Marina, una perroflauta con la que me casé
El éxito me sonrió en la vida hasta que decidí buscar una mujer con la que engendrar un hijo. Buscando un ideal de mujer, me presentan a Marina, una extremista que, además de perroflauta, me odia. Al encapricharme con ella, me cuesta la mitad de mi fortuna.
Introducción.
Después de pasarme mi vida luchando para conseguir un estatus, decidí que ya bastaba. Tenía todo lo que un hombre puede desear menos un hijo. Muchas mujeres habían pasado por mi alcoba, pero ninguna me había parecido lo suficientemente buena para quedarse. De todas las mujeres que conocía no había ninguna que mereciera la pena como futura madre de mis hijos. Por eso el día que cumplí treinta y cinco años, tomé la decisión de cambiar esta situación.
Las candidatas debían de cumplir una serie de características que borraban automáticamente a la gran mayoría. Quería que mis hijos estuvieran dotados a priori de una gran inteligencia, por eso decidí poner el asunto en manos de una empresa de cazatalentos.
Lógicamente, no se puede llegar a una de estas compañías y decirles, busco una mujer para inseminarla, ya que me hubiesen mandado directamente con una agencia matrimonial y estas no servían porque en su selección escudriñan es la compatibilidad y otros elementos que me traían al fresco.
Yo lo que quería era una superdotada, alguien con quien compartir mis genes sin arriesgarme a que mis descendientes resultaran ser unos imbéciles.
Aprovechando que dentro de mi organización había empresas de diferentes ramos, mandé al departamento de recursos humanos que me buscaran personal con las siguientes características:
-Sexo femenino.
-Edad: entre 23 y 30 años.
-Coeficiente intelectual: mayor de 140.
-Deportista.
-Al menos una carrera, sacada con media de sobresaliente.
Cuando Julio Gómez, el director de esta área, recibió mi requerimiento, me llamó pidiéndome que le ampliara el perfil, ya que se me había olvidado incluir dos premisas importantes, el puesto a cubrir, y el salario que íbamos a ofrecer.
-Necesito una asistente personal, no me importa cuanto cueste, consíguemela-, le expliqué molesto por mi olvido.
-Jefe-, volvió a insistir,-necesito mas datos, Disponibilidad de horarios, soltera, casada, apariencia física, carné de conducir....
-Julio-, le interrumpí,-soltera, respecto a lo demás imagínate que busco un imposible, cuanto más se acerque a la mujer ideal mejor, pero eso sí lo primordial es que sea lista.
Esta vez, no hubo contrarréplica, había entendido y como era de esperar se puso manos a la obra. Al cabo de dos semanas, ya me tenía cinco candidatas.
Fue descorazonador el resultado, entrevista tras entrevista, las candidatas no se ajustaban a lo que yo deseaba. La que no era espantosa, era una acomplejada o tenía algo que me repelía, de forma que tras rechazar a las cinco, llamé nuevamente a mi empleado.
Gómez al escuchar el resultado que habían obtenido sus seleccionadas, se quejó de la dificultad que entrañaba lo que yo quería. Según él, todas las mujeres que se podrían adaptar al perfil, ya estaban trabajando o tenían su propia empresa.
-Me da igual, si tienen curro, ofréceles más dinero y si es la dueña de una compañía, la compramos.
-Saldrá caro-, me avisó.
-Tu, ¡hazlo!.
Esa misma tarde, recibí una llamada suya diciéndome que tenía una posible aspirante. Un antiguo profesor le había hablado de ella. Por lo visto, no había terminado aún la carrera, pero según el catedrático era el mejor expediente que había pasado por sus manos.
-Mándame su curriculum -, le contesté esperanzado.
-Mejor le propongo que me acompañe, por lo visto este cerebrito da una charla esta tarde en el Ateneo.
“¿En el Ateneo?”, pensé, “si eso es una cueva de nostálgicos de izquierda, que llevan veinte años mirándose al ombligo y quejándose de la debacle de los regímenes del telón de acero”.
