo ponía como condición que tenía que ser en su casa por motivo de la mudanza).

En eso estaba esa tarde, concretamente colocando libros, cuando llamaron a la puerta. Como no esperaba a nadie, pensé que sería algún vendedor a domicilio, o algún miembro de los Testigos de Jehová de seos que te dan la vara periódicamente. Al abrir me encontré con una mujer de unos 45 años, bien parecida, esbelta, vestida con unos tejanos ajustados y una camiseta de tirantes al menos tres tallas menor de la que le correspondía, y una tarta en la mano.

-Hola –Dijo.

-Buenas tardes.

-Me llamo Marisa y soy tu vecina de al lado, de la derecha.

-Encantado Marisa, yo soy José Luis.

-Como sé que acabas de llegar aquí, y conozco las dificultades que eso trae consigo, he venido a decirte que no dudes en llamar a nuestra puerta si te hace falta algo.

-Muchísimas gracias.

-Y además te he traído esta tarta a modo de bienvenida –Me tendió el pastel que tenía en la mano.

Estuve a punto de decir: “Muy americano esto, ¿no?”, pero lo que dije fue:

-Muy agradecido. ¿Quieres pasar?

-No gracias, sé que lo tendrás todo aún manga por hombro.

-Es cierto, y para corresponder a tanta amabilidad te digo lo mismo: si ves que hay algo en lo que yo pueda ayudarte, no dudes en llamar a mi puerta.

-Por supuesto. Bueno, ya sabes donde estamos.

Me dio un par de besos en las mejillas y se retiró hacia la puerta de al lado.

Allí me quedé yo, extrañado de que una vecina hiciese algo tan poco usual y con una tarta en la mano con la que no sabía qué hacer.

Las presentaciones

Durante toda la tarde; y al día siguiente cuando volví de mis correrías nocturnas y me levanté después de mi reparador sueño; estuve pensando en como corresponder a la amabilidad de la vecina, pero no encontraba el modo. Desde luego yo no sé hacer tartas, aunque podría comprarla hecha, pero no me parecía modo hacer lo mismo que ella. Así que se me ocurrió algo: bajé a comparar una botella de buen cava, lo puse en el frigorífico y esperé atento, a sentir ruidos en la casa de al lado que me indicaran que estaba. Cuando eso ocurrió, cogí mi botella de cava y llamé a su puerta.

Me abrió la propia Marisa, y no pude dejar de pensar que aquella mujer iba siempre vestida para epatar. En esta ocasión llevaba un vestido que no llegaba más allá de un palmo por encima de su rodillas; debía ser de viscosa o algún tejido semejante, pues se pegaba ansiosamente a su cuerpo, lo cual permitía comprobar, más que intuir, que andaba sin sujetador, pues sus pezones se marcaban claros e insinuantes bajo la tela.

-Hola vecina –Dije- Me dejó tan sorprendido tu detalle de ayer que quería corresponder.

-No tenías que haberte molestado, pero… ¡Umm! ¿Lo vamos a celebrar con cava? ¡Me encanta!

-Es lo único que se me ha ocurrido. Por cierto, el pastel estaba delicioso.

-Anda, pasa y nos tomamos una copa los tres.

Entré y cerró la puerta, al momento, y para pisar sobre terreno firme, pregunté:

-¿Los tres? Claro, supongo que está tu marido.

-¡Uy, que va! Mi marido aparece por casa una vez al mes, es viajante de comercio.

-Entiendo. Entonces, ¿quién será el tercero?

-Su hija Clara. Venga, pasa y hacemos las presentaciones ‘formales’.

Entré. El piso era Versalles en comparación con mi estudio. En el salón-comedor, de dos alturas, medio tumbada en un sofá, estaba una chica, de unos 35 años, con los ya clásicos vaqueros tan bajos de talle que dejaban ver el hilo superior de lo que, se supone, era un tanga, y una especie de ‘top’ que dejaba todo el estómago al aire. Se levantó al vernos entrar y Marisa hizo las presentaciones.

-Clara, este es José Luis, nuestro nuevo vecino. José Luis, esta es Clara, la hija de Ramón, aparte de amiga y confidente mía, que no hija.

