Marisa (3)

¿Poner fin o continuar? Es una difícil decisión.

La mañana del sábado resultó apacible, imagino que cuando has engañado a tu esposa (y amiga en el caso de Marisa) un par de veces, te acostumbras a todo y pierdes por completo el miedo a que se descubra la situación. Me levanté relativamente temprano y nadé un buen rato, al cabo de uno minutos Carrie y Marisa estaban conmigo en el agua, mientras las chicas de servicio se encargaban del desayuno y de los niños. Mis suegros madrugaban para caminar durante dos o tres horas cada día.

A pesar de todo, Marisa tomó la iniciativa de rozarse conmigo cada vez que podía, sin forzar la situación, pero aprovechando toda ocasión, estaba más caliente que una plancha y se le notaba incluso en la forma de caminar. Ya no tenía aquel porte de cateta de ciudad, apocada e insegura, había cambiado en muchos sentidos.

Durante el almuerzo Marisa y yo nos rozábamos los pies bajo la mesa, previendo la tormenta que se avecinaba preferí quitarme de en medio anunciando que tras la comida me dedicaría a trabajar un buen rato en mi despacho, allí jamás me molestaba nadie… excepto Marisa la noche anterior. Carrie decidió ir de compras a la pequeña ciudad más próxima, a lo que se apuntaron sus padres, una de las chicas de servicio iría para ayudarlos y la otra cuidaría de los niños, que harían la siesta. Marisa dijo que le dolía la cabeza y que prefería dormir un poco.

  • He pasado muy mala semana –se excusó.

Efectivamente, a las cuatro y media Carrie vino a darme un beso, no volverían hasta las siete u ocho de la tarde. Desde la ventana de mi estudio vi como la furgoneta familiar desaparecía por la recta carretera y tomaba la curva que llevaba a la vía principal. Esperé pacientemente hasta calcular su llegada al centro comercial, momento que aproveché para llamar a mi mujer y pedirle que me comprara hojas de afeitar, pude escuchar así el murmullo de fondo propio del centro comercial.

Nada más colgar puse el teléfono en un bolsillo del pantalón y subí como una flecha hasta la habitación de Marisa. Ni me molesté en llamar, ella también estaba hablando por teléfono con Emilio, que se había levantado hacía poco rato a miles de kilómetros de nosotros. En su pícara sonrisa pude descifrar que era bien recibido y sin interrumpir su conversación, la puse con el culo en pompa, levanté la corta falda de su bata veraniega y le rompí las finas braguitas. Ese acto de violencia carnal desesperada la hizo recular más hacia mí y a posicionarse aún mejor, me puse tan cachondo que no sabía ni cómo actuar. Extraje mi enervado miembro de su encierro y tras restregarlo un par de veces por sus húmedos labios vaginales, se lo introduje de un solo golpe, hasta el fondo.

Marisa suspiró profundamente y de forma inmediata se excusaba con su marido, diciendo que le había dado un calambre en la pierna, mientras yo empezaba un movimiento de mete y saca lento, pero rítmico y profundizando en la penetración a cada una de las embestidas. Me encantaba sentir la intensidad de sus flujos vaginales que iban variando a medida de su estado de excitación desde un líquido fino y suave, a otro más espeso y denso que lubricaba extraordinariamente su estrecho y suavísimo chocho. Aguantaba el equilibrio sobre sus codos mientras con la mano izquierda sostenía el móvil y con la derecha apretaba fuertemente las sábanas, cada vez le costaba más mantener la voz templada y los suspiros. Tuvo que despedirse de Emilio al cabo de unos segundos y tras cerrar la tapa de su móvil, lo tiró sobre la mesita de noche.

Fue entonces cuando dejó de reprimir sus gemidos para dedicarse a gozar abiertamente. Descargó un húmedo orgasmo sobre mi miembro, mojando las sábanas copiosamente. Yo tenía ganas de eyacular, pero no me apetecía acabar sin haber devorado su coño. Me ponía muy cachondo comérselo todo.

Extraje mi polla, a lo que respondió con un rotundo "¡¡NOOOOOOOOOO!!", pero no le hice puñetero caso y como en un guión de cine porno, los dos sabíamos que me apetecía hacer un sesenta y nueve salvaje. Para mi supuso entrar en el paraíso al sentir el sabor y la humedad de su sexo, que empecé a saborear sin ningún tipo de cortapisa o reparo. Mientras ella intentaba chupármela con cierto éxito, empecé a lubricar su ano con un dedo mojado en sus mismos jugos vaginales, cuando lo consideré mínimamente dilatado, introduje mi dedo lo que le llevó a dar un respingo momentáneo, hasta que se acostumbró a ello y lo aceptó, moviendo su trasero para sentir la penetración aún más profundamente.

Dos y posteriormente hasta tres dedos entraron en su cavidad anal que se dilataban inmediatamente, con una elasticidad increíble.

  • Marisa, ponte otra vez a cuatro patas –le ordené.
  • Haré lo que tú me mandes, mi amor.

Efectivamente así fue. Penetré otra vez en su vagina con toda rotundidad y profundamente, como si intentara llegar hasta el fondo de su útero. Di cinco o seis embestidas para humedecer al máximo mi miembro y lo extraje. Apunté a su ano y… entró prácticamente todo dentro de ella. Gritó de placer y se corrió, parecía como si se hubiera orinado sobre la cama.

  • Fóllame cariño, rómpeme el culo.

Escuchar esas palabras en boca de una mujer tan remilgada y hasta una semana atrás tan reprimida, me puso como un loco y empecé a embestirla brutalmente, llegando a lo más profundo de su ano, que se dilataba cuanto más insistía y proporcionándome un placer indescriptible. Otro orgasmo brutal la asaltó y mi excitación fue tal que en el momento de su segundo grito, le di un gran palmetazo en el culo que resonó en la habitación, consiguiendo que ese polvo se transformara en un acto brutal y sin control de ningún tipo. Me sentía próximo a la eyaculación y la tumbé boca arriba.

Me puse encima de ella y le dije:

  • Quiero correrme dentro de tu coño, me importa una mierda si te dejo embarazada, pero necesito correrme dentro de ti.
  • Hazlo amor mío –me dijo cogiendo mi rostro entre sus manos- Hazlo que quiero sentir tu leche y quiero tener un hijo tuyo.

Penetré de nuevo en su coño y me sentí muy íntimamente unido a ella, como si una parte de mi mismo le perteneciera y viceversa.

Nos besábamos con pasión y desesperación al mismo tiempo, como si el mundo fuera a terminarse pocos momentos después de nuestro polvazo y mientras empujaba dentro de ella sentí los temblores previos a su quinto o sexto orgasmo de la tarde y justo cuando la explosión de sus jugos bañó mi polla, descargué mi semen dentro de su coño.

Y así permanecimos durante largo tiempo, sin dejar de besarnos.

  • Samira nos habrá oído –dijo entre risas refiriéndose a su chica de servicio.
  • Me da lo mismo –respondí.
  • Y a mí también cariño. Estoy viviendo algo increíble que jamás hubiera imaginado, pero tenemos que hablar los dos, cuando estemos más tranquilo y decidir que hacemos.
  • ¿A qué te refieres, Marisa? –Le pregunté.
  • Ahora no es el momento, mi vida. Estoy enamorada de ti y ahora no podemos hablar, tenemos que decidir si dejamos esta locura o vamos para adelante con todo lo que ello supone. Además Emilio regresa el jueves.
  • De acuerdo. Te invito a cenar el martes en el Port Olímpic y charlamos con calma y en un lugar público, así podremos hablar con tranquilidad.
  • Me parece bien –dijo besándome nuevamente y acariciando mi exaltado miembro que ya volvía a pedir guerra- Pero mientras tanto… vuelve a follarme, que estoy caliente como una puta perra.

Y sin previo aviso la penetré de nuevo y en pocos minutos nos corríamos los dos, sin evitar que mi esperma regara su probablemente ya preñado vientre.

Nos duchamos juntos y tras besarnos volví a mi despacho, aprovechando ella para rehacer la cama y ocuparse un rato de los niños. Sobre las ocho de la tarde regresó Carrie con sus padres, descargamos la compra y las chicas comenzaron a preparar la cena.

Nos fuimos todos a dormir, sin más cosas notables que contar, pero mi nerviosismo era tan grande que volví a la habitación de Marisa, sabiendo que todos dormían y las puertas estaban cerradas. Me introduje entre sus sábanas besándola con suavidad y pasión, para volver a penetrar su sexo sin preparativos de ningún tipo, me recibió bien pues estaba ligeramente húmeda, aunque muy estrecha. Se despertó inmediatamente, algo sobresaltada, pero al verme sonrió, me abrazó y orgasmo conmigo al mismo tiempo mientras me decía al oído "Te amo".

Acabé la noche con un buen chapuzón en la piscina, donde me llevé un buen vaso de Jack Daniels con hielo.

El domingo después de comer partimos hacia Barcelona, para evitar en lo posible los largos atascos de tráfico ya habituales. Para acabar de adobar el guiso, el depósito de gasolina marcaba la reserva, algo muy habitual en Carrie. Nos detuvimos en una gasolinera de carretera secundaria para repostar, después de pagar aparqué la furgoneta y me excusé diciendo que iba al baño. Tras orinar salí del lavabo y allí estaba esperándome Marisa que sin decir palabra volvió a introducirme en el baño, se arrodillo, me extrajo la polla para dedicarme una de las mejores mamadas de la historia de la humanidad. No resistí ni tres minutos.

  • Necesitaba tener en mi boca el sabor de tu intimidad, de tu polla –me dijo y mientras ella salía para ir a la furgoneta, yo me refrescaba con un poco de agua fría y reemprendimos el camino hacia Barcelona.

"Como esto continúe a este ritmo –pensé- no voy a durar ni una semana".