Estuve a punto de decirle que se fuera a la mierda, pero la posibilidad que fuera lo que buscaba hizo que aceptara acompañarle.
-Le recojo a las ocho-, y con voz socarrona antes de despedirse me aconsejó: -Otra cosa mas, ¡déjese su corbata en casa-.
Tal y como me había pedido, nada mas llegar a casa me cambié. Dejando a un lado mi vestimenta habitual, me disfracé poniéndome un pantalón vaquero y una chaqueta de pana que me habían regalado hacia dos años y que jamás había estrenado. Al verme al espejo, me repateó la pinta que llevaba, parecía el típico idealista trasnochado que no pudiendo triunfar en la vida se había recluido en la añoranza de una revolución que le diera otra oportunidad.
Recordé la frase demoledora de Winston Churchill:
-Todo hombre que a los veinte no cree en la revolución, no tiene corazón. Todo hombre que a los cuarenta insiste en la revolución no tiene cerebro-.
Esperando ir a una reunión de descerebrados, me monté en el coche. Pero para lo que no estaba preparado fue que llegando a la sala de actos, el titulo de la misma fuera:
“Manuel Toledano, prototipo de explotador capitalista”.
Julio se rió descaradamente al verme la cara, el muy cabrón sabía de antemano que nunca hubiese acudido a una conferencia en la que el tema era ponerme a parir. Tras mi sorpresa inicial, me contagié de las risas de mi acompañante y sin saber el porqué, me acomodé en una butaca a oír que era lo que la mujer iba a decir de mí.
Como era lógico, la sala se llenó de universitarios con pelos largos y pañuelos palestinos anudados al cuello, antisistemas y ancianos activistas de izquierda.
“En menudo lío me estoy metiendo, mejor me voy”, pensé al ponerme nervioso de que alguno de los presentes me reconociera, pero justamente cuando ya me había levantado de mi sitio y estaba a punto de irme, me vi impedido por un grupo de muchachos que, alborotando, pedían que empezara el acto. Ante lo imposibilidad física de escapar, tuve que volver a sentarme y hundiéndome en mi asiento, deseé que nadie se fijara en el tipo sentado en la cuarta fila.
Los aplausos y vítores con los que recibieron a los conferenciantes, me sacaron de mi aislamiento. Por fin iba a ver a la tipa, por cuya culpa había venido y ahora me veía en esta situación. Marina Samper fue la última en aparecer sobre el estrado pero la primera en tomar la palabra. Y cuando lo hizo fue directamente al grano.
Sus primeras frases no tuvieron desperdicio:
-Si hay alguien que representa la hipocresía, la codicia y la falta de escrúpulos en esta sociedad de consumo, es el personajillo que nos ha reunido hoy aquí. Manuel Toledano encarna todo aquello que detestamos, un niño bien que se ha lucrado con el sufrimiento de la clase obrera, explotando a los sectores más humildes y enmascarando su conducta por medio de fundaciones cuyo único fin son lavar la imagen de este empresario ante la opinión pública-.
En ese momento dejé de escuchar, para nada me interesaba el contenido del discurso pero, pasmado, observé la capacidad oratoria de la muchacha y como iba dosificando su arenga mientras caldeaba el ambiente. Los asistentes se vieron subyugados y como si fueran unos acólitos perfectos, respondieron como ella esperaba, alzándose y gritando contra el supuesto agresor. Es más, si no supiera por propia experiencia que la mayoría de las afirmaciones eran medias verdades o directamente mentiras, yo mismo hubiera alzado mi puño contra el energúmeno del que hablaba.
Julio estaba encantado.
Durante los quince años que llevaba colaborando conmigo me había llegado a conocer y sabía que lejos de aborrecer el estar ahí, yo lo estaba disfrutando al encontrarme con alguien con el que valiera enfrentarse y vencerle. Llevaba demasiado tiempo hastiado por no tener un reto que vencer y esta mujer me daba la oportunidad de recrearme, de ser imaginativo y de ganar un combate totalmente nuevo.