Nos besamos con esos besos ridículos en las mejillas y ambos nos declaramos encantados de conocernos.

-Jose ha traído una botella de cava para celebrar su venida –Dijo Marisa-, pero no creo que a estas horas sea muy adecuado. ¿Qué os parece si ahora tomamos un aperitivo y esta tarde-noche vuelves para hacerles los honores al cava?

-Por mí encantado –Respondí- Siempre que me digáis la hora, más que nada porque puedo estar dormido, ya que mi vida se desarrolla principalmente de noche.

-¡Umm! Un noctámbulo –Exclamó Clara.

-¿Te parece bien a las nueve? –Preguntó Marisa- A esa hora estarás, ¿Verdad Clara?

-Sí, desde luego –Contestó la chica.

-Es una buena hora para mí –Corroboré.

Nos tomamos unos Martinis en animada conversación; en la que me enteré que el actual marido de Marisa era 15 años mayor que ella, de ahí la ‘madura’ edad de Clara; y a la media hora o así me despedí, pues tenía que salir a comer fuera, pues en casa no tenía ni leche en el frigorífico.

Segundo encuentro

A la hora acordada; después de haber dormido un rato, pues apenas lo había hecho durante el día; volví a llamar a su puerta.

En esta ocasión fue Clara quien me abrió. Había cambiado su indumentaria por otro top de color beige, de un tejido parecido al terciopelo, y una minúscula faldita con flecos, de esas de largo irregular, que dejaba al descubierto todos sus espléndidos muslos.

-Hola Jose –Dijo- Pasa, Marisa está en el baño, pero ahora mismo sale.

Entré. Ella se sentó en uno de los sillones del salón, con las piernas recogidas bajo su cuerpo, una postura que permitía vislumbrar algún retazo de sus braguitas. Yo lo hice en el sofá, en la esquina más alejada.

-¿De forma que eres un ave nocturna? –Preguntó la joven.

-Sí –Respondí- Mi vida se desarrolla principalmente de noche. Creo que por la noche se conoce mejor a las personas, sus miserias, desde luego, pero también su grandeza. Cosas que quedan ocultas de día bajo los convencionalismos y conveniencias.

-Creo que me encantaría ese ambiente. Alguna vez podrías llevarme contigo, a modo de iniciación.

-Cuando tú quieras.

-Ya te avisaría.

En ese momento apareció Marisa en el salón. Mi primer pensamiento volvió a ser que todo aquello me parecía muy ‘americano’; iba envuelta en una toalla de baño que le cubría los pechos y apenas el culo, y otra en la cabeza a modo de turbante.

-Hola José Luis –Dijo con una sonrisa- Perdona el retraso y la facha, pero se me hizo un poco tarde. Clara, ¿Por qué no vas poniendo las copas y el cava mientras yo me pongo algo más adecuado?

-Claro –Aceptó la chica.

-En unos minutos estoy con vosotros.

Salió de nuevo del salón mientras la joven se levantaba y salía a su vez, supongo que a cumplimentar el deseo de la madre.

Cuando me quedé solo, oyendo el trastear de la joven en lo que supuse sería la cocina, y a fuerza de no saber qué hacer, me dediqué a observar la decoración del salón.

No era nada especial, pero si denotaba buen gusto, pero lo que llamó mi atención fue una pequeña estantería repleta de lo que parecían ser DVD’s. No soy demasiado aficionado al cine, pero no pude evitar levantarme para echar una ojeada a los títulos. Me sorprendió bastante que los tres o cuatro que me ‘atreví’ a mirar eran todos de los de la serie que se ha dado en llamar XXX. “Curiosos e interesantes gustos”, pensé.

Ya estaba de nuevo sentado cuando regresó Clara con la botella de cava, sin abrir, en un cubo con hielo, tres copas y una cesta de mimbre con fresas.

-No sabíamos si te gustan las fresas –Comentó- pero van muy bien con el cava.

-Yo como de todo –Respondí con la peor intención.

-A mí me gustan unas cosas más que otras.

-Ya lo supongo.

Volvió a sentarse donde estaba, pero dijo:

-Ven aquí más cerca, parece que te doy miedo.

