Mariposa y yo: un tenebroso secreto.
Imbécil y su ama disfrutan de un baño, en el que, accidentalmente, él descubre un tenebroso secreto de Mariposa. Imbécil pensará que todo ha terminado cuando ella le llame por su nombre real.
(Imbécil y su ama Mariposa disfrutan de un tórrido fin de semana. Después de que ella goce de un orgasmo húmedo, decide darse una ducha, Imbécil la mira secretamente por la puerta entreabierta…)
La silueta de mi ama Mariposa se recortaba en la cortina de delfines azules de la ducha. Su cuerpo se mecía bajo el agua, sus manos se apartaban el agua de la cara, llevándola hacia su cabello, mientras canturreaba dulcemente… su figura translúcida me dejaba adivinar sin ver, me parecía muy bello y erótico… tenía ganas de tocarme, pero no lo hice, consciente de que mi placer pertenecía a mi ama, no podía hacerlo sin su permiso. Me resultaban sorprendentes las enormes ganas que tenía, no habíamos parado desde su llegada, y sin embargo podría seguir ahora mismo… Casi abrazado al vano de la puerta, sonreía sin darme mucha cuenta de que lo hacía, soñando… qué antojo sentía de tenerla debajo de mí, de que me diese mimos, de abrazarla estrechamente…
-¿Imbécil, estás ahí…?
-¡No me estoy tocando, ama! – Mariposa se había vuelto hacia la puerta y me había visto en ella. De inmediato levanté las manos para evitar equívocos, pero el sonido de su sonrisa llegó a mis oídos. Sacó la cabeza entre las cortinas de la ducha. No estaba enfadada por que la espiase.
- ¿Te gusta mirarme….? – Había picardía en esa voz, como plomo derretido… Asentí, y ella hizo un gesto con la cabeza. – Ven, Imbécil… ven a frotarme la espalda.
La sonrisa debió llegarme hasta las orejas, y casi no la dejé terminar la frase cuando ya estaba dentro de la ducha con ella. El agua estaba caliente, muy caliente, pero me gustó… las manos hasta me picaban de deseo y tenía que luchar ferozmente contra mí mismo para reprimir el impulso de apretar todo lo que veía. Mi ama se irguió orgullosamente, de modo que sus pechos casi rozaban mi piel… tenía los pezones rosados erectos por el agua, pero ya no era lo único que había erecto allí. Mi cuerpo había reaccionado casi dulcemente bajo el agua, pero no por ello con menos ganas. Maquinalmente, cogí el bote de gel y me dispuse a tomar jabón en las manos para enjabonar a mi ama como ella me había ordenado, pero ella negó con una sonrisa.
-Pon el tapón en la bañera, Imbécil. – Me agaché y obedecí. De rodillas frente a ella, tenía su sexo a la altura ideal… sólo yo sé lo que me costaba contenerme. Mariposa reía ligeramente, divertida al ver mis esfuerzos. La bañera empezó a llenarse rápidamente, y mi ama se arrodilló frente a mí. Cuando el agua estuvo al nivel deseado, paró la ducha. – Ahora, vamos a jugar a un juego… se llama "jabón humano", es muy fácil y muy divertido… tú vas a ser mi pastilla de jabón. Esto es, tú te enjabonas bien, y cuando estés cubierto de espuma, me enjabonas a mí, pero con todo tu cuerpo. Puedes usar las manos, pero no te limites a ellas, debes usar todo el cuerpo, ¿lo has entendido, Imbécil…?
Asentí, lleno de ganas… la idea de frotarme contra ella me hacía chiribitas el cerebro… De inmediato agarré el gel y vacié una buena porción sobre mi pecho y me froté enérgicamente hasta hacer espuma, y repetí por los brazos y el pubis. El agua me llegaba justo a la mitad del muslo, a mi ama casi le rozaba su sexo abultadito.
