Marina

Un cuentecillo de encuentro casual y cornudo contento.

Así que allí estábamos: Marina, a cuatro patas, con los ojos entornados, temblando, no sé si de miedo, de excitación, o ambas cosas, le ofrecía el culo en pompa, y él, que durante unos interminables minutos, ante mi atenta mirada, había estado acariciando su coño, haciéndola gemir, dirigía hacia él aquella enorme polla negra, que parecía imposible creer que pudiera caber en su cuerpo, menudo aunque redondeado y abundante.

Firmemente decidido a observar hasta el más mínimo detalle, desnudo también, me había sentado frente a ella, en el sillón, resistiendo a duras penas la tentación de acariciar la mía, víctima de una erección casi dolorosa.

Nuestras miradas se cruzaron apenas un segundo antes de que comenzara a penetrarla muy despacio, con mucha delicadeza, y ella apretara los ojos, y apretara los puños agarrándose a las sábanas como si temiera ir a caerse.

Su rostro se contrajo en un rictus de dolor. Su respiración, rápida, agitada, denotaba la ansiedad que le inspiraba la perspectiva, pese a la evidente excitación que denotaban sus pezones sonrosados y endurecidos.

Recordé la charla en la playa nudista entre bromas y veras mientras tomábamos el sol:

  • ¡Eso sí que es una polla!

  • Impresionante, sí.

  • Está para comérselo.

  • ¿Tú crees que te cabría?

  • Y si no que me reviente.

Supongo que aquello debería haberme incomodado, pero el hecho fue que noté como la mía, desde luego incomparable con la de nuestro vecino de arena, se endurecía ante la mirada divertida de mi mujer.

  • ¿Te pone pensarlo?

  • Sí, la verdad es que sí…

Me levanté para mirarlo, para observarlo todo dando vueltas alrededor de mi cama. Quería comprender cada detalle, empaparme de la sexualidad brutal de la escena. Sus grandes manos negras se agarraban a sus caderas hundiendo los dedos en la carne mullida. Los pulgares en el inicio de sus nalgas, sobre la piel pálida, bajo la línea de moreno del bañador, clavándose en ella, sujetándola mientras la penetraba lenta y contenidamente haciéndola jadear.

Marina parecía en trance, absolutamente concentrada. Había dejado caer su rostro sobre el colchón y mordía con fuerza la sábana mientras hiperventilaba con los ojos muy abiertos. Sus tetas se aplastaban bajo el torso como extendiéndose sobre el colchón. Aquellas venitas azuladas, finísimas, casi imperceptibles, se dibujaban ahora nítidamente a la vibrante luz del mediodía que entraba por la terraza abierta. Tenía prácticamente toda aquella polla enorme clavada. Tenía que dolerle.

Cuando quise darme cuenta, se había acercado a él pidiéndole fuego con un cigarro entre los labios, que esbozaban la mejor de sus sonrisas. El tipo sonreía y hablaban en una mezcla de español y portugués de Brasil. Se le iba poniendo dura. Apenas apartaba la mirada de sus tetas a veces un instante para mirarme a los ojos sin dejar de sonreír.

Al volver, se sentó a mi lado. Talón contra talón, me ofrecía la visión de su coño de vello oscuro rizado. No podía controlar mi erección, y procuraba disimularla cambiando de postura. El negro no parecía avergonzarse de la suya. Tampoco era para avergonzarse. Nos miraba aparentemente divertido. Me di cuenta de que no sabía sobre qué habían hablado durante algunos minutos más de los necesarios para prender un cigarrillo. Los labios se despegaron de repente, y pude ver el interior sonrosado, húmedo y brillante de su vulva. Estaba muy caliente.

  • ¿De qué hablabais?

  • Jajajajaja…

  • ¡Bah, venga!

  • Me ha dicho que estoy muy rica.

  • ¿Y tú?

  • Que estoy con mi marido.

  • ¿Y qué te ha contestado?

  • Que no parecía que te molestara mucho.

