Marisa (4)

¿Cuándo acabará esto?

La entrada a Barcelona resultó fácil por la ausencia de coches a esa hora, por suerte el Barça jugaba fuera y a nosotros nos pareció estupendo. Una de las gemelas de Marisa empezó a llorar desconsolada y Samira, la asistenta marroquí hizo lo que pudo para calmarla. Llegando a casa de Emilio y Marisa, aparqué bien la furgoneta y ayudé a subir algunas cosas al piso y por supuesto a los niños que me adoraban. Tal y como dije en la entrega anterior, una vez llegas con éxito a la segunda infidelidad, todo te da lo mismo y pierdes la vergüenza o los cargos de conciencia.

¿Cómo es posible que dos personas con el futuro arreglado, una formación muy alta y un estilo de vida envidiable, sucumban a un orgasmo? Porque en un orgasmo se pierden los papeles, el oremus, la conciencia y el sentido de la responsabilidad ¿Qué necesidad tenía yo de dejar embarazada a Marisa, pudiendo haber usado condones? No creo que nadie lo sepa explicar.

Marisa insistió para que me quedara a cenar y al final accedí cuando mi ahijada Claudia ( he cambiado el nombre ) me lo rogo casi sollozando. Fui a cambiar la furgoneta por el Audi y regresé a su casa, a escasos ochocientos metros de la mía.

Tras cenar los niños, los acompañamos a la cama. Samira nos dejó la cena en el salón y también se retiró a su habitación, no sin antes desearnos buenas noches. Samira era una chica muy educada a la que de vez en cuando yo le enseñaba palabras en castellano y en catalán; ayudando ella a perfeccionar mi oxidadísimo árabe.

Marisa y yo estuvimos hablando un buen rato de los contratos con los que Emilio regresaría a Barcelona y que nos iban a suponer unos ingresos más que notables, extraordinarios.

  • ¡Lástima que regrese el jueves! –dijo Marisa.
  • No debes decir eso – le respondí en un tono neutro, desapasionado.
  • Con Emilio aquí, va a ser muy difícil que nos veamos –insistió ella, dejando la frase colgada en el aire.
  • Quedamos en hablar el martes ¿Verdad?
  • ¿Qué temes?
  • Marisa, no temo nada. Pero hemos de analizar que sentimos el uno por el otro y hasta qué punto estamos dispuestos para romper nuestras familias. Me jode mucho lo que está pasando. Me jode mucho lo que le estamos haciendo a Emilio, a Carrie y a los niños. Me jode mucho todo esto. Y me fastidia no saber qué es lo que siento por ti, que es mucho, muchísimo.
  • Es posible que solo sea un calentón
  • O la curiosidad por explorar la novedad
  • Yo tampoco lo tengo claro, me paso las horas pensando en ti.
  • Y yo en ti.
  • Lo siento, Luis, yo también estoy perdida. Tal vez debamos pensarlo con calma y vernos más adelante, a solas. Mejor que lo dejemos correr unos días y si el fin de semana podemos escaparnos en la Masía, pues hablamos allí ¿Te parece bien?
  • Me parece bien.

El llanto de una de las niñas nos despertó y como no había manera de calmarla, llamamos al médico de la mutua que visitaba a domicilio. Una otitis fue el diagnóstico y entre unas cosas y otras, me fui a dormir casi a las dos de la mañana. Entre las sesiones de sexo del fin de semana y la falta de sueño, me esperaban cinco días de frenético cansancio.

  • Buenos días, señor Raurich ( Apellido inventado ).
  • Buenos días, señorita Maribel ¿Alguna llamada pendiente?
  • No, señor Raurich. No hay nada urgente pendiente.
  • ¡Maldita sea! ¡Me he dormido!
  • Pero es la primera vez que le pasa y además es usted el jefe.
  • Sí, pero………. ¡Maldita sea mi estampa! Voy a tomar algo a la cafetería de abajo ¿Le apetece acompañarme a pesar de las malas lenguas?
  • Si –dijo estallando en una discreta pero hermosa carcajada- Para mí será un placer.

Bajar a la calle con una hembra de la categoría de Maribel, era como para que todos los tíos hicieran la ola a su paso. Alta, ni gorda ni delgada, de larga melena rubia natural, ojos azules, cuerpo extraordinariamente proporcionado y llamativo y un rostro inigualable. Discreta en las formas y en el vestir, no mostraba estrecheces en su vestuario, ni exageradas holguras; correcta y elegante levantaba pasiones entre los hombres, entre algunas mujeres del despacho y envidias en otras muchas.

  • ¿Qué tomará señor Raurich? – me preguntó.
  • Luis
  • ¿Perdón?
  • Aquí fuera, solamente Luis y de tú, por favor.
  • Gracias, es todo un honor. Lo mismo le ruego.

