Marina es idiota

Desamor, despecho... y estupidez.

Marina es una chica que va a cumplir 28 años. Es una chica normal, una más, del montón. Marina acaba de dejar una relación de 2 años con una mujer a la que, realmente, ama y no puede dejar de pensar en lo vivido tres años antes, cuando se encontraba en la misma situación, pero con otra mujer diferente.

Marina está hecha polvo. Ella nunca buscó la compañía duradera de otra mujer, sin embargo la encontró y ahora no hace más que recriminarse el sentimiento que la embarga cuando se ve libre por el mundo de nuevo y no sabe que hacer con él.

Marina siente que, una vez más, tiene que volver a empezar de nuevo. Volver a salir, volver a ligar, volver a la vida pública tras un periodo de abstinencia interpersonal. Marina tiene miedo de que todo haya cambiado en el mundo y que ella no se haya enterado por haber sucumbido al encanto de la monogamia. No sabe si sabrá.

Marina se ve demasiado mayor aunque en el fondo sabe que es joven. Marina se ha despertado temerosa de lo que va a intentar hacer. Lo tiene que intentar, se lo debe. Aunque sienta esos nervios dentro de su estómago. Pero sus nervios no le impiden vestirse de una manera especial hoy. Quiere que una chica a la que conoce se fije un poco más en ella.

Marina mira fijamente el reflejo de sus ojos en el espejo y se dice un montón de piropos. La Marina que recibe la mirada guiña un ojo a modo de respuesta y ambas sonríen. Hoy va a ser el primer día de muchos.

Sale a la calle y se va al trabajo. Se siente radiante y así se lo hacen saber los que la cruzan. Y con una gran autoestima se enfrenta a su mañana con esa sensación que tanto añoraba. Marina se siente, aunque sea solo durante unas horas, esa niña-mujer fuerte y atractiva.

Y más pronto que tarde llega la hora de que Marina se enfrente a su miedo y a si misma y saque, a parte del consabido papeleo que va a tener que recoger, un número de teléfono que le abra la puerta, de nuevo, al mundo.

"Hola Leonor, ¿qué tal todo? Sabes, ayer estuve por tu tierra."

"Hola Marina, y si estuviste por mi tierra, ¿Por qué no me llamaste?"

"Pues porque me resultaba bastante violento ponerme en medio de la calle a gritar como una loca…"

"Jajajaja, tienes razón, no sería muy bueno eso. Pero tiene una fácil solución: apunta mi número y, la próxima vez, me llamas y nos tomamos una caña, ¿te parece?"

"¡Claro! Sería genial."

Marina no conseguía salir de su asombro. No se podía creer lo sencillo que había resultado todo. Ni siquiera le había hecho falta hacer nada, esa mujer le había dado su número porque sí, porque le apetecía. María sentía algo que hacía mucho que no sentía. La sensación de prisa que uno tiene cuando tiene ganas de algo y le hacen esperar.

Pero Marina también se sentía mal. Todavía perduraba en su ser el rastro de dolor que deja una reciente ruptura. Ese halo de esperanza que hace que una enamorada siga creyendo en el amor. Y Marina pensó en Pastora y no pudo evitar que sus ojos se inundaran de lágrimas. Evocó su silueta, su tacto, su aroma y comenzó a recopilar fuerzas para dar un paso que solo tenía dos caminos: o la salvación o una definitiva ruptura en su corazón.

Marina está hecha un lío por el contraste de sentimientos que la embargan y no sabe a cual debe seguir. Marina duda y eso la pone nerviosa. Así que decide mandarle un correo a Pastora citándola para hablar y poder aclarar lo que su interior se niega a creer.

Y pasa un día, y otro día y Marina llora ante la pantalla del ordenador al encontrar un vacío de mensajes de Pastora en su bandeja de entrada. Y siente como su corazón se rompe una vez más y piensa que ya no tiene cura el tremendo estropicio que se ha causado en su interior.

Pero Marina hace acopio de valor y entra en su coche un día por la tarde cualquiera. Toma rumbo al lugar donde un día había sido feliz y manda un mensaje de texto al número recién adquirido. Marina quiere desconectar. Marina quiere sentir que puede hacer lo que quiera. Necesita sentirse arropada aunque sea mentira.

Llega a su destino y se decide por empezar dando un paseo de relajación. Marina sabe que en el estado en el que se encuentra tiene más probabilidades de meter la pata que en un estado un poco más tranquilo. Marina entra en una cafetería que le recuerda una adolescencia que ya forma parte de un recuerdo pasado. Y, por cosas del azar, se encuentra con una antigua compañera de alguna de las clases a las que en algún momento acudió.

"¿Marina? Caramba, chica, no has cambiado nada. Sigues igual que siempre."

"Gracias, es halagador. Tu tampoco has cambiado nada Vane."

Marina se enzarza en una conversación a cerca de los viejos tiempos y se pone un poco al día de aquellas personas a las que un día conoció y por las que nunca más se interesó.

Marina se da cuenta de que, en las últimas horas, no se ha acordado de Pastora. Marina es idiota y ahora vuelve a pensar en Pastora y en lo fácil que se le ha vuelto a romper algo que ya estaba roto. Y, cuando está a punto de resignarse e irse de vuelta al agujero en el que vive, esa oración en formato sms es respondida afirmativamente.

Marina se disculpa ante su inesperada acompañante y se dirige con una sonrisa hacia la puerta de salida del local. Marina vuelve a invocar los sentimientos de poder. Marina quiere sentirse fuerte para poder arrasar con todo.

"Hola Marina, me ha alegrado recibir tu mensaje. La verdad es que hoy estoy sola en casa y no me apetecía encerrarme."

"Hola Leo, yo me alegro de habértelo mandado."

Y Marina desempolvó su mirada y no quiso que desapareciera, en ningún momento, esa sonrisa pícara que sabía que tenía.

Marina a penas habló. Dejó que su interlocutora dijese lo que necesitaba decir mientras ella iba turnando sus miradas fijas a aquella mujer. Marina adoraba los labios de la mujer que estaba delante de ella. Sentía una gran atracción física por aquella conocida desconocida. Marina era consciente de que podía llegar a cometer un gran error si decidía dar el paso con esta chica.

Pero, en aquel momento, a Marina le daba igual que la relación que las unía en aquel momento fuera profesional. Marina quería sentir y quería hacerlo por ella misma. Y se daba cuenta de que Leo estaba empezando a ponerse nerviosa con las furtivas miradas y de que cabía la posibilidad de acabar siendo rechazada. Pero a Marina todo aquello ya le daba igual.

"Oye, ¿qué te parece si nos vamos a cenar por ahí? Hoy es un buen día para tomar un poco de vino."

"Te agradezco la invitación, pero yo no puedo beber, recuerda que no vivo aquí y después tengo que coger el coche."

"Eso no es problema, Marina. Quédate en mi casa."

Marina estaba sorprendida por la manera en la que lo dijo. No se lo ofrecía, se lo imponía y eso le gustaba. Aún así, no le contestó. Marina se limitó a sonreírle como lo había hecho durante todo el tiempo que habían estado juntas.

Marina y Leo se fueron juntas a cenar. Marina y Leo se bebieron una botella de vino. Marina y Leo decidieron seguir la fiesta que habían comenzado si darse cuenta. Marina sonreía y Leo bailaba en cada lugar en el que entraban. Ambas seguían brindando y bebiendo celebrando no se sabe que.

Marina miraba el esbelto cuerpo de Leo y sentía como su excitación iba aumentando. Marina trataba de ocultar ese pequeño remordimiento que tenía al pensar en Pastora. Marina quiso ahogar a Pastora en su interior y, tomando a Leo por el brazo, la atrajo hacia si para buscar su boca y dejar claro, desde ese momento, donde quería acabar. Y Marina se sintió sorprendida por la reacción de Leo.

"¿Nos vamos ya a mi casa?"

"Si."

Marina no quería más demoras. Marina quería querer a alguien y quería que alguien la quisiera, aunque solo fuera durante unas horas. Marina quería sentirse bien. Marina quería dejar de pensar de una vez por todas.

Leo y Marina entraron en aquella casa y, nada más cerrar la puerta, se abrazaron para empezar con la lucha de lenguas. Leo y Marina empezaron a forcejear para ver quien era la que primero le quitaba la ropa a la otra. Marina iba recorriendo una serie de estancias que nunca antes había visto y que nunca volvería a ver. Marina no quería recordar el lugar, solo quería sentir lo que estaba viviendo.

Leo empujó a Marina contra una cama y Marina dejó que Leo se pusiera al mando de la situación. La una veía el deseo en los ojos de la otra y la otra veía las ganas en los gestos de la una y ambas sentían todos los arrumacos, las caricias, los besos, los mimos.

Marina fue la primera en ser desnudada y sintió como Leo radiografiaba toda su piel tratando de memorizar lo que tenía delante. Y Leo se quedó estática y ruborizada. Algo la había superado. Y Marina se dio cuenta de lo que le pasaba a su contrincante. Así que, actuando en consecuencia, cambió su posición en la pareja y, con todo el cariño del mundo, tumbó a Leo sobre aquel lecho.

Marina, desnudó a Leo y comenzó a acariciarla. Tenía todavía clavada esa mirada de temor y de expectación que tanto le recordaba a Pastora. Pero Marina no quería pensar más en Pastora, quería disfrutar ese momento sin más, como antes.

Marina comenzó a morder los pechos de Leo y Leo enredó sus dedos en el pelo de aquella mujer. Marina permanecía con sus ojos cerrados aunque sabía que Leo la estaba mirando. Marina deseaba que no fueran esos ojos color azabache los que estuviesen clavados en ella, así que, dejó sus senos y volvió a su boca. No quería más miradas, Marina quería acabar con lo que había empezado e irse a otro lugar de una vez.

Leo notó como una de las manos de Marina iba investigando uno de sus lugares más íntimos y se dio cuenta de que la mujer que tenía encima no se encontraba en la situación de desconocimiento del terreno que ella tenía. Leo respiraba dificultosamente cada vez que Marina pasaba el dedo corazón sobre su hinchado clítoris. Que sensación tan extraordinaria.

