Maricona en bragas en la mili I
Experiencias de una maricona en la mili que usaba bragas y le gustaba exhibirse con ellas.
La verdad es que las bragas siempre han sido mi fetiche. Hasta el punto de que, a día de hoy, es habitual que las lleve en la calle. Soy muy maricona, y encima tengo un culazo hecho para usar bragas. Solo oír o leer la palabra ya me pone cachonda. De normal soy muy varonil, nadie se imagina lo que soy en realidad, pero en la intimidad me siento muy mujer y me fascina la idea de estar en manos de un macho que me trate como su hembra. Ha sido así desde siempre.
De niño ya lo sentía, y más cuando alcancé la mayoría de edad. Pero fue cuando me tocó hacer la mili, lejos de mi entorno habitual, cuando pude ver la posibilidad real de demostrarme a mí mismo, y a los demás, la hembra que llevo dentro. Y en un sitio como “la mili”, ya solo por la movida que suponía aún me daba más morbo, a pesar de los riesgos y peligros que eso pudiera entrañar. Estaba claro que si seguía adelante con mi pretensión me la iba a jugar, pero no era algo me preocupase en exceso.
Había tomado la firme determinación de conseguir mi objetivo. Por lo que decidí que una buena estrategia sería llevarme algunas bragas que sabía que me quedaban muy bien. De encaje y lencería, blancas y rosas. Necesitaba desesperadamente dar a conocer mi secreto. Sobre todo en el lugar en que sabía que a muchos no les importaría follarse a un maricón con tal de meter la polla en algo lo más parecido posible a un coño. Aunque no lo fuese.
Todavía era virgen, y para mi significaba mucho que pareciera que ya me habían follado. Así que algunas semanas antes de ir empecé a dilatarme el ano con pepinos pelados, cada vez más grandes según iba notando una mayor dilatación. Lo hacía en la ducha, donde nadie podía verme. Primero me metía el extremo de la manguera por el culo, le daba al chorro a la máxima presión y me lo limpiaba bien de caca dejándolo súper limpio. Y después empezaba a jugar con el pepino untado en jabón, metiéndomelo poco a poco hasta que me entrase entero.
Uff, fue todo un descubrimiento. Al poco tiempo ya lo tenía como un coño tope abierto y con los labios hacia afuera, como un auténtico coño de puta. Me cabía media mano. Para completar la preparación me depilé todo, por delante y por detrás. Mi culazo se quedó tan suave como el culo de una nena.
Llegó el momento de partir a un lugar lejano y desconocido para cumplir con el servicio militar, donde estaría dos meses de “campamento” en el CIR (Centro de Instrucción de Reclutas), y donde sería destinado para el resto de la mili, lo que hizo que la historia tuviese continuación casi sin interrupciones. Y que también facilitase mucho las cosas.
Los primeros días me abstuve de hacer algo de lo que muy probablemente tuviera que arrepentirme. Me dediqué a estudiar el terreno y ver cómo daría los primeros pasos para eso que me ponía rojo tan solo de pensarlo. Me daba tanta vergüenza como morbo, pero estaba seguro de que el morbo vencería.
Los reclutas estábamos alojados en antiguos barracones de madera, con literas a ambos lados y con capacidad para unos treinta o cuarenta. En el total de la Compañía seríamos unos doscientos, repartidos en varios barracones. Teníamos la taquilla entre cada dos literas, y dado que era allí donde habría de cambiarme de ropa, pensé que ese era el lugar más idóneo para empezar a experimentar, pues casi no nos veíamos unos a otros, salvo los que estábamos en las literas de al lado y en frente.
Ya llevaba una semana allí y veía llegado el momento. Hubo unas cuantas veces que dudé, no me atrevía. Hasta que un día, finalmente, me lancé: ese día tocaba gimnasia.
Eran las 12 del mediodía y nos habían dado media hora para cambiarnos una vez acabada la sesión de instrucción. Llegamos al barracón y todos nos fuimos cambiando, sin prisas. Yo me iba retrasando, con toda la intención, esperando a que se produjese la situación propicia para llevar a cabo mi plan, para lo que necesitaba que el personal se fuese aligerando y solo quedaran los últimos rezagados. Como así fue.
