Maridito mío
Ante la posibilidad de que Ricardo la abandone, su esposa decide convertirlo en su esclavo
No podia ocurrirme esto. A mi, no. No era capaz de creerlo, pero era cierto: Ricardo, mi marido me engañaba. Probablemente, los indicios habian sido perceptibles desde hacia tiempo;quizás era la única que aún no lo sabía.
Sacudí la cabeza con desesperación, mordiéndome los labios ¡Qué estúpida había sido!
Ese mediodia habiamos quedado para comer en un restaurante cercano a la universidad donde yo trabajaba desde hacia siete meses como secretaria, en el Departamento de Psicología. A mis 42 años, con una carrera de Química que nunca habia llegado a ejercer, habia aceptado ese puesto como una tabla de salvación. Nuestra situación económica, tras varios años de una cierta estrechez, habia mejorado mucho y actualmente viviamos con desahogo; pero yo necesitaba hacer algo; algo que me permitiera salir de casa, conocer gente, mantener un contacto humano que en mi propio hogar no era posible en los últimos tiempos.
Yo me había sacrificado. Dios sabe que lo habia hecho. Habia renunciado a una carrera profesional propia para ayudar a mi marido en su negocio de construcción. Durante más de diez años habia sido la responsable del área administrativa de la empresa. De hecho, durante los tres primeros, yo habia sido el único personal administrativo. Había negociado con proveedores y subcontratistas, había llevado la contabilidad, la correspondencia, la atención a los clientes...¡Por Dios! En algunos momentos dificiles habia llegado a responder con mi peculio personal a las necesidades económicas del negocio.¡Diez años, joder! Diez años perdidos con un cabrón de mierda. Y aún lloraba por él. ¡Pero que imbecil era entonces!
El habia llegado tarde y apresurado al restaurante y ni siquiera habia esperado a que el camarero trajera el menú. Me lo habia soltado así, en vivo: Ricardo estaba cansado de mí. Aunque no lo habia dicho con esas palabras, la conclusión era esa. Nuestra relación se había enfriado, el sexo conmigo le resultaba frustrante; ya no teniamos nada que decirnos, ni ganas de hacerlo. Además, como corolario, habia conocido a otra persona –lo dijo así: otra persona- y no consideraba justo ni deseable mantener nuestro matrimonio en las actuales circunstáncias. De modo que quería el divorcio.
¿Justo? ¿Deseable? ¿De que coño estaba hablando? Me engañaba con otra, probablemente desde hacia años. Iba a dejarme. ¡Y me hablaba de justicia! No podia dar crédito a mis oídos.Me levanté de un salto, le arrojé la copa de vino que estaba bebiendo a la cara y le grité todo lo que en aquel momento me salió del alma y que no era –puedo asegurarlo- nada bueno. El a su vez se levantó, me miró con rabia, rojo de vergüenza por el escándalo, aunque hubiera debido sentirla más bien por lo que me habia hecho, y salió del restaurante sin responderme, casi a la carrera, tal como habia entrado.
Cuando llegué a casa, destrozada, me encontré con que se habia llevado ya parte de sus cosas. Seguramente a la casa de su puta, la “otra persona”. Por eso habia llegado tarde. Por eso tenia prisa... ¡Cerdo!
Me ardia la sangre enlas venas y la cabeza habia comenzado a dolerme, aunque ese dolor no era nada comparado con el de mi corazón. En cualquier caso, tenia que tranquilizarme, recapacitar, sopesar mis opciones. Caí rendida en el sofá, emocionalmente agotada, y entré inmediatamente en un sueño agitado, del que desperté al cabo de un par de horas, casi tan cansada como antes de dormirme, pero ya no tan excitada. Tenía por delante una semana para tomar alguna decisión. Ricardo pasaria esos siete dias fuera de la ciudad, supuestamente dirigiendo una obra, aunque ya no era capaz de creerlo. Incapaz de estar sola en casa, telefonée a Margot, mi mejor amiga. Margot, alta y morena, con 39 años, era ayudante de càtedra en la facultad de psicología, en el mismo departamento en el que yo trabajaba como secretaria. Ambas sin hijos, ambas frecuentemente solas a causa del trabajo de nuestros respectivos conyugues, habiamos entablado casi inmediatamente despues de conocernos una amistad que con el paso de los meses se habia ido fortaleciendo. Quedamos para cenar en un restaurante italiano del centro. Me di una buena ducha, que se llevó la suciedad de mi cuerpo, aunque me dejó la ira y el dolor. Me cambié de ropa y salí para encontrarme con ella.
Margot escuchó mis noticias y, como yo esperaba, se indignó solidariamente conmigo. Pero no solo eso; después de una buena ración de insultos, exabruptos y otras lindezas, que debieron hacer que a Ricardo le silbaran los oídos donde quiera que estuviese el muy... cabestro, Margot me miró con una expresión que pasó a ser súbitamente seria y reflexiva, y me preguntó:
- “¿Tú le quieres, Andrea ?”
Estuve a punto de echarme a llorar allí mismo.
- “ Sí –gemí- No me preguntes por qué, pero sí. Le quiero ”.
- “Bien ”, sonrió Margot. “ Yo tuve hace un par de años un problema similar con Rafael. Lo solucioné de una manera no demasiado ortodoxa. Me gustaria ayudarte, Andrea, pero necesito que me prometas que nada de lo que ahora te cuente saldra de aquí. Me juego mi trabajo –y no solo eso- al decírtelo”
- “Puedes confiar en mí Margot. Te prometo que mantendré la boca cerrada. Aunque no puedo entender la razón de tanto secretismo ”
- “ Lo entenderás enseguida ”, indicó Margot. “Tu nos has visto juntos –a Rafael y a mí- en muchas ocasiones. ¿Qué te parece como me trata Rafael?
La pregunta me sorprendió, aunque en más de una ocasión me habia extrañado –gratamente- el comportamiento que Rafael mantenia respecto a Margot; la trataba como si fuese su mayor tesoro. Yo les habia visto besarse y acariciarse, habia visto sus miradas, esas que uno no espera ver en una pareja despues de años de matrimonio. Sus pequeños gestos, regalos, atenciones, me habian emocionado en mas de una ocasión, y siempre habia sentido una sana envidia. Así se lo hice saber a Margot, en respuesta a su pregunta.
- “¿Y qué te pareceria si te dijera que ese comportamiento de Rafael no es espontáneo, sinó que responde a precisas y detalladas instrucciones que yo le he dado? ¿Y si te dijera que todo lo que Rafael hace, desde que se levanta hasta que se acuesta, responde a mi voluntad?”
- “No te entiendo ”, respondí. “¿ Como puede ser eso? Rafael no es un robot, y si le estuvieras obligando a comportarse de una manera ajena a su voluntad reaccionaria agresivamente, si no con violencia. Todos los hombres lo hacen ”.
Margot sonrió maliciosamente y se relamió como una gata.
- “Y no solo su comportamiento en público. También en privado ”. Me guiñó un ojo, divertida. “Obedece todos y cada uno de mis deseos, en la cama y fuera de ella. Me complace en todo lo que le pido y mi placer es siempre lo primero para el. Ah, y cuando me contraría, aunque sea involuntariamente, lo castigo con dureza ”.
- “No hablas en serio” dije
- “Completamente en serio”, contestó ella, tajante. “ Hace más de cuatro años que lo adiestré y lo puse bajo mi voluntad. Al principio, puede parecerte despiadado, pero puedo asegurarte que merece la pena. Yo nunca me he arrepentido”
Yo estaba absolutamente asombrada. Creo que abria la boca como una perca ante un gusano muy grande, y los ojos se me salian de las órbitas.
- “ Cuatro años...¡ Dios! Pero ¿Cómo...?
- “Cómo lo he hecho? No es tan dificil. Puedo explicartelo. Incluso puedo ayudarte a prepararlo todo, si lo deseas. Pero lo principal en este caso es tu voluntad; tienes que desearlo muchisimo. Por eso te he preguntado si lo amabas. Tienes que ser consciente que si sigues adelante con esto, lo que harás es esclavizarlo.”. Margot hizo una pausa y me miró seriamente. “ Quizá tu no desees llamarlo así, pero una vez que el proceso haya finalizado, será tu esclavo, sometido a tus deseos, prisionero de tu voluntad. ¿Lo deseas tanto?”
- “¡Si!, casi grité. Fue una respuesta instintiva, sin pensar. “Si, lo deseo. Lo amo y lo odio ¿Puedes entenderlo?” , pregunté.
- “Claro que sí” , respondió Margot serenamente. “Yo pasé por lo mismo hace casi cuatro años y aun recuerdo el torbellino emocional. Pasaba del llanto a la rabia, sin solución de continuidad.”
- “Quiero castigarlo; hacerle sufrir hasta que se doblegue ante mi. Pero tambien quiero tenerlo. Quiero acariciarlo, poseer su cuerpo y su mente para siempre. Sólo para mí. ¡Es una locura!
- “El amor es siempre una locura”, afirmó Margot, levantándose. “Ahora, iremos a mi casa. Te mostraré el procedimiento y te proporcionaré algunos de los ingredientes necesarios para iniciar el proceso. Otros tendrás que conseguirlos tú, pero te indicaré donde. ¿Te parece?”
- “Eres la mejor amiga del mundo”. La besé en la mejilla “Y siempre te estaré agradecida”
Pagamos la cuenta y salimos del restaurante. La casa de Margot estaba a solo dos o tres manzanas de allí y hacia muy buen dia, de manera que fuimos dando un paseo; dos maduritas de buen ver, ambas con una delantera imponente, aunque debo reconocer que Margot era más alta y proporcionada y se mantenia en mejor forma que yo, que siempre he tenido un tipo, digamos, voluptuoso. Algunos hombres se volvieron a nuestro paso, mientras caminábamos, y eso me levantó un poco el ánimo. Yo no podia dejar de pensar en lo que Margot me proponia: hacerlo mio, castigarlo, esclavizarlo, tomar su... ¿En que estaba pensando?. Inconscientemente iba calentándome por dentro. Mis pezones se endurecieron y noté, sobresaltada, que la humedad sobrepasaba la cinturilla de mi body y resbalaba por la cara interior de mis muslos. Un suave sonrojo invadió mi rostro al darme cuenta. Margot me miró de reojo y emitió una sonrisilla traviesa
- “Te excita pensar en ello ¿Verdad?”, me preguntó.
- “No sé lo que me pasa”, contesté. “Yó no soy así”.
- “Ahora sí lo serás. Tienes que ser consciente de que no solo él cambiará cuando lo esclavices; también tú pensaràs y te comportaràs de manera diferente. El poder hace éso. Y, respecto a Ricardo, tu tendrás el poder absoluto”
- “No sigas recordándomelo o tendré que retorcer las bragas para escurrirlas”
Ambas comenzamos a reir a carcajadas mientras entrabamos en el portal de su edificio y casi no pudimos parar hasta que el ascensor nos dejó en su planta. Margot extrajo la llave de su bolso y abrió la puerta, mientras llamaba en voz alta.
- “ Rafael, tu Ama está en casa”.
- “Bienvenida, Ama Margot” se oyó desde el fondo del pasillo.
Rafael apareció, casi a la carrera, en la entrada. Se colocó de pie frente a Margot, con la cabeza gacha y las manos a la espalda.
- “De rodillas, esclavo; y saluda a tu ama como corresponde”, contestó Margot,
Al mismo tiempo, se subió la parte delantera de su falda hasta la cintura y abrió ligeramente las piernas. Me di cuenta, con sorpresa, de que no llevaba bragas y tenia el coño depilado.
- “La depilación mejora el acceso de su boca a mis genitales. Además, me aplico una crema que aumenta extraordinariamente mi sensibilidad”.
Rafael me observó de reojo, mientras enrojecia ligeramente, al oir nuestra conversación.
- “¿ A qué esperas, esclavo? ¡De rodillas, ahora!”
Sin decir una palabra, Rafael se arrodilló ante Margot e introdujo su cabeza entre sus piernas, comenzando a lamerla avidamente, como un gato lamiendo un plato de leche. Yo estaba maravillada. Me encantaba esto. Casi no podia esperar para llevarlo a la pràctica con Ricardo. Pero antes de dejar que lamiera mi coño, iba a sufrir. Iba a hacerle pagar por cada lágrima que habia vertido por su culpa.
Margot permitió que Rafael lamiera su coño durante un par de minutos.
- “Esto ” -me dijo ella-, “al margen del placer que produce, y no es nada despreciable, refuerza el vínculo del esclavo con su ama.
- “Por eso”, me explicó “Cualquier humillación a la que puedas someter a Ricardo será buena para reforzar el poder de tu voluntad sobre el. Y, aunque al principio lo odie,al final acabarà gustándole. Aunque, claro”, dejó escapar una risita “nunca lo reconocerá ante tí. Ahora, vamos a mi habitación y buscaré el material que necesitas. Espero encontrarlo sin dificultades; lleva guardado casi cuatro años ”.
Capítulo 2.
Margot y yo pasamos juntas casi todo el tiempo durante los dias que transcurrieron hasta el regreso de Ricardo. Ella me informó prolija y detalladamente de todos los pasos a seguir para conseguir que el proceso de esclavización se desarrollase de la manera adecuada. En realidad, no era tan dificil, aunque sí un poco trabajoso, sobre todo en las primeras fases, hasta que el sujeto –en este caso Ricardo- aceptara su destino.
Pero sería también excitante. Creo que nunca habia llegado a un estado de excitación sexual tan intenso, como el que alcancé mientras Margot me explicaba algunas de las técnicas y los procedimientos que tendria que poner en pràctica con Ricardo. Me adiestraba en su casa y yo siempre llevaba en el bolso dos pares de bragas que, al final de la tarde, acababan encharcadas con mis jugos. Incluso uno de los dias, Margot me permitió utilizar la lengua de Rafael para calmarme un poco. Me senté en el sofá, dejé caer las bragas y abrí las piernas, y Rafael hocicó como un cerdito en mi coño, mientras su lengua se movía en espiral sobre mi clítoris, como el rabito de Porky. Fue delicioso, pero más aún lo fue pensar que así sería unos dias después con Ricardo. ¡Cómo me hubiera gustado en aquellos momentos tener la boca de Ricardo a mi disposición...! Iba a hacerle beber hasta la última gota, y el muy cabrón, pediría más.
La noche anterior al regreso de Ricardo lo dejé todo preparado antes de acostarme. Margot me había proporcionado una diminuta pipeta con un potente derivado de la benzodiazepina, un medicamento de efectos hipnóticos reformulado para conseguir una acción rápida. Además, guardado en un mueble de la sala, ya probado y preparado para funcionar, tenia la herramienta fundamental del proceso: un sistema electrónico bastante complejo pero de fácil manejo, con una serie de electrodos y abrazaderas, que serviria para proporcionar a Ricardo los estímulos positivos o negativos –léase placer o dolor- en función de cuales fueran sus respuestas al tratamiento. Una gran pantalla estroboscópica ideada especialmente para la inducción al trance hipnótico profundo, completaba el equipo. Además, disponia de una serie de viales con drogas específicas para producir mareo, desorientación, miedo, etc. Productos, todos ellos, como puede suponerse, absolutamente fuera del consumo público. Tanto el equipo electrónico como varias de las drogas implicadas en el proceso habian sido desarrollados por el Departamento de Psicología, con vistas a la experimentación en técnicas conductistas de modificación de conducta.
Habia pedido un par de semanas de vacaciones en la Universidad, para poder concentrarme en la tarea de esclavizar y adiestrar a Ricardo. Ya tenia asumida la palabra: ‘esclavizar’. Sí, queria esclavizarlo, y me encantaba pensar en ello. El se lo merecia. Me acosté temprano, pero tardé horas en dormirme, dominada por la excitación y –todo hay que decirlo- por un cierto miedo. Pero, finalmente logré encontrar el sueño, y fue un sueño profundo porque, al despertar, me sentia perfectamente descansada.
Capítulo 3
El día se habia levantado soleado, unas pocas nubes arrastradas por una ligera brisa se desplazaban perezosamente por el cielo, sobre mi casa. Un jilguero cantaba en las ramas de un árbol cercano. Me pareció un buen augurio y sonreí con placer.
El día anterior había llamado al móvil de Ricardo, pidiendole que a su vuelta pasara por casa, para discutir algunos asuntos económicos relacionados con el divorcio que –le dije- no queria dejar en manos de los abogados. Durante la conversación, el se mostró desabrido e hiriente, pero, aunque a regañadientes, accedió a venir a verme despues de la comida, alrededor de las 14:30h.
Programé el equipo para que el estroboscopio electrónico comenzara a funcionar a las 15:00h. Margot me habia asegurado que la droga hipnótica de acción ràpida no tardaría más de diez minutos en hacerle efecto. Además, coloqué una butaca, bastante incómoda, por cierto, casi enfrente de la pantalla y me aseguré de que se sentaria allí cubriendo el sofá con una funda afelpada absolutamente cubierta de pelos de perro. Yo sabia cuan atildado y escrupuloso era Ricardo con su ropa. Estaba totalmente segura de que se negaria a sentarse en un sofá en esas condiciones.
Habia discutido con Margot la posibilidad de que ella o Rafael me ayudasen en el proceso de esclavización, pero ella me convenció de que era mejor evitar la interferéncia de terceras personas entre el esclavo y su Ama durante el adiestramiento. En cualquier caso, vivía cerca, y yo sabia que podia contar con su ayuda ante cualquier problema, con una simple llamada.
Justo a la hora prefijada, sonó el interfono. Descolgué el auricular y sentí su voz
- “Soy Ricardo”, dijo simplemente. Yo sonreí ¿Quien demonios iba a ser si nó? Y apreté el botón de apertura.
Abrí la puerta del piso y le dejé entrar sin decir una palabra. El caminó con pasos rápidos hasta la sala. Percibía en él una cierta urgencia, un leve aire de incomodidad ¿Quizás se sentia culpable? ¡Demasiado tarde!
Entré en la sala tras él y con un gesto de la mano le ofrecí asiento. Como esperaba, tras una ràpida ojeada al sofá y un gesto de desagrado, se sentó en la butaca que le estaba destinada.
- “ Qué quieres tomar, Ricardo”, le pregunté,
- “Nada; Estoy aquí porque tu me lo has pedido, pero no tengo ganas de fingir un agrado que no siento en absoluto. Dejémonos de tonterias”, me contestó él groseramente.
- “Ricardo”, le dije “ Ciertamente no tenemos muchas razones para desear estar juntos en este momento, pero, ya que es necesario, no convirtamos esta reunión en una lucha a muerte. Me sentiría mucho más cómoda si pudieramos hablar alrededor de una taza de té o de café. ¿Qué prefieres?”
Se agitó incómodo en la butaca y contestó,
- “ Té, si es posible”
Claro que era posible. Yo conocia sus gustos y tenia ya preparada la tetera caliente en la cocina. Para mantenerle entretenido, puse en sus manos una carpeta con documentación sobre algunas inversiones financieras que años atrás habiamos realizado, sobre las que supuestamente debiamos discutir. Me disculpé por unos instantes y fuí a la cocina. Coloqué sobre una bandeja la tetera, el azucar y un par de tazas. Vertí el contenido de la pipeta en una de las tazas y regresé a la sala con la bandeja.
De pie, a su lado, con la bandeja en la mano, serví el té en las tazas, ofreciéndole a él la que habia llenado primero. Dado que estaba sentado, no llegó a ver en ningún momento el contenido de la taza antes de servirle el té. La droga era incolora y –según aseguraba Margot- insípida. Yo esperaba que fuese cierto.
El se sirvió azucar, revolvió el contenido de la taza con la cucharilla y tomó un sorbo. Observé su rostro atentamente, a la espera de cualquier señal de desagrado, que, por suerte, no se produjo. Tomé asiento en el sofá, a su lado, con mi propia taza y le dije alegremente:
- “ Se trata de una mezcla especial de tés; indio y chino; lo elaboran especialmente por encargo y tiene mucha aceptación. ¿Qué te parece?”
Él me miró, sorprendido por mi tono desenfadado, pareció querer hacer algún comentario sobre el té, pero la incomodidad de la situación le venció y calló.
- “ Prueba un poco más hombre; con un solo sorbo es imposible tener una opinión sobre un té.”
Impulsado por mis comentarios, levantó de nuevo la taza y bebió un poco más, y animado por su sabor –era realmente bueno- dejó la taza casi vacía.
- “ Estupendo”, afirmó.
Dejé reposar mi espalda sobre el respaldo del sofá y comencé a hablarle sobre los bonos, los pagarés, las acciones, los intereses, las desgravaciones, las fechas de vencimiento... Cualquier cosa que se me venía a la cabeza, yo la expresaba en palabras. El caso era dejar pasar el tiempo para que el fármaco hiciese efecto. El, desde su butaca, con la carpeta en el regazo, me miraba estupefacto, sin saber que contestar ante tal avalancha de barbaridades.
De vez en cuando levantaba una mano e intentaba meter baza,
- “ Pe-pe-pero... n-n-no...”
Habian pasado ya ocho minutos y yo, sin dejar de inundar sus oídos con estupideces financieras, contemplaba su rostro con atención, mientras sus ojos se iban cerrando y sus brazos caían laxos a ambos lados del cuerpo. La carpeta se desplomó y los papeles que contenia se esparcieron sobre el suelo.
Capítulo 4
No estaba absolutamente dormido, pero habia perdido casi por completo la consciencia y no era capaz de reaccionar. Yo pronuncié su nombre varias veces en voz muy alta, di varias palmadas, agité sus hombros con mis manos... Nada. Sonreí féliz y me puse en movimiento. Según Margot, el efecto duraría como máximo una hora, y en ese periodo yo tenia bastante trabajo. En primer lugar, aparté todo cuanto podia entorpecer el procedimiento; recogí los papeles, retiré la bandeja con las tazas e incluso desplacé la mesita de centro a un lado, arrimándola a la pared.
A continuación procedí a desnudarle, tarea ardua para mí, que mido poco más de 1,65 y peso tan solo 62 Kgs. Pero, como se acostumbra a decir, más vale maña que fuerza y, finalmente, allí lo tenía, sobre la butaca, tal como su madre lo trajo al mundo, aunque un poco más crecidito.
Retiré del cajón en el que los había guardado los accesorios de inmovilización y procedí a colocarlos en su cuerpo; abrazaderas para las muñecas y los antebrazos, así como para los tobillos y las pantorrillas. Las abrazaderas podian ajustarse a la butaca mediante unos fuertes cordones de cuero. Inclinando el torso de Ricardo hacia delante, retiré la funda de tapiceria que recubria el respaldo y los brazos de la butaca, mostrando su estructura interna, de acero perforado a cortos intervalos por orificios de unos dos centimetros de diametro. Margot me habia ayudado a elegirla. Una vez ajustadas las abrazaderas de velcro super-resistente en torno a sus miembros, anclé estas a la butaca con las correas. Siguieron unas abrazaderas para el torso, que dibujaban un aspa, desde cada hombro a la cadera contraria, y las ajusté también a la butaca.
Entretanto, el estroboscopio se habia puesto en funcionamiento, llenando la habitación de formas giratórias de luz y color, en perpetuo movimiento. No obstante, Ricardo, “mi esclavo” –Debia acostumbrarme a dirigirme a el por ese nombre- continuaba semiinconsciente. Yo debia aprovechar bien el tiempo. Extraje del cajón una pieza similar a un gran crucifijo metálico con varias perforaciones, y lo ajusté con pernos a la trasera de la butaca. Serviría para sujetar firmemente su cabeza, impidiendole cualquier movimiento. A las perforaciones de esta pieza uní varios tensores que acababan en un barbuquejo, que acoplé en su barbilla, llevándolos despues hasta el mástil de la cruz. Tiré con fuerza y los ajusté. Una nueva abrazadera partia desde la cruz y rodeaba su frente con fuerza, impidiendole inclinarse. Unos ganchos introducidos en sus orificios nasales y mantenidos tensos mediante tensores de goma, completaban el equipo de sujección. Los ganchos le producirian un considerable dolor si presionaba o intentaba agitar la cabeza.
Noté que comenzaba a rebullir, aunque prácticamente sin fuerzas, y emitia leves quejidos. Al parecer, aunque sumergido en la niebla inducida por la droga, notaba la dificultad para moverse. Rápidamente extraje el equipo de estimulación y fuí colocando los electrodos sobre su cuerpo y su cabeza; las pinzas en sus pezones, las abrazaderas en sus testículos, la sonda térmica en su pene.
Finalmente, coloqué los auriculares sobre sus oídos y los anclé a los tensores de su cabeza, para impedir su caída. Sus gemidos eran ahora claramente audibles, aunque aun no habia abierto totalmente los ojos. Recogí una mordaza de bola y la introduje en su boca. Me costó un poco, ya que el barbuquejo presionaba firmemente hacia arriba, pero lo conseguí. Moví ligeramente la butaca para que enfrentara totalmente el estroboscopio, y la acerqué un poco. Era un modelo del tipo “patas de araña”, ligeramente curvadas y muy abiertas. En la tienda me habian asegurado que era prácticamente involcable. En el suelo habia colocado un resistente film de plástico en previsión de la emisión de fluídos. Me alejé hasta la puerta de la sala y lo miré. ¡Que patético!. El abrió los ojos, mientras farfullaba bajo la mordaza y me miró. Yo le devolví friamente la mirada, con expresión seria. Sin decir una palabra, puse en marcha el estimulador, apagué la luz de la sala y cerré la puerta.
La primera parte del procedimiento estaba automatizada y era extremadamente dura. Margot me habia aconsejado no contemplarla. Era el momento de romper la resistencia del esclavo, de quebrantarlo, abriendo la puerta para la posterior introducción de las sugestiones posthipnóticas. El sistema, a través de los sensores colocados en su cráneo, detectaba la respuesta del esclavo a las sugestiones que se le realizaban a través de los auriculares. Si detectaba obediencia, aceptación, recompensaba al esclavo con un estímulo placentero, que si se repetia varias veces podia llegar al orgasmo. Si, por el contrario, la respuesta era de rechazo o rebelión, el aparato proporcionaba dolor, en una intensidad proporcional a la fuerza de la respuesta negativa. La duración de esta parte del proceso era de unas cuatro horas. Despues tendria que desatarlo, conducirlo al lavabo, ducharlo y alimentarlo. Y a continuación volver a fijarlo a la butaca para la siguiente sesión.
Habia quedado con Margot para merendar y dar un paseo. Me arreglé, recogí mi bolso y caminé por el pasillo hacia la salida. Al pasar frente a la puerta de la sala oí un rumor de murmullos y suaves golpes, casi sordos. Entreabrí un poco la puerta y le vi, allí sentado, sudoroso y moqueante; la saliva descendia desde su boca obturada con la bola de la mordaza, y caía sobre su pecho. Sus ojos desorbitados, fijos como los de un pez en la pantalla del estroboscopio. A intervalos regulares, un subito estremecimiento recorria su cuerpo, y reaccionaba intentando frenéticamente liberar sus miembros inmovilizados, gruñendo como un animal. Sonreí maliciosamente. Mi esclavo estaba fabricándose. Abrí la puerta de la calle y salí.
Capítulo 5
Margot y yo pasamos una tarde divertida. Yo le expliqué como había ido la preparación y la primera fase del procedimiento de esclavizacion y ella me asesoró sobre los pasos subsiguientes, aunque, de hecho, ya habiamos hablado ampliamente sobre ello en ocasiones anteriores. Tomamos un par de cafés, dimos un agradable paseo y, ya casi oscureciendose la tarde, regresé a casa.
Habian pasado ya casi las cuatro horas del tratamiento. Al pasar frente a la puerta de la sala, me detuve un momento y escuché atentamente; no se oía nada. La parte superior de la puerta, de vidrio translúcido, reflejaba los cambios de luminosidad en la pantalla del estroboscopio.
Me dirigí a mi habitación; me quité la ropa de calle y me enfundé un culotte de ciclista blanco y un top del mismo color, ambas prendas muy ajustadas Me enfundé unas botas de tacón alto, también blancas y recogí la fusta que habia adquirido especialmente para la ocasión.Guantes blancos cubrian mis manos y mis brazos hasta más arriba de mis codos. Observé mi imagen en el espejo del armario. Aunque no soy alta y reconozco que estoy un poco rellenita pese a mis esfuerzos en el gimnasio, mi aspecto con aquella indumetaria y la fusta en la mano era impresionante. De hecho, comencé a caletarme simplemente mirándome a mi misma. ¡Dios, cuanto necesitaba esto!
Desligar los miembros de mi esclavo de sus anclajes fue fácil. Contrariamente al arduo proceso de inmovilizacion, para soltar los correajes y las abrazaderas de la butaca bastaba con unos pocos tirones. Ricardo permanecia en estado semiinconsciente. Aunque su torso se inclinó hacia delante al liberarlo de las abrazaderas, no llegó a caer al suelo. Parecia indefenso No obstante, en previsión de posibles incidentes, antes de liberarlo, le inyecté uno de los viales que Margot me habia aconsejado, que lo mantendría levemente mareado y desorientado durante unas horas. Además, mantuve en su posición la mordaza de bola y, uniendo sus manos a la espalda, le coloqué unas esposas.
Antes de hacer que se levantara, observé que sobre la silla y el suelo había una apreciable cantidad de esperma. Al parecer, mi esclavo había decidido rendirse y aceptar su rol, y habia llegado al orgasmo en varias ocasiones. Sonreí encantada. Eso facilitaria mi labor y, además, él estaria más débil.
Retiré los electrodos, sensores, pinzas y los demás complementos del sistema de estimulación y los guardé en el cajón. Por el momento no iba a necesitarlos. Por último, me coloqué tras la butaca, Puse las manos sobre sus hombros y le di un fuerte empujón, haciendolo caer al suelo, sobre sus propios fluidos.
Comenzó a rebullir, aturdido, gruñendo tras la mordaza. Yo avanzé por la sala y me coloqué frente a él, con las piernas abiertas y los brazos cruzados ante el pecho, la fusta colgando de mi mano.
- “ Levántate, esclavo”. Mi voz sonó fuerte y fria en la habitación.
El gimió y se arrastró por el suelo hacia mí, como un gusano. Levanté la fusta y azoté repetidamente sus nalgas y sus hombros.
- “ He dicho que te levantes, esclavo ¿No me has oído?”
El apoyó la cabeza en el suelo y, presionando con el cuello logró ponerse de rodillas, en una incómoda posición. Su torso se bamboleaba inestable, seguramente producto de la inyección que le habia administrado. Levantó el rostro hacia mí, mirándome con ojos desorbitados.
Le propiné dos trallazos en las mejillas con la fusta.
- “ Agacha la cabeza, esclavo. No mires a tu Ama a la cara.”
El agitó la cabeza y adoptó una expresión iracunda. Al parecer su mente aun conservaba algunos restos de resistencia. Esgrimí la fusta , me situé a su espalda y, lenta y metódicamente, la descargué sobre su cuerpo: hombros, riñones, brazos, nalgas.. Estuve azotándole al menos durante cinco minutos. Los primeros golpes me habian costado horrores, pero recordando su comportamiento conmigo, cada vez disfrutaba más. Yo, jadeaba, y no precisamente por el cansancio. Su cuerpo se agitaba en la agonia. Cuando consideré que el castigo era suficiente, volví a colocarme frente a él. Levanté su barbilla con la punta de la fusta.
- “ Espero que aprendas la lección, esclavo. Ahora soy tu Ama y tengo sobre tí un poder absoluto. Cualquier muestra de rebeldia o desobediencia tendrá su castigo. Quiero que te levantes, esclavo. ¡Ahora!”
El intentó inutilmente encontrar fuerzas para elevar su cuerpo del suelo, pero no era capaz de hacerlo. Se debatia sin encontrar una postura que le permitiera erguirse, con sus menguadas fuerzas. Yo, con la fusta en la mano, daba vueltas a su alrededor y descargaba mis golpes sobre el, incitándole.
- “ Obedece a tu Ama, esclavo. Levántate”
Al final, utilizando el asiento de la butaca para apoyar el torso, logró ponerser en cuclillas y, con un supremo esfuerzo, se puso en pie, temblando y tambaleandose. Sudoroso, lleno de verdugones, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, mientras me miraba aterrado. Yo acoracé mi mente contra la compasión. Me coloqué a su espalda y le empujé hacia la puerta.
- “ Camina, esclavo. Vamos al baño”.
Con un traspies inicial, mi esclavo comenzó a caminar... Su apariencia era lastimosa. Por un momento sentí vacilar mi propósito. Margot me habia prevenido sobre mis sentimientos.
- ” La fase inicial del proceso es dura. El se sentirà aterrado y desvalido como un niño, y como un niño intentarà despertar en tí compasión y cariño. No debes transigir o el proceso no podrá seguir adelante. Ante cada uno de sus intentos, trátalo con dureza; humíllalo, castígalo; duramente, pero sin apasionamiento. No le grites ni le insultes. No cedas. El aprenderá que no debe intentar recurrir a tus emociones o deberá pagar el precio. Aunque para entonces la màquina habrá hecho la mayor parte del trabajo, una parte de él seguirà durante un tiempo intentando probarte, con continuas rebeliones y desobediencias. Esto se acabarà pronto. Mantente fuerte.”
Le seguí por el pasillo, animándole a caminar con ligeros fustazos en las piernas y las nalgas. Al llegar al baño, lo conduje al plato de la ducha. Había instalado un fuerte gancho en la pared, a unos dos metros y medio, directamente sobre el desagüe.
- “ De cara a la pared, esclavo. Levanta los brazos”.
El obedeció. Yo , sobre una banqueta, tiré de la cadena de sus esposas y la pasé sobre el gancho. El quedó colgado, de puntillas, con los brazos y las piernas estirados al máximo. Abrí el grifo del agua fría y regulé la presión de la ducha al máximo. Cuando dirigí el chorro hacia él, comenzó a agitarse y a corcovear, en la medida que su postura forzada se lo permitía.
Golpee su espalda con la fusta tres o cuatro veces y le conminé,
- “ ¡No te muevas, esclavo!”
El castigo detuvo sus movimientos, aunque continuaba temblando como un azogado. Cuando consideré que era suficiente, cerré el grifo. A continuación recogí un cepillo de cerdas duras, de los utilizados para limpieza veterinaria y vertí sobre él un gel desinfectante para perros. Comencé a restregarlo con el, comenzando por sus brazos en alto y continuando hacia abajo.
Cuando el cepillo pasaba sobre las zonas de su cuerpo más castigadas por la fusta, el se estremecía y gemía sordamente bajo la mordaza.
- “¿Que ocurre, esclavo? ¿No te gusta? Quizá mejor así.”,
Intensifiqué la presión sobre su piel. Y el volumen de sus gemidos se agudizó, mientras comenzaba de nuevo a agitarse. Imperturbable, yo continue restregando su cuerpo , dejando para el final sus genitales. Para estos, tenia un tratamiento especial, que Margot me había recomendado.
Primero, agarré con fuerza su escroto, estirándolo hacia abajo todo lo que podía. Su cuerpo se inmovilizó de repente, por el miedo. Manteniendo los huevos en màxima tensión, los cepillé fuertemente, e hice lo mismo con su polla y toda el área púbica.
A continuación, dejé el cepillo sobre la banqueta y comencé a acariciar su polla
- “Ponte duro para mí, esclavo”, susurré en su oído, mientras lo manipulaba.
Percibía su resistencia, pero su polla tenía su propia mente y noté como crecia entre mis manos. Entonces extraje del armario del baño un largo y delgado cepillo de los utilizados para la limpieza interdental y lo introduje, sin previo aviso, en su uretra.
El dió un súbito respingo y comenzó a agitarse como un poseso, mientras el murmullo tras su mordaza se convertia en un gorgoteo casi inaudible. Yo sostenia su polla ferreamente con una mano, mientras con la otra hacia entrar y salir el pequeño cepillo, dándole también, al mismo tiempo, un movimiento de giro dentro de su uretra.
- “¡Disfrútalo, esclavo!. Tu Ama se digna a limpiarte. Deberías agradecérmelo.”
Pese a que el gorgoteo continuaba, la agitación de su cuerpo se habia reducido. Me pareció que debia hacerle reaccionar un poco más con el castigo, así que embadurné con un poco de crema el mango del cepillo que habia utilizado para lavarlo y, con un golpe seco, se lo introduje por el ano, mientras que, con la otra mano, continuaba sujetando su polla, de la que sobresalia la parte superior del mango del pequeño cepillo interdental.
Con ambos cepillos introducidos en sus orificios, comencé un movimiento de vaivén; con una mano masturbaba su polla, mientras que con la otra metia y sacaba el cepillo de su ano. De vez en cuando le apretaba la polla firmemente, de modo que las cerdas del cepillito se clavaran en las paredes interiores de su pene. Me acerqué más a el y restregué mi pecho sobre su espalda, mientras susurraba,
- “ Te gusta ¿Verdad, esclavo?. Te encanta que tu Ama llene tus orificios y te posea. Quieres correrte para tu ama . Como lo deseas, esclavo...”
Al cabo de unos minutos, cuando me pareció que estaba a punto de correrse, tomé con dos dedos el mango del cepillo en su uretra y efectué varios movimientos rápidos de mete-saca con el. Ante el súbito dolor, mi esclavo se estremeció y su pene adquirió inmediatamente una cierta flaccidez. Yo reanudé el procedimiento; acariciaba su pene, mientras sodomizaba su ano con el mango del cepillo.
- “El dolor te complace, esclavo. El placer es dolor y el dolor es placentero. Tu amas el dolor, porque te hace gozar del placer. Tu Ama te da el dolor que te permite disfrutar del placer. Agradéceselo a tu Ama, agadéceselo a tu Ama, agradéceselo a tu Ama...”
