Mariano va al médico

Un chico terriblemente timido, abusado por dos machos insaciables, debe consultar un dia con un medico...

Mariano va al médico

para Marcelo

Me llamo Mariano, y tengo 24 años. Sé que soy un lindo chaboncito. Creo que básicamente lo soy por esta combinación que tengo de mi carita de nene y este cuerpote impresionante de macho del rugby. Juego rugby desde muy pibe, y ahora más que nunca desde que estoy en el equipo de la Facultad. Entonces tengo los músculos de las piernas muy desarrollados; tengo las gambas bien duras y velludas, bien de macho, pero sobre todo muy buen lomo, buenos pectorales, todo bastante grandote y velludo. Cuando estoy en shorts de rugby sé que estoy más fuerte y atractivo que nunca. Y a mí también me excita estar en shorts de rugby, bien embarrados y sucios, así con mi carita de nene además, porque me siento más terriblemente puto que nunca en esas ocasiones. Así, con esos shorts tan masculinos, rodeados de machos sudados y matándose entre sí, que son tan o más masculinos que yo, así, es cuando más puto me siento.

Y aclaro una cosa fundamental: Nadie, nadie sabe que soy puto. Yo me muero si se enteran de que soy puto y me calientan los machos. No lo sabe nadie, salvo ellos dos. Germán y el Tano, quiero decir, mis dos machos. Y ahora él, mi macho fundamental, el hombre de mis sueños: Esteban.

Igual mi vida es un lío, y más desde hace un par de días. Mi vida fue siempre un despelote. Más ahora que lo conocí a Esteban y que estoy tan perdido por él, tan putísimamente enamorado de él, de Esteban, de Mi Macho.

Y antes ya era un tremendo despelote por culpa de mi macho Germán, que es el que me metió en todo esto que me está pasando. Y siempre todo en mí es un despelote. Miren, les cuento. Por empezar, nunca supe del todo bien si el problema básico de todos mis quilombos era que soy tan puto, tan pero tan puto. O si es porque soy tan terriblemente vergonzoso. El gravísimo problema de mi vida siempre fue el de la timidez, siempre mi maldita, tremenda timidez.

Siempre, siempre me gustaron los machos. Cuanto más bestias, más zafados, jodidos y guarros, mejor que mejor. Con ellos me siento lo que básicamente yo soy: un puto. Desde bien pibito, siempre estuve tentado de meterle las manos adentro del short o del calzoncillo al macho que tengo a mi lado, si es que me gusta. Y seguramente me gusta si es medio bestia, como ya dije. Y nunca pude, o mejor dicho, nunca había podido. Siempre terriblemente tímido, siempre con miedo, me transformé en un pajero. Pasé toda mi adolescencia, y gran parte de mis 20 años haciéndome la paja, masturbándome, imaginando machos en shorts, en calzoncillos, machos algo sucios, violentos, jodidos, abusándose de mí, usándome como su puto y haciéndome sus peores depravaciones sexuales.

Y cuando estaba en un vestuario después de un partido de rugby, o de una clase de gimnasia en el colegio, lleno de machos en shorcitos o en calzoncillos, llenándome el cuerpo y el culo de olor a machos en pelotas, pelotas sudadas, más al palo me ponía yo. Me costaba disimular la erección. Me costaba muchísimo. Y vivía rehuyendo a todo el mundo, por miedo a que se enterasen lo puto que yo era. Casi nunca me duchaba en los vestuarios, por miedo, estaba tan terriblemente excitado por tantos machos que me iba corriendo a casa y me masturbaba allí, en soledad, con los shorcitos todavía puestos, a los que terminaba enchastrando de mi semen de puto pajero. Igual, para lo que sirvió disimular tanto...

Él se dio cuenta. Desde la primera mirada que me echó —lasciva, irónica, jodida, bien de macho guaso— me di cuenta que él se había dado cuenta de que yo era puto. Él. Mi Macho. O mejor dicho, quien fue mi macho hasta ayer: Germán. Y fue él, Germán, quien me levantó, quien me engañó, quien me usó y se abusó de mí. Y vaya si fue un hijo de puta. Y vaya si fue un zarpado. Él me hizo debutar como puto, y él decidió a partir de eso hacerme todas las porquerías de macho hijo de puta que me hizo. Y que yo ahora voy a contarles.

Todo ocurrió una tarde. Habíamos terminado de jugar un partido de rugby con los chicos de la Facultad, y los habíamos hecho mierda, los habíamos re cogido a los del otro equipo. Había un clima de muchísima exaltación en el vestuario. Todos estaban muy zarpados, había mucho bochinche y así —todos en bolas, o en cueros con apenas sus shorcitos, o completamente desnudos— se la pasaban haciéndose bromas, manoseándose, empujándose. Yo me quería ir cuanto antes. Me habían golpeado mucho en el partido, estaba todo sucio y lastimado. Y si bien estaba contento por lo del éxito, también estaba terriblemente excitado y me quería ir ya a mi casa a bajarme el shorcito y empezar a masturbarme pensando en esos machos fabulosos, bestiales, bien brutos y bestias.

En ese momento, yo estaba entonces con mi shorcito, me lo estaba bajando y estaba buscando en mi bolso un slip limpio para ponerme debajo del jean. Sin darme cuenta, como no encontraba tan fácil mi slip, se ve que me pongo sin querer en una posición que ese macho, ese tremendo hijo de puta, Germán, empieza a mirarme el culo como si yo lo estuviera provocando.

Siempre me había gustado Germán. Y Germán siempre me dice que lo mejor que vio en el mundo es mi culo, mi culito, el culo de su putito Mariano.

Germán tiene un cuerpo mediano, pero bien armado, es morrudo y bien morocho. Tiene una cara que despierta miedo. No es para nada feo. Todo lo contrario. Pero atemoriza un poco, se le nota lo hijo de puta que es. Tiene una cara bien tosca, bien de macho viril, y unas piernas bien duras, buen lomo, es bastante bastante velludo. Pero sobre todo tiene un tremendo pedazo de poronga que cuando se la ves es infartante. Germán anda manoseándose las bolas todo el tiempo, que son como del tamaño de dos kiwis bien grandes, bien peludas y jugosas; y el chorizo cuando se le para y lo tiene al palo, no debe medir menos de 19 cm.

Ese tremendo pedazo de verga es el sueño de todo puto, la ves y te la querés morfar. Pero el punto es que cuando se la chupás te rompe la garganta. Y ni te cuento cómo se la siente en el culo. Te lo parte en cuatro el bestia, que además es bien bruto y no tiene paciencia, la sentís en el orto y tenés una sensación como que te están metiendo el brazo entero, pero se siente como un fierro al rojo vivo. Te cachetea un poco el culo cuando te coge, se manda una escupida en la mano y te mete de súbito dos o tres dedos, bien rápidos, urgentes, buscando bien rápido y sin demoras lo que quiere: el ano. Y creánme. Te lo desfonda, como puja mucho apenas entra sentís que vas a escupir hasta la primera mamadera porque el cuerpo se te desarma. Germán entra a penetrarme y yo siento que el cuerpo entero, no sólo el ano que se me parte, se me va a derrumbar. Me deja completamente indefenso, porque es imposible zafar de ese pedazo de cuerpo de Germán y él, cuando se está cogiendo a un puto, lo agarra bien fuerte por atrás. Si te abraza es tanta la fuerