Marijke y los Sátiros. El costo del peaje (1/2)

Este relato es una combinación de varios géneros, pero esencialmente es de orgías ambientada en mundo de fantasía épica, con un picsín de zoofilia. Me salió más largo de lo que esperaba, así que lo partí en dos relatos.

EL COSTO DEL PEAJE:

MARIJKE Y LOS SÁTIROS

Un relato sexual y fantasía épica.

Gangbang de 4 sátiros contra una guerrera.

Ser Kleizer

1

Los tres compañeros de armas se acercaban lentamente, sobre sus caballos, poco después del amanecer, habiendo salido del Bosque Kleviakan, en el que los rayos solares apenas y conseguían filtrarse entre el tejado natural compuesto del frondoso y enredado ramaje, pletórico de suspiros fantasmales y de los susurros de los duendes y gnomos que moraban en sus recovecos. Pero los bravos amigos no tenían intención alguna de buscar los fabulosos tesoros que, de acuerdo a los chismes, se encuentran soterrados en diversos puntos de dicho bosque, como tampoco albergaban intención de incordiar a sus mágicos habitantes, y fue así que lograron atravesarlo sin mayores novedades.

Ahora se aproximaban a uno de los límites naturales del místico bosque. El anchuroso río Nemenoss, que debían cruzar para alcanzar la cordillera montañosa conocida como los Picos Gélidos, debido a las bajas temperaturas de sus cimas.

Dorcas, el bárbaro musculoso, iba al frente, siempre portando su descomunal hacha de combate sobre su espalda amplia como un tronco, vistiendo sus prendas de piel de oso y ciervo, luciendo sus brazos macizos, curtidos y luciendo no pocas cicatrices. Su melena negra caía sobre sus hombros, y usaba barba para disimular un feo corte en su mejilla izquierda.

Umber, el hechicero, envuelto en su túnica morada, uno de los colores asumidos por los magos desvinculados de las grandes escuelas, siendo las más importantes las de Magia Blanca (teúrgia) y Magia Negra (goetia), eternas rivales, y también las escuelas elementales, de fuego, aire, agua, tierra, éter, etc. De cuerpo más esbelto y fino, piel algo bronceada, avanzaba a buen paso, en su caballo a cuyos costados colgaban algunos grimorios y compendios de conjuros.

Finalmente, la amazona Marijke, de larga melena rubia, rutilante, de piel dorada, portando sus botas de cuero hasta las rodillas, y brazaletes de igual material con incrustaciones metálicas. Vestía un peto también coriáceo con algunas platas de metal, siendo visibles sus muslos curvilíneos y rollizos, propios de una guerrera consumada a sus veinte y tantos años.

El singular trío se había unido durante su estadía en el pueblo Rover, cuando fueron contratados por la junta de ancianos de ese poblado para efectuar la travesía y conseguir una Gema Alba, reliquia milenaria indispensable para atacar al ejército de muertos vivientes que los nigromantes habían convocado y con el que iban asolando el Reino. De la más cercana que se tenía noticia, se encontraría en un templo en la cima de la cordillera nevada.

-Tenemos que cruzar por aquí, de lo contrario, tendríamos que efectuar un rodeo muy largo, que nos tomaría semanas, sino meses –manifestó Umber, con su voz suave y sus palabras bien entonadas, propias de alguien que había tenido la oportunidad de recibir educación formal. Señaló la posada de madera, que daba a la orilla del río Nemenoss, y se podía vislumbrar varias embarcaciones-. Si hacemos el rodeo, nos arriesgamos que, al volver, ya no exista ningún pueblo al que auxiliar.

Entonces, Dorcas señalo con su mentón, hacia el rótulo que colgaba en el exterior del hostal: Es cierto lo que decían, los antiguos posaderos fueron desalojados por los sátiros –dijo, en su voz gutural y más varonil que su amigo hechicero.

Marijke tuvo un mal presentimiento, pero ya había tenido suficientes indirectas y comentarios mordaces sobre su condición de mujer, así que calló, avanzando sobre su montura, con su pesada espada de doble filo cruzada tras su espalda; su aljaba con flechas y su arco, colgando de un costado de su yegua manchada.

