Marisa (2)

Las infidelidades hacia mi amigo, deben finalizar. Es lo mejor ¿No?

Durante los siguientes dos días me sentí mal, anímicamente aunque a la vez excitado por la idea de poseer nuevamente a Marisa. Quería llamarla por teléfono, pero no acababa de decidirme en ningún momento, temía su reacción o tal vez que regresaran los remordimientos por haber traicionado a Emilio y a mi mujer Carrie.

Carrie y no nos telefoneábamos cada día para hablar de nosotros y de los niños, sus padres estaban muy a gusto en nuestra residencia, disfrutando de la comida española que Carrie tan bien dominaba. Nuestras conversaciones diarias eran cortas, tenía miedo que ella descubriera algo durante el fin de semana y más aún si Marisa no venía con nosotros.

El miércoles mi secretaria me anunció una visita y le dije automáticamente que pasara, sin tan siquiera haber preguntado quien era, se abrió la puerta y compareció una Marisa vestida con pantalones y camisa tejana, algo no habitual en ella. Había pasado por la peluquería y recortado su melena, lo que suavizaba sus rasgos y la hacía aparecer más bella. Me levanté a saludarla y casi al mismo tiempo también se levantó mi miembro.

  • Buenas tardes, preciosa –le dije depositando dos besos en sus mejillas a lo que ella respondió con su habitual trato.

  • Buenos días, Luis. Estuve a punto de llamarte para comer, pero al final se complicó algo mi jornada.

Nos sentamos en el sofá de mi despacho y pedí dos cortados a Maribel, mi secretaria; Marisa la examinó detalladamente cuando se retiró, observando especialmente su movimiento de caderas.

  • Es guapa –me dijo.

  • Sin duda que lo es –le respondí.

  • Si, muy atractiva –dijo y tomó un poco de su taza.

  • Tú dirás lo que te trae por aquí –dije yendo directamente al grano. Pensé que "de perdidos al río" y si quería algo, cuanto antes lo dijera, mejor.

  • Me preguntaba si el fin de semana podríamos irnos contigo.

  • Por supuesto, Marisa. Lo contrario no sería habitual.

  • ¿Lo dices por tu reputación? –Ahí me cogió fuera de juego completamente.

  • En absoluto, lo digo porque allí puedes relajarte y podemos ayudarte con los niños, también pueden jugar hasta hartarse, sin peligro.

  • ¿Y Carrie?

  • ¿Qué ocurre con ella?

  • ¿Tienes miedo que descubra lo que ocurrió entre nosotros?

  • Si –respondí sinceramente- Igual que si lo descubriera Emilio. Los quiero mucho a ambos como para perder su amor y su amistad.

  • Y a mi ¿Dónde me sitúas en este punto? ¿Soy la mala ó la puta?

  • Ninguna de las dos cosas, Marisa. Sabes que también te quiero, pero no es lo mismo y lo que hicimos en tu casa fue una cuestión de sexo y cariño, pero no de amor.

  • Me remuerde la conciencia –dijo al cabo de unos minutos muy largos- pero entiendo esto igual que tú. Pero también me remuerde el coño y estoy caliente como una perra.

Las afirmaciones de Marisa me chocaron en extremo porque jamás había oído semejante vocabulario en sus labios. Estaba… no sé si impresionado o alterado. Ella se levantó tras acabar el cortado y me besó de nuevo en las mejillas.

  • A lo hecho, pecho ¿Pasarás a buscarme el viernes a las dos?

  • Mejor sobre la una, quiero evitarme el tráfico de salida.

  • Te estaremos esperando.

La frialdad de Marisa me descolocó por completo y su sinceridad, aún más. La visita de la mujer de mi mejor amigo me había puesto tan caliente que esa semana no dejé de mirar en todo momento a Maribel, mi secretaria. Tenía ganas de follar y no de masturbarme. Le pegué unos cuantos tiros que fueron bien recibidos por la joven, aunque sorprendida porque siempre había mantenido las distancias con ella y el resto de las empleadas. El jueves por la tarde estuve a punto de invitarla a cenar, pero finalmente no lo hice. Llegué a casa, me duché y me tumbé en el sofá envuelto en mi albornoz. Sonó el móvil y lo cogí perezosamente, sin mirar quien llamaba. Respondí pesadamente y la voz entrecortada de Marisa invadió mis oídos.

  • ¿Estás ya en casa?

  • Si, Marisa. Me he duchado y estoy medio dormido en el sofá.

  • Yo estoy desnuda en la cama, me he alquilado una película porno… - otro gemido intenso- y me estoy masturbando.

  • ¿No dices nada?

  • Te estoy escuchando –le respondí.

  • Cuando follamos el domingo, parecía como si tu rabo me hubiera desvirgado de nuevo y mi coño sintió como nunca había sentido –otro gemido, esta vez más largo.

  • Me gusta oírte así, disfrutando.

  • Olvidé decirte que me corrí mucho y muy a gusto –gimió aún más – y me gustaría correrme oyendo tu voz y que tú me oigas. Estoy cachonda.

  • Y yo también, solo por escuchar cómo te tocas el coño.

  • Si me has dejado embarazadaaaaaaaaaaaaaaa… Estoy a punto de corrermeeeee. Si me has dejado embarazada, voy a tener al niño… Así recordaré como… tu leche me inundó… El coñooooooooooooooo. Me corro, Luis. Me corroooooooooooooo.