Sonreí y contesté:

-Pues un poco no te digo yo que no. No soy demasiado fuerte resistiendo tentaciones.

-Ja, ja. ¿Te parezco una tentación? ¿O te refieres al cava?

-Al cava, por descontado.

-Bueno, déjate caer en ella. Anda, ven aquí a mi lado.

Cambié de la esquina más alejada a la más próxima a ella.

Fue entonces cuando Marisa hizo su ‘entrada triunfal’ en el salón. Se había puesto un pantalón-peto de color gris cobalto, como de satén, sujeto al cuello con una estrecha cinta, que dejaba al aire sus hombros y espalda, y que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. Por lo que se le marcaban los pezones e incluso el vello púbico, era evidente que había prescindido totalmente de la ropa interior.

Vino a sentarse justo a mi lado y dijo:

-Puesto que la botella es tuya, haz los honores de abrirla y servirnos el cava.

Abrí el vino y serví las copas. Bebimos y comimos en medio de una animada conversación en la que se quisieron enterar de parte de mi vida, y me pusieron al corriente de parte de la suya. Ni que decir tiene que mi mirada iba, tratando de no ser descarada, de una mujer a la otra, pues las dos tenían mucho que contemplar; pero también se dirigía con demasiada frecuencia a la estantería de las películas, y Marisa no pudo dejar de darse cuenta. Al fin dijo:

-Veo que te estás fijando en nuestra ‘filmoteca’.

-Pues sí. Confieso que me he levantado antes a mirarla y he visto unos cuantos títulos.

-Eso es algo de lo que queríamos hablarte. Pensamos que eres un hombre de mundo y que no te sorprenderán ciertas cosas, o al menos sabrás tolerarlas.

-A mí me sorprenden pocas cosas ya –Repliqué- Y desde luego lo tolero todo.

-Verás, nosotras tenemos una especie de costumbre, manía, o ritual, llámalo como quieras. Consiste en poner una de esas películas y masturbarnos juntas. Nos encanta comprobar que secuencias son las que más nos ponen. ¿Lo ves raro o aberrante?

-Para nada. La masturbación es una sana y gratificante práctica. Y cualquier cosa compartida es más agradable.

-Te confieso –Intervino Clara-, que al principio nos daba un poco de corte. Tanto que teníamos una sábana que nos poníamos por encima y sólo veíamos los movimientos y la cara de la otra, pero hace ya tiempo que hemos prescindido de la sábana. ¿Verdad Marisa?

-Sí. Ver el placer de la otra y sus manipulaciones nos da una excitación extra.

-Me estáis poniendo los dientes largos –Dije-. Por no hablar de otras cosas.

-Verás –Era Marisa-, lo hemos hablado Clara y yo y hemos pensado preguntarte si algún día querrías participar con nosotras. Podemos volver a sacar la sábana.

-Claro que querría. Y prometo que haré un gran esfuerzo para que, cuando suceda, se quede sólo en una gratificante paja.

-Sé que no vas a creerme, y no te culpo, pero nunca hemos invitado a un hombre a nuestros ‘juegos’, serías el primero, por lo que tal vez la sábana la pidamos nosotras. En cuanto a tus ‘esfuerzos’… Bueno, no hagamos previsiones de futuro.

Yo ya estaba más salido que el rabo de un cazo, como se puede comprender, por lo que pregunté:

-¿Y tenemos que posponerlo? Podríamos tener la sesión esta misma noche.

-Ya me gustaría –Dijo Clara- Porque estoy muy excitada a causa de la conversación. Pero es que estoy terminando con el período y podría mancharse algo.

-¡Vaya por Dios!

-Bueno –Intervino Marisa-, nosotras te mandamos un aviso para que pases, cuando estemos ‘preparadas’.

-De acuerdo.

Nos intercambiamos los números de teléfono y demás, bebimos otra copa de cava sin que se volviese a tratar el tema, y una hora después me volvía para mi estudio. Eso sí, con un calentón de todos los demonios.

Ni que decir tiene que tuve que ‘jugar a su juego’, aunque en solitario, antes de ducharme y salir para mi diaria visita a “Toni”.

