Marisa (5)

No se acaba, continúa la locura.

Ni el martes ni el miércoles vi a Marisa, o supe algo de ella. El jueves a media mañana llegó Emilio al despacho y nos dimos un fuerte abrazo ¡Qué raro era todo! No tenía ningún tipo de remordimiento y me acordé de aquella frase "LA JODIENDA NO TIENE ENMIENDA, NO ALIMENTA PERO CALIENTA".

Emilio y yo tenemos despachos independientes con dos salas comunes, una de ellas para cuestiones laborales y otra como salita, comedor y área de descanso. Con los papeles en la mesa de la sala común, los beneficios netos de este macro proyecto iban a ser de once millones de euros anuales, durante seis años; con sus respectivos aumentos en función de varios parámetros de revisión anual y con la seguridad de tener capital suficiente para desarrollar todo el primer año, sin pedir crédito alguno.

  • Chaval –me dijo Emilio- Si esto va bien, cuando acabe el proyecto me jubilo. Luis, lo he estado pensando mucho y quiero dedicar más tiempo a la familia.
  • ¿Algo no va bien?
  • Muchas cosas no van bien. Después de todo el tiempo que llevo fuera de casa, llego y Marisa está con la regla. Pero es que en vez de mosquearme, me he sentido feliz, porque ya sabes que tengo algún problemilla… Y eso he de mejorarlo.
  • Tío, pero no esperes siete años y

La conversación personal se alargaba tanto que salí para decirle a Maribel que nos pidiera una pizza familiar y varias latas de refrescos. Maribel se puso a ello, no sin antes agradecerme las condiciones económicas de su marcha, que ya le había explicado la responsable de recursos humanos.

  • Es usted la mejor, Maribel y se merece lo mejor. Por cierto, con la eficiencia que la caracteriza… Necesito que me busque de forma confidencial y urgente el mejor especialista médico para disfunciones sexuales –me miró descolocada- Si, ya sé que es raro y es algo personal, pero es que no conozco a nadie que se dedique a eso.
  • No se preocupe, le digo algo en cuanto lo sepa.

Continuamos Emilio y yo la charla por espacio de otras tres horas y cayeron las pizzas, los refrescos, varias tazas de café y las nueve de la noche. Nos retiramos a dormir, muertos de cansancio. Llegando a casa sonó el móvil, era Carrie y le dije que la llamaría en cuanto subiera, y esperaba acordarme, porque si no me llamaría ella más tarde y me desvelaría.

Carrie, sus padres y nuestros hijos estaban muy bien. Charlamos sobre los tratos que había cerrado Emilio y el anuncio de los ingresos nos llevó a hacer planes. Charlaba ella sola, tanto que casi me quedo dormido. Acabada la conversación, salí de la ducha y escuché el aviso de mensaje en el móvil. El texto era de Marisa y decía: "Felicidades, me ha bajado la regla y ya no tienes motivos para sufrir". El texto era borde con ganas, pero me fui a dormir quitándome un gran peso de encima, tanto que cambié la toalla por un pantalón largo ligero, un polo azul marino y unos zapatos de piel, me fui de fiesta por Barcelona, después de años de no hacerlo.

Aunque mi intención era solo tomar una copa, acabé en una discoteca de esta populares, o mejor decir populistas, donde mi indumentaria desentonaba notablemente entre tipos con bermudas horteras u otros que combinaban los pantalones tejanos y los zapatos negros con unos horteras calcetines blancos.

Acabé con ganas de marcha, tomando un infecto whiskey que decía ser Jack Daniels, pero que ni se le parecía y bailando en la pista. Después de un logrado revival entre el "Born to be alive" de Patrick Hernández y "One night in Bankog" volví a la barra, dispuesto a regresar a casa, cuando me interpela una preciosidad morena.

  • Hola, señor.
  • ¿Nos conocemos?

La carcajada cristalina me sacó de dudas.

  • ¡Samira! –exclamé contento de verla allí y sin su adusto uniforme de chacha- Es un placer verla, no la había reconocido. Está usted preciosa.
  • Gracias, señor –dijo sonrojándose notablemente.

Los jueves acostumbra a ser el día libre de las chicas de servicio barcelonesas, y las discotecas se llenan con su presencia.

  • Aquí olvídese de llamarme señor, me llamo Luis y estamos fuera de casa. Por favor, se lo ruego.-
  • Pues no me trates de usted.
  • De acuerdo, nos tuteamos – era la segunda vez en pocos días que se repetía la situación con una mujer y ambas muy guapas.