2

En la puerta fueron recibidos por un sátiro de vello rojizo en sus patas acabadas en sendos cascos semejantes a los de un burro. Su torso humano lucía una piel blanquecina, salpicado de pecas, especialmente su cara, con una barba roja y ojillos astutos, de mercader, adornada su testuz con dos cuernos curvados, con los que podía inferirse su edad. Los sátiros eran longevos, y éste debía rondar los cuarenta años.

-Bienvenidos sea, honorables huéspedes –los saludó con voz estridente y gestos teatrales, el anfitrión sátiro-. Mi nombre es Valm, soy el nuevo gerente.

-¿Qué sucedió con los antiguos administradores? –quiso saber Dorcas, ceñudo, aún sin apearse de su caballo negro y enorme.

-Ellos tuvieron que hacer un largo viaje, y nos pidieron el favor de regentarles el lugar en el ínterin –explicó Valm, frotándose las manos, observando a los tres recién llegados, pero deteniéndose en Marijke, recorriéndola de pies a cabeza con sus ojillos brillantes y voraces. La amazona hizo una mueca, despectiva, como siempre que algún hombre, sea humano o no, la veía de esa manera. Valm sonrió, sin amedrentarse ante el gesto de la escultural guerrera.

En la terraza, tras la balaustrada, sobre las gradas de madera, habían salido otros tres sátiros. Uno de melena negra entrecana, con las astas más largas, semejantes a las de los venados, sin duda el más viejo de ellos, Crach su nombre; otro cuyo torso lucía piel negra y reluciente, así como su pelaje, era el más alto y musculoso de todos, era Serge; y por último, el más joven de los sátiros, sus cuernos apenas asomando, similar en su torso a un adolescente humano, era Nix.

En ese momento, Marijke reparó en que todos los sátiros la veían fijamente. Asimismo, reparó también que todos ellos vestían únicamente unos cinturones adornados con piedras preciosas, de los que colgaba un delantal de tela, frontal y otro posterior, y fuera de eso, los sátiros no portaban más prendas, excepto collares o brazaletes, anillos y en el caso de Serge, una argolla plateada en su ancha nariz.

Umber ya se había apeado a negociar el precio del peaje con Valm. Poco después, Dorcas se acercó junto a Marijke y pudieron observar que Umber gesticulaba demasiado con Valm, agitando en varias ocasiones el saco con monedas de oro y plata con el precio usual. Posteriormente, tanto Valm como Umber veían a Marijke. La guerrera se ruborizó ante tanta atención inesperada y desvió su mirada de ojos azules. Umber regresó cabizbajo, algo molesto, donde sus amigos.

-Dicen que no aceptan dinero –masculló el hechicero, al reunirse con sus amigos.

-¿Qué pasa? ¿Acaso los pueblerinos nos dieron menos dinero del costo? –le preguntó Dorcas, irascible.

-No es eso, Dorcas, los habitantes de Rover nos dieron más que suficiente. Pero no quieren dinero…

-¿Y qué diantres quieren? –espetó Marijke, impacientándose; su sexto sentido femenino ya intuía por dónde iba la cosa.

-Te quieren a ti, Marijke –dijo Umber, en voz baja.

-¿De qué diablos hablas? No pienso convertirme en esclava de unos sátiros, primero los atravesaré, de lado a lado…

Dorcas ya había desenfundado su impresionante hacha de combate, más adecuada para un ogro o un troll que para un humano, y la hizo girar con presteza sobre su cabeza.

-No quieren que seas su esclava por toda la eternidad, Marijke. Pero quieren un día contigo, los cuatro –titubeó Umber.

-Habla más alto, pareces una niña. ¿Para qué putas me quieren? ¿Necesitan que haga limpieza o que cocine, o qué demonios?