La primera ‘sesión’

Estaba deseando que me llamasen para tener esa nueva experiencia; he hecho muchas cosas en mi vida, pero confieso que eso de masturbarse en grupo no entraba dentro de mis experiencias; pero pasaron varios días en los que no supe nada de la peculiares vecinas. Yo no me atrevía a tomar la iniciativa, claro está, sólo que alguna se benefició, del estado de excitada expectativa en que me encontraba. ‘Planes’ de una noche que, normalmente, hubiese rechazado, los aceptaba solamente para rebajar la ‘tensión’. Algunos de estos encuentros casuales darían argumento para otras historias. Pero ahora estamos con esta.

Confieso que me pasaba las tardes ‘acechando’ cualquier ruido en la casa de al lado; no sé si esperaba escuchar gemidos delatores o algo así; y esperando impaciente que golpeasen la pared o me llamaran por teléfono.

Pasaron seis días hasta que se produjo la ansiada llamada. Era Marisa quien me dijo por teléfono:

-Jose, hola. Hoy estamos deseando tener una de nuestras sesiones y me preguntaba si querrías unirte.

-Naturalmente – Contesté- Lo estaba deseando.

-Pues pásate por casa dentro de uno hora, para que lo tengamos todo preparado.

-En una hora estaré ahí como un clavo.

-Te esperamos.

Ni que decir tiene que no me hizo falta mucho más para estar ‘preparado’, tanto que, si la perspectiva no fuese tan halagüeña, hubiese podido ‘empezar’ sin ellas.

Fue una de las horas más largas que recuerdo; (soy hombre y no he parido, je, je); pero al final venció el plazo.

Cuando entré en su casa me percaté de que la indumentaria de ambas era igual: un albornoz de baño, y me sentí un tanto desplazado con mis tejanos y la camisa que llevaba yo. Enseguida lo solucionó Marisa; mientras Clara, sentada en su sillón de siempre, me dirigía una pícara sonrisa y me hacía un gesto de saludo con la mano:

-Si te apetece, en el baño hay otro albornoz, resulta más cómodo para ciertas cosas.

-Desde luego, pero me tienes que decir dónde está el baño.

-Pues supongo que en el mismo sitio que en tu casa.

-Que va, mi casa es un estudio de una sola pieza, nada que ver con esta.

-Pues ven por aquí – Me acompañó hasta el baño- Ahí a la derecha está el dormitorio, puedes dejar tu ropa sobre la cama.

Me puse el albornoz que estaba colgado en un percha triple y volví al salón.

Marisa dijo:

-¿Te parece bien si nos sentamos los tres en el sofá? Es por si queremos utilizar la sábana.

Efectivamente, sobre la mesa estaba todo preparado: una sábana doblada y sendas toallitas para cada uno.

-A mí me perece perfecto -.Respondí.

-Pues sentaros – Dijo dirigiéndose a los dos –Y dime qué quieres que te ponga de beber. Cuando empiece la película ya no me levanto para nada.

-Pues un whisky con hielo, si eres tan amable.

-Claro. Tú siéntate en el centro.

Salió para preparar las bebidas y Clara se sentó a mi lado. Tuve la sensación de que evitaba mirarme directamente.

Cuando regresó Marisa con una bandeja y las bebidas, que dejó sobre la mesa, dijo:

-Bien, voy a poner la película. Si alguien cree que necesita la sábana, aquí está.

Se acercó al reproductor de DVD’s y colocó un disco que ya tenía preparado sobre el aparato antes de venir a sentarse a mi lado.

No me hagáis decir de qué iba el filme, porque la verdad, no le presté mucha atención. Creo que era algo de una mujer, en un país exótico, que se encontraba en situaciones curiosas. (Nota al margen: si alguien la quiere puede pedírmela y se la envío. Como se verá más adelante me la dieron, como ‘recuerdo’, al final de la ‘sesión’).