Lo dijo mirándome la polla y tomé conciencia de mi poco airosa posición. Me sonrojé. Mi erección era evidente, como lo era el hecho de las diferentes posiciones que ocupábamos en la escena el chulazo que quería follarse a mi mujer, y que la tiene perra perdida, y el marido empalmado sabiéndolo.

Al cabo de unos minutos, se la había clavado entera y comenzaba un bamboleo suave. Apenas la sacaba un par de centímetros, como arrastrando los labios inflamados, que parecían perseguirla, y empujaba despacio de nuevo, aplastando sus nalgas con el pubis y proyectando levemente su cuerpo hacia delante. Marina emitía un quejido suave, que oscilaba agudizándose cada vez que volvía a enterrarla entera en ella. Sus tetas, aplastadas contra el colchón, se quedaban atrás cuando su cuerpo carnal, tan lindo, se desplazaba al recibirlo. Me hacían pensar en la masa del pan.

  • Oye, Jose… Quiero follármelo.

  • ¡Pero mujer!

  • ¡Bah, tonto! Si lo estás deseando… Tú podrías verlo.

  • ¡Joder, Marina!

  • Además… aquí no nos conoce nadie...

  • ¿Eso le has dicho?

  • Sí…

Un minuto después, le pedía fuego de nuevo mientras se sentaba en su toalla, frente a él, en la misma posición en que lo acababa de hacer frente a mi. La escena adquiría ante mis ojos un aire irreal, como de sueño. Comprendí que él también podía ver su coño abierto y mojado. De todas formas, daba igual. Había agarrado aquella tranca enorme, o al menos la parte que podía abarcar con su manita, y se la pelaba despacito mientas el tipo le comía la boca delante de mis narices. Mi polla goteaba viéndolos y la sangre parecía que se me agolpaba en las sienes y en los oídos. Me dije que era cierto, que nadie nos conocía…

Poco a poco, el movimiento iba haciéndose más largo, más rápido, y los quejidos de Marina más fuertes. Se había apoyado de nuevo de manos sobre el colchón, a cuatro patas, y dejado caer la cabeza hacia delante. Su pelo rizado, teñido de rubio ceniza, como a mechas, ocultaba su rostro. Su cuerpo se balanceaba y sus tetas entrechocaban entre sí.

Volví a sentarme en el sillón tras acercarlo hasta el borde mismo de la cama, dejando apenas el mínimo espacio imprescindible para poder sentarme, y me incliné sobre ella. Agarré su pelo obligándola a mirarme. Quería ver su cara, aquel gesto de dolor, de sufrimiento y de placer entremezclados, los ojos inflamados y húmedos mirándome, el rictus de sus labios. La besé en la boca. La tenía caliente, húmeda y caliente. Mi polla chorreaba.

  • ¿La ciento siete?

  • Sí.

Me pareció percibir un tonito irónico en la voz del recepcionista mientras me ofrecía la llave de nuestra habitación. Detrás de mi, mi mujer me esperaba cubierta apenas por un pareo transparente que permitía observar sus formas redondeadas y hasta el estampado de su bikini, acompañada por un negro de infarto que llevaba el torso al aire, unos vaqueros amplios cortados a la altura de las rodillas, y la camiseta en la mano como si sintiera la necesidad de mostrar al mundo sus abdominales y pectorales como de madera. Comprendí que yo también me hubiera cachondeado.

  • ¿Te hace daño?

  • Sí…

  • ¿Y te gusta?

  • ¡Síiiii…!

La follaba cada vez más ràpido. Podía escuchar el cacheteo de su pubis en el culo pálido y abundante de Marina, que casi chillaba. Sostenía su cabeza en alto obligándola a mirarme a los ojos cuando no cerraba los suyos con fuerza mientras apretaba los dientes. Se le saltaban las lágrimas y su piel se había cubierto de perlas de sudor. Yo la besaba, y me bebía sus lágrimas. Me dolía la polla. La sentía palpitar, como de acero. Chorreaba. Me resistía a tocármela. Notaba que, bajo mis pelotas, en el asiento de eskay, se formaba un charquito.