-Date más agua, Imbécil, quiero más espuma… más por los antebrazos, por la cara interior… el cuello también, todo cubierto, eso es… - me iba diciendo Mariposa, y no pude evitar hacerlo con cierta lentitud, intentando mirarla con aire travieso… recordando, de nuestro primer encuentro por el chat que le gustaba que yo adoptara esa actitud de pretender ser sexy, a pesar que con mis quilitos, no estaba precisamente para presumir… pero mi idea le gustó. Mi ama me sonrió y asintió con la cabeza mientras yo me enjabonaba acariciándome, poniéndole ojitos cachondos, jugando a que era guapo y deseable… porque para ella, lo era. Finalmente, estuve por entero cubierto de espuma y gruesas burbujas. Mi ama asintió, y se acercó ligeramente a mí, alzando los brazos. De inmediato quise abrazarme a ella, pero me frenó – Empieza por los brazos, Imbécil.
Con los míos, froté los suyos. Suavemente, despacio… su piel húmeda era tan suave… enseguida cambié de táctica y en lugar de usar uno para cada uno, usé los dos brazos a la vez. Empezaba frotando con las manos, y la recorría con todo el brazo hasta el codo. Seguí su piel desde las muñecas a los hombros, acariciando… hasta llegar al cuello, que froté masajeando, y Mariposa dejó escapar un suspiro de bienestar y se le puso la piel de gallina al tocarle la nuca, ¡cómo me gustó…!
-Ahora, la espalda… - Mi ama se volvió y su espalda, admirablemente torneada, hasta sus nalgas respingonas, quedó para que la frotase. Me arrimé a ella hasta tocarla con el pecho… mis manos, maquinalmente se dirigieron a sus tetas, pero Mariposa me hizo agarrarla de los hombros. Empecé a frotar mi pecho arriba y abajo por su espalda… mi pene erecto se rozaba por sus nalgas a cada movimiento y empecé a gemir sin poder contenerme. Mi ama sonreía de placer notando mi calor y el dulce proceso de enjabonado… ahora estaba prácticamente tan cubierta de espuma como yo… salvo por el pecho. Froté mi cuello contra el suyo y sus hombros, y pude notar el calor que desprendía su piel… ella también tenía ganas… - Imbécil… ahora vas a enjabonarme los pechos… quiero que lo hagas… a conciencia, ¿está claro…?
-S-sí, ama… - susurré, mientras se me escapaba una sonrisa. Pegándome más a ella, aparté las manos de sus hombros, y las dirigí a su pecho húmedo. Acaricié de arriba abajo, haciendo amplios círculos, para cubrirlas de espuma, sus tetas quedaron blancas por completo y mi ama dejó escapar un suspiro al sentir el calor de mis manos… empecé a apretarlas tiernamente, frotándolas una con otra, moviéndolas en círculos… después, retiré las manos, y acaricié muy ligeramente los pezoncitos con las palmas. Mariposa respingó de gustito y asintió con la cabeza… apreté un poco las palmas para oprimirlos, y después los cogí entre mis dedos, acariciándolos entre ellos, pellizcándolos suavemente, alternando las caricias en ellos con los apretones a sus tetas… mi ama me cogió las manos con las suyas y me hizo apretarlas más fuerte… Obedecí y empecé a amasarlas sin ningún reparo, de arriba abajo, en círculos, casi estrujándolas… Mariposa gemía sonriendo, con los ojos entornados, y sus caderas se movían, rozándose contra mi pene, produciendo un delicioso sufrimiento placentero en mí…
-Dime, Imbécil… ¿a que te gustaría mucho que te dejase correrte dentro de mí…?
Creo que literalmente, oí música de violines cuando mi ama soltó aquello a bocajarro.
-Ama… nada me puede hacer más feliz.-contesté con total sinceridad. Mariposa giró un poco la cabeza y me sonrió, se puso gel en las manos y las bajó hacia su entrepierna, tomando mi pene, para que se rozase entre sus muslos y su sexo. Apenas me moví, noté sus dedos, la cavidad de sus manos, acariciándome, esparciendo el gel por mi miembro, que quedó blanco de espuma en pocos segundos, mientras yo me estremecía de gusto y aceleraba el frotamiento sin poder evitarlo, gimiendo quedamente y sin soltar sus pechos. Mariposa tomó agua caliente en sus manos y la dejó caer en mi polla ansiosa, quitando la mayor parte del jabón. Me acarició un poco más y empezó a presionarme contra su sexo… quise empujar yo mismo, pero susurró un "quieto", y decidí dejarme hacer, por más que me costase contenerme.