Repetí la misma letania durante varios minutos, proporcionándole sucesivamente placer y dolor, y reanudando otra vez la masturbación. Margot me había indicado que el proceso no podia superar las dos horas, así que cuando ya llevábamos alrededor de una hora y media consideré que era el momento de la traca final.
Mi esclavo estaba sudoroso y jadeante; casi no podia sostenerse sobre sus piernas y en algunos momentos se dejaba, simplemente, colgar de las muñecas, mientras recibia mi tratamiento. Esta última vez, le dejé llegar prácticamente al borde del orgasmo y, entonces, le retiré la mordaza y, mientras él respiraba con fuerza por la boca, continué con la letania.
- “Agradecele a tu Ama el dolor que te dá el placer. Agradecele a tu Ama el dolor placentero. Agradecele a tu Ama el dolor. Agradéceselo a tu Ama, Agradéceselo a tu Ama, Agradecele a tu Ama el dolor que te dá el placer. Agradecele a tu Ama el dolor placentero. Agradecele a tu Ama el dolor. Agradéceselo a tu Ama, Agradéceselo a tu Ama, Agradéceselo a tu Ama...”
Yo lo repetia una y otra vez, suavemente, como un mantra, con voz monocorde, impersonal. Hasta que, repentinamente el comenzó a hablar, farfullando entre estertores provocados por el dolor:
- “T- Te doy... grácias,m-m- mi Ama. Te doy gggggracias, mi.... Ama, por el do-dolor que me da el-el placer. Te d-d-doy graciasss, Mi Agghhh...ma, por-por el do-dolor placentero. Te doy graaagghh...cias, mi Ama, p-p-por el dolor. Te dooyyy gracias, gggnnn.. mi Ama
Su rapsodia fue superponiendose a la mia, hasta que yo callé, y sólo se oyó su voz, rota y temblorosa, que repetia un sonsonete incesante,
- “Te doy gracias, mi Ama, Te doy gracias, mi Ama, Te doy gracias, mi Ama, Te doy gracias, mi Ama, Te doy gracias, mi Ama, Te doy gracias, mi Ama, Te doy gracias, mi Ama, Te doy gracias, mi Ama...”
Mis labios se torcieron en una sonrisa maliciosa. Yo sabia que la respuesta no era espontánea; respondia al condicionamiento previo con el dispositivo de estimulación y condicionamiento;pero, por otra parte, estaba casi emocionada: era la primera muestra de sumisión explícita de mi esclavo. Ya hacia un buen rato que estaba absolutamente mojada. Mi coño parecia una fuente y desde mis ingles corria hacia abajo el continuo reguero de mis jugos. Decidí acabar esta fase y aceleré mis movimientos sobre su polla, mientras le ordenaba,
- “ Córrete ahora para mí, esclavo”
Sus músculos se endurecieron repentinamente al oirme; todo su cuerpo adquirió la rigidez de una tabla, mientras las venas en su cuello, ahora arqueado hacia atrás en un ángulo que parecia imposible, se resaltaban como culebras azules. Noté en mi mano los estremecimientos de su polla y los tirones de su vientre y sus testículos, instantes antes de que eyaculara y le ordené,
- “¡ Agradeceselo a tu Ama mientras te corres, esclavo!”.
Repentinamente, el cepilito introducido en su uretra salió volando y se estrelló contra la pared del baño, mientras, con una fuerza y un caudal que jamás hubiera creido posible, chorro tras chorro de su esperma se proyectaban hacia delante y, por encima de todo, su voz entonaba, entre jadeos, una melopea de agradecimiento.
- “Te doy ..gracias,gggnnn... mi Ama, Te doy gracias, mi... Ama, Te ...doy ¡Aaarrgghh...! gracias, mi Ama, T-t-te doy ¡Ooohh...! gracias, mi-mi... Ama, Te doy grrrHHH...gracias, mi Ama, Te doy gracias, mi Ama, Te doy gracias, mi Ama, Te doy gracias, mi Ama...”
Ante aquella imagen, sin tocarme siquiera, experimenté un orgasmo enloquecedor, que casi logró que cayera de mis tacones. En aquel momento no podia permitir que el me viera así, de modo que me aparté ligeramente de la ducha para que no oyera mis propios jadeos. Una vez serenada, me aproximé de nuevo, y de un seco tirón, extraje el cepillo de su ano. Ante el respingo de mi esclavo, le propiné dos fustazos en las nalgas.
- “Acepta el dolor sin aspavientos, esclavo, si deseas el placer,ya que son inseparables”
- “Perdoname, mi Ama”, me contestó.
Extraje la cadena de sus esposas del gancho de la ducha y le conduje a la taza del WC. El vacilaba al caminar; no sé si por la intensidad de su orgasmo o aun por los efectos de la inyección previa. Le ordené sentarse y evacuar. Me situé frente a él, en la postura de control: piernas abiertas sobre mis tacones, brazos cruzados, la fusta pendiente de mi mano. Para él, la imagen de una diosa.
Yo disfrutaba como nunca lo habia hecho. Ante mí, el otrora digno, atildado y orgulloso Ricardo, convertido en un pedazo de carne trémula y gimoteante, con la cabeza gacha y las manos esposadas a la espalda, resollaba intentando evacuar sin conseguirlo: mi esclavo. ¡Mío!
- “Termina, esclavo”, le ordené.
- “No puedo, mi Ama”, gimoteó él.
- “Si no evacuas ahora, no lo harás hasta mañana, esclavo. O te lo harás encima.”
Ante mis palabras, se tensó, con el rostro enrojecido y, con un gruñido, logró un ligero alivio.
- “Límpiate, esclavo”, le dije señalándole el papel.
Con cierto esfuerzo, debido a sus manos ligadas a la espalda, logró alcanzar un trozo de papel higiénico y limpiarse. Arrojó el papel a la taza.
- “No olvides la cisterna, esclavo”. Le recordé, con un fustazo.
- “Perdóname, mi Ama”, gimoteó.
- “No puedo castigarte ahora, esclavo. No tengo tiempo, pero no olvides que cada falta, cada desobediencia, cada olvido, tendrán su castigo en su momento. ¿Lo has entendido, esclavo?”
- “Sí, mi ama”
Le conduje de nuevo a la sala y le hice sentarse en la butaca. Procedí a colocarle de nuevo las sujecciones y los terminales del sistema de esclavización. No le coloqué aun la mordaza. Antes de activar la siguiente fase debia alimentarle. Prescindí del alimento sólido. Por sugerencia de Margot habia preparado una gran cantidad de un complejo alimenticio líquido, rico en vitaminas, proteinas y azucar. Lo habia congelado en envases de medio litro. Descongelé uno en el microondas e hice que se lo tomara, aspirandolo con un tubito.
- “ Agradécele a tu Ama el alimento, esclavo”
- “Te doy gracias, mi Ama”.
A continuación, le coloqué la mordaza, pulsé el botón de arranque del sistema y apagué la luz de la sala. Desde el umbral, antes de cerrar la puerta, contemplé su imagen: sentado en la butaca, con las sujecciones, el dogal en el cuello y las correas en la cabeza, amordazado e inmovil, los ojos vidriosos fijos en la pantalla del estroboscopio. De nuevo me puse caliente y mi mano se dirigió inconscientemente a mi coño. ¡Diablos! Tenia que consultar con Margot si este estado de continua calentura era normal. No es que me desagradara, no. Pero, a ese paso, iba a tener que comprar compresas más absorbentes.
- “Buenas noches, esclavo”, dije mientras cerraba la puerta.
Creo que ni siquiera me oyó. Cansada, pero feliz, me fuí a la cama. Habia sido un buen día.
Capítulo 6
Desperté descansada y alegre. Por primera vez en varios meses no iniciaba el día angustiada por el comportamiento de Ricardo, preguntándome que le ocurría, o, lo que es peor, qué me ocurria a mí. De repente, me daba cuenta de que muchos de los problemas físicos y psíquicos que hasta entonces me habian aquejado eran responsabilidad, directa o indirectamente, de él; de la forma en la que me trataba, de la indiferéncia y el desprecio casi indisimulado con el que con frecuencia se dirigia a mí. Había llegado a sentirme culpable, responsable del hundimiento de nuestro matrimonio. Ya no. Nunca más. Ahora le tocaba a el sentir el dolor y la culpa. Al recordar su última imagen de la noche anterior, atado desnudo y desvalido en aquella butaca de metal me estremecí de placer y mi mano bajó inconscientemente hacia mis bragas.
No habia tiempo para eso. ¡Lástima! Me levanté, fuí a la cocina y me preparé un buen desayuno, que consumí tranquilamente, leyendo una revista.
A continuación, me duché y me vestí con las mismas prendas que el día anterior; se había convertido en algo así como mi uniforme de Ama. ¡Yó, Ama, Santo Dios!. Me miré en el espejo y, pese a mi ligero sobrepeso, me gusté; incluso di un par de vueltas por la habitación, contemplándome, como si participara en un desfile de modelos. Sonreí a mi imagen reflejada, recogí la fusta y me dirigí a la sala.
La noche anterior habia programado el sistema para que funcionara durante cuatro horas, en la modalidad de estímulo/respuesta y otras cuatro produciendo mensajes subliminales de adoctrinamiento; esto, unido al funcionamiento continuo del estroboscopio, me habia asegurado, al menos, ocho horas de sueño. Habian pasado ya hacía rato, y mi esclavo parecia estar aún bajo la sedación inducida por el estroboscopio.
Encendí la luz de la sala, desactivé el sistema, deteniendo el estroboscopio y saludé, con voz clara y sin expresión.