Por eso, cuando terminó de hablar y la concurrencia rompió en aplausos, le dije:
-Me interesa, pero no esperes que me trague el resto-.
-No hace falta-, me contestó, -he quedado con mi viejo profesor en el hotel Urban en una hora, y ¿adivina quien va a venir a cenar con nosotros?-
No necesité más datos y con bríos renovados salí de la vetusta institución, sabiendo que al menos iba a pasar dos horas divertidas a costa de esa mujer inteligente. Su cara de niña podía llevar a engaño, era un bello disfraz, que escondía a una manipuladora eficaz y sobre todo a un adversario imponente.
Nos fuimos andando al hotel, que está a tres manzanas sobre la carrera de San Jerónimo, calle muy famosa al tener entre sus edificios al congreso de diputados. En el trayecto, Julio me dio un dossier de la señorita, el cual nada mas sentarnos en la mesa me puse a estudiar con más concentración que si fuera el balance de una empresa a la que quisiera lanzar una OPA.
Por lo visto, la tal Marina no solo tenía un coeficiente de inteligencia de genio y una de las mejores cabezas universitarias del país, sino según decían los papeles, tenía suficientes razones para odiarme, porque tanto su padre como sus tíos, se vieron en la calle al cerrar una empresa, “Metalúrgica del Pisuerga”, que era de mi propiedad.
No me costó recordar que le había echado el cierre aduciendo motivos ecológicos pero la realidad es que cuando la compré lo hice pensando en los grandes beneficios que me iba a dar la recalificación de los terrenos de la factoría, ya que al estar en mitad de Valladolid, como depósitos de chatarra no valían nada, pero convertidos en urbanizables su valor era de muchos millones de euros.
No nos hizo esperar la hora, porque a los treinta minutos escasos hizo su aparición del brazo de un gafotas con pinta de intelectual.
Al preguntar por la reserva, el maitre les informó que ya estábamos esperándoles. Por su gesto contrariado, supe que nuestra llegada anticipada le había chafado sus planes, debía de haber esperado de un rato para preparase.
La vi acercarse a la mesa, segura de si misma, su andar era el de un depredador, pero lo que realmente me impresionó fueron sus ojos azules. En el acto no me había dado cuenta pero de cerca me recordaron a los de una loba.
-Manuel, reconozco que me sorprendió el saber que ibas a tener el morro de asistir, pero aun mas tu insistencia en conocerme-, me dijo estirando su mano al saludarme.
Desde hace al menos cinco años que los únicos que me tuteaban eran mis amigos de infancia o los muy estrechos colaboradores, por eso me chocó que ella lo hiciera, pero caí al instante que era un insulto deliberado.
-Si pero esperaba más… Después de los grandes elogios que habían hecho de ti, lo que oí fue el discurso de una populista sin ninguna base cierta-, le contesté tirando de su mano y plantándole un beso en la mejilla.
-¿Entonces no le gustó?, pensaba que le iba a entusiasmar-, me respondió con ironía, mientras se limpiaba asqueada la cara.
-No, pero tienes futuro. Por eso te voy a hacer una oferta que no vas a poder rechazar-
-¿Me quieres comprar?, no creía que fueses tan idiota-, me respondió indignada.
Dejé que se calmara unos instantes, sin quitarle mi mirada, que fija en sus ojos le taladraban tratando de analizarla.
-Si-, y haciendo una pausa dramática, proseguí diciendo:- ¿cuánto valgo según tu valoración?, ¿cuanto dinero he robado al proletariado?-.
No se esperaba que le contestara así y echa una furia me contestó que mas de cien millones de euros, que todo el mundo sabía que era un oligarca y un ladrón y demás lindezas que no valen la pena reseñar. Su perorata no surtió resultado ya que nada mas terminar, en vez de enfadarme como había hecho ella, sonriendo le dije:
-Creo que te has quedado corta. Cásate conmigo, sé la madre de mi hijo y tendrás la mitad-.