Mi pene se deslizaba entre sus labios vaginales, cálidos y húmedos… el agua de la bañera parecía sólo tibia en comparación. La adorable viscosidad de su sexo me hacía poner los ojos en blanco, era tan suave, tan agradable… podía sentir sus flujos bañando mi miembro mientras me mordía los labios de excitación y el dulce cosquilleo del deseo iba cambiando lentamente a un placer mucho más definido e intenso que me hacía temblar todo el cuerpo. La mano con la que Mariposa sostenía mi polla apretó suave, pero decididamente, y mi glande se deslizó dentro de su cuerpo. Mi ama gimió deliciosamente, pero yo me estremecí violentamente de placer y jadeé, temblando y moviéndome, volviéndome loco por el cúmulo de maravillosas sensaciones que me colmaban; quería saborear lo dulcemente que me apretaba, pero al segundo el calor tórrido era la primera sensación, y casi al instante era la maravillosa suavidad húmeda lo que gritaba… Mariposa movió sus caderas y me encontré mucho más dentro de ella. No llegaba hasta el fondo debido a la postura, pero eso sólo lo hacía más excitante. No podía parar quieto, no recordaba haber tenido tantas ganas ni haberme visto tan superado por las sensaciones más que en mi lejana primera vez… y era magnífico.
-Mmmh… me gusta cómo te mueves, Imbécil, parece que te gusta mucho, ¿verdad? – Apenas podía hablar, tenía la boca abierta intentando respirar y los ojos en blanco, me parecía que iba a estallar de un momento a otro, y me daba apuro hacerlo, no aguantar nada… pero el intenso placer que me mordía desde los testículos hasta la nuca, cebándose en mi glande, contrayendo mis nalgas y escalofriando mi cuerpo de arriba abajo, era superior a toda mi resistencia.
-No aguanto…. Ama…. – Mariposa me sonrió, llevó su mano a mi cara y me lamió los labios dulcemente. Apreté mis manos en sus pechos, sintiendo que no había remedio, y a ella no debía importarle mucho cuando no sólo no me daba órdenes contrarias, sino que me animaba más y más… Empezó a moverse también ella, el agua tintineaba a nuestro alrededor y, sintiendo su lengua en la mía, experimenté alivio, verdadero alivio por saber que contaba con su permiso, y me dejé llevar. El placer subió, me atacó en olas cálidas que bombearon mi pecho y finalmente estalló en mi glande. Mariposa gimió, agradablemente sorprendida al notar mi descarga inundar su interior, y yo me abracé a ella, doblándome de gusto al sentir que me corría, el esperma saliendo a presión de mi polla, mi miembro contrayéndose para expulsarlo, estremeciéndose hasta el ano, y el cuerpo de mi ama moviéndose sobre mí, aspirando mi semen en los apretones que ella daba a voluntad sobre mi polla… con un profundo gemido que me vació el pecho como si acabara de morir, estuve a punto de dejarme resbalar en la bañera, pero me abracé más fuerte a ella. No quería salirme, todavía no.
Mariposa me sonreía, mirando mi cara de bobo satisfecho que tenía apoyada en su hombro. Se me cerraban los ojos, qué gusto me había dado… Me acarició la mejilla y me dio un cachetito en ella, murmurando "buen chico…"
-Ama… ahora mismo, me dejaría cortar en pedazos por vos… - dije con voz pastosa y ella se rió.
-Me conformo con que no se te baje. Siéntate. – ordenó.
Me daba pena salirme de ella, pero obedecí. Mi polla seguía tan en pie de guerra como antes, no había ni iniciado el descenso; yo había sido muy nervioso en mi adolescencia, muy excitable, y por ese motivo lo había pasado bastante mal, porque tuve mi primera novia seria con casi veintidós años, había pasado muchos momentos vergonzosos y humillantes, y en no pocas ocasiones deseé haber nacido con una libido más tranquila… pero benditas fueran mil veces cada una de esas humillaciones, cada erección en sitios públicos, cada pijama mojado, cada pescada masturbándome, si eso me permitía seguir a punto para mi ama. Notando la caricia que me producía el roce, me salí lentamente y me senté, el agua me abrazaba, pero la punta de mi miembro quedaba por fuera. Mariposa se volvió y sin darme ningún aviso, se sentó sobre mí.
