Marisa (1)

Los valores y la fidelidad entre amigos, se pierden a causa de una mujer, la suya.

Éramos amigos desde los ocho años. Emilio y yo habíamos compartido todos los sinsabores y éxitos de una amistad larga, leal, íntima y especialmente sólida. Pasamos juntos por las diversas etapas de la vida, llegamos a viajar por toda Europa con nuestras motocicletas y ninguno de nuestros dos noviazgos fracasados, consiguió derruir la muralla de nuestra amistad.

Habíamos tenido novias y ligues ocasionales, sin habernos separado nunca. Yo resultaba mucho más lanzado, aunque menos atractivo, pero con la capacidad de seducir a cualquier mujer que se cruzara en mi camino, gracias a mi forma de hablar, a mi voz y al saber explicar lo más sagrado con un tono de humor que jamás llegó a lo vulgar. Nos íbamos con nuestras parejas, cada uno en su coche, a follar en los mismos polígonos industriales y rincones que el resto de los jóvenes, y no tan jóvenes, de nuestra ciudad.

Ya en la universidad, Emilio finalizaba arquitectura al tiempo que yo me licenciaba en ingeniería. Realicé un máster en los Estados Unidos y hasta allí vino Emilio para no dejarme solo, reconozco que me mataba a estudiar, pero acabé enrollándome con una agente de policía y Emilio con su mejor amiga. Follábamos juntos en el mismo apartamento, pero cada uno en su habitación, al tiempo mi amiga Carrie me dijo que Etna y Emilio habían cortado porque él no la satisfacía y quedó mi amigo algo desanimado por la cuestión; aunque yo entré en esa época en exámenes finales y no pudimos hablar del tema. En los últimos días de nuestra estancia allí, nos fuimos de copas y estuvimos hablando de su situación. Emilio padecía episodios habituales de eyaculación precoz que no siempre podía controlar, dejando a sus parejas totalmente insatisfechas, aunque en ocasiones utilizara la lengua para conseguir que tuvieran uno o dos orgasmos.

Ya en Barcelona, él se incorporó al despacho de arquitectura de su padre en el extrarradio de la ciudad y yo empecé a trabajar en una importante empresa, que me obligaba a viajar con cierta frecuencia a los Estados Unidos. Continué manteniendo la relación con Carrie hasta que ella decidió venir conmigo y convivir juntos un tiempo, poco más de un año duró la situación y decidimos formalizar la relación, casándonos. A nuestra boda vino Emilio con Marisa, una amiga que había conocido casualmente y que trabajaba como responsable de un laboratorio. Marisa era una chica del "montón", guapa de cara, pero con pechos menudos y un culo redondo pero desfavorecido por la encopetada y extremadamente clásica forma de vestir. Mi madre me comentó que parecía una monja de los años cincuenta.

Nuestra relación de amistad continuó fuerte e incluso nuestras mujeres se hicieron tremendamente amigas y cómplices, bien es cierto que Marisa no tenía muchas amigas. Poco más tarde también se casaron. Mientras Carrie y yo manteníamos un nivel de vida agitado en lo laboral, aprovechábamos nuestras vacaciones al máximo, viajando y conociendo nuevos países; Emilio y Marisa tuvieron gemelos a los diez meses de casados. Nos hicieron padrinos de los dos niños por decisión propia.

Nuestra vida transcurría con calma, Carrie perfeccionando su castellano y aprendiendo catalán, mientras cursaba un máster en el IESE de Barcelona, nos veíamos a las cinco de la tarde tras acabar nuestras respectivas obligaciones y follábamos casi todos los días. Carrie era y es una mujer apasionada y entregada al sexo, que se ha adaptado muy bien a las modas europeas. Usa unos tangas de escándalo, ligueros que me ponen cachondísimo y no se corta para follar en ningún sitio de la casa. Hace unos días me recibió en la misma puerta de casa, vestida con una gabardina larga y sin llevar nada debajo. Al entreabrirse la prenda dejé caer el maletín y cerré la puerta, me saqué la polla del pantalón, hinchada y erecta, para clavársela sin piedad y sin preámbulos en su coñito. No tardamos nada en corrernos los dos y en continuar nuestros juegos durante muchas horas.

