MARIBEL: LA ABUELA DEL VERANO (III / En su casa).

"Espera un poco y no vayas tan rápido jovencito. Si quieres, llévame a casa y te preparo un café de esos de los de antes. De aroma, crema y sabor intenso. Y si no tienes prisa ni te están esperando, nos lo tomamos charlando tranquilamente y a solas”.

El segundo domingo me levanté más descansado y tranquilo. Los nervios del anterior habían quedado aparcados tras aquella primera aproximación a Maribel. Había logrado tender un puente que me ayudaría a granjearme su amistad y poder entablar una relación más íntima y cercana con ella.

Repetí en casa la misma ceremonia del primer día. Pero está vez me levanté a las diez, ahorrándome el madrugón del domingo anterior. Tomando el café, repasaba mentalmente el plan del día. “Si llegan a la misma hora, con que aparezca sobre las once y media, ya iré bien de tiempo. De todas formas, lo mejor es que acuda a las once y cuarto, por si acaso se retrasan y hay más gente en la playa y me quitan el sitio”.

A las once y menos cuarto ya estaba en la playa. Había más gente que la semana anterior, pero tampoco tanta como en principio pensaba. Y allí estaban. Maribel con un bañador verde oscuro, que me pareció más ceñido que el negro del domingo anterior. Parecía nuevo. Su amiga llevaba el mismo de la semana pasada. Di un rodeo para poder pasar delante de ellas y saludarlas.

“Buenos días Señoras. ¿Qué tal están? ¿Todo bien?”.

“Hola Javier. Que agradable sorpresa. Todo bien gracias. Aquí estamos echando un ratito en la playa para tomar un poco el sol y respirar aire puro”.

“Me alegro. Que sigan disfrutando”.

Menuda estupidez, pensé. Ha quedado como un saludo muy frío. Y además ni me he parado a hablar con ellas. Me instalé a un par de metros de distancia. Allí planté mi sombrilla y mi nevera. Me puse las Ray-Ban y empecé a pensar en cómo poner en funcionamiento mi “Plan-B”, antes de que se fuesen.

Cuchicheaban en voz baja. Supuse que hablaban acerca de mí. Había logrado captar su atención. La cosa iba por buen camino. Cogí la nevera y la abrí. En ella se contenía mi alternativa para seguir progresando en la conquista de aquella abuela rubia y tetona. Qué en lugar de “B” podría haberla llamado a “Plan-Q”. Con “Q” de queso…

“He querido traerles estos dos quesitos tiernos. Son de leche y están elaborados artesanalmente tal como se hacía hace antiguamente. Es mi forma de agradecerles el detalle que tuvieron conmigo semana pasada cuando accedieron a vigilar mis cosas”.

“Seguro que si está hecho como los hacían antes, estarán riquísimos. Pero no tenías que haberte molestado. Lo hicimos encantadas”.

La que primero respondió fue Pilar, la misma que la semana pasada, fotografió con su lujuriosa mirada mi paquete, con poya incorporada y completamente empalmada”.

“Gracias Javier”, contestó Maribel. “Hoy en día la gente no es tan detallista y agradecida. Me alegra que estés más tranquilo y se hayan solucionado las cosas. La semana pasada se te notaba muy nervioso con aquella urgencia. ¿Eres médico?”.

“No Señora”, le dije…

“Por favor. No me llames Señora. Me llamo Maribel”...

“Ahhhh… Sí. Disculpa Maribel. Pues no. No soy médico. Trabajo en una fábrica de lácteos. Entre otras cosas fabricamos estos quesitos que les he traído como agradecimiento. La urgencia era a causa de una máquina que estaba averiada y que nos tuvo hasta ese mismo día, con la producción parada. Pero afortunadamente pude localizar al mecánico y se pudo solucionar todo para seguir funcionando con normalidad”.

“Bueno Javier. Si nos vemos el domingo próximo ya te contaremos lo ricos que estaban tus quesitos de leche”, me dijo Maribel.

