Maricona en bragas en la mili VI
Experiencias de una maricona en la mili que le gustaba exhibirse en bragas
El final del relato había causado tanto morbo como perplejidad. Nadie se imaginaba que lo que oyeron pudiese llegar a ocurrir. Pero eran otros tiempos. Y más en un lugar donde hombres vestidos de mujer ejerciendo la prostitución eran motivo de escarnio asegurado, cuando no víctimas de ataques violentos. Tiempos no muy distintos a los actuales, aunque quizá con otras formas.
Como epílogo, el sargento continuó: “Se fueron bien servidas las dos” “Tenía coña la cosa, a la Cipriana hasta le gustó”.
Días después, y ya restablecida, la Cipriana acudió al cuartel para la entrega del pedido de pan y bollería habitual. Avergonzada, pues el episodio vivido en La Milla del Vicio era por todos conocido. Nada más empezar a descargar las cajas de pan de la furgoneta, uno de los soldados de la cocina le dijo con sorna: “Qué!, te calentaron bien el culo el otro día, no?”. Bajando la mirada, con un mohín que expresaba rechazo a la vez que deseo encubierto, asintiendo, dibujó una leve sonrisa. Le pidió al soldado que transmitiese al brigada que si el castigo se hubiera limitado a una no muy dura azotaina y a obligarla a desfilar por la calle así, con tacones y sin bragas, delante de todo el mundo, incluso se lo habría agradecido. Confesaba. De algún modo, la humillación sufrida también suscitó en ella cierta parte de lasciva excitación. Exhibirse en público, aun siendo de la manera más grotesca, no era algo del todo rechazable. Hacía que se sintiese más puta.
“Al brigada le gustan los coños, pero con una copas de coñac le pone muy burraco azotar mariconas” “Y a la otra, que le gustaba que la trajinasen con el cinto y enseñar el culo en la calle…, pues no veas”.
“Bueno, ya ha llovido desde entonces. Es agua pasada” “No han pasado años ni nada”, concluyó.
En la Plana Mayor, los reunidos en torno al sargento iban desperezándose tras toda la tarde de charla. Todavía faltaban un par de horas para la retreta, y siguieron dándole al palique, sirviéndose más whisky y liando más porros. Cogiendo nuevos bríos. Imaginando y comentando las escenas narradas por el sargento con expresiones lujuriosas. El gitano decía, “Ya me gustaría haberlo visto” “Lo cuentas y no se lo creen”.
Al tiempo que hablaba, Toñete hacía cábalas para encontrar la forma de sacar partido de lo que ya tenía: la culona. Su culona. Sabía que me tenía sometida desde aquel día en el barracón que me puso en sus rodillas y me dio una paliza. Como sabía lo que me gustaba que mi chulo me exhibiera en bragas. Por todo ello, lo más perentorio para él era engatusar al brigada para ofrecerle su maricona, previo regalo de una botella de coñac. Estaba seguro de que algún beneficio obtendría a cambio.
De pronto, y como si de una premonición se tratara, se abrió la puerta de un golpe y apareció el brigada, ocupando casi todo el hueco. Los ocho allí presentes se levantaron como por un resorte. El sargento mandó, “Firmes!”, con un “A la orden, mi brigada”. Este continuó, “Seguir, seguir….” “Qué, Mendi?, conspirando…” “Naa, mi brigada, aquí pasando la tarde. Con lo que está lloviendo…” “Ya, ya, seguro que contando batallitas, no?” “Pues ya que lo dice, la verdad es que sí”, contestó.
Cuando se encontraban acompañados de más gente en el Campamento nunca su trato era el de amigos, sino el establecido según las normas militares.
“Estaba contando a los muchachos aquella historia en la Milla del Vicio con la Cipriana y su amiga, ya se acordará” “Como para olvidarse!”, respondió. “Joder, vaya movida que fue aquello” “Hasta me puse cachondo”. Las sonrisas y murmullos aprobatorios no se dejaron esperar. Ganarse la confianza de el brigada era algo muy a valorar, pues en la práctica su mando casi siempre se imponía sobre cualquier otro.
“Ya me acuerdo, ya”, comentaba. “Muy mariconas las dos, pero con buenos culos” “Y ya que estamos, qué es eso de la culona y el vergón que me contó el sargento…”, dijo dirigiéndose a los reclutas, tomando asiento junto a ellos. “Pues eso, mi brigada, que en el batallón tenemos la mejor verga y el mejor culo”, decía jocosamente Angelillo. “Aquí le presento al vergón”, mirando con picardía a Trajano, que se sonrojaba sin poderlo evitar. El sargento intervino: “Bueno, lo primero es lo primero. Una copita, mi brigada?”