Un gemido de gusto se escapó de mi garganta, y también de la suya, mi ama arqueó la espalda, estaba muy sensible… verla gozar con mi cuerpo me encantaba de veras. Hubiera querido tocarla, llevar otra vez mis manos a sus pechos, pero ella no me lo había permitido, así que continué quietecito, mirándola saborear el tenerme otra vez dentro, y esta vez, hasta el fondo. Se irguió y volvió a sentarse, lentamente, con un suspiro interminable y una dulce sonrisa en los labios. Me miró con ojos de vicio y me reí, un poco cortado. Mariposa empezó a moverse sobre mí, mientras sus manos acariciaron mi pecho, bastante peludo, pero ella lo encontraba deseable. Rozó mis pezones con la punta de los dedos, jugueteó con ellos, los pellizcó… retozó en mi vello, rizándolo entre sus dedos y acariciándome largamente, deteniéndose en los costados, amenazando con hacer cosquillas allí, y todo ello sin dejar de moverse sobre mí, lentamente, muy lentamente… pero para ella, de forma eficaz, a juzgar por cómo aumentaba la duración de sus gemidos y cómo su cara se iba poniendo roja… alargó las manos y tomó las mías, entrelazando los dedos. Me sentía a punto de llorar de emoción y placer, ver cómo iba llegando lentamente me estaba haciendo llegar a mí también, mi corazón me golpeaba con fuerza. Mariposa se apoyó en mis manos y cerró los ojos, y solo entonces aceleró ligeramente, cambiando los gemidos por jadeos.
-Sí…. Sí….. – articulaba con dificultad, sentándose sobre mí, empalándose intensamente, temblando de gusto, hasta que finalmente sus muslos en mis costados dieron una convulsión, brincó sobre mí, y sentí las contracciones del orgasmo en torno a mi miembro, tirando de mí, y aquello me estremeció tiernamente, se estaba corriendo conmigo dentro… y una vez más, sentí que me derramaba, de nuevo dentro de ella. Estaba tan agotado que sentí más alivio que placer, pero el bienestar y la dulzura que me invadieron fueron verdaderamente insuperables… Mi ama me sonreía, mirándome con los ojos entornados, y llevé sus manos a mi boca para besarlas. Mariposa estaba tan satisfecha, tan a gusto, que no me lo impidió, aunque debió haberlo hecho, porque al besar las muñecas, las descubrí. Dos horrendas cicatrices, rosadas y algo abultadas, circuncidaban sus muñecas. Mi gesto de pavor al descubrirlas fue irreprimible, y mi ama retiró las manos bruscamente, llevándoselas al pecho para tapar las muñecas.
-¡Ama….! – me lastimé - ¿Qué… que intentasteis hacer? – No podía creerlo. ¿Mariposa había intentado quitarse la vida en alguna ocasión….? ¿Por qué? Si ella lo tenía todo… Era bonita, inteligente, tenía un trabajo fijo, era encantadora, yo la idolatraba, ¿qué la habría motivado para intentar algo semejante…? Mi ama no me contestó, me miró con furia y salió de la bañera. Sin molestarse en hablarme o dirigirme otra mirada, se secó rápidamente y vi con horror que comenzaba a vestirse. –No… no, por favor… ama, no… ¿no iréis a marcharos, verdad?
-Has descubierto algo que no deberías. – dijo secamente. – No puedo consentir que hagas preguntas, me marcho. Y te devuelvo tu libertad, ya no eres mi esclavo, se ha terminado.
-¡No! – Estuve a punto de saltar de la bañera, salí como un rayo y me tiré a sus pies, ¡no podía dejar que me abandonara, tenía que intentar retenerla, como fuera, pero debía lograrlo! - ¡Por piedad, ama, eso no, eso no! Lo siento… sólo quería besaros, solamente eso, no podía saber que no debía mirar, siento haberlo descubierto… os lo ruego, no me dejéis, no me abandonéis… quiero seguir siendo vuestro esclavo, por favor…
-Imbécil, aquí no se trata ya de desobediencia, sino de privacidad. Te has atrevido a juzgarme, a hacerme una pregunta personal. No puedo permitirlo.