“Muy bien Maribel. Espero poder tener el placer de volver a verlas y coincidir con las dos. Que tengan una feliz semana”…

Dos minutos después, sus culazos comenzaron a alejarse de mi campo de visión. Pese a lo breve del encuentro, estaba contento. Todo iba por buen camino. El detalle de los quesitos tiernos de leche era un punto a mi favor. Seguro que les gustaban. Es un producto de calidad. Para hacer dos quesos como esos, hacen falta 4 litros de leche. Si yo hubiese almacenado toda la leche de las pajas que me he hecho pensando en ellas, me hubiese dado para fabricarle medio quesito. O sea, más o menos 1 litro…

La semana se pasó volando. Sólo deseaba que llegase el domingo. Y por fin llegó el que sería mi gran día. Me desperté desperezándome y miré el reloj: “Mierda. Las once y media… No llego. No llego”… Me vestí rápido. Salí corriendo. Creo que puse el coche a 140 kilómetros por hora. Eran ya casi las doce cuando aparcaba en la explanada de la playa.

Con un nudo en la garganta y atenazado por los nervios no lograba localizarlas. “¡Joder! Ya se han ido”. ¿Por qué siempre me pasan a mí estas cosas? Y justo en el momento más inoportuno”… Arrastrando la toalla y la sombrilla por la arena, me di la vuelta camino del parking. De repente, casi me tropiezo con la rubia treintañera. Me falto un pelo para pisarle la toalla. Estaba dormida y tumbada boca abajo. Llevaba un bikini rojo de hilo dental. “Que culazo”, pensé. En otras circunstancias, me la habría camelado para invitarla  a casa, ponerla a cuatro patas y follármela como una perra en celo. Pero esa parte de mi vida, ya era historia. Ahora sólo me ponían las mujeres veteranas. Y es que ya con 46 años recién cumplidos, toda mi atención e interés se centra en conocer y disfrutar de los placeres de las relaciones con mujeres mayores. Y con una de ellas, ahora que estaba empezando a conocerla, tenía la sensación de haberla perdido para siempre.

“Bueno. Ya se me ocurrirá algo”, pensé.

En ese momento levante mi mirada del culo de la rubia, y vi a una mujer que se parecía a Maribel. Estaba sola. Bajo su sombrilla. Sentada en su silla y leyendo un libro. Sí. No cabía duda: Era ella. ¿Pero que hacía sola?

Me acomodé el paquete para disimular la erección y me acerqué hasta donde se encontraba.

“¿Maribel?. Buenos días. ¿Cómo estás? ¿Qué haces aquí sola?”.

“Hola Javier. Qué alegría. Pensaba que hoy tú, tampoco vendrías”.

“Claro que sí, guapa. Teníamos una cita para hablar de mi quesito”.

Maribel soltó una carcajada y me invitó a sentarme bajo su sombrilla, a su lado. Cerró el libro y lo guardó en su bolso. Se puso las gafas de sol. Era la primera vez que estaba a solas con Maribel. Ella sentada en su silla y yo sobre la toalla que coloqué justo delante de ella. Aunque no estaba empalmado, me senté en una posición con la que pudiese esconder una posible erección.

“Pues esta mañana pronto, a las nueve creo que eran, me ha llamado Pili para decirme que no vendría hoy. Su hija la llamo anoche para invitarla a pasar el día en la casa de verano que su marido tenía en el pueblo. No pensaba venir, pero tenía preparados los bocadillos para las dos y ya me había hecho a la idea. Además, ya llevaba puesto el bañador. Pero bueno, así vienen las cosas. Ahora trato de ser positiva en mis pensamientos”.

“¿Y te hacía ilusión venir hoy?”, le pregunté.

“Pues la verdad que sí. Estoy ilusionada. Es la única salida que ahora hago durante toda la semana. Para mi venir a la playa es como hacer un viaje. Me paso el día sola y encerrada en casa, haciendo mis cosas y viendo la tele”.

