Marisa (6)

Las cosas se complican.

Carrie se había tomado muy en serio ese fin de semana y aprovechamos cualquier momento para subir a nuestra habitación y follar como dos adolescentes, con desenfreno y pasión… cosa que provocó risas en Emilio, que no cesaba en lanzarnos indirectas. Sin embargo, Marisa con la excusa de la menstruación pasó muchas horas en la cama, decía que no se encontraba bien y así concluyó el domingo, ellos regresaron a Barcelona en la furgoneta y yo, al ir en mi moto, demoré por unas horas mi partida.

Mi mujer me hizo varios comentarios sobre el comportamiento de Marisa, especulando sobre su relación con Emilio y el malestar que se notaba. Como siempre mi amigo parecía feliz e incapaz de dar importancia a esos detalles que para las mujeres son tan importantes y muchos hombres no tenemos presente en ocasiones. Tendría que estar muy en guardia para evitar que la cosa se desmadrara.

El lunes, en el despacho, mi secretaria Maribel entró con una nota en la mano y una sonrisa en los labios:

  • Aquí tiene la dirección del mejor especialista en disfunciones sexuales de Barcelona.
  • ¿A qué viene esa sonrisa? – Le pregunté riendo.
  • Jamás pensé que usted padeciera estos problemas –dijo algo sonrojada, pero sin evitar reírse.
  • No es para mí, Maribel. De momento no sufro ninguna alteración –le dije con un guiño mientras me levantaba para entrar por la puerta lateral en el despacho de Emilio.

Emilio estaba intentando solucionar un importante problema de última hora, para el que habría de desplazarse a Madrid, tal vez toda la semana. Le dije que no, pues había estado fuera demasiado tiempo y yo podría encargarme del tema. Además Carrie estaba en la masía acompañada de sus padres y con los niños, por lo que me era indiferente. Así que esa misma tarde tomé el avión para la capital.

Y la cosa se demoró, más de una semana, por lo que no regresé a Barcelona hasta el martes siguiente, pero evité un problema más que serio y volví con el agradecimiento y reconocimiento del cliente.

En toda la semana no tuve noticia alguna de Marisa y eso hasta cierto punto me tranquilizaba, aunque la cara de Emilio estaba seria y sin color. Intenté hablar con él en varias ocasiones, pero no tuvimos oportunidad a causa de la propia dinámica del trabajo. El miércoles sería la cena de despedida de Maribel y un día muy largo, por lo que me fui a dormir y a descansar.

Antes de llegar al despacho al día siguiente, pasé por una floristería donde hice una serie en encargos. Ya en la oficina, se vivía un cierto ambiente de celebración, pero a la vez de tristeza por la marcha de mi secretaria, persona eficiente, seria y muy respetada por sus compañeros. A las doce en punto cesamos toda actividad y nos subieron un pequeño refrigerio del restaurante, generosamente acompañado de cava. En plena fiesta llegó el encargo de la floristería, un precioso ramo de rosas para cada una de las mujeres de la empresa y un magnífico centro de flores para la homenajeada, para Maribel, que no pudo evitar las lágrimas y besarnos a Emilio y a mí.

Marisa se unió inesperadamente a la fiesta, desconocedora de la celebración. Bajo sus ojos se notaban sendas bolsas, a pesar del discreto maquillaje que llevaba. Emilio nos invitó a comer y los tres nos fuimos a un restaurante de comidas caseras cercano al despacho.

Nos comportamos con total normalidad durante el almuerzo y hablamos de todos los temas posibles hasta que Emilio se levantó para ir al baño.

  • ¿Cómo estás? –le pregunté - ¿No os van las cosas bien?
  • ¿No te ha dicho nada Emilio?
  • No –le respondí.
  • Lleva más de una semana durmiendo en la habitación de invitados y la verdad, no me importa lo más mínimo.
  • Los dos tenéis mala cara ¿Discutís mucho?
  • Lo justo.
  • Tenemos una conversación pendiente –dije armándome de valor.
  • Mejor que no, si lo removemos será peor.
  • Como tú desees. Si alguna vez cambias de opinión… -dejé la frase en el aire al llegar Emilio.

Al salir del restaurante, no pude evitar sufrir una dolorosa erección al fijarme en el culo de Marisa, bajo aquella falda que tanto me gustaba. Más de una semana sin follar ya estaba haciendo mella en mi ánimo.

La tarde pasó rápida, rapidísima y al acabar la jornada fui a casa para ducharme y cambiar mi traje de Armani por unos cómodos tejanos y un polo; no tenía la más mínima intención de ir encopetado a la cena. Pero ya en el local, las mujeres vestían sus mejores galas, algunos hombres también, incluido mi querido Emilio. Cenamos, reímos, contamos chistes, anécdotas y tras los postres llegaron los regalos. Una Maribel emocionada, abrió cajas, bolsas y paquetes varios que contenían desde los habituales juguetes sexuales en estas celebraciones hasta ropa y detalles para la joven.

  • La dirección de la empresa –dijo nuestra jefa de recursos humanos- quiere agradecer tu fidelidad y entrega con este pequeño detalle.

La caja contenía un anillo con diamante y unos pendientes a juego. No pudo evitar llorar abiertamente y agradecernos a todos los regalos que le habíamos entregado. Tras los postres y los cafés: discoteca.

¡¡Joder!! ¡Qué duro fue ver contornearse a las chicas! Mi estado de erección permanente se disimulaba con cierta facilidad a causa de la oscuridad, pero me estaba entrando un notable dolor en los testículos, al llegar a casa tendría que consolarme "manualmente".