El silencio se adueñó de los presentes, a la cara de incredulidad del profesor y de mi asistente, se unió la de ira de Marina, que pasados unos segundos y pensando que era una broma de mal gusto me respondió:
-Quiero el sesenta por ciento de todo-.
-Hecho-, dándole la mano cerré el trato ante su mirada estupefacta y dirigiéndome a Julio, le pedí que preparara el acuerdo prenupcial y que si no había problema, quería casarme al día siguiente.
Como no tenía nada más que decir, dándole un beso a la cría, les dejé terminándose la copa, mientras me excusaba diciendo que tenía que preparar mi propia despedida de soltero.
-¿Es en serio?-, me preguntó Marina totalmente fuera de lugar y sin llegarse a creer la situación.
-Tu eres la experta en mi persona, ¿Sabes de alguna vez que me haya echado para atrás en un trato?-.
Negó con la cabeza.
-Entonces nos vemos mañana, espero que tú respetes el acuerdo y aparezcas en el juzgado-
-Allí estaré-, me contestó.
No llegué a escuchar su respuesta porque ya salía por la puerta y el murmullo de los tertulianos y las protestas del profesor me impidieron el hacerlo.
Mi despedida de soltero
Ya en mi coche y mientras mi chofer conducía, decidí que esa última noche de soltero tenía que ser especial y por eso buscando en mi agenda, llamé a Andrea Lafollé.
Para los que no lo sepáis, esa mujer de tan curioso y elocuente apellido es la “Madame” más famosa de Madrid. Aunque las putas más bellas de la capital están en su nómina, lo que realmente la ha hecho tan popular es que, dios sabe cómo, consigue cumplir los caprichos de los clientes más exigentes. Si llegado el caso, un potentado le pide tirarse una rubia con una flor tatuada en el culo, la encuentra. Si el tipo lo que desea es una dominatriz negra de cien kilos, para ella, no hay problema.
Por eso cuando descolgó su móvil y después de saludarme me preguntó a quién deseaba, me lo pensé unos instantes para acto seguido darle una pormenorizada descripción de mi futura esposa:
-Me gustaría que me mandaras a una mujer de veinticinco años, castaña con una melena larga y ojos azules. Debe de medir uno setenta y dos…- me quedé pensando-… de pecho por los menos 110.
-¿Tetona entonces?
-Muy tetona pero delgada- respondí.
-120 de pecho…
-¡Debe de ser un sueño! – interrumpí y sacando el dossier de Marina, pregunté: -¿Te serviría la foto de una amiga como ejemplo de lo que quiero?.
-Sería bienvenida- contestó la celestina, acostumbrada a las diversas perversiones de sus clientes- como usted sabe intentaré acercarme lo más posible a sus gustos.
Satisfecho, saqué una foto con el móvil y se la mandé. Tras treinta segundos, con tono profesional, me soltó:
-La tendrá en una hora. ¿Se la mando donde siempre?
Asintiendo, me despedí de ella y colgué. Al hacerlo me quedé meditando que era acojonante el porfolio de zorras que dominaba esa mujer y bastante más nervioso de lo que solía ponerme, llegué a mi casa.
Cómo mi chalet estaba a las afueras, me tuve que dar prisa en la ducha para que cuando llegara la putita, estuviera listo. Aunque suene manido, acaba de terminar de vestirme y me estaba sirviendo una copa, cuando escuché el sonido del timbre.
Sabiendo que mi mayordomo abriría, pegué un sorbo mientras me picaba la curiosidad de cuan fielmente esa Madame cumpliría mi encargo. Os juro que cuando entró casi se me cae el whisky de la mano:
“La mujer que se acercaba a mí con paso felino era exactamente igual a Marina”.
Aturdido por el parecido, me la quedé mirando de arriba abajo y sin encontrar diferencia con el original, le pregunté:
-¿Eres Marina?