Los compañeros que más cerca tenía eran dos sevillanos muy cachondos y alegres, que siempre estaban dando palmas y cantando flamenco, y que siempre llegaban tarde a todas partes. Aspecto este que sirvió de base para mi maquinación. Uno era gitano, y me daba un morbo que me tenía loco. Estaban fumándose un cigarro y vacilando, pasando el tiempo hasta el último minuto. Y yo lo mismo, igual de remolón, queriéndome quedar a solas precisamente con ellos, tal y como había tramado desde un principio. Hasta que comprobé que en el barracón ya solo estábamos nosotros tres. Sin que se diesen cuenta, me quité los pantalones y el calzoncillo dejándome solo puesta la camiseta. Y acto seguido me puse las bragas blancas de lencería con encajes. Como si no pasara nada, pero con la cara toda roja de vergüenza, empecé a sacar la ropa de gimnasia de la taquilla, dándoles la espalda, y a ordenarla en la cama de abajo, algo inclinado y sacando el culo, haciendo la misma operación un par de veces.
Cuando oí decir, “Miraaa, si lleva bragas!!”
En ese momento sentí una de las mayores felicidades de mi vida, al mismo tiempo que muchísima vergüenza y algo de miedo. No tengo palabras para explicarlo. Estaba tan excitado que parecía que flotaba en una nube. Seguí en la misma posición pero apoyándome con los codos en la litera de arriba, escondiendo un poco la cara y mirando hacia su lado con los ojos medio entornados, poniendo morritos y gimiendo un como una zorra, insinuándome. El gitano dijo, “Hostias! un maricón con bragas!!, jajajaajj”. Se acercó a mí y se puso a acariciarme el culo y a darme pellizcos. Me lo agarraba y apretujaba con la mano. Sonriendo con voz melosa decía, “Pero mira qué tenemos aquí, mira qué culona”. Yo gemía cada vez más. Me metió el dedo entre las bragas buscándome el coño, me lo tocó con suavidad, y me puso tan calentorra que rogaba para que no parase… Entonces dice, “Jodeeer! Si tiene coñooo!!”.
Le mandó al otro que mirase fuera a ver si había gente por allí. Volvió al momento y soltó, “Vamos a follarnos a esta maricona que no hay nadie, pero tiene que ser a toda hostia”. El gitano se adelantó diciendo, “Antes hay que calentarla”. Me agarró de la mano y me arrastró hasta un catre, me puso en sus rodillas y me dio un palizón en el culo con la mano que todavía me acuerdo. Primero con las bragas puestas. Al poco me las bajó, y me siguió dando muy fuerte con azotes muy rápidos. “Tomaaa, maricona!!” “Yeeeaaahh”, clamaba como si estuviese fustigando a una yegüa.
Tras una larga tanda ya tenía el culo ardiendo. Aún así, deseaba que continuase. Me gustaba. Y me quejaba y me retorcía lloriqueando, pero de dicha, de lo que sin duda se percató, alentándole a zurrarme incluso más fuerte. Notaba cómo su excitación aumentaba al saberse seguro de mi absoluta sumisión y del placer que sentía. Cuanto más gimoteaba más fuerte me daba, afirmando así su dominio. Y yo le seguía el juego.
Intuyendo que la sesión se alargaba en demasía, posó su pierna derecha sobre las mías, aprisionándome. Acomodó su postura, y como broche final me sacudió una sucesión de más de veinte azotes repartidos en cada nalga con mayor intensidad que todos los anteriores.
Él acabó exhalando suspiros de satisfacción y jadeando por el esfuerzo, con un, “Qué gozada!”. El otro, con la polla fuera, sacaba la lengua poniendo cara de vicio mientras se la meneaba. Me lo dejó completamente rojo y tan caliente que, con el rabo empalmado y goteando, casi lloraba de lo cerda que me había puesto. Estaba extasiada. Me había hecho disfrutar como una loca.
Ahí fue cuando él y yo supimos que ya me tenía sometida.
Debíamos salir de allí pitando si no queríamos buscarnos problemas llegando tarde a la gimnasia. No quedaba tiempo para más, así que me ordenaron: “Ponte a cuatro patas en el suelo con el culo en pompa so puta maricona!”. Lo hice y me mearon los dos en mi culo caliente. Escuchando sus risas, me dijeron que a partir de entonces yo sería “la culona”, su puta para toda la mili, y me follarían todos los días por la boca y el coño.
Al final quedamos en que al día siguiente durante la instrucción, a la hora del bocadillo, me darían rabo los dos hasta “jartarse”.
El emplazamiento que se utilizaba, en el que se congregaban todas las compañías, era una explanada enorme en pleno campo, con árboles y zarzales a los lados, donde no sería difícil encontrar el sitio adecuado. Solo había monte y el cuartel. Cuando salíamos para ir a la gimnasia el gitano me dijo, sin que su amigo se enterase, que andaba sin un puto duro y si accedía a que fuese mi chulo y prostituirme para él. Le dije que sí.
La culona
(continuará)