Umber chocó las puntas de sus dedos, en varias ocasiones, y dijo: Quieren… ellos quieren… tener sexo contigo, durante un día. Ese es el precio que piden. Yo no he aceptado, no puedo hacerlo, no soy tú. Pero vine a decirte.

-¿Estás demente, maldito brujo? Soy una amazona, no una puta. ¿Y si mejor los matamos?

-No podemos dejar un rastro de sangre a nuestro paso. Cuando bajemos de las montañas, los guardias reales estarán esperándonos para arrestarnos –dijo Umber.

-Los monos del Rey están demasiado ocupados con tantas amenazas, como los ejércitos de los muertos –dijo Dorcas, gruñendo.

-Usa uno de tus embrujos para que nos dejen pasar –dijo Marijke, fastidiada.

-No soy experto en magia de control mental, además, no suelen ser iguales efectos cuando el objetivo es un ser mágico –explicó Umber, rascándose su mentón decorado con una barba incipiente y escasa.

-¿Y entonces? ¿Yo tengo que putear para que ustedes cobren, hijos de puta? –replicó Marijke, su tez enrojecida de ira, viendo a su vez, de soslayo, a los sátiros que la contemplaban descaradamente, sonriendo.

-Podemos luchar, matarlos –insistió Dorcas-. Nunca he partido un sátiro por la mitad. Tendríamos que meterlos al hostal, y ahí masacrarlos, si los atacamos en descampado, huirán, corren a una velocidad endemoniada.

Marijke suspiró.

-Si hago esto, se acabará el convenio de los tres tercios del pago. Exigiré dos tercios para mí y ustedes dos, se dividirán el tercio restante; si no les gusta, vayan a chupar verga de sátiro.

3

Los sátiros no eran estúpidos, así que exigieron que Dorcas y Umber permanecieran afuera, en una cabaña en donde podían estar, con alimento y bebida; pero debían conservar las armas de Marijke. Sabían que su lujuriosa exigencia podría verse acompañada de ciertas reacciones que era mejor evitar.

La pesada puerta de madera de pino se cerró tras ella. Un fuego ardía en el hogar y el amplio espacio estaba ocupado por toscos muebles y una mesa de madera. Los sátiros la rodearon, devorándola con la mirada. El cuerpo de Marijke era portentoso, como las diosas de las leyendas, nada que envidiar a las ninfas que los sátiros gustaban de perseguir.

Marijke se cruzó de brazos, altiva, no del todo incómoda al sentirse el centro de atracción de cuatro machos, aunque no fuesen humanos. Los sátiros se despojaron de sus prendas y pronto, la escultural guerrera se vio rodeada de cuatro vergas enhiestas y muy duras. La de Valm era rojiza, la de Crach grisácea, la de Serge negra como la noche y la de Nix era blanquecina. La luchadora se quitó la capa de piel y la colgó en un gancho junto a la puerta.

-Vamos, cariño, es de mala educación que sigas vestida mientras nosotros ya tuvimos la gentileza de mostrarte nuestros encantos –la invitó Crach, relamiéndose los labios.

Marijke suspiró y tomó una jarra de vino, dando un buen trago, empinándosela, sendos chorritos de vino tinto rezumando por su mentón y cuello. Puso la jarra sobre la mesa y empezó a desajustarse su peto, pieza única que le guarnecía el tronco. Pronto, la pesada pieza de cuero y metal, cayó estrepitosamente sobre el piso de madera, levantando una tenue nube de polvo. Debajo, usaba dos prendas de tela, para proteger su zona íntima y su busto, también se los quitó y pronto, Marijke se irguió desnuda ante los sátiros, conservando sus brazaletes, botas de viaje, una tira de tela oscura sobre su bíceps izquierdo y la diadema que guarnecía su frente, tachonada de gemas.