"Marina, me gusta lo que me haces y como me lo haces"

Marina no quería hablar. Se le había cortado el momento y ahora no quería estar allí. Pero Marina no quería que Leo se sintiese mal, aunque sabía que acabaría haciéndole daño. O eso creía Marina. O tal vez lo quería creer.

Marina comenzó a penetrar a Leo, muy despacio, y Leo tomó su cara entre sus manos para besarla de nuevo. Marina fue aumentando la velocidad, notaba la gran humedad que tenía su compañera y no pudo evitar su propia excitación. Leo gemía cada vez más fuerte y soltó a Marina. Ya no le quedaban fuerzas para sujetarla.

Marina abrió los ojos por el susto y se encontró el precioso cuerpo de aquella mujer a la que veía todos los días. Sus respiraciones rápidas y cortas hacían que sus pechos hicieran un precioso baile que casi consigue hipnotizar a Marina.

Su abdomen liso adornado con un simpático ombligo. Su pubis, con vellos recortados, coronado con un clítoris hinchado que seguía pidiendo guerra. Y Marina también vio sus dos dedos entrando y saliendo sin parar de su vagina, haciendo que todo ese espectáculo fuera real. Y su excitación aumentó de nuevo.

Leo agarró la mano de marina para irla deteniendo y consiguió pararla y cambiar de posición. Y ambas se dieron cuenta de que, aunque cada una tuviera sus fantasmas, estaban en esas dos horas de enamoramiento que toda relación esporádica debe tener. Leo se puso de rodillas sobre la cama y, con el índice, le indicó a Marina que tenía que hacer lo mismo.

Leo y Marina de rodillas, frente a frente. Leo y Marina con los ojos clavados en la otra. Leo y Marina jugando al espejo. Cuatro manos disfrutando de dos cuerpos. Veinte dedos disfrutando de cuatro pezones erectos. Dos bocas disfrutando entre si.

Marina abrazó con fuerza a Leo, necesitaba sentirse arropada, y Leo respondió colando su mano en le pubis de Marina. Y acarició su clítoris casi con miedo, y localizó la entrada de su vagina, y cuidadosamente introdujo un dedo en su interior, y Marina la abrazó con más fuerza aprobando lo que sentía, y Leo acompañó al primero con un segundo, y con un tercero, y Marina sintió como sus piernas fallaban.

Leo sintió aquello que solo se puede entender viviéndolo. Y le gustó. Le gustó mucho. Marina jadeaba. Estaba paralizada por el placer y por la imagen que inundó en aquel momento su cabeza loca. No quiso apartar la imagen, no quiso abrir los ojos. Quería sentir. Quería llegar. Quería obtener aquella efímera felicidad.

Leo se esforzaba en seguir ese ritmo que había empezado sin estar segura de lo que hacía. Marina sintió la necesidad de corresponder y volvió al lugar que acababa de conocer hacía, a penas, unos minutos.

Dos mujeres arrodilladas en una cama dándose placer mutuo, aprendiendo la una de la otra, descubriendo nuevos sentimientos, reabriendo caminos de placer. Dos mujeres amándose sin amarse. Polimnia, la musa de la geometría, y Melpómene, la musa de la tragedia. Dos musas sin artistas a punto de entrar en el Olimpo.

Y "el luminoso" se abrió para Leo y no pudo evitar abrazarse a Marina para mantener un poco el equilibrio. Y tampoco pudo evitar el grito que trató de ahogar. Ni clavar las uñas en la espalda de Marina. Ni desplomarse, un rato después, sobre la cama.

Marina miraba y sonreía. Ella había rozado ese cielo pero no había llegado a entrar. No le importaba, sabía que con Leo no lo habría conseguido

Marina abrochó sin dificultad el último botón de su camisa y tomó la chaqueta entre sus manos. Miró a Leo que yacía dormida sobre la cama con ese halo de felicidad que aparece después de un buen orgasmo.

Sabía que a Leo no le iba a gustar el detalle de la fuga sin preaviso. Estaba segura de que no iba a tener una buena reacción. Pero Marina necesitaba esas dos horas ya vividas. Marina quería ser egoísta por primera vez en mucho tiempo, aun sabiendo que no estaba bien. Y Marina se fue de aquella casa y se alejó de Leo sabiendo que, horas mas tarde, se volverían a ver.

Marina llegó a su trabajo con la cara de quien no ha dormido en toda la noche. Abrió su correo electrónico y se encontró con Pastora en la bandeja de entrada. Con miedo abrió el mensaje y su corazón se encogió en su pecho.

Pastora no había leído antes el mensaje. A Pastora le hubiese gustado quedar con Marina para charlar. Pastora le preguntaba que tal se encontraba. Pastora

Marina cerró el mensaje, se levantó de la silla, se dirigió a la puerta y salió a la calle. Encendió un cigarrillo y mientras fumaba las lágrimas no dejaban de recorrer su cara. Pensaba en Pastora. Pensaba en Leo. Pensaba en ella.

Y Marina llegó a una conclusión mientras apagaba aquel pitillo: Marina es idiota.