De pronto se la sacó. Pude escuchar con claridad el ventoseo al volver a clavársela con fuerza. Marina me gritó en la cara con el rostro entero contraído. Repitió la maniobra quizás media docena de veces, arrancándola un grito cada vez que parecía salirle de la mitad del pecho. Después, inclinándose, la agarró por las muñecas, y ella se aferró a las suyas, y comenzó un traqueteo rápido y fuerte, muy rápido y muy fuerte. Marina chillaba con los ojos a veces en blanco. Zarandeaba su cuerpo a golpes de polla. El cacheteo de su pubis en el culo debía poder escucharse desde la calle.

  • ¡Hay dios mío, dios míiiiiiioooooooo…!

  • ¡Me vas… a matar… Cabrón… Cabróooooon...!

  • ¡Así… asíiiiiiiii…! ¡Revienta… me… lóooooooooo…!

Comencé a sobar sus tetas, a amasarlas como con rabia. Las magreaba estrujándolas, atrapando los pezones entre el pulgar y el índice pellizcándolos con fuerza, casi con rabia. Me volvía loco oírla chillar. Mis manos resbalaban en el sudor que cubría su piel.

  • ¿Era esto lo que querías?

  • ¡Síiiiii…!

  • ¿Que te follara como a una puta?

  • ¡Sí! ¡Sí! !Como… como a una… putaaaaaa…!

La sacudía como un animal haciéndola chillar. Sus gritos me excitaban hasta el extremo de volverme loco. Me puse de pie frente a ella y volví a agarrar sus rizos con fuerza. Puse mi polla en su boca y el siguiente empujón la lanzó contra mi hasta obligarla a tragársela entera. Me volvía loco. Cuando se retiraba, tosía y babeaba para, al instante, volver a presionar mi pubis con la nariz. Se ahogaba. Tenía los ojos en blanco y temblaba. Babeaba mucho, tosía mucho, y volvía a tragársela entera una y otra vez, más deprisa cada vez, hasta que el tipo, agarrándola con fuerza por las caderas, la empujó fuerte dejándosela dentro, quedándose clavado en ella y, a la vez, clavando la mía en su garganta. Comprendí que se corría, que aquel cabrón estaba llenando de leche el coño de mi mujer, que se ahogaba con mi polla en la garganta, y yo mismo empecé a correrme en ella. Tenía los ojos en blanco y la cara violácea, y le salía esperma por la nariz. Cuando se la saqué, gritaba en voz bajita, no se me ocurre otra manera de definirlo. Gritaba, tosía, y babeaba, como si regurgitara esperma.

  • É uma boa puta a sua mulher.

  • Muy buena, cabronazo.

  • Nós transamos com ela de novo?

Marina se estremecía todavía sobre la cama como ausente, con una sonrisa boba, tirada boca arriba y agarrándose con la mano el coño, que rezumaba leche. Parecía feliz. Tiré de ella agarrándola por las axilas hasta hacer colgar su cabeza fuera del colchón. Mi polla seguía dura, y al negro no parecía que se le fuera a ablandar nunca.

  • ¡Venga, dale!

Mientras el tipo le levantaba las piernas y apuntaba su tranca de nuevo a la entrada de su coño, volví a metérsela en la boca. Me la mamaba como si fuera un caramelo. Tenía mis dedos marcados en las tetas. Se las estrujé de nuevo y la sentí gritar ahogadamente, como una vibración apenas audible. Su cuerpo entero volvía a bambolearse, como una muñeca rota.

Por la mañana, no se podía mover. Hacia mediodía decidí acercarme a la playa a darme un chapuzón. Un tipo calvo, cincuentón, recogía la llave de su habitación en el mostrador de recepción mientras que yo dejaba la mía. Tras él, a un par de metros, una mujer madura, gordita, de piel pálida y cabello moreno, charlaba animadamente con el negro. Se la veía contenta. El tipo no parecía tenerlas todas consigo. Le guiñé un ojo sonriéndole solidario y me devolvió una sonrisa nerviosa. Estaba buena, la zorra. Mientras caminaba sobre la arena en dirección al mar, pensé que me hubiera gustado metérsela en el culo, y noté que se me ponía dura. El calvo podía clavársela en la boca, o taladrarle el coño...

  • Quien sabe… quizás...