-Llámame como quieras- respondió y dejando deslizar los tirantes de su vestido, me preguntó: -¿No te parezco atractiva?.
Alucinado todavía, vi cómo se abría el escote y tapándose su pecho con las manos, insistía:
-¿Esperabas algo diferente?.
El problema era exactamente el contrario. La semejanza de ambas mujeres no podía ser producto del azar y acercándome a ella, me admiró la maestría del maquillador ya que ni de cerca era posible distinguirlas claramente. La única pega era el acento, mientras la perro-flauta era castellana, esa guarrilla parecía sevillana.
Mi invitada poniendo cara de putón verbenero, se empezó a acariciar los pezones mientras decía:
-¿Verdad que estas deseando comerme entera desde que me viste entrar?
Su burrada que en otro momento me hubiera molestado, en ese instante me calentó y siguiendo los dictados de mis hormonas, me acerqué a ella y agachando mi cara, me puse a mamar de sus pechos.
Descojonada por mi rápida claudicación, me retiró de un empujón y subiéndose el vestido, me soltó:
-¡Chiquillo! ¡Qué todavía no me has invitado de beber!
El gracejo con el que se hacía la estrecha, me cautivó porque no era propio de una fulana y siguiéndole el juego, le pregunté qué quería:
-Otro whisky- contestó.
A partir de ese momento, no la traté como a una mujer a la que había alquilado sino como a una muchacha que hubiera conocido en un bar. Curiosamente, la charla con ella resultó divertidísima y tras unas cuantas rondas, ya habíamos entrado en confianza y bajando su mirada, intentó averiguar quién era la muchacha a la que tanto se parecía:
-La mujer con la que me caso mañana.
Mi respuesta la intrigó e debido a su insistencia, le tuve que explicar las razones que me habían inducido a tomar esa decisión. Muerta de risa me escuchó y con un deje de envidia en su voz, me soltó:
-¡Tiene suerte la cabrona!- tras lo cual recordando el motivo por el que la había contratado, me miró sensualmente diciendo: -Mañana te casas pero hoy te vas a follar a esta puta.
Realmente atraído por esa mujer, decidí que ya era hora y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su cuarto. En el pasillo y mientras la cargaba, no paró de reír. Su extraña alegría en una puta, me calentó y ya dominado por la lujuria, tirándola sobre la cama, me empecé a desnudar.
Desde el colchón, la clon de mi futura esposa seguía jugando a hacerse la estrecha y mientras no perdía ojo de mi striptease, me amenazaba con denunciarme si la violaba. Descojonado y excitado por igual, me acerqué a ella y desgarrando su vestido con las manos, la dejé desnuda sobre las sábanas.
-¿Qué vas a hacer conmigo?
-Lo que llevo deseando desde que apareciste por la puerta. ¡Voy a follarte! -respondí.
Al separar sus piernas, descubrí que no llevaba el coño depilado e azuzado por su aroma dulzón, bajé mi cabeza entre sus piernas y sacando mi lengua, probé el sabor agridulce de su sexo. La humedad que encontré en su coño, me informó que esa mujer estaba cachonda y desando calmar cuanto antes mi calentura, comencé a recorrer con mi lengua los bordes rosados de su vulva.
-¡Me encanta!- gritó al notar mi caricia sobre el botón escondido entre sus labios.
Satisfecho por su confesión, cogí su clítoris entre mis dientes. No llevaba siquiera unos segundos mordisqueándolo cuando esa simpática mujer empezó a gemir como una guarra. Azuzado por sus gemidos, seguí comiendo esa maravilla e incrementando el volumen de mis caricias, metí un dedo en su vulva.
- ¡Dios!