Samira estaba con otras cuatro chicas marroquíes, vestidas de manera moderna y muy elegantes todas, bellezas jóvenes y morenas del norte de África; que tenían entre sus manos diversas bebidas con alcohol y sin. Una de ellas incluso fumaba, cosa impensable en su país, pero estaban muy integradas en la sociedad donde trabajaban.

Eran las tres de la madrugada y se complicaba la noche. Me despedí de mis nuevas amigas y ya en la calle, envié un correo electrónico desde el móvil a mi secretaria Maribel, diciéndole que no pasaría por la oficina hasta después de comer y que se lo comentara a Emilio.

Durante el tiempo que demoré en enviar el correo, Samira salió de la discoteca y me saludó nuevamente, antes de hacer señas a un taxi, que ni se detuvo.

  • Por favor, Samira. No pidas ningún taxi. Yo te llevo a casa.
  • ¿No es molestia?
  • Al contrario.

Y efectivamente, así fue. La noche continuó complicándose y a eso de las cuatro de la madrugada, me atreví a preguntarle a Samira sobre Marisa y con toda sinceridad me dijo lo que había oído.

  • Pero no te preocupes Luis, el secreto muere en mí.

Le hice una caricia en la mejilla, dándole las gracias, pero sin explicarle nada más, ni tratar de justificarme, en absoluto.

La madrugada seguía complicándose y a las cinco y pico estábamos follando como locos en la habitación de un hotel. Samira es cariñosa, humilde, entregada, apasionada, ardiente, limpia, noble y dotada de un sexo con vida propia que succionaba y masajeaba mi pene en cada embestida que clavaba en el fondo de su vagina, suave como la sea y fragante como la lavanda, que placer tan indescriptible sentí al sentir sus orgasmos alrededor de mi pene o en mi boca, cuando lamía desesperadamente su cuidado sexo y el depilado pubis.

Samira extrajo un preservativo de su bolso y así acabé, en un asexuado tubo de látex, pero envuelto en las caricias y la ternura de una mujer extraordinaria.

A las siete de la mañana la deje en casa de Marisa y nos despedimos hasta la tarde de ese mismo viernes, cuando volveríamos a vernos camino de la masía.

  • Luis, ha sido muy bonito y muy emocionante, pero se acaba aquí. Tú estás casado y yo más tarde o temprano también lo estaré.
  • Me gustaría volver a repetirlo, solo una vez más.
  • De acuerdo –me dijo- pero yo te diré la fecha, es un día muy especial para mí.

A las ocho de la mañana me acostaba y a las dos me telefoneaba Emilio.

  • ¿Qué haces en la cama todavía gañán?
  • Joder –dije mirando la hora- me he dormido.
  • ¿No me digas? –respondió Emilio sarcástico- ¿Saliste anoche?
  • Si y bebí más de la cuenta.
  • Vale, vete arreglando chaval. Ya está todo arreglado y cerrado. En una hora paso a buscarte con la "flagoneta de los malacatones".
  • ¿Te importa si me voy solo?
  • No, vete si quieres en el coche.
  • Si, necesito ducharme, arreglarme y arreglar un poco la casa, la asistenta no viene hasta el martes. Ya os pillaré por la carretera.

Y así fue. Salí casi una hora después que ellos y los adelanté como una exhalación, pero no con el Audi, sino con mi antigua moto que dormía el sueño de los justos desde hacía demasiado tiempo. Estaba viviendo tantas cosas en las últimas semanas que los sentimientos y sensaciones se agolpaban en un paso demasiado estrecho para tanto tráfico. En mi había un nudo interno que no sabía cómo deshacer, lo peor de todo es que los remordimientos de conciencia que podía haber sufrido ante el solo planteamiento de todo lo pasado, no habían venido a mi conciencia. Y me sentía excitado, como un adolescente de quince años y tal vez necesitara sacar al rebelde y volar. La moto era la mejor receta, retoque la matrícula para evitar los radares y volé como un halcón ávido de caza, hasta llegar a la masía.

Tomé a mi mujer en brazos y ante el aplauso de mis suegros, subimos a la habitación, donde estuvimos follando con tal intensidad que en pleno orgasmo me mordió el hombre, dejando los dientes señalados, marcando su territorio.

  • Si alguna mujer intentara alejarte de mí –dijo arrobada de amor- sería capaz de matarla con mis propias manos.

Bajamos al salón, donde ya estaban Emilio, Marisa, los niños, mis suegros y las dos chicas de servicio. Ante la sonrisa de Carrie, Marisa puso cara de pocos amigos y Samira bajó discretamente su rostro para esconder una sonrisa divertida, por las miradas que nos dirigía su jefa.