-No, no, ama, no os he juzgado, sólo he preguntado, pero ha sido por preocupación, no por curiosidad, palabra… Os juro que no deseo meterme en lo que no me importa, sólo me he preocupado, nada más, eso es todo… castigadme si he hecho mal, pero no me abandonéis, por favor os lo pido… - Mariposa dio un tirón para librarse de mí, que seguí agarrado a sus tobillos, pero sólo consiguió arrastrarme con ella.
-Suéltame, Miguel. – Había usado mi nombre por primera vez, pero eso no me hizo sentir bien, al contrario… era su forma de hacerme saber que todo había terminado, que ya no era su Imbécil, que volvía a ser una persona simple, vulgar, sin nada que nos uniese, ni siquiera un sentimiento de compañerismo laboral. Y su tono ni siquiera era furioso, sólo terminante, y obedecí. La miré, negando con la cabeza y con una presión terrible en la garganta. Quería resistir, pero las lágrimas se me deslizaban solas por la cara sin que pudiera evitarlo. – Lo siento. Reconozco que ha sido divertido, has sido el mejor esclavo que he tenido en mucho tiempo…
-¿Entonces, por qué quieres que se acabe? – protesté sin poder contenerme – Yo quiero seguir siendo tu esclavo, tu imbécil, por favor…
-PERO – elevó el tono para interrumpirme – No puedo estar con un esclavo que sabe que su ama tuvo una debilidad semejante. Un amo tiene que ser perfecto, intocable, ¿no lo comprendes? Si sabes que he sido débil, nunca volverás a mirarme como antes.
-Eso no es verdad, ama… - me maldije a mí mismo por haberla tuteado antes, pero al llamarme por mi nombre de pila, yo mismo olvidé por un momento mi obligación de respeto. Quizá Mariposa tenía razón en el fondo, pero yo no estaba dispuesto a admitirlo – Yo sé que sois perfecta, sois mi diosa, y yo vuestro esclavo… lo que hagáis fuera de nuestros encuentros, no es asunto mío, no puedo juzgarlo. Ha sido involuntario, y ya se me ha olvidado. Aquí, conmigo… sois perfecta, no tenéis debilidades, no importa qué pase fuera… por favor, ama… he sido indiscreto, os he hecho enfadar, castigadme, por favor… sé que queréis castigarme por mi torpeza, hacedlo, por piedad, quedaos conmigo, castigadme… desahogaos conmigo, vos que sois perfecta, sed clemente con vuestro Imbécil, por favor, sed compasiva, no me abandonéis… - El silencio que emanaba de Mariposa parecía casi físico, era denso, espeso y frío. Pero finalmente habló.
-Sé que soy perfecta, pero admito que sabes suplicar bien, siempre lo he dicho. Eres bueno suplicando… Imbécil. – Quise reír a carcajadas del alivio que sentí, ¡gracias a Dios! Nunca me he sentido tan bien porque alguien me llamase imbécil, pero ése era yo allí. No quería ser Miguel, quería ser Imbécil, su Imbécil… igual que mi ama, no quería ser Ocaso, sino Mariposa. Sí, se llamaba Ocaso.
Mi ama tomó su bolsa de deportes y empezó a sacar de ella ropas femeninas, una falda a cuadros, una blusita, y una larga peluca rubia. No entendía qué querría hacer con aquello, pero me lo lanzó.
-Vístete. Peina bien la peluca y póntela, porque vas a salir a pasear con tu amiga, a tomar algo y a bailar. – dijo Mariposa con una perversa sonrisa – Ah, y… vas a tener que afeitarte las piernas.
¿Falda a cuadros… y peluca rubia? ¿Pensaba hacerme vestir de mujer? Me daba una vergüenza espantosa pensar en aquello, pero la felicidad porque Mariposa siguiese conmigo, superaba cualquier otro sentimiento.
-¿Sólo media pierna, o hasta las ingles, ama, cómo lo queréis? – murmuré, abrazando la faldita mientras la miraba con expresión de arrobo.