“Comparto esa forma de pensar contigo. No hay nada mejor que tener pensamientos positivos y ver siempre el vaso medio lleno”.

Por un momento perdí la concentración. Estaba cerca de ella, y a la altura en la que quedaba mi campo de visión, con sus muslos entreabiertos´, vi como quedaban al descubierto algunos de los pelillos de su pubis.

“Pues te digo una cosa. Me alegra que hayas venido hoy”, le dije.

“A mí también me alegra, así tengo alguien con quien hablar”, me respondió aquella espectacular mujer mayor tan desbordante de curvas por todos y cada uno de los ángulos de su cuerpo.

“Además, creo que tu cara me suena. ¿Vives en el pueblo verdad? Creo que te he visto tomando café en la plaza de la iglesia algún que otro día”.

Empecé a temblar como un flan. Si me había visto tomando café en la plaza, eso quería decir que antes de que yo me fijase en ella, ella ya había fijado su atención en mi.

“¿Sí?. Puede ser. Suelo salir a caminar y casi siempre me siento a tomar un café en la plaza. El café es que me encanta. Creo que es, de lo que más me gusta”, le dije.

Esta fue una pequeña mentira. El café no sólo me gusta. Me encanta. Pero lo que más me gusta, fascina y excita hoy por hoy, es la atracción por mujeres como ella.

“La verdad Maribel que la vida en el pueblo me gusta. Es bastante tranquila y más llevadera que en la capital. Me ha venido bien cambiar de vida. Han pasado dos años desde que me separé, y hace pocos meses, justo al cumplir los cuarenta y seis años, decidí dar un cambio a mi vida. He aprovechado una buena ocasión para dejar la ciudad y comprar en esta zona un apartamento a muy buen precio. Y además, me viene mejor porque me queda cerca del trabajo”.

Acababa de lanzarle el anzuelo para que lo picase y poder conocer su edad con exactitud. Yo intuía que tendría sesenta y uno o sesenta y dos. Pero estaba completamente equivocado. Maribel respiró hondo antes se seguir la conversación.

“Yo Javier me jubilé hace años. Antes de cumplir los sesenta y cinco. Me quedaba una buena pensión y ya estaba cansada de trabajar. Ahora con sesenta y ocho años, estoy disfrutando de la vida y liberada de preocupaciones. Llevo prácticamente toda mi vida en el pueblo. Desde que me casé. Estuve casada treinta y cinco años, pero hace once que enviudé”.

“Lo siento Maribel”, le respondí.

“Bueno. Todos en la vida pasamos por situaciones complicadas. Han sido años muy duros. Pero ahora estoy en otra etapa de mi vida Al final, todo pasa y toca vivir de otra manera y descubrir nuevas vivencias.”, me dijo.

Al escuchar esa frase, comencé a sentir como crecía mi poya.

“Completamente de acuerdo contigo Maribel. Hay que tratar de vivir como mejor se pueda y disfrutar de cada momento de la vida, eso sí: Sin excesos”.

Me miro esbozando media sonrisa y cambiando el tono de voz me dijo:

“Es bueno cambiar la forma de ver las cosas de vez en cuando, porque tiempos para estar tristes, siempre los vamos a encontrar sin buscarlos. Eso es lo que siempre le digo a Pili: Ya nos toca ser felices y disfrutar de la vida”.

Cuando terminó la frase, ya estaba completamente empalmado. Sus descomunales pezones se iban marcando, cada momento un poco más y conforme avanzaba la conversación. Ya era casi la una y media. El tiempo estaba pasando muy rápido. Me encontraba muy a gusto y a ella se la notaba también tranquila y relajada hablando conmigo.

“Pareces muy feliz Maribel”, le dije.

“Mucho. La verdad que sí que soy feliz. Sólo me falta un compañero con el que poder compartir buenos y malos momentos”.