Creada ya una atmósfera sosegada, siguió la cháchara entre los contertulios. Hablando con morbosidad del relato narrado por el sargento, buscando posibles similitudes en la época actual. Algo que se antojaba por completo inverosímil.
Angelillo aprovechó un corto intervalo en la plática y comentó para todos, con la intención de animar la conversación, “Y la culona de la 14ª?” “Anda Toñete, cuéntale al brigada cómo te la trabajas”. El gitano se alegró de ser mencionado y, con la gracia que le caracterizaba, pasó a referir algunas de sus recientes experiencias con la susodicha. Ya que estaban en confianza, y supuestamente no saldría de allí, detalló varias de las quedadas con compañeros reclutas para follarse a la culona en diferentes escenarios. Dejando caer la certeza de su dominio sobre la que llamaba “su culona”. Resaltando su carnosidad trasera envuelta en fina lencería, a la vez que se percataba del creciente interés del brigada.
“En bragas es una mujer con colita”, añadió Angelillo, incitando a el Toñete a llegar más lejos, que proseguía, “Pa calentarla la doy una paliza en el culo y no vea lo cerda que se pone de cómo le gusta, mi brigada”. Provocando la carcajada general. “Y el coño que tiene, buaaah, dos pollas ya le entran a la muy puta”.
El brigada se encendía por momentos, sus libidinosos ojos casi echaban chispas. “Qué jodido, el gitanillo chuloputas”, decía el sargento entre risas. “Pues entre la culona y el vergón sí que podríamos montar un buen espectáculo”, uniéndose el resto a la chanza.
Las horas habían pasado sin darse cuenta. Se acercaba el toque de retreta y no quedaba otra que dar por terminada la reunión. Los que eran tropa se dispusieron a encaminarse cada uno a sus respectivas compañías para formar. La tarde transcurrida en el almacén de la Plana Mayor infundió nuevos ánimos y una sensación placentera entre los participantes, con ganas de repetir.
Toñete se demoró lo suficiente como para acercarse a el brigada sin que nadie pudiera oírle. “Mi brigada, la culona hace lo que yo le mando. Si a usted le apetece estar un rato con ella me lo dice y la tiene cuando quiera”, le sugirió. Recibiendo por respuesta, “Ya tendrás noticias mías”. Acompañada de un expresivo guiño.
Esa misma noche, en el barracón, el gitano me puso al corriente de todo lo acaecido. Estaba eufórico por las nuevas expectativas que se presentaban y quería celebrarlo. Esperó a que todo el mundo se durmiese, y una vez empezó a sonar la sinfonía de ronquidos se metió en mi litera. Me abrazó, se ensalivó el dedo, y mientras me tocaba el coño como él sabía hacerlo, y que me volvía loca, estuvimos morreando hasta que notó que ya me había puesto caliente. Me dijo al oído que me diese la vuelta y me fue metiendo poco a poco su polla dura hasta que me entró entera. Nos quedamos así, abrazados por detrás. Cogí su mano, me la llevé a la boca, y mientras se la besaba por todas partes y le chupaba los dedos, él me besaba el cuello y me comía la oreja. Era como estar en la gloria. Tanto, que al rato nos quedamos dormidos en la misma postura.
Por suerte, al descubrirnos el imaginaria (1) encargado de la vigilancia nocturna en el barracón, el tío se enrolló muy bien. Nos despertó, y nos dijo que siguiéramos así si queríamos; cuando acabase su turno, hora y media después, nos avisaría antes de ser relevado.
Mi relación con Toño siguió estrechándose cada día más. Todo lo que hacíamos era de común acuerdo. Los dos teníamos muy claro lo que nos gustaba, y la coincidencia entre ambos era prácticamente plena. Él era mi amo dominante y yo su maricona sumisa. Cumplía dócilmente sus deseos aunque supusiese correr riesgos, o se creasen situaciones que los causaran. Con la dominación que ejercía sobre mí lograba que sintiese otra forma de excitación. Consciente de ello, me propuso avanzar con nuevos “juegos eróticos”.
La culona
(continuará, o no, ya veré)
(1) Soldado que por turno vela durante la noche en cada compañía o dormitorio de un cuartel.
Se llama "imaginaria" porque la amenaza no es real, solo se la imaginan los superiores.