- “Buenos días, esclavo”
El abrió los ojos y me miró. Tenia los ojos inyectados en sangre y, aunque en menor medida que el dia nterior,la efusión de fluídos: lágrimas, mocos, saliva... habia cubierto su pecho de una capa pringosa. Además, al igual que entonces, habia eyaculado varias veces, y tanto en la silla como en el suelo bajo ella se acumulaban los restos. Intentó mover la cabeza, pero las sujecciones se lo impidieron.
Me aproximé a la butaca y liberé a mi esclavo de sus sujecciones. Al igual que el día anterior, l e conduje al baño a empujones, ayudándome de golpes con la fusta.
- “Vamos, esclavo. Camina”
Repetí el ritual de la ducha: le mantuve de cara a la pared, colgado por la cadena de las esposas y, con agua fría, un cepillo de cerdas duras y el champú para perros, le froté todo el cuerpo. No hubo prácticamente respuesta física al castigo. Era evidente que el condicionamiento estaba funcionando perfectamente y mi esclavo asumía cada vez más su condición, aumentando su sumisión a mis deseos.
Al igual que el día anterior, dejé para el final la limpieza de sus genitales, aunque esta vez utilicé una abrazadera de caucho para mantener su escroto comprimido, mientras con los cepillos atormentaba su polla y su ano, llevándole casi hasta el límite, y frustrando su orgasmo con furiosos movimientos del cepillo en su uretra, con apretones en los testículos o pellizcos en los pezones. Así lo mantuve, al borde de la locura, durante más de una hora.
Antes de acabar, le obligué a girarse hacia mí, cambiando la posición de la cadena. Extraje la mordaza de su boca y, adoptando la postura de control, le miré fijamente a los ojos.
- “Quieres correrte, esclavo”, pregunté.
- “Si, mi ama”, contestó el,resollando, al borde de las lágrimas.
- “Sí, ¿Qué?, esclavo”
- “Sí, quiero correrme, mi Ama. ¡Por favor!, el gemía desesperado.
Margot me habia explicado que, a partir de la segunda sesión de con el sistema de esclavización, yo tendría el control de la sexualidad de mi esclavo sin necesidad de manipulación. Los cambios electroquímicos que el aparato producia en su organismo, combinados con las sugestiones posthipnóticas, deberian provocar en el una impotencia que sólo yó, como su Ama, seria capaz de alterar. Desde este momento,el necesitaria mis órdenes explícitas o mi manipulación, no ya para correrse, sino , incluso, para tener una erección. Esta primera puesta en escena cerraría el circuíto neuronal y serviría, además, para reforzar la sugestión, haciendo casi imposible la vuelta atrás.
Me apróximé más a él, tomando su polla en su mano , acariciando su escroto, enloqueciéndolo.
- “Pídemelo, esclavo. Suplícame que te deje correrte”
- “¡Por favor, por favor, mi Ama, permite que me corra!. Te lo ruego, mi Ama”.
- “Escúchame bien, esclavo. Esta será tu última elección consciente. Si dejo que te corras, nunca más podràs volver a hacerlo sin mi permiso. Quiero que lo pienses bien. Si vuelves a pedírmelo, serás mio para siempre. ¿Qué decides, esclavo?”
Durante un instante pareció que iba a pensárselo. Pero no. La pregunta no era más que una heramienta para reforzar el vínculo de sumisión, pero era puramente retórica. Con el condicionamiento neuroquímico previo, él, en realidad, no tenia ninguna elección. No obstante, yo estaba aún insegura y me pareció que ese instante duraba un siglo.
- “Sí, mi Ama. Déjame correrme. ¡Te lo suplico!
Me pareció que ese momento necesitaba algún tipo de ritual; de modo que descolgué a mi esclavo del gancho del que estaba suspendido. Le hice arrodillarse; las manos a la espalda, la cabeza gacha, y me coloqué tras el. Le hice abrir la boca y atrapé su legua con mis dedos, mientras introducia dos dedos de la otra mano en sus fosas nasales, tirando con fuerza hacia arriba. Habia violado sus orificios inferiores. Ahora hacia mios los superiores.
- “¡Córrete ahora, esclavo!”
Espasmo tras espasmo, su polla escupió una sorprendente cantidad de esperma, teniendo en cuenta que durante la noche el condicionamiento le habia hecho eyacular varias veces. Cuando acabó, casi no podía mantenerse en pie. Con mi mano enguantada, recogí una buena porción de su semilla, que chorreaba por la pared, y embadurné su cara con ella. A continuación lo abofetee con saña en las mejillas.
- “Recuerdalo, esclavo. Desde ahora, tu polla es mia; tu leche es mia. Solo te correràs con mi permiso”
- “Si, mi Ama”.
La conduje al WC y le ordené evacuar, lo que hizo ésta vez rápidamente. Sin limpiarle el rostro, le conduje de nuevo a la sala. Coloqué de nuevo sus sujecciones, y todas las terminales del sistema de esclavización y, antes de introducir la mordaza en su boca, lo alimenté. Al acabar, lo amordacé, programé la nueva sesión en el aparato y le inyecté una dosis de la fórmula que Margot me habia asegurado que reforzaria mi dominio sobre él y haria que el proceso fuese irreversible.
Pulsé el botón de inicio y, al instante, el estroboscopio comenzó a llenar la habitación de luces y colores en movimiento, atrayendo su atención. Faltaba una última cosa...
Antes de que entrase en el trance profundo, me coloqué frente a él, de espaldas al estroboscopio, y, metodicamente, con cuidado de no alterar la colocación de los electrodos, sensores y demás terminales del sistema, descargue una lluvia de fustazos sobre el, en sus hombros, piernas, brazos, costados..., hasta que cualquier centímetro de piel accesible adquirió un matiz rojizo. Mientras le azotaba, salmodiaba
- “Eres mio, esclavo; sólo mio. Solo desearás ser mío. Sólo mío, esclavo. Solo te correràs para mí. Solo yó poseeré tu cuerpo. Sólo me complacerás a mí. Eres mío, eres mío, eres mío...”
Y así una y otra vez, hasta que percibí que las drogas habian tomado el control de su mente y ya no era siquiera consciente de mi preséncia. Jadeante por el esfuerzo y la excitación, apagué la luz, cerré la puerta y me dirigí a mi habitación. Caí sobre el lecho, me deshice de mis ropas y comencé a masturbarme desesperadamente. La sensación de dominio, la conciencia de su sumisión me excitaban hasta tal punto que casi no podia controlarme ante el. Era maravilloso. No sabia como habia podido vivir tanto tiempo sin esto.
Dos dias más. Deseaba que el proceso de esclavización acabara para poder poseer de verdad a mi esclavo, usarlo para mi placer cada día, cada hora, cada minuto. ¡Dios, yo estaba verdaderamente enferma!
Capítulo 7
Yo deseaba tener a mi esclavo para mí uso exclusivo. Me habia maltratado y humillado. Por su culpa, yo habia perdido la autoestima y habia caido en la depresión. Durante mucho tiempo me habia culpado a mi misma por la situación, sin darme cuenta de la manera en que el me engañaba y manipulaba mis sentimientos.
Eso se habia acabado. Para siempre. Ahora yo tenia el poder. Yo decidía sobre su vida. Y habia decidido tenerlo sólo para mí, alejarlo del mundo: anularlo. Su único propósito en la vida, la razón de su existencia iba a ser complacerme y satisfacerme, en todo y para siempre. Lo habia pensado bien. Nuestra situación económica, como he dicho, era excelente. Nuestro dinero estaba bien administrado y contábamos con ingresos suficientes como para poder vivir sin trabajar, si lo deseabamos ¡Perdon!, si yó lo deseaba; su opinión ya no contaba. Estaba la empresa, pero podía venderla e invertir la cantidad obtenida, lo que aumentaria mis ingresos; o podria contratar un administrador y conservar la propiedad. Ya lo pensaría.
Lo urgente era iniciar el procedimiento para lograr la incapacitación legal de Ricardo. Hacer que dejara de existir también sobre el papel. Margot me presentó a un psiquiatra amigo suyo,, que, por una cierta cantidad, elaboraria un informe forense convincente para adjuntarlo a la solicitud. Esto, unido a un tratamiento específico para convertirlo temporalmente en catatónico, me permitiria convencer a cualquier juez de la necesidad de la incapacitación y, una vez que tuviera el certificado en mis manos, podría tomar las decisiones económicas necesarias. De hecho, dadas mis tareas administrativas durante muchos años en el negocio, ya estaba acostumbrada a tomarlas. Si de mí, dependiera, Ricardo, mi esclavo, no volvería a pisar la calle.
Queria consultar con Margot la manera en que podria transformar a mi esclavo en un ser descerebrado y sin iniciativa; es decir, realizar algunos cambios sobre su mente no solo en el campo de la voluntad, sino también en el terreno del intelecto. No queria que disfrutara, ni siquiera, de su sumisión. Deseaba que no supiera lo que estaba haciendo, pero conservara la consciencia de su identidad. ¡Un perrito, eso es! Yo queria algo así como un perrito, que me comiera el coño y al que pudiera follarme, con la capacidad intelectual suficiente y justa para barrer, fregar los platos, pasar la aspiradora y cuatro sencillas tareas más. Y deseaba que ese perrito fuera Ricardo. Y que lo supiera. Que, sin poder hacer nada, ni saber cómo hacerlo, fuera consciente de que el era Ricardo Medina, el culto, atildado y orgulloso Ricardo Medina que habia estado a punto de destrozarme la vida. Y que sufriera. Además, queria hablar con ella sobre los cambios necesarios en mi vivienda para adecuarla a la existencia de un esclavo de ese tipo.