Ambos nos reímos con ganas por la situación y sentimos como se rompía algún tipo de tabú o barrera.

  • Me parece que es la primera vez que tomo algo con alguien del despacho, excepto con Emilio, claro.
  • Luis, es la primera vez de eso y es la primera vez que te veo bajar aquí.
  • Reconozco que entre mi natural despistado y lo perdido que estoy estos días, no sé ni lo que me hago.

Charlamos de varias cosas curiosas, alegres y desenfadadas, extrañándome que pudiera estar nuevamente tan "en la onda" como en los años anteriores a la apertura del despacho. Supongo que el asunto Marisa también tendría parte que ver en el asunto y evidentemente necesitaba una solución, una salida o un buen arreglo. No quería hacer daño a nadie.

El camarero nos trajo un mini bocata de queso viejo y membrillo para Maribel y a mí una hamburguesa "King size" completita de todo; con dos Coca Colas grandes de máquina. Todo un menú de gourmet. A tomar por saco la "nouvelle cuisine" y esas gilipolleces.

  • Luis ¿Te importa que hablemos de trabajo? Es importante y prefiero hacerlo aquí que arriba en el despacho.
  • ¿Ocurre algo grave?
  • Mi novio…. es ingeniero de minas y le han ofrecido un trabajo muy bien remunerado en Chile. Una opción así solo se encuentra una vez en la vida. Quiere aprovecharla y me ha pedido que lo acompañe.
  • Entiendo –dije dejando los restos de la hamburguesa sobre el plato.
  • Me sabe muy mal, Luis y aún más a partir de hoy. Sois unos jefes maravillosos y el despacho es como una segunda casa, pero debo tomar esta decisión.
  • Maribel –dije cogiendo su mano entre las mías, sin que hubiera el más mínimo rechazo por su parte- ¡Qué tengas mucha suerte! Te voy a echar mucho de menos porque eres una secretaria magnífica y una mujer extraordinaria –de sus ojos empezaron a brotar dos riachuelos de lágrimas- Tan extraordinaria –continué- que tu sustituta va a serlo por contrato de sustitución, por si las cosas te van mal y deseas volver ¿Vale?

Las lágrimas se convirtieron en llanto y me costó consolarla, pero lo conseguí y le pedí al camarero que nos trajera dos chupitos. Brindamos por ella y por sus éxitos, en veinte días nos dejaría y esa misma mañana haría oficial su marcha.

Subimos juntos al despacho y antes de salir del ascensor me dio un beso en la mejilla.

Ya dentro de mi despacho, miré el correo y me dispuse a contestar al montón de asuntos pendientes, solucioné varias cuestiones en una reunión algo tensa para ser lunes y mandé llamar a Laura, la jefa de personal. Le di instrucciones sobre Maribel, encargándole que se la finiquitara con sesenta días por año trabajado, más una gratificación especial por su trayectoria profesional, etc. A efectos legales Maribel tomaba una excedencia de cinco años y así debía tenerlo claro su sustituta. También le encomendé que preparara una cena para los empleados de la casa, en homenaje a mi secretaria.

  • Me encargo de todo, Luis.
  • Imagino que irá a verte esta tarde o mañana, yo me he enterado hoy de pura casualidad. Déjale claro, por favor, su situación.

Bajé a comer y ya en la calle me encontré a Marisa en la puerta.

  • Te estaba esperando.
  • ¿No te parece demasiado arriesgado después de lo que hablamos anoche?
  • Bueno… ya veremos qué pasa ¿Me llevas a comer marisco?

Fuimos al aparcamiento privado para buscar el Audi, una vez dentro del coche, Marisa se levantó la falda de su exquisito vestido y apartó el ligero tanga que llevaba, casi me da un infarto al ver aquella prenda tan cachonda.

  • Marisa ¡Por favor! ¡Ya está bien!
  • Cómeme la almeja, este es todo el marisco que vas a probar.

Nunca había follado en el Audi, de hecho ni me había llegado a ocupar los asientos traseros, pero os aseguro que es amplio de narices. Una vez me dijo un vendedor de coches "En un Audi se pueden hacer muchas cosas, especialmente detrás", a lo que su jefe, tras darle una colleja le respondió "Quien tiene dinero para comprarse este coche, le sobra para pagar un hotel de cinco estrellas". Y de hecho ese fue el argumento que me llevó a comprarme esta preciosa obra de la ingeniería.

Tenía ganas y le comí el coño a Marisa. A pesar de la conversación de "armisticio" entre ella y yo, el domingo me fui a casa muy cabreado porque tenía ganas, muchas ganas de follármela en su misma cama de matrimonio. Me daba morbo. Pero en vez de eso, llegué a casa y ni tan siquiera tuve fuerzas para masturbarme, estaba tan excitado que me quedé dormido con una erección de caballo.