Con el paso del tiempo, Carrie se quedó embarazada. Al enterarnos invitamos a Emilio, Marisa y los gemelos ese fin de semana en nuestra casa de la montaña y les enseñamos la primera ecografía. Ambos se congratularon y nos felicitaron, a la vez que nos anunciaban el segundo embarazo de Marisa. Tras el parto de los gemelos, Marisa se había engordado algo de la tripa y los pechos se le habían agrandado bastante. Mientras las mujeres llevaban a los niños a la cama, Emilio me confesó que su matrimonio funcionaba muy bien, pero que el tema sexual hacía aguas, porque no había conseguido que Marisa tuviera ni un orgasmo en tres años de casados y ahora él tenía auténticos problemas de eyaculación precoz. Le di varios consejos mientras nos tomábamos unas copas y nos metimos en la piscina, al rato llegaron las mujeres y se apuntaron a la piscina. Subieron a cambiarse y aproveché para acabar de explicar unos cuantos trucos a Emilio. Cuando las mujeres bajaron, ya en bañador, lancé cuatro o cinco piropos a una Marisa de gruesos muslos en los que apuntaba una naciente celulitis y un culete redondo, resultaba más bonito en bikini que con sus adustos y tradicionales trajes. Bromeamos y bebimos hasta que nos venció el sueño y subimos a las habitaciones.

Me puse cachondo viendo a Marisa, aunque interiormente no quería reconocerlo, tan cachondo estaba que al llegar a nuestra habitación arranqué el vestido de Carrie y la follé con locura, habiéndola colocado a cuatro patas. Mi mujer se corrió y gritó sin ningún tipo de cortapisa, yo repetí el polvo por dos veces hasta que me agoté. A la mañana siguiente fui el último en levantarme y no desayuné porque era casi mediodía, pero al entrar en la cocina a tomarme un zumo, Marisa estaba allí con los niños y me sonrió, algo avergonzada. Marisa jamás hablaba de sexo, y si salía ese tema en la conversación, lo cortaba discreta, pero radicalmente.

Nacieron también gemelos en mi casa y otra vez gemelas en casa de Emilio. Los recién nacidos nos unieron aún más, pero nos ocupaban tanto tiempo que al final decidimos tomarnos unos meses de permiso de nuestros respectivos trabajos, a la vez que Emilio y yo montamos nuestra propia y exitosa empresa. Pasamos desde mayo hasta septiembre del año siguiente en nuestra segunda residencia y la convivencia acrecentó la confianza y las confidencias: Emilio y Marisa estaban pasando por una importante crisis en lo sexual, que ya afectaba a casi todas las facetas de su matrimonio. Por su parte Marisa se lo confesó todo a Carrie y ella intentó aconsejarla desde una óptica más liberal y atrevida. Con el tiempo, la anti estética ropa interior de Marisa se convirtió en algo más atrevida, al igual que el resto de su vestuario, gracias a los consejos de mi mujer. Un psicólogo, mucha discreción y enormes dosis de paciencia acabaron por suavizar, que no eliminar, los complejos y tabúes que ella tenía sobre el sexo. Cada día, las dos amigas, paseaban durante unas dos horas y hacían ejercicio en el gimnasio de casa para conseguir ponerse en forma y lo cierto es que Marisa estilizó su figura y empecé a mirarla con otros ojos, pero siempre me retenía al pensar en mi querido amigo Emilio.

Ahora, cuando Marisa cruzaba las piernas procuraba mirar, cuando se agachaba para coger en brazos a alguno de los niños, le miraba el escote o si estaba de espaldas, los muslos y me ponía tremendamente cachondo. Ella había cambiado mucho, pero los problemas sexuales continuaban igual.

Tras ese largo verano, nuestra empresa empezó a volar de éxito y a funcionar muy bien, teníamos ya más de setenta empleados y habíamos ganado un concurso importante en los Estados Unidos, para allí se fue Emilio. Nosotros pasamos cada fin de semana de ese mes en nuestra segunda residencia con todos los niños y Marisa. Carrie y yo follábamos como locos, mientras Marisa aparecía cada día con unas profundas ojeras, sin explicarnos a ninguno de los dos a que se debían.

Una mañana de sábado tuve que desplazarme para ir a buscar a mis suegros, que llegaban al aeropuerto de Barcelona. Al finalizar el fin de semana ellos se quedaron allí, pero Marisa, sus hijos y la criada volvieron conmigo a Barcelona en la furgoneta familiar que teníamos para estos traslados masivos. Ayudé a subir los niños y las maletas y Marisa me invitó a cenar algo, como no tenía que madrugar en exceso, acepté.