Esperé un rato, hasta que ella recobrara la compostura, hablándole suave y cariñosamente con voz muy baja. Ella escuchaba mientras su respiración se normalizaba.

  • Gracias querido Luis. Muchas gracias.

  • No tienes porque darlas, Marisa. Me hace feliz saber que estás sobreponiéndote a tus problemas.

  • ¿Nos vemos mañana?

  • Por supuesto que sí, pequeña –era la primera vez que la llamaba así.

  • Te esperaré – Y colgó. Estuve a punto de masturbarme pero me dormí y el viernes amanecí en el sofá.

Resultó un día extraordinariamente largo, a las doce me despedí de una pizpireta Maribel que estaba deseosa de liarse con uno de sus jefes. Dejé el Audi en el aparcamiento del edificio y tomé la furgoneta de la empresa. Llegué a casa de Marisa y me rogó que subiera para ayudarlas. Mientras la chica de servicio empezaba a bajar las maletas ayudada por el portero, Marisa me rogó que la acompañara para recoger a los niños, besé a mis ahijados y a las gemelas, los dos hombrecitos salieron del piso con sus mochilas a la espalda y nosotros llevamos a las dos niñas. La chica y el portero subieron por el resto de bolsas y nosotros acomodamos a los niños en la furgoneta. De camino hacia nuestra casa, tuve que detenerme a repostar y de paso a tomarme un refresco que tomé del self service de la gasolinera. Me esperaba un largo y duro fin de semana por delante, porque desde que volví a verla, me asaltaron nuevamente los demonios de la lujuria y una salvaje erección que a duras penas podía disimular.

Carrie, sus padres y mis hijos nos recibieron con besos y algarabía. Carrie hizo una oportuna y acertada observación sobre la nueva imagen de su amiga y la abrazó con más fuerza todavía, lo que me hizo sentirme algo mal, pero menos de lo que yo esperaba.

Tras cruzar las mínimas frases con todos, me disculpé y para abalanzarme sobre el agua de la piscina como una fiera, tradicionalmente era mi vacuna anti stress y así lo explicaba siempre Carrie. Nadé durante algo más de una hora, sin descanso y tras ducharme nos fuimos a comer.

Estaba tan salido que miraba incluso los culos de las dos chicas de servicio, estaba deseando que llegara la noche para comerle el coño a mi mujer, penetrarla analmente y acabar descargando mi semen en lo más íntimo de su vientre.

Por la tarde todos se fueron a caminar, excepto yo que hube de solucionar por video conferencia una urgencia de última hora. Cachondo aún, pensé en ducharme con agua fría y subí para nuestro baño, pero ni aún así me calmé.

Así pues, después de cenar estaba algo alterado y más me puse cuando tras un piropo que le lancé a mi mujer, me dijo que no podría ser, estaba con la regla. Se fueron todos a dormir y me quedé un buen rato trabajando en mi despacho, cuando la puerta se abrió sigilosamente y entró Marisa llevándose un dedo a los labios indicándome que guardara silencio. Llevaba puesta una bata veraniega no muy larga.

Hizo que me apartara algo de mi mesa, sin dejar que me levantara de la silla, bajando la cremallera de mi pantalón y extrayendo mi polla que empezaba a ponerse tensa. Sin cruzar palabra, se la introdujo en la boca y empezó a mamarla con cierta torpeza, pero con apasionamiento y vigor.

Pensé que iba a eyacular enseguida, pero no fue así. Con la mano izquierda mantenía mi polla recta y con la derecha acariciaba mis cojones y la zona pélvica. Cuando pensaba que iba a estallar me levanté y la puse sobre la mesa de trabajo. Levanté la falda de su bata y le bajé los tirantes. Mientras succionaba su clítoris y me bebía el jugo de su gozo, le amasaba las tetas y le retorcía los pezones con fuerza. Me incorporé para penetrarla, mi glande jugó con su clítoris y la raja de su vagina, empapándose en sus jugos para penetrarla hasta el fondo, de un solo golpe. Antes de hacerlo me tomó por el cuello acercándome a su boca y nos besamos, me dijo al oído:

  • ¡Fóllame! ¡Hasta que me deshaga!

Y de un solo golpe le introduje el miembro hasta el fondo, bombeándola con intensidad y fuerza durante muchos minutos. Mi polla notó como sus jugos pasaban de un líquido viscoso a otro aún más espeso. Cada uno de sus orgasmos era mayor que el anterior y ya no aguantaba más de siete u ocho envestidas sin correrse nuevamente.

Por fin empecé a bombear con una extraordinaria fuerza, que anunciaba la llegada de mi orgasmo y ella me rodeó con sus piernas por la cintura.

  • Dentrooooooooooo… Córrete dentro –acertó a balbucear y sin resistirme más inundé su coño de semen.

Nos quedamos abrazados, mientras nuestras manos acariciaban el cuerpo del otro. Mi pene estaba semirrígido todavía y enterrado en su coñito. Nuestras pelvis se movían lenta y acompasadamente al principio, para volver a un nuevo y violento mete y saca que provocó nuevos orgasmos en Marisa y acabó con una pronta corrida mía, de nuevo en el interior de su estrecho y suave chocho.

Nos dijimos mutuamente palabras tiernas al oído y no dejábamos de besarnos en la boca, hasta que ella regresó a su cuarto.

Me duché de nuevo y aún cachondo por la morbosa situación, me fui a la cama.

Estaba agotado.