Los sátiros la contemplaron, regocijándose ante el maravilloso festín que iban a darse. Conversaban en su idioma, similar al de los trolls, pero menos gutural y más musical, con mucho parecido a la lengua secreta de las ninfas y náyades. Pronto, cuatro pares de cálidas manos recorrían el espléndido cuerpo expuesto de la guerrera, de piel dorada; primero, Marijke suspiró y se sobresaltó ante el contacto, pero tanto el vino como el morbo iban haciendo su efecto y ella comenzaba a suspirar cuando le manoseaban sus muslos, o cuando algunos dedos se frotaban contra su sexo, cuando le estrujaban sus glúteos redondos y firmes, cuando apretujaban sus pechos; también empezó a chupar los dedos que le metían a la boca y sus mordidas iniciales solo causaron la hilaridad de los sátiros.

Los sátiros comentaban en su idioma, y reían, casi sin apartar sus ojillos resplandecientes de concupiscencia del cuerpazo de la mercenaria, adornado con alguna que otra cicatriz, de arma blanca, y el recuerdo de un flechazo en su brazo derecho. Pronto, la tomaron de las manos y se las dirigieron a sus virilidades tiesas, a Marijke le sorprendió lo cálidas y duras que tenían las pijas esos sátiros. Valm la invitó a que bebiera más vino y envió a Nix a que llenara la jarra. Marijke tomó otro largo trago. Su enfado iba cediendo, desvaneciéndose y siendo sustituido por algo más. Recordó lo que una amiga suya le había contado, la pelirroja Latvia, sobre lo que le tocó vivir con unos enanos lujuriosos en una cueva montañosa hacía varios años.

Serge ya le había metido sus gruesos dedos en la vagina, y el rostro de Marijke empezó a enrojecer, sus rodillas a doblarse. Serge se llevó los dedos a su boca para probar el sabor interno de Marijke. Ella cayó de rodillas y los sátiros acercaron sus penes a su rostro; observó que sus glandes eran duros y parecidos a los de un caballo o burro, pero de menor tamaño aunque sí de dimensiones superiores a los de un varón humano. Los sátiros frotaban sus vergas contra el rostro de la amazona, contra sus pechos y ella se las agarraba, mirando, entre todas esas virilidades extraordinarias, el pedazo de carne de Serge, como brazo de niño.

-Vamos, tesorito, hoy te toca chupar pinga de sátiro, vamos, trágatelas ya –la incitaba Valm, con su carácter desagradable. Marijke decidió dejarlo de último.

Nix se sobresaltó y emitió un suave aullido cuando sintió su miembro engullido en ese pozo de tibieza y humedad, en el que una lengua no muy inexperta, recorría su virilidad y enloquecía su sistema nervioso. Marijke empezó a succionar suavemente la pija de Nix, sobándole el escroto velludo; chupaba lentamente y no opuso resistencia cuando el agasajado la aferró de su rubio cabello. Marijke se tragaba a Nix y con su mano izquierda pajeaba el grueso pene de Serge.

Crach se situó tras ella, hincándose para travesarle su sexo, reanudando la labor de Serge, mientras le besuqueaba y lamía las nalgas. Marijke mugió entonces, estremeciéndose, sin que sus fauces soltaran la verga de Nix, cuando la lengua de Crach hizo contacto con su asterisco anal. Crach empezó a lamerle el culo frenéticamente, y Marijke tuvo que soltar el pene de Nix, colgando un hilillo de saliva entre su boca y el hinchado y palpitante glande del joven sátiro, y por vez primera, Marijke gimió, excitándose vertiginosamente, rumbo al mismo nivel que sus amantes orgiásticos.

Marijke pensó que sería mejor si ella también lo disfrutaba, entre jadeos y gemidos. Serge le arrimó su grueso pene, como brazo de niño, a los labios carnosos de la amazona, y ésta empezó a tragárselo sin pensarlo dos veces. Era sin duda la pinga más rechoncha que había tenido, pero pronto su boca hambrienta de virilidad masculina se deslizaba de atrás adelante, a lo largo de esa barra de ébano, ensalivándola bien, sintiendo con sus labios cada vena abultada, arrancando gruñidos a Serge. Con su mano derecha seguía masturbando a Nix, y pronto se turnaba para chupar ambos penes. Luego apareció Valm, en medio de Nix y Serge; Marijke cerró sus ojos y engulló lo que Valm le ofrecía, éste sonrió gozoso, viendo su verga desaparecer en la boca de la guerrera humana.