“Es hora de comer Maribel. ¿Me dejas que te invite a hacerlo en el chiringuito?, le pregunté.

“Tengo una idea mejor. Te invito a comer yo. Tengo para ti el bocadillo que le había preparado a mi amiga. Yo me como el mío y tú si quieres, te comes el de Pili”, me dijo.

Realmente, lo que yo ahora en ese momento me hubiese comido, hubiese sido ese coño maduro por el que en el bañador asomaban algunos pelitos rubios. Pero opté por sonreírle y tomar el bocadillo que me ofrecía. Mientras comimos, seguimos conversando.

“¿Tienes pareja Maribel?”.

“No, no. Ni por asomo Javier. Con 68 años las cosas son complicadas. Al volvernos mayores nos hacemos más independientes y nos cuesta renunciar a nuestra libertad iniciando otra nueva relación. Además, desde que murió mi marido, han sido años muy complicados. Al principio no quería ni vivir”.

“La verdad Maribel que me suena mucho la letra de esa canción, por así llamar a tu forma de expresarte. Yo llevo dos años sin pareja y me gusta esa sensación de libertad e independencia. Claro que se echan de menos muchas cosas: amistad, ternura, complicidad, y confidencias“.

"Y cariño Javier. Necesitamos cariño. Que esa es una de las realidades más tristes del hecho de no tener pareja”.

“Además de verdad Maribel. En mi caso, esa ternura es la que más echo en falta”, le contesté. “Y Tu Maribel: ¿Qué es lo que más añoras?”.

“Ternura y otras cosas”, me respondió mirándome fijamente.

“¿Otras cosas? ¿Cosas más íntimas, te refieres?”, le pregunté.

“Claro. Una es mayor, pero sigue palpitando y estando viva”, me respondió.

“Doy fe de ello Maribel. Estás muy viva y palpitante. Si me permites el comentario, tengo que decirte que tus unos ojos son preciosos. Y ese estilo de pelo, te da un aspecto muy juvenil”.

El misil “Poya Empalmada A Chochete Maduro” ya estaba lanzado. Ahora sólo faltaba su respuesta, en forma de pieza para completar este rompecabezas de deseo larvado y lujuria.

Maribel soltó una carcajada antes de responderme:

“Te agradezco el cumplido Javier, pero tengo espejos en casa que me recuerdan mi edad cada vez que me miro en alguno de ellos. Aunque también es cierto que todo está en nuestra cabeza... Tú también eres muy guapo y además, tienes muy buena planta”.

El misil había hecho blanco. En todo el centro de la diana…

“Bueno Maribel. Son las dos y media. Nos hemos comido los bocadillos. ¿Aceptas que te invité al café”?, le dije.

“La verdad que se ha pasado el tiempo volando Javier. Me encanta compartir momentos como este para llenar mi soledad”, me dijo sonriendo Maribel.

“Espero no haberte incomodado si te ha parecido que estaba tratando de coquetear contigo”, terminé confesándole.

“Al contrario Javier. Me siento muy halagada. Me lo estoy pasando muy bien y estoy muy a gusto hablando contigo. Acepto la invitación. Vamos a tomarnos ese café. Me apetece mucho.”, me dijo.

“Pues no te imaginas a mí, con lo cafetero que soy. ¿Vamos?”, le dije.

“Pero espera. Espera un poco y no vayas tan rápido jovencito. En el chiringuito no. Eso que sirven allí no puede llamarse café. Es agua manchada. Esta mañana me han traído hasta la playa Pilar y su yerno antes de subirse al pueblo. Si quieres, llévame a casa y preparo allí un café de esos de los de antes. De esos de aroma y sabor intenso, y si no tienes prisa ni te esperan, nos lo tomamos charlando tranquilamente”.

Al final, no era yo quien estaba tratando de llevarme a la cama a Maribel. Los papeles se habían intercambiado y era la abuela rubia y tetona la que iba a terminar follándome a mí…