A los pocos minutos de proyección las dos mujeres se habían desatado los albornoces dejando sus cuerpos desnudos expuestos a mis miradas, aunque sin hacer aún intención de tocarse. Y como “donde fueres haz lo que vieres”, hice lo propio, aunque confieso que al principio estuve tentado de pedir la sábana, pues mi tremenda erección denotaba que me había ‘adelantado’. Pero no lo hice, y me di cuenta de que las miradas de las mujeres se dirigían a mi miembro sin ningún recato. Por más que lo estuviese deseando, tampoco me toqué, sencillamente esperaba que alguien marcase la pauta.

En cuanto las escenas eróticas empezaron a surgir; cosa que en estas películas sucede apenas terminados los títulos de crédito; noté que las mujeres empezaban a agitarse en sus asientos y a emitir ligeros gemidos de excitación. Poco después vi que sus muslos se apretaban y distendían rítmicamente, como si quisieran sentir algo sin tocarse aún. Mi pene se movía ya libremente arriba y abajo, como con vida propia, pidiendo algo que lo ‘aliviara’.

Fue Marisa la primera que llevó la mano a su sexo para empezar a acariciarlo. Fue como una señal, tanto para Clara como para mí, que hicimos lo propio.

Cuando empezamos a masturbarnos, las chicas, que habían empezado un tanto suavemente, empezaron a perder el control. Clara se masajeaba la tetas al tiempo que acariciaba su coño. Marisa puso los pies sobre la mesa, los muslos bien abiertos, y se estrujaba el sexo con las dos manos, todo ello en medio de gemidos de placer. Yo procuraba tocarme muy lentamente, pues sabía que de lo contrario me correría enseguida ante semejante espectáculo.

No había comentarios, sólo acción. Clara brincaba a mi lado como sacudida por corrientes eléctricas. Inevitablemente los cuerpos agitados de las mujeres rozaban el mío, y tuve que hacer verdaderos esfuerzos de autodominio para no lanzarme sobre cualquiera de las dos, o sobre las dos. Únicamente Clara dio, en un momento, señales de ser consciente de mi presencia cuando dijo:

-¡Mírame, mírame!

Antes de apoyarse en el brazo del sofá, ofreciéndome el ‘show’ de su culo, con los muslos separados, frotándose el clítoris con una mano  e introduciendo un dedo de su otra mano en su ano.

-¡Ah! ¡Me voy a correr como una cerda! -Exclamó.

-¡Si niña, yo también! ¡Me viene, me viene! –Gritó, más que dijo, Marisa.

Era demasiado para mí. De forma precipitada cogí la toalla que había sobre la mesa, la puse debajo de mi miembro, y escupí toda le leche contenida y ansiosa por salir. Marisa sólo dijo, al ver el chorro e semen:

-¡Oh! ¡Qué rica leche calentita y espesa!

Ni siquiera después de correrme amainó mi erección. Las dos mujeres totalmente desenfrenadas en sus manipulaciones era suficiente para mantenerme excitado al máximo. Aunque Marisa gritaba, sin control:

-¡Metedme algo, quiero una polla en mi coño!

Entendí que era parte de la parafernalia y ni por un momento pensé en tomarlo al pie de la letra. Clara también balbucía:

-¡Madre mía, cada vez estoy más cachonda! ¡Me voy a morir de gusto!

La película seguía transcurriendo sin que, al parecer, nadie le prestara demasiada atención, estaba claro que sólo había sido el pretexto.

La cosa fue “in crescendo”. Clara se puso a cabalgar sobre el brazo del sofá frotándose desesperadamente. Marisa intentaba, y conseguía, chuparse los pezones mientras daba palmadas sonoras sobre su sexo y se metía cada vez más dedos.

El resto… Lo podéis imaginar vosotros mismos.

Unos minutos después de terminado el film; en los que quedamos medio derrengados recuperando fuerzas; Marisa se levantó para apagar los aparatos. No se había atado de nuevo el albornoz y pude percatarme de que la edad la había respetado bastante.

-Ha sido estupendo –Dijo- ¿Verdad Clara?

-¡Um! Ya lo creo –Respondió la chica- Indudablemente el ver a José Luis gozando y corriéndose ha acrecentado mucho las sensaciones. Mucho mejor que las dos solas.

-¿Y para ti? -Se dirigía a mí.

-¡Fantástico! Hay pocas cosas que me pongan más que ver la excitación de una mujer. ¡Así que imagínate de dos!

-Ja, ja. La experiencia ha sido muy gratificante… Y gracias por no haber utilizado la sábana.

-¡Ah! ¿Pero había una sábana?

-Oye, ¿Quieres llevarte la película a modo de recuerdo de esta primera vez?

-Claro, aunque preferiría recordarlo con vosotras.

-Naturalmente, habrá más veces, muchas más, pero para eso habrá otras películas.

-De acuerdo entonces. Lo que pasa es que masturbarme ya nunca será lo mismo sin vosotras.

-¿Quieres otra copa?

-Mejor no –Agradecí- Voy a vestirme, me voy a mi casa y me meto en la ducha.

-¿Saldrás esta noche también? -Preguntó Clara.

-Sí. Aparte de que me esperan mis amigos, tengo que despejarme un poco y dejar de pensar unas horas en vosotras.

Fui al baño a cambiarme. Nos despedimos con besos; la verdad es que muy poco castos; y volví a mi estudio.

Juro que aparte de los roces ocasionales, ninguno había tocado a otro en ningún momento. ¿Extraño? Sí, pero real.

Devolución de visita individual

Esa noche, en “Toni”, estuve especialmente ausente. No podía sacarme de la imaginación lo sucedido. Mis amigas lo notaron, pero pensaban que estaba triste, incluso alguna me ofreció ‘consuelo’, pero no quise irme con ninguna, no me parecía de recibo tener sexo con alguien mientras pensabas en otras personas. Sabía que al día siguiente, o poco más, lo tendría, pues basándome en lo anterior, suponía que pasarían días antes de volver a ver a Marisa y Clara.

Pero ya es notorio que como ‘vidente’ no tengo porvenir alguno. Al día siguiente, a eso de las siete de la tarde, llamaron a la puerta. Era Clara.

-Buenas tardes Clara – Saludé- ¡Que agradable sorpresa!

-Hola Jose. Verás, tengo un pequeño problema y no sé si tu podrías ayudarme.

-Si está en mi mano, dalo por hecho. Pero pasa.

Entró, y con toda la naturalidad del mundo fue a sentarse en mi cama; bien es verdad que, aparte de cuatro sillas con aspecto incómodo, no hay otro lugar en el estudio donde sentarse. Yo lo hice en la silla del ordenador.

-Pues tu dirás –Inquirí.

-Verás, el primer día que estuviste en casa dijiste que entendías algo de ordenadores. Yo estoy haciendo un curso de ofimática, que me piden para mi trabajo, y tengo un lío monumental con eso de Word, Excel, Access, PowerPoint…

-Bueno, soy autodidacta, pero dime las dudas que tienes y trataremos de solucionarlas. Desde luego no te metas con Access hasta que no estés más puesta, porque es la aplicación más complicada de todas.

-¿Las dudas? ¡Todas!

-Ya, pero dime algo concreto, no podemos repetir en curso entero.

-Pues… Me gustaría que me dijeses como introducir algo, una imagen, en un documento.

-Eso es fácil. Anda, coge una silla y ven aquí que te explico.

-Bueno… te he dicho que tenía un problema y en realidad eran dos. El segundo es que, después de lo de ayer, siento que me falta algo, y me gustaría que me enseñases a introducir ‘otras cosas’, y para eso creo que estoy mejor aquí.

No necesitaba muchos más estímulos, como podréis comprender, así que fui yo quien fui a sentarme a su lado en la cama, aunque sentados estuvimos poco rato.

Apenas estuve a su lado empezó a desabrocharme la camisa. Yo puse mi mano sobre uno de sus pechos, lo que tomó como señal par levantarse y desprenderse de la camiseta y los tejanos, quedando sólo con un minúsculo tanga.

-¿Marisa sabe esto, Clara? –Pregunté mientras ella me seguía desnudando.

-No, aun no, pero no hay inconveniente en que se lo digas, si quieres.

-Yo no le voy a decir nada si no se lo dices tú.

Antes de terminar de hablar ya tenía la boca en mi pene.

Mamaba con auténtica fruición. Su postura, arrodillada ante mí me impedía alcanzar su sexo con mis manos, por lo que me dediqué a sus tetas y pezones. Ella misma se ocupaba de estimular su clítoris mientras chupaba.

-Yo también tengo hambre –dije.

La hice tumbarse en la cama, le quité el tanga; aunque pequeño algo si estorbaba; y metí mi cara entre sus muslos.

Nada más sentir mi lengua en su sexo empezó a mover las caderas de forma casi convulsiva mientras gemía y me apretaba la cabeza contra ella.

-¡Ah! ¡Qué ganas tenía! ¡Lame! ¡Méteme la lengua!

Le succionaba el clítoris y le introducía la punta de la lengua. Cuando, por sus temblores, comprendía que estaba a punto de alcanzar el orgasmo, me detenía. Quería prolongar su excitación, pese a que gritase:

-¡Cabrón, no me hagas esto! ¡Deja que me corra!

-Ya te correrás hasta hartarte, ahora siente.

-¡Quiero tu polla! ¡Méteme la polla!

No tuvo que rogarme más. Hice que levantara las caderas, con las plantas de los pies sobre la cama, me puse de rodillas entre sus muslos y se la empecé a meter, primero despacio para acelerar luego los movimientos. Pero no me dio tiempo a entretenerme demasiado en el juego, enseguida gritó como una posesa:

-¡Joder como me gusta llenarme de polla! ¡Me voy a correr! ¡Me corroooooo!

Lo hizo en medio de unos espasmos tan grandes que me fue imposible mantenerla dentro.

Lugo quiso que yo me corriese sobre su cara, sobre sus tetas, recogía mi semen con los dedos y se los lamía con fruición.

Tras un tiempo de relajación y recuperación, serví un par de whiskys; es la única bebida que tenía en la casa; para preparar los siguientes ‘asaltos’.

Se marchó casi tres horas más tarde. Era tan ardiente y apasionada en la cama como ya había demostrado en su casa, tanto que no estoy seguro de haber estado a su altura.

Trío

A partir de ese día las cosas se sucedieron casi con más rapidez de lo que se tarda en contarlas.

El día siguiente Marisa me llamó por teléfono.

-José Luis, soy Marisa.

-Hola Marisa, dime.

-¿Puedes venir un momento a casa? Se me ha presentado una situación que no sé cómo resolver.

-Claro. ¿Qué pasa?

-Mejor ven y te lo digo, por favor.

-Venga, me visto y estoy ahí.

No sabía qué podría pasarle, de forma que me cambié de ropa rápidamente y fui a llamar a su puerta. Cuando me abrió, pregunté de nuevo:

-¿Pasa algo malo, Marisa?

-No sé, para mí algo preocupante, ven y mira.

Tendida en el sofá, completamente desnuda, estaba Clara. Se agitaba en extrañas convulsiones mientras gemía entrecortadamente y más que masturbarse se ‘martirizaba’ el sexo y los pechos de forma salvaje.

-Así lleva mucho rato –Dijo Marisa-. Me estuvo contando lo que tuvo ayer contigo y se fue excitando hasta acabar por arrancarse la ropa y masturbarse. Pero no hace más que decir que así ya no puede correrse, que necesita sentir una polla dentro. Como, de alguna manera, eres tú el responsable, te he llamado para ver si puedes solucionarlo.

-Por mí no hay inconveniente en intentarlo. Sólo que no estoy ahora preparado, precisamente. No me esperaba esto.

La verdad es que la visión de aquella mujer tan ‘desesperada’ distaba mucho de ser erótica, al menos para mí.

-Pues algo tendremos que hacer… ¿Puedo intentar ‘prepararte’ yo? –Y su mano fue a mi entrepierna como intentado averiguar el grado de ‘preparación’ en que me encontraba.

-Claro que sí.

-A ver que puedo hacer…

Me desabrochó la bragueta, buscó mi pene bajo mis calzoncillos, lo sacó y agachándose empezó a chuparlo.

No hicieron falta más de tres segundos para que se hinchara y ocupase toda su boca. Se demoró un poco lamiendo, saboreando… Luego dijo:

-Creo que ya se la puedes meter, a ver si se calma.

No me lo tuvo que decir dos veces. Me acerqué a Clara que, de inmediato, puso los pies a la altura de su cabeza ofreciéndome su enrojecido sexo y murmurando:

-¡Ya, ya, fóllame!

Se la metí sin ninguna delicadeza y empezó a agitar sus caderas de forma casi convulsiva.

-¡Atraviésame, destrózame! –Gemía- ¡Que rica polla!

Como sentada en el sofá como estaba, Marisa no tenía una muy buena visión del ‘espectáculo’, se levantó para acomodarse en el sillón que nos quedaba de frente. Mientras clara continuaba con su desenfrenado meneo, Ella empezó a masturbarse mordiéndose los labios.

Clara seguía fuera de si.

-¡Ay, me corro! ¡Cómo me corro! ¡Quiero que me la metas por el culo!

Se dio la vuelta sin previo aviso poniéndose de rodillas apoyada en el brazo del sofá para ofrecerme sus nalgas.

-¡Clávamela en el culo!

-Espera –Dijo Marisa-, yo te la lubrico para que le entre bien.

Se llenó la mano de saliva y me embadurnó el pene con ella. No me costó entonces demasiado meterla donde la joven me pedía, aunque intenté hacerlo con cuidado.

-¡Fuerte, fuerte, hasta el fondo! –Gritaba- ¡Rómpeme el culo!

Dejé a un lado las consideraciones y empujé con todas mis fuerzas. Marisa se masajeaba el coño cada vez más intensamente, hasta que la propia Clara le apartó la mano para sustituirla por la suya. Le metía los dedos índice y corazón mientras con el pulgar le frotaba el clítoris.

-¡Joder qué gusto! –Gemía Clara.

-Chicos, ¿por qué no nos vamos a la cama? –Preguntó Marisa- Estaremos más cómodos.

Hicimos lo que decía. Ni comentar que cuando llegamos al dormitorio ninguno tenía una sola prenda encima. Nos tiramos sobre la cama como locos. Las puse a las dos con los sexos enfrentados y me dediqué a lamer con fruición los dos chorreantes coños. Marisa repetía sin cesar:

-¡Joder, yo voy a morirme de gusto!

Clara volvió a ofrecerme el culo diciendo:

-¡Vuelve a metérmela en el culo! ¡Es delicioso! Yo mientras le como el coño a Marisa.

Me puse de rodillas detrás de ella y ella hundió la cara entre los abiertos muslos de Marisa. Se la clavé de nuevo mientras berreaba de placer. La otra no le iba a la zaga en los gritos y meneos.

No sé las veces que se corrieron, ni los esfuerzos que tuve que hacer yo para no hacer lo propio y quedarme ‘inservible’ durante unos minutos.

Al cabo, Clara cayó derrumbada en la cama. Comentó:

-No puedo más, de momento, lo tengo todo en carne viva. Anda, fóllate a Marisa, sé que está necesitando una buena polla.

-¡Sí! –gimió la aludida -. ¡Yo también quiero esa polla dentro de mí!

Me volqué sobre ella que me recibió entre convulsiones y clavándome las uñas en la espalda y las nalgas.

Pero mi ‘resistencia’ había llegado al límite, sentí que me corría irremediablemente y lo dije.

-¡Voy a correrme niñas! ¡No aguanto más!

-¡Córrete en mi cara! –Pidió Marisa.

-¡Y en la mía! –Dijo Clara.

Hice lo que me pedían y fue increíble ver como lamían el semen la una de la cara de la otra.

-Luego se la tienes que meter por el culo a Marisa –Dijo Clara cuando se calmaron un poco –Tiene que sentir el tremendo placer que da.

-No sé –Afirmó la otra-, a mí no me lo han hecho nunca y…

-Cuando lo pruebes te gustará más que por el chocho –Afirmó rotunda Clara.

-¡Uf! Estoy tan cachonda que me dejo que me hagáis de todo.

Con mil variantes, y tras los obligados momentos de ‘reposo’, la ‘secuencia’ se repitió hasta la mañana siguiente. Aquella noche “Toni” tuvo que prescindir de mí.

FIN…

© José Luis Bermejo (El Seneka).