En eso, Nix la aferró del pelo otra vez, y Marijke devoró su pija, sintiendo cómo se estremecía y ensanchaba, y así, mientras Nix aullaba, la boca de la amazona se llenó de cálido semen de sátiro, más grumoso y abundante que el de los humanos. Aunque intentó tragárselo todo, el semen rezumó fuera de su boca, trazando riachuelos por su mentón y cuello, hasta sus redondos pechos, perlados de sudor, y ahora de algo más. El glande del sátiro más joven se había hinchado y Marijke tuvo que abrir mucho su boca para poder sacárselo.

El puesto de Nix fue ocupado prestamente por Crach, y Marijke, con la cara untada del esperma de aquél, pronto pudo paladear la carne viril del más viejo de aquellos sátiros. Marijke mugía sonoramente, mientras se turnaba para mamar los tres penes. Pronto fue el turno de Valm para eyacular, quien acabó en la cara de Marijke, sepultándola de tibio semen amarillento y más espeso que el de Nix. Valm untaba su pene aún vibrante para que Marijke se comiera su semilla.

La visión de aquella hermosa y escultural mujer, desnuda, sudorosa, hincada chupando varios penes, y ahora cubierta y embadurnada con el semen de dos de sus camaradas, fue demasiado para Crach y Serge, quienes prontamente jadeaban. Crach pudo acabar en la boca de Marijke, en tanto que Serge apuntó a sus senos, los que dejó bien cubiertos del semen más caliente y grumoso de los cuatro.

Los sátiros resoplaban satisfechos, en tanto Marijke limpiaba con su boca los estiletes de Crach y Serge, lamiéndoles sus glandes trémulos. Marijke se puso de pie entonces, y el semen de los cuatro sátiros le bañaba la cara, cuello, pechos, su plano estómago hasta alcanzar su vello dorado en su vientre.

-Bueno, tras un blowbang bien hecho, creo que es hora de partir –dijo ella, sujetándose su largo cabello rubio en una cola, con un trozo de tela.

-Aguarda, ramera humana –le dijo Serge, con su voz ronca, sus ojos fúlgidos de lujuria y astucia-. El trato era un día. Además, nuestra virilidad no es como la de los debiluchos humanos. ¿Lo ves? Ya nos estamos recuperando –y al decir eso, Marijke reparó en que los sátiros ya volvían a sostener sus erecciones-. Descuida, putísima, de aquí vas a salir bien pisada, por todos lados –y con su gigantesca manaza, la untó en el semen acumulado en el busto de Marijke para luego pasárselo por la cara.

El alivio de Marijke había desparecido, pero ante la perspectiva de ser usada a discreción por esos cuatro sátiros lujuriosos, bien dotados, una parte de su ser no estaba nada molesta.

4

Marijke estaba de pie, en esta ocasión, totalmente desnuda, sin ninguna prenda que obstruyese la magnífica visión de su cuerpo curvilíneo. Los cuatro sátiros la manoseaban sin pudor alguno, le chupaban sus pezones, se turnaban para succionarle el clítoris, para aferrar sus glúteos de ensueño, y la amazona pronto iba convirtiéndose en una muñeca sexual en manos de aquellos seres.

Nix llegó con un ánfora y pronto empezaron a bañar a Marijke con aceite, dotando a su cuerpo de un brillo húmedo, que acentuaba su belleza. Marijke entonces, tomó a Nix de las manos y lo acostó sobre una piel de oso. Ella se acomodó encima de él, como si se tratara de una montura. Los dos gimieron al unísono cuando el glande palpitante de Nix desapareció dentro de la vagina de la amazona, y ésta descendió despacito, saboreando cada milímetro de verga, hasta que su vientre topó con el de Nix y pasaron a constituir un solo ser, una bestia de dos espaldas. Marijke dio inicio a la cabalgata, y el joven sátiro se llevaba las manos a la cabeza, y también acariciaba los pechos bamboleantes de la guerrera. El glande de Nix volvió a crecer y se frotaba contra las paredes interiores de la vagina de Marijke, quien aullaba de placer, ante cada descarga en sus nervios ocasionada por tan exquisita fricción. "Ahora entiendo porque hay mujeres a las que les encanta tirarse sátiros, centauros y minotauros, también ogros”, pensó ella, mientras montaba arrobada a su afortunado amante.