Dos dias después, el proceso de esclavización, al menos en su parte electroquímica, se habia acabado. El adiestramiento era cosa de toda una vida. Entre Margot y yo, desmontamos los aparatos, los empaquetamos y los trasladamos a su casa, mientras mi esclavo limpiaba la suciedad que el mismo habia producido. Contraté una empresa de mudanzas y, con la excepción de los papeles de la empresa, que reservé para llevarlos a una gestoría, hice conducir en cajas todas sus cosas a un guardamuebles: libros, discos, ropa, etc; todos sus objetos personales salieron de MI casa. Más adelante, pensaria que hacer con ellos. Podria quemarlos, o quizas regalarlos. Era el primer paso para borrar cualquier rastro de su existencia.
En tanto comenzaban los trabajos para adecuar una habitación para los usos a los que tenia destinado a mi esclavo perrito, compré una caseta de perro de gran tamaño, con una buena puerta que reforcé con dos fuertes candados. La trajeron desmontada, y yo misma la monté, casi corriendome del gusto al pensar en mi esclavo encerrado en aquel reducido espacio. Adquirí también varios calzoncillos para el; eran especiales para discapacitados. Tenian una forma similar a un pañal y se sujetaban por delante con dos tiras de velcro. No era necesario deslizarlos por las piernas. Podia arrancárselos con un simple tirón.
Por último, compré un potro de gimnásia e hice que un carpintero le cortara las patas a la medida que yo deseaba. Cuando lo tuve en casa, Margot y yó, para evitar preguntas, pasamos una tarde muy entretenida atornillando a la estructura una serie de correos y abrazaderas, que irian de perlas para las actividades que tenia pensadas para mi esclavo.
Hasta ese momento, él dormia sobre una alfombra al pie de mi cama, encadenado a un radiador con una corta cadena. Durante el día le conducia, a gatas, azotándolo con la fusta, hasta la sala, donde habia fijado un fuerte gancho, similar al que tenía en el baño, del que le colgaba. Durante el sueño le fijaba unos auriculares y pasaba la noche oyendo un CD creado especialmente para él, que, junto con una serie de productos químicos que disolvia en su comida, terminarian por conducirlo a un estado de imbecilidad permanente. Cuando no estaba durmiendo o inmovilizado, realizaba todas las tareas fáciles del hogar.
Durante el día, más o menos cada tres horas, lo fijaba a cualquiera de las argollas repartidas por la casa y lo azotaba durante varios minutos, con la fusta o con una paleta especial que habia encontrado en una tienda de objetos eróticos; en parte –según Margot- este era un acto necesario, durante los primeros meses, para reforzar mi dominio y su sumisión; por otro lado, yo lo disfrutaba tanto que no hubiera podido prescindir de esos azotes aunque no fueran necesarios.
Al cabo de tres semanas, habia montado su habitación. La verdad es que parecia más un gimnásio que otra cosa. Habia varias colchonetas repartidas por el suelo y barras en las paredes.El potro, con sus correajes, estaba situado en el centro de la habitación. En uno de los rincones, habia colocado la caseta, por si en algún momento era necesario mantenerle encerrado, y en la esquina contraria estaba situada una pequeña cabina de plástico con ducha, lavabo y WC, similar a las que se encuentran en muchos hoteles de carretera. Bajo las colchonetas, el suelo estaba recubierto con una capa aislante, y tenia un ligero desnivel hacia la esquina en la que estaba situada la cabina del WC. Se habia aprovechado el desagüe necesario para la cabina y habia sido instalada una segunda boca para recoger los líquidos que pudieran caer en la habitación. La sala entera, de las paredes al techo, estaba insonorizada, y la puerta era de seguridad, del tipo cortafuegos. Tanto la cabina del WC, como el potro y la caseta estaban sujetos al suelo con hormigón.
Retirando las colchonetas y apilándolas, por ejemplo, sobre el potro, la habitación podia limpiarse con una manguera. De hecho, no era una habitación: era el recinto de un animal, era la jaula de mi esclavo, mi perrito dentro de poco.
Ya habia sido adiestrado en sus obligaciones diarias, comenzado por la de satisfacerme con su boca.
Cada mañana al despertarme, antes de desayunar, lo esposaba para evitar el contacto de sus manos, me sentaba desnuda en una cómoda butaquita situada al lado de mi cama y al alcance de su cadena, abria las piernas y le ordenaba:
- “Cómete tu desayuno, esclavo”
Y mi esclavo, de rodillas, con las manos esposadas a la espalda, me complacia con su boca y con su lengua. De tanto en tanto, yo sujetaba por la nuca y frotaba su cara en mi coño; porque me proporcionaba más placer y por la satisfacción de hacerlo. Nunca había tenido orgasmos tan intensos, nunca mis jugos habian sido tan abundantes; y mi esclavo los bebia, sin dejar ni una gota. A continuación, lo sujetaba a una de las argollas y lo azotaba con fuerza, aunque procurando no provocarle heridas.
- “Acepta el dolor esclavo, porque va unido al placer. Córrete ahora para tu ama”.
Y mientras los fustazos caian sobre su piel enrojecida, su polla arrojaba entre espasmos una lluvia blanca sobre el suelo.
Capítulo 8
Hacia un mes y medio desde el comiento de su esclavización y adiestramiento. Durante las últimas semanas habia estado administrándole las drogas que permitirian reducir al mínimo su capacidad intelectual, lo que, únido a la utilización de los mensajes subliminales durante el sueño, habia convertido su cerebro en una especie de jalea.
Juntamente con Morgana, le habiamos hecho varias pruebas y tests y habiamos decidido que habia llegado la hora de interrumpir el tratamiento, para no correr el peligro de convertirle en un vegetal.
Yo Había logrado mi propósito; el arrogante y culto Ricardo Medina habia quedado reducido a la categoria intelectual de un niño de cuatro o cinco años. A partir de este momento, deberia administrarle tan solo una dosis mensual de un producto que impediría la posible –aunque improbable- regeneración neuronal.
Mi esclavo era ya mi perrito. Yo deseaba solemnizar ese momento. Convertirlo en una efeméride, algo para recordar mucho tiempo despues y disfrutar con ese recuerdo. Así que, para celebrar su conversión en mi perrito y su traslado a sus nuevas dependencias, decidí que lo poseeria por completo por primera vez la tarde del dia siguiente.
Pedí a Margot que estuviera presente. Ella me consultó sobre la posibilidad de invitar tambien a varias de sus amigas, con las que habia colaborado en la esclavización de sus parejas. Yo accedí. Por alguna razón, necesitaba que hubiera testigos de la ceremonia que simbolizaria mi triunfo sobre Ricardo y su destrucción como persona.
Ella llegó un poco antes de la hora señalada y me ayudó con los últimos preparativos, aunque ya casi todo estaba hecho. Nos dedicamos a preparar las bebidas y unos canapés para sus amigas, que llegaron pocos minutos más tarde, como una bandada de palomas.
Independientemente de su aspecto físico más o menos agraciado, aquellas cinco mujeres compartian un aura de autoconfianza, de autoridad y dominio, que hacia que formasen un grupo homogéneo. El dominio sobre sus esclavos las habia cambiado. Tal como Margot me habia dicho hacia ya meses, la esclavización no solo cambiaba al que la experimentaba, sino que también afectaba, mucho y para bien, a su Ama.
Tras los saludos y los besos de rigor, servimos unas bebidas y, a continuación las hice pasar a la nueva casa de mi perrito. Habiamos colocado unas cómodas butacas en las que pudieran estar cómodas, mientras Margot i yo íbamos a recoger al objeto de la ceremonia a mi habitación, donde permanecia encadenado, ajeno a lo que le esperaba.
Tras deshacernos de la cadena, que probablemente ya no volveria a utilizar, cerramos sobre su garganta un nuevo collar; este era de cuero blanco, adormado con pequeñas gemas y llevaba adherida una placa metálica en la que habia hecho grabar su nuevo nombre: “Riky”. Enganchamos al collar una correa y condujimos a Riky por el pasillo a su nuevo habitat. Yo, ataviada con mi atuendo blanco de Ama, portaba en una mano la correa que tiraba de mi perrito, y en la otra, la fusta. Margot, con un atuendo similar, de color rojo, y otra fusta en su mano, cerraba la comitiva, preparada para castigar a Riky, si este se detuviera.
Cuando abrimos la puerta y entramos en el que seria su nuevo hogar, ante la vista de nuestras visitantes, Riky comenzó a gemir y a agitarse, intentando retroceder. Margot y yo descargamos nuestras fustas sobre su lomo,
- “¡Perrito malo!,¡Perrito malo!, ¡Obedece a tu ama!”
Aterrorizado, mirando a uno y otro lado sin entender que ocurria, Riky me siguió hasta que me detuve al pie del potro.
- “Ponte en pie, perrito, ¡Ahora!
Riky obedeció, y se levantó sobre sus piernas, aún desorientado y vacilante, volviendo la cabeza hacia todos los rincones.
- “¡Mira a tu Ama, perrito!. ¡No desvies la vista!”
El detuvo sus movimientos y me miró fijamente, con una expresión oscilante entre el terror y la sumisión.
“C on esta ceremonia” –enuncié con voz alta y clara- “yo, tu Ama, te tomo, desde hoy y para siempre, como mi perrito. Me comprometo a alimentarte y a adiestrarte. De tí, exigiré la más absoluta sumisión a mis órdenes y a mis deseos. Me complacerás en todo. La única razón de tu existencia es mi placer; tu único propósito, complacerme y servirme, siempre y en todo momento, hasta el fin de tus dias. Para cerrar este pacto y hacerlo patente, tomare tu cuerpo por primera vez como mi perrito. Túmbate sobre el potro”.