Su rápida entrega se vio maximizada cuando incrementé la dureza de mi mordisco. Disfrutando realmente de esa castaña y olvidándome de su profesión, durante unos minutos seguí follándola con mis manos y lengua hasta percibí que en esa dulzura los primeros síntomas de que se iba a correr. Decidido a compartir con ella unos momentos ardientes, aceleré la velocidad de mi ataque. Tal como había previsto, la mujer llegó al orgasmo y berreando de placer, su cuerpo empezó a convulsionar sobre la cama mientras de su sexo se licuaba. Al beber del flujo que salía de su cueva, profundicé y alargué su clímax, de manera que uniendo un orgasmo con otro fui diluyendo la separación entre nosotros. Al estallar ya no era para mí una puta sino mi amante.
-¡Qué maravilla!- aulló al experimentar la rebelión de sus neuronas y presionando con sus manos mi cabeza, chilló con voz entrecortada: -Ya me has demostrado que sabes comerte un chocho pero ahora necesito que me folles.
Su tono me informó no solo de que estaba ya dispuesta sino de que lo deseaba y por eso, me incorporé sobre el colchón y cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué a su vulva.
-¡Fóllame!- gritó al sentir mi glande jugueteando con su entrada.
Incapaz de contenerme de un solo empujón, hundí mi pene en su interior. La facilidad con la que su estrecho conducto absorbió mi miembro, reafirmó su disposición y por eso, sin darle tiempo a acostumbrarse, comencé a hacerle el amor. El olor que manaba de su sexo me terminó de cautivar mientras ella no dejaba de chillar que siguiera follándola.
-¡No pares!- aullaba mientras con todo su cuerpo buscaba mi contacto.
Con un ritmo feroz y golpeando la pared de su vagina con mi glande, busqué mi liberación mientras la cría seguía gritando. Sus gemidos me llevaron a un nivel de excitación brutal y deseando unirme a ella. Su coño recibía mi pene con autentico gozo y a los pocos momentos, volví a sentir su orgasmo.
-¡Eres preciosa!- dije con voz dulce mientras mis dedos pellizcaban los rosados pezones de la mujer.
-¡Tú también!- chilló descompuesta.
Su piropo estimuló mis movimientos y poniendo sus piernas en mis hombros, seguí tomando lo que sabía que era mío aunque fuera por solo una noche. La nueva postura la volvió loca y pegando enormes chillidos, se volvió a correr. Esté enésimo orgasmo tan poco frecuente en alguien de su profesión, me cautivó y sin poderlo retener más tiempo, mi pene explotó regando su sexo con mi semen. La castaña al sentirlo, chilló de placer y pegando un berrido se dejó caer sobre el colchón.
Agotado, me tumbé junto a ella en la cama. La mujer, olvidándose que era solo un cliente, se acurrucó sobre mi pecho y se quedó dormida. Aproveché ese momento de calma para pensar. La dulzura de esa cría me había hecho replantearme el órdago que había lanzado esa tarde y por vez primera pensé en no acudir a mi cita.
El día de mi boda
Con una resaca de escándalo, pero vestido de chaqué como se esperaba de un novio tradicional, llegué al juzgado con solo cinco minutos de anticipación sobre la hora señalada. Marina ya estaba esperándome y al verme entrar torció el gesto, porque en su fuero interno deseaba que todo hubiese sido una fanfarronada, un órdago lanzado por un imprudente y que a la hora de la verdad, fuera un cobarde y haciendo mutis por el foro, no apareciera.
-Hola mi amor, ¡has venido!-, la hipocresía de sus palabras no tenía límite.
-¿Cómo voy a faltar a la cita?, si resultas tan buena como cara, mi placer va a ser indescriptible.
La burrada con la que le contesté, la hizo enrojecer. Pero no tardó en reponerse, diciéndome:
-En cambio, si tú tardas tan poco en terminar, como en pedirme que me case contigo, me voy a aburrir brutalmente. Pero siempre nos queda la inseminación, o ¿no?.
Iñigo, mi mejor amigo y mi testigo en esta ocasión, soltó una carcajada y cogiéndome del brazo, me dijo:
-Creo que voy a disfrutar de tu fracaso, te apuesto mi casa contra la tuya a que no consigues domar a esta fierecilla.