Pronto, Marijke se vio asediada y mientras montaba a Nix, se turnó para chuparles la verga a sus demás amantes. Poco a poco, Marijke incrementó su velocidad hasta que Nix se estremeció debajo de ella y estalló en su interior, rellenándola de semen tibio. Marijke aulló jubilosa, corriéndose a su vez. “Mierda, espero no salir embarazada de estos sujetos, pero nunca he escuchado de híbridos entre sátiros y seres humanos. Creo que puedo disfrutar con estas monumentales corridas en mis entrañas”, pensó ella, mientras saboreaba su orgasmo.

Entonces, Crach la tomó de la mano y la condujo hasta un barandal, frente a un espejo. Marijke se sujetó del barandal, exponiendo sus nalgas a Crach, quien se aferró de su sinuosa cintura y la penetró. Marijke entrecerró sus ojos, saboreando ese pene que era algo más largo y grueso que el de Nix. Crach empezó a bombearla, chocando sus carnes, su glande hinchado estimulando las paredes internas de la guerrera ululante, sumado a eso la visión en el espejo, verse Marijke siendo cogida de esa manera por un sátiro, ni más ni menos, sus pechos danzando y chocando, su cara de ojos entreabiertos, gimiendo de placer, como hacían las putas, esa imagen pues, la terminó de trastornar y empezó a mover sus caderas, de manera que Crach dejó de jadear para rugir y pronto reventó en su interior; Marijke gimió ruidosamente, temblando toda ella ante el vendaval de gusto por la acabada de Crach muy adentro de ella.

Marijke se apoyó sobre el barandal, resoplando, su cuerpo escultural reluciente de sudor y aceite. Pronto tuvo tras ella a Valm, pero éste se agachó y sujetó las nalgas de la luchadora y hundió su cara en la apertura, lamiéndole el ano; Marijke pareció volverse loca y aulló como ánima en pena, clavando sus uñas en la madera; la amazona puso sus ojos en blanco cuando Valm le introdujo su lengua en el culo, retorciéndola como sanguijuela y proporcionándole un placer hasta entonces desconocido. Valm se puso de pie y pronto tuvo su glande hinchado, como hongo, apoyándose contra el apretado asterisco de Marijke; mujer y sátiro gimieron cuando la tiesa verga de éste se adentró en el recto de aquélla. Valm la sujetó de la cintura, empujándole su miembro en el culo; las caras de ambos muy ruborizadas. Valm no se cansó hasta que su vientre se apretó contra las suaves nalgas de Marijke, quien gemía y se mordía los dedos, tenía varios años de no recibir cariño anal.

Valm entonces la aferró de las nalgas para iniciar el mete y saca, gozando con el apretado esfínter de la amazona, gimiendo éste y lloriqueando aquella. Valm empujaba una y otra vez, y Marijke se estremecía y daba brincos ante cada embestida, y cuando empezó a mover sus caderas, como danza, el sátiro explotó en sus entrañas.  Cuando Valm se la sacó, el culo de Marijke rezumó grumoso semen de sátiro. Valm untó sus dedos y se los dio en la boca a Marijke, quien lo lamió sin miramientos. Valm le dio así varias cucharadas de su semen, y luego la arrodillo para que chupara su miembro, directamente salido de su culo. Ya nada importaba.