Obedientemente se dejó caer de espaldas sobre la suave y mullida superficie del potro, al que habia hecho recortar las patas, de modo que se elevaba sobre el suelo alrededor de unos 60 centimetros. Entre Margot y yo, procedimos a inmovilizarlo. Sus brazos y piernas, caian por los laterales de la màquina, ligados con fuertes abrazaderas de velcro en las muñecas, tobillos, pantorrillas y antebrazos. Abrazaderas similares cruzaban su cuello y su torso y, apretadas con fuerza, le impedian erguirse siquiera un centímetro, aunque no lo asfixiaban. Conservaba aun la mordaza de bola en su boca. Un ingenioso sistema formado por unas cuñas de madera ajustables y un par de correas, le impedia mover la cabeza en absoluto.
Una vez inmovilizado, con un movimiento del brazo, me dirigí a nuestro público,
- “Amigas mias, acercaos a contemplar a Riky, mi perrito”
Ellas se levantaron y se aproximaron al potro, en el que Riky esperaba avergonzado y temeroso. Cuando estuvieron todas a nuestro lado, con un fuerte tirón le arranque el pañal y lo extraje bajo sus nalgas. En alta voz, le ordené,
- “¡Ponte duro ahora para tu Ama, Riky!”
Contra su voluntad, pero sin que el pudiera evitarlo, su polla comenzó a palpitar y a hincharse y, en apenas un minuto, su erección, dura como una roca, apuntaba al techo. Inconscientemente, Riky intentaba controlar su miembro, y el inutil esfuerzo hacia que su frente brillara sudorosa. Imposibilitado para volver la cabeza, sus ojos giraban enloquecidos a uno y otro lado.
Un murmullo admirativo se levanto entre las Amas que contemplaban a mi perrito, ponderando mi habilidad para someterlo y adiestrarlo y admirando –también hay que decirlo- el calibre y la longitud de su miembro.
- “Ahora, Riky”, le dije “me darás placer con tu boca y beberás mis jugos”
Margot le retiró la mordaza al tiempo que yo, con un rápido movimiento, me deshacia del culotte. Pasé una de mis piernas sobre el potro y monté su cara inmovilizada. No tuvo tiempo de pronunciar una sola palabra. Margot le comninó:
- “Para esto existes, Riky; para esto has sido creado. Satisfaz a tu ama”.
Tras decir esto, el se afanó en complacerme con su legua y con sus labios, chupando, lamiendo, absorbiendo. Yo me agitaba sobre su boca, desplazando arriba y abajo mis labios vaginales sobre su rostro, que apenas era perceptible bajo mis turgentes nalgas. Apretaba con fuerza su cara, deseando sentir su lengua cada vez más adentro, cada vez más lejos. Sentia la necesidad de absorberlo, de hundirlo dentro de mí. Quería poseer su cuerpo de la misma manera absoluta en la que poseía su mente.
Mis jugos descendian sobre su boca; notaba como corrian por mi interior, como goteaban desde mi vagina, bañando su rostro y permitian que el deslizamiento de mis nalgas sobre su cabeza fuera cada vez más rápido y suave. Mis gemidos se habian convertido, prácticamente, en gritos. Margot, colocada tras mi espalda, acariciaba mis pechos y pellizcaba con fuerza mis pezones, mientras que una de las Amas presentes, excitada por el espectáculo, habia tomado mi boca con la suya, y atormentaba mi lengua sin cesar, atrayendo mi cabeza con sus manos. Yo deliraba.
Cuando estaba a punto de culminar, hice una seña con la mano a Margot y esta, colocándose a los pies del potro comezó a descargar la fusta sobre las piernas y el vientre de Riky, mientras salmodiaba,
- “Acepta el dolor al causar el placer, Riky; asume el dolor que dá el placer, Riky, y el placer que da el dolor”.
Sus sordos gemidos bajo mi cuerpo eran casi inaudibles, ocultos bajo el volumen de mis gritos. Un orgasmo de intensidad casi inhumana sacudió mi cuerpo y a punto estuve de caer sin sentido sobre el cuerpo de Riky, que pese a los fustazos, continuaba trabajando con sus labios y su lengua dentro de mí. Me sobrepuse con dificultad; dejé descansar mi cuerpo sobre su cara, inmovil, durante unos segundos y, a continuación, ayudada por Margot, me levanté. Su erección, dado que no le habia ordenado correrse, continuaba en pie. Su miembro enrojecido exhibia un dibujo de venas hinchadas y palpitantes. ‘Un nuevo dolor para él’, pensé con placer.
Margot y yo nos besamos profundamente, compartiendo aquel momento como auténticas hermanas. Nuestras amigas me felicitaron con gran profusión de besos y abrazos. Tenia que acabar, de modo que me dirigí de nuevo hacia mi perrito, pasé una pierna sobre sus caderas y, sin decirle una sola palabra, me empalé con su miembro. La extraordinaria lubricación de mi interior hizo que entrara sin dificultad alguna pese al extraordinario volumen que habia alcanzado. Sus apretadas ligaduras le impedian mover las caderas, de manera que era yo –solo yo, su Ama- la que llevaba la iniciativa; yo le follaba, yo galopaba sobre su miembro, dándome a mi misma un placer arrebatador; en tanto que él quedaba reducido a un trozo de carne, un dildo humano del que yo hacia uso. Y el lo sabia, yo me habia ocupado de que lo supiera. No poseia casi ningun otro conocimiento, pero sabia quien era el, quien era yo y lo que estaba ocurriendo. Y que esto volveria a ocurrir una y otra vez, siempre que yo lo deseara. Y eso me satisfacia casi más que el roce de su miembro en mi vagina, mientras que, desbocada, cabalgaba, sobre su vientre, arañando su pecho con mis uñas.
Me incliné sobre él, le miré fijamente a los ojos y supe que se daba cuenta. Mis labios adoptaron una sonrisa maliciosa, casi diabólica; aproximé mi boca a su oído y, seguramente por última vez, susurré su nombre, con un acento cargado de sarcasmo,
- “Disfrútalo, Ricardo, maridito mio”
Su rostro se oscureció; pese al condicionamiento, intentó contestar a mis palabras, pero antes de eso yo ya habia hecho una seña a Margot que, deshaciendose de su culotte, se sentó sobre el rostro de Riky –ya nunca más Ricardo-, ahogando cualquier sonido que pudiera haber emitido, y le ordenó
- “Dame placer, perrito”.
Su lengua, casi automáticamente, comenzó a agitarse en el interior de Margot, que suspiró, derritiéndose de placer.
- “¡ Aaahhh...! Andrea, me encanta la lengua de tu perrito”
Seguí cabalgándolo, una y otra vez; orgasmo tras orgasmo, gritando en cada culminación. Una tras otra, nuestras amigas fueron sustituyendo a Margot sobre la cara de Riky, cabalgando su rostro hasta llegar al orgasmo; y su lengua, dolorida pero incansable, se agitaba dentro de ellas, se estrellaba contra sus clítoris, las bebia insaciablemente y, lo mejor de todo, odiaba cada instante.
Cuando la última de ellas habia gozado de su boca, yo aceleré mi galopada, con los últimos resquicios de fuerza que conservaba; mi perrito hacia ya tiempo que habia quedado agotado. De su boca salian leves gemidos, semejantes a estertores, y algún estremecimiento esporádico recorria su cuerpo. Su escasa energia habia quedado limitada al movimiento de su lengua y al mantenimiento de su increïble erección en mi interior..
Noté que estaba alcanzando mi límite. No habia contado los orgasmos que habia llegado a experimentar, pero habian sido muchos. Y se acercaba otro; sería posiblemente el último por hoy. Apreté mi vagina con fuerza sobre su miembro –lo sentí llegar a mi cervix-. Introduje los dedos de una de mis manos en su boca, mientras que la otra aferraba sus testículos, exprimiéndolos, y le ordené:
- “Córrete para mí, perrito. ¡Córrete, ahora!”
Sentí como mi útero se hinchaba bajo la increïble explosión. Chorros de su semilla se deslizaban por mi interior, resbalando hacia fuera y cayendo sobre su vientre y entre sus piernas. El intentaba arquear su espalda, impedido por las sujecciones, mientras sus dientes apretados serraban el aire bajo sus labios. Los espasmos del orgasmo semejaban un ataque epiléptico.
Sin descender del potro, con las piernas abiertas a sus lados, me deslicé sobre su cuerpo hasta llegar a su rostro e hice descender sobre su boca mi vagina chorreante.
- “Bebe ahora, perrito”
Sus labios se abrieron, se aplicaron, como una ventosa, sobre los de mi coño y comenzó, ruidosamente, a absorber la mezcla de nuestros fluidos.
A mi señal, tanto Margot como el resto de las participantes en la ceremonia hicieron desceder sus fustas sobre su cuerpo, iniciando un castigo que habia de tener una intensidad proporcional a la del orgasmo que el habia experimentado. Mientras le azotaban una y otra vez, iniciaron la salmodia:
- “Acepta el dolor al causar el placer; asume el dolor que dá el placer, y el placer que da el dolor, acepta el dolor, acepta el dolor, acepta el dolor, acepta el dolor, acepta el dolor, acepta el dolor, acepta el dolor...”.
Mientras escuchaba sus gemidos ahogados bajo mi vagina, que él, bajo el castigo, aun intentaba desesperadamente chupar, yo enloquecia de satifacción y un nuevo orgasmo, casi imposible, se iniciaba en mi interior, promovido por su dolor y su humillación. ¡Como disfrutaba con mi perrito!
Y esto era sólo el principio.