Marina interrumpiéndole le contestó:
-No puede apostarla, porque más de la mitad va a ser mía-
-Tiene razón- por primera vez dudé de ganar una apuesta -Pero te juego algo mas duro, si pierdo seré tu criado durante un mes, en cambio si gano tú serás el mío-.
-Iré preparando tu uniforme-, me contestó Iñigo entre risas mientras entrábamos a la sala.
La ceremonia civil como tal es una mierda. Lejos del ornato y el bombo de la religiosa en menos de diez minutos ya habíamos terminado. El concejal, que nos había casado, creyéndose cura me dijo que ya podía besar a la novia. Era lo que estaba deseando y asiéndola por la cintura, la besé apasionadamente mientras nuestros veinte invitados aplaudían la pantomima.
Era la primera vez que lo hacía y recreándome en el beso, me pasé magreando su trasero hasta que, cortada, me pidió que dejara algo para la luna de miel.
-¿Luna de miel?, te recuerdo que según el papel que hemos firmado eres la propietaria mayoritaria del grupo, esta mañana he firmado mi renuncia, nombrándote presidenta de todo. Como sabes, los empresarios tenéis una responsabilidad ética con la sociedad. En una hora, mientras yo voy a mi banquete de bodas, tú tienes tu primer consejo de administración-.
-¡Estás de guasa!-, me dijo asustada por lo que le caía encima.
-Para nada. Por cierto hoy hay que tomar una decisión. Nuestra división automotriz está perdiendo dinero a raudales y si no la cerramos mandando a quinientas personas a la calle, el grupo con sus cinco mil empleados puede quebrar.
Disfrutando como un enano, proseguí:
-Eres un doctor que tiene que decidir entre extirpar una mano o perder a su paciente por la gangrena- y cruelmente mientras me llevaba a los invitados, le grité:- Los bancos no esperan, cariño.
Creo que solo se tomó en serio mi información cuando Julio se acercó a preguntarle si ya se iban y decirle que tenía que explicarle las implicaciones del expediente de despido colectivo y cuál era la actitud de los sindicatos. Su semblante, que hasta ese momento se había mantenido impertérrito, se tornó blancuzco y dejándole con la palabra en la boca, salió corriendo detrás de mí.
-No me puedes hacer esto- me recriminó agarrándome de las solapas.
-Si que puedo-, no cabía de gozo al ver su nerviosismo,-tú misma quisiste en nuestro acuerdo mercantil quedarte como mayoritaria, ahora apechuga con las consecuencias.
-Te lo devuelvo.
-Esa no es forma de negociar, en tus mítines me has definido como un maldito depredador sin conciencia. Tienes razón, lo soy y por eso te pregunto: ¿Me crees tan imbécil de no saber que estaba pagando demasiado caro por ti?. Un contrato no es más que el preludio de posteriores negociaciones- la muchacha seguía pálida- Marina: Que te sustituya en ese marrón te va a costar un módico diez por ciento.
No tuvo que pensárselo mucho; sabía que no estaba preparada mentalmente para mandar a tantas personas a la calle y perder ese porcentaje lo único que hacía era equilibrar los paquetes accionariales entre ella y yo, por que seguía teniendo capacidad de bloqueo. Haciéndole un breve gesto a Julio, este extendió los papeles del nuevo acuerdo.
-Hijo de perra- dijo con odio al firmar.
-Mi amor, son solo negocios. Si tenerte me costó más de sesenta millones, acabas de pagarme diez por una hora de trabajo. A este paso en dos días, además de tener un vientre que germinar, vuelvo a ser el dueño de todo. ¡Nos vemos en el banquete!
Al sentarme en el coche, iba pletórico. Acababa de ganar un asalto y esperaba con impaciencia su contraataque. Si algo me había gustado de su breve biografía era que Marina se caracterizaba por ser una luchadora, que además de tenaz tenía una imaginación innata y sino que se lo pregunten a Repsol que debido a una demanda en un principio inocua había tenido que apoquinar una multa de dos millones de euros.
Le había pedido a Julio que me acompañara al consejo y nada más entrar, no pudo dejar de preguntarme si estaba seguro de lo que hacía.
-No y eso es lo divertido-.
Ya en la sala de reuniones, tardé más tiempo en agradecer las felicitaciones por mi boda que en el orden del día, porque hacía más de un mes que todo estaba pactado, los sindicalistas y demás políticos ya habían recibido su soborno y solo quedaba ratificar el acuerdo del ERE con mi firma. Mientras lo normal hubiera sido que mi mente estuviera concentrada en lo que se estaba votando en esos instantes, no podía de dejar de pensar y de disfrutar en la guerra que voluntariamente había declarado contra esa preciosa mujer.
Al terminar, montando en la limusina nos dirigimos hacía el hotel Palace donde estaba teniendo lugar la recepción del banquete. Marina me sorprendió al ver que en mi ausencia había actuado como anfitriona y estaba charlando animadamente con un ministro.
- José-, dije al acercarme donde estaban,-veo que ya conoces a mi mujer.
-Sí. Lo que no comprendo que es lo que esta belleza ha podido ver en un viejo como tú.
-Su cartera, no tenga ninguna duda-, contestó Marina con una sonrisa en sus labios,-¿No creerá que me caso porque estoy enamorada?
El político, creyendo que era broma, soltó una carcajada.
-Además de guapa e inteligente, tiene sentido del humor-, soltó limpiándose con un pañuelo las lágrimas que lo forzado de su risa le había hecho soltar, -lo que digo, Manuel: No sé como lo haces pero tengo que reconocer que te envidio.
Afortunadamente el maître se acercó a avisarnos que debíamos pasar al salón, porque de haberse prolongado esa conversación no sé como hubiera terminado. Cogiendo del brazo a mi recién estrenada esposa, nos dirigimos hacia nuestro lugar mientras sonaba la marcha nupcial.
-Mira que sois previsibles los ricos-, me susurró al oído, -solo faltan los violines..
-No faltan, los he contratado-, respondí avergonzado.
-¡Hortera!-.
-¡Muerta de hambre!-
.
-Gracias a ti, ¡ya no!-.
Me acababa de vencer dialécticamente, pero ya tendría oportunidad de devolverle el golpe.
Durante la cena, la muchacha volvió a dar muestras de su gran inteligencia. En nuestra mesa, se codeó sin inmutarse con banqueros, industriales y políticos de diferentes nacionalidades, hablando con ellos en varios idiomas y lo más curioso, sin provocar ningún altercado.
En los postres y sin previo aviso, se levantó y pidiendo silencio, empezó a hablar:
-Queridos amigos, tengo que agradecerles que nos estén acompañando en el día más importante de nuestras vidas y por eso les quiero hacer un anuncio.
Aterrorizado, esperé que continuara:
-Como saben, Manuel lleva saqueando, digo, trabajando sin parar durante los últimos veinte años- la risa de los presentes resonaron en el local -pero me ha prometido dejarlo aparcado durante un mes. Esta noche nos vamos a Sierra Leona a vivir durante un mes en un campo de refugiados para conocer de primera mano lo que significa la pobreza, por eso no cuenten con él en los próximos treinta días.-
Los aplausos de los invitados no la dejaron seguir y con una picara sonrisa, me dijo que era mi turno. Esperé dos minutos a que se calmaran los ánimos de mis conocidos y al considerar que ya había dado tiempo a que asimilaran la noticia, les expliqué:
-Todos ustedes saben de la enorme inquietud que la situación de esos países y su pobreza siempre me ha provocado. Tuve que usar toda mi persuasión para convencer a mi esposa a que renunciara a la luna de miel de ensueño que tenía organizada y se dejara llevar al lugar más duro del planeta. Eso sí, no logré que además se comprometiera al ayuno sexual, por eso si vuelvo más delgado será, Ella, la única culpable-.
Colorada tuvo que soportar, con una sonrisa, las carcajadas de los presentes.
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