Fue el turno de Serge, quien sostuvo en brazos a Marijke. Serge la acostó sobre la piel de oso en el piso de madera, y él se acomodó encima de la mercenaria. Serge la besó ruidosamente, metiéndole su lengua gruesa en la boca, y Marijke la acariciaba con la suya y la chupaba. Serge la penetró despacio y Marijke clavó sus uñas en la espalda del sátiro. Serge empezó a cogérsele gradualmente, en cada embestida metiéndole más verga, hasta que ocurrió lo inesperado, Marijke devoró totalmente la pija de Serge, y sus vientres se quedaron adheridos, disfrutando el sátiro con la sensación de tener su verga oculta toda adentro de una mujer tan hermosa, con su mueca de lujuria y ojos entrecerrados, gimiendo como posesa.

-Eres una perra increíble, pocas hembras he conocido a las que les quepa todo mi rabo –le dijo él, lamiéndole la cara, luego reanudó su mete y saca. Las venas del miembro descomunal se frotaban contra el clítoris de Marijke, quien se vino varias veces, su razón obnubilada ante toda aquella carne viril.

Serge se arrodilló, sujetando a Marijke de sus muslos para seguir pisándola, y Crach se agachó sobre ella, para que le lamieran el escroto peludo, faena que Marijke desempeñó muy bien, para gozo de Crach. Serge continuaba su tarea, y Marijke gemía, sus ojos lacrimosos, lengüeteando los huevos de Crach; el agasajado se acomodó para hundir su pene renovado en la boca de la guerrera, ahogando sus gemidos, en especial el alarido que hubiera sido, cuando Serge eyaculó dentro de ella. Serge sacó su pinga aún chorreando, y del sexo enrojecido de Marijke, brotó más semen grumoso.

-Nunca imaginé que un día iban a venir unos tipos y me iban a colocar una cogida como ésta –pensó Marijke, mientras se la mamaba a Crach.

5

Marijke gimoteaba con sus ojos en blanco, a cuatro patas, mientras Crach iba metiéndosela por el culo, era más grueso que Valm. Pronto, el peludo vientre del sátiro se apretujó contra las nalgas de la joven.

-Puta más tragona –jadeó Crach, aferrándose de las nalgas de Marijke, que ya presentaban algunos rasguños. A cada embate, los glúteos de la guerrera vibraban, como recorridos por una ola.

-Mierda, soy una combatiente fuerte, pero no sé cuánta más verga podré soportar, estos pendejos son incasables –pensaba ella, con su cara aplastada contra la piel de oso, con Crach entrando y saliendo de su culo, hasta que eyaculó nuevamente, aunque de una manera no tan copiosa como las anteriores-. Voy a terminar pariendo cuatrillizos semi sátiros –pensó ella, mientras se manipulaba su clítoris para acabar una vez más.

Así acostada, se tendió boca arriba y Valm se sentó encima de ella, colocando su tiesa verga en medio de los dos redondos pechos de Marijke, y ella los apretó, para que Valm se la follara por el intersticio, ayudado por el aceite, el sudor y el semen de todos ellos. Marijke le lamía la punta del pene cuando se asomaba por entre sus pechos. Y por si fuera poco, Nix se arrodilló en medio de sus piernas para lamerle la vagina y meterle sus dedos en el trasero. Valm le acabó en la cara y ella abrió la boca para que algunos chorritos se perdieran en su interior.

Al apartarse Valm, Nix se acostó encima de ella y se besaron. Nix se la quiso meter, pero Marijke le dijo que le iba a hacer algo especial. “Siéntate con tus piernas abiertas, te voy a mostrar algo que me enseñó una amiga cortesana”, le dijo ella y le dio otro beso con lengua, antes de sentarse ella y luego prensó con sus pies la enhiesta pija de Nix, que poco a poco gemía, ante tan rico footjob.

-Deberías quedarte una temporada con las ninfas del arroyo, para que les enseñes todas estas cosas sabrosas que nos has hecho –le dijo Nix. Marijke sonrió y se incorporó para chupársela hasta hacerlo acabar, tragándose toda la semilla del sátiro. Afuera, el cielo apenas empezaba a teñirse de rojo. Todavía quedaba la noche pendiente. Marijke resoplaba, toda ella pegajosa, embadurnada por la mescolanza grumosa de sudor, aceite y semen espeso de sátiro.