Pasé olímpicamente de todo y penetré a Marisa, no me apetecía durar mucho y vi que a ella tampoco, con lo cual, me corrí en cuanto ella empezó a cambiar la intensidad de sus flujos vaginales de líquidos a espesos. Y la tía gritó ¡Joder como gritaba de gusto! Suerte que la plaza de aparcamiento es privada, porque si no, acabamos detenidos en comisaría.

Nos aseamos con toallitas higiénicas y nos fuimos a comer.

Después de comer fuimos a un sex shop y le compré una preciosas y prácticas bolas chinas, fabricadas con una silicona. No quiso salir del local sin que se las pusiera yo mismo, y la dependienta nos llevó a una cabina de video, muy amplia, con una sonrisa en los labios.

Antes de meterla las bolas me la follé otra vez y esta vez no gritó, pero poseída por los diablos de la lujuria, no cesaba de decirme guarradas al oído, del calibre: "Estoy que me deshago de lo puta y calentorra que soy", "Tengo el chocho ardiendo como una hoguera", "Cariño, no dejes de follarme nunca"; y así otras.

Os aseguro que del sex shop al coche no había más de cien metros y ella se corrió varias veces, las malditas bolas chinas le hacían estragos, os aseguro que mojó copiosamente el suelo antes de subirnos al Audi.

Nos recibió Samira con su habitual buen humor y elegancia, pero mudó la cara al ver el estado en el que volvía su jefa.

  • ¿Qué le ocurre a la señora?
  • Nada, Samira – llegó a farfullar Marisa – tomaré una ducha y me despejaré.

La acompañamos al baño de su suite y la dejamos sola. Yo me conecté al despacho desde allí mismo y en unos minutos estaba conferenciando con Emilio, madrugador como siempre.

  • Estoy en tu casa, compañero –le dije.
  • ¿Otra vez me estáis poniendo los cuernos? – Esta frase era una broma habitual entre nosotros, desde hacía años. Lo que él desconocía por completo era el cambio radical de su esposa.
  • Por supuesto que sí. Salí a comer con Marisa y se ha indispuesto, ahora está en el baño y me espero hasta que salga, para ver como está.
  • ¿Algo por lo que debe preocuparme?
  • Nada, Emilio.
  • Hay "Tranxillium" en el botiquín, Samira sabe dónde. Si está alterada dale una pastilla y dejadla dormir un par de horas. De vez en cuando le ocurre algo parecido.
  • De acuerdo ¿Cómo han ido los flecos finales?

Cambié rápidamente de tema para demostrar mi habitual entrada directa en materia, en cuestiones laborales y ahí nos pasamos los dos más de una hora y media repasando temas, ni tan siquiera vi a Samira que discretamente esperaba en la entrada del salón para decirme algo, le pedí a Emilio que esperase.

  • Discúlpeme Samira ¿Lleva mucho tiempo esperando?
  • No se preocupe, señor. La señora está en la cama durmiendo, se ha tomado una píldora.
  • Gracias Samira. Me quedo trabajando hasta que se despierte. Cuando sea la hora, avíseme, por favor e iré a buscar a los niños al cole.
  • Gracias señor ¿Le traigo algo?
  • Un cortado, por favor.
  • Enseguida señor.

Nunca me había fijado en el culo, ni en el tipazo de Samira. Siempre vestía el discreto uniforme negro con delantal blanco, tanto en Barcelona como en nuestra masía. Alguna vez la había visto en la piscina, en traje de baño, pero jamás reparé.

  • ¡Chaval! –Me increpó Emilio y pasando a hablar en inglés, me dijo que me olvidara de la chica de servicio y me pusiera a currar un poco. Lo cierto es que cuando Samira me sirvió el cortado, estaba tan cerca de mí que pude oler su fragancia de mujer, un olor limpio a lavanda.

Nuevamente Emilio me llamó al orden y continuamos trabajando hasta que a las cinco de la tarde fui a buscar a los gemelos y las gemelas al colegio, ellos encantados con su tío Luis y yo encantado con esas maravillas enanas que son los niños. Marisa nos esperaba arreglada, aunque con unas ligeras ojeras, y al ver como se desenvolvía con los niños, anuncié que regresaba al despacho. Samira se hizo cargo de los niños y de las meriendas, mientras la dueña de la casa me acompañaba hasta la puerta.

  • Me has dado un susto de muerte –le dije - ¿Estás bien?
  • Si, precioso. Me ocurre de vez en cuando.
  • Me voy a trabajar un rato.
  • Vale, ya nos veremos. Quiero que te vayas pensando en las bolas chinas. Las llevo puestas y estoy que me deshago.
  • Eres terrible –le dije depositando un casto beso en su mejilla.