La cena y las copas posteriores fueron un continuo desgranar de penas y quejas sobre su matrimonio, hasta que armándome de valor le pregunté directamente:

  • Marisa, cariño, eso que me has explicado son "pecata minuta" quiero que me digas exactamente lo que te ocurre.

  • Emilio es tu amigo y… me da vergüenza explicártelo. Aunque supongo que ya sabrás que no… que no

  • ¿No folláis? –Le pregunté con todo el descaro del mundo.

  • Sí, sí que lo hacemos –me dijo ella encarnada de vergüenza- pero no sé lo que es disfrutar y siempre me quedo a medias… No sé qué hacer. Estoy por dejarlo y… mandarlo todo a la mierda.

Rompió a llorar y no tuve más remedio que abrazarla para intentar que se calmara. Habíamos tomado un par de copas y el abrazo se había convertido en algo demasiado largo para que mi polla permaneciera inmune, por lo que tuve una erección de caballo que Marisa notó al acercarse más a mí. Sin dejar de llorar, noté como apretaba su pubis contra el mío, mientras yo me debatía entre pegarle un polvo en aquel mismo momento y la amistad que me unía a Emilio. La cosa se iba complicando por momentos, al intentar darle un beso en la frente, momento en el que ella levanta su cara y se lo deposito en la boca.

Marisa rompe sus inhibiciones y me vuelve a besar en los labios, el beso superfluo se convierte en morreo apasionado con intercambio de lenguas y saliva, el abrazo fraterno se transforma en unas manos inquietas que le acarician las nalgas y la cintura, sin cortapisas de ningún tipo.

Por suerte las habitaciones de los niños, de ellos y de la criada se hallan en la otra punta del piso. Marisa empieza a gemir, mientras le levanto la falda apresuradamente, casi con torpeza. Mi mente ya se había entregado a la locura de la lujuria y no pensaba en mi amigo, sino en poseer brutalmente a su mujer. Desabrocho su falda y rompo su blusa, para sacar sus tetas del aprisionador sostén, negro y de encaje fino. La tumbo en el sofá, sin dejar de acariciarla y ni tan solo le quito las finas braguitas que había incorporado a su vestuario. Le lamo el coño directamente por encima de la tela, lo que hace que la locura también se apodere de ella y me coja por la cabeza, aparto un poco las bragas y comienzo un cunnilingus brutal en el que ataco el clítoris con fiereza mientras con dos dedos le acaricio toda la zona vaginal. Cuando sus gemidos empiezan a ser más fuertes y constantes, hago que se ponga a cuatro patas sobre el sofá y me coloco debajo de su coñito para continuar lamiendo hasta que se derrumba sobre mi cabeza en una explosión de caldos vaginales que llenan mi boca e inundan el sofá, mientras ella gime alterada, mordiendo el respaldo para no gritar, mientras su cuerpo se retuerce como el de una serpiente, poseída por el intensísimo primer orgasmo de su vida.

Bajo la semiinconsciente Marisa, salgo como puedo y sin darle tiempo a reaccionar, levanto sus nalgas y le meto mi polla de un golpe, hasta las mismas entrañas, hasta lo más profundo de su intimidad; doblándome sobre ella para retorcerle sin piedad los pezones, duros como piedras en aquellos pechos sin dureza, pero tremendamente llenos de carne. Uno, dos, tres y hasta un cuarto orgasmo la llevan casi al delirio y a pedirme que pare porque está algo mareada, lo que me lleva al borde de la excitación y continúo bombeándola con mi polla hasta que se corre de nuevo y mi semen inunda su caverna de pecado hasta el mismo fondo. Agotado, me siento en el sofá y cierro los ojos, subiéndose ella sobre mí al cabo de unos minutos, mientras me devora con sus besos, ambos repetimos en nuestros oídos que estamos locos.

Mi polla se endurece de nuevo ante el calor y la humedad de su coño, pero ella me pide contención y prudencia.

  • Te has corrido dentro y yo soy muy fértil, Luis. Además creo que lo mejor es olvidarnos de que esto ha pasado.
  • Lo siento Marisa. No quería ofenderte.

  • No me has ofendido, Luis. Al contrario, me has hecho mujer y debemos dejarlo ahí. Tú eres el mejor amigo de Emilio y Carrie es casi una hermana para mí. No debemos llevar esto más lejos. Me siento algo culpable, pero a la vez realizada.

Nos besamos apasionadamente en la boca, nos vestimos y me fui, aunque antes de abrir la puerta volvió a besarme con pasión y a decirme:

  • Gracias, por fin me siento mujer.