Casi al final de la fiesta, Maribel se acercó a hablar conmigo y estuvimos bromeando largo rato hasta entrar en temas más serios y personales. Me explicó sus inquietudes, miedos y planes. Tenía ganas de aposentarse y tener hijos, creía que su novio era la persona adecuada para ello, pero alguna que otra duda la asaltaba.

El grupo se despedía en la calle, los últimos Maribel y yo.

De ahí llegamos al hotel Hilton.

Empezamos a besarnos con cierta timidez, no era fácil vencer la relación de jefe y empleada, nos quedaban algunos tabúes a los dos. Y yo estaba nerviosísimo, como un colegial. No sabía por dónde empezar. Mis manos se acariciaron todo su cuerpo, lentamente con la clara intención de desembocar en el rotundo culo respingón de esa impresionante rubia. Sin dejar de explorar nuestras bocas con las lenguas, levanté lentamente la suave falda de Maribel y acaricié sus nalgas desprotegidas, imaginarme el tanga que llevaba puesto hacía que mi erección continuara siendo rotunda y extremadamente dolorosa.

Acaricié el culo largamente, con pasión pero con ternura; para abrir a continuación su blusa y acariciar su talle, su espalda y sus pechos. Le desabotoné el sujetador empezando a desnudarla sin prisa, pero sin pausa.

Cubierta solo del cachondísimo tanga lila la tumbé en la cama y empecé a besar, a lamer y a chupar su cuerpo. Estábamos los dos muy excitados.

  • Deja que vaya a lavarme, llevo toda la tarde sin hacerlo.

Aquellas palabras me enervaron aún más y le dije que no. Sus rosados pezones, coronas de unos pechos grandes, rotundos y redondos; acabaron entre mis labios. Mi lengua torturaba incansablemente aquellos dos pitones, mientras escuchaba los fuertes gemidos de Maribel.

  • Estoy muy cachonda, Luis. Estoy muy caliente. ¡Fóllame ya, por favor!

Ni caso. Bajé por su vientre besando y mordiendo con suavidad el ombligo, sin dejar de acariciar todo su cuerpo. El tanga apenas ocultaba nada de su depilado pubis, como me calentaba esa prenda no se la retiré, solamente la hice a un lado y chupé como un loco aquel coñito encharcado que premio la primera visita de mi lengua con un fuerte chorro de flujos vaginales y un grito de placer de Maribel.

  • ¡Fóllame Luis! ¡Me estoy corriendo como una loca! ¡Méteme tu polla, ya!

Ni caso.

Continué devorándole el coño hasta conseguir un nuevo orgasmo que invadiera mi boca.

Al cabo de unos segundos se incorporó como una fiera acorralada y empezó a besarme como una posesa y sin piedad, embargado por la locura, la penetré violentamente de una sola embestida. Cada movimiento era un quejido y cada minuto un nuevo orgasmo acompañado de flujos que extraían mi miembro de su coñito, pero yo volvía a la carga.

Hasta que llegó el momento crucial, estaba esperando su orgasmo y al llegar, abrí las compuertas de mi pene, dejando escapar densos chorros de semen en el interior de su chochito.

Y así nos quedamos, abrazados uno encima del otro, sin dejar de besarnos.

La poca noche que nos quedaba, la aprovechamos hasta el final. Quedándonos el tiempo justo para ir a cambiarnos de ropa y regresar al despacho, sin haber dormido y habiendo tenido la relación sexual más íntima y tierna de mi existencia.

El jueves fue un día duro y a mediodía regresé a casa, para dormir un par de horas. Maribel y yo habíamos hablado y se reconoció algo "enamoriscada" de mi, pero ahí se acababa la relación, ella debería empezar su vida y yo reorganizar la mía. ¡Vaya semanitas que estaba viviendo últimamente!

Me duché y salí del baño con una toalla a la cintura. Me llevé un susto de muerte al llegar al salón, Marisa había usado la copia de la llaves que tenía en su casa para entrar en la mía.

  • Lo siento Luis. Emilio me dijo que te habías marchado.
  • ¿Qué haces aquí, Marisa?

Su única respuesta fue desnudarse y acabamos en el sofá. Puse la toalla para evitar las manchas y me entregué de lleno al sexo con aquella yegua desbocada que buscaba su semental. Pero antes de empezar tuve que quitarle las bolas chinas, estaba encharcada y no me lo pensé ni un segundo: ¡A FONDO!

La yegua no cesaba de correrse y al llegarme el momento le saque la polla y se la metí en la boca.

  • ¡Trágatelo todo!

Y efectivamente, así lo hizo. Dejó mi ya dolorido pene en perfecto estado de revista y mis testículos totalmente vacíos.

Después de vestirse se preocupó de mí, dejándome en la cama y despidiéndose con un beso.

Dormí hasta las seis de la mañana del viernes, arreglé un poco la casa, desayuné y me preparé para ir al despacho.

Hacia las doce y media, Maribel ya había recogido sus pertenencias y empezaron las despedidas, quedé para el final y nos fundimos en un profundo abrazo que fue ampliamente aplaudido por todos los empleados de la casa.

Y hacia las dos de la tarde, partíamos hacia la masía. Yo casi sin fuerzas y temiendo que Carrie me pidiera "guerra", y Marisa sonriendo ampliamente, seguro que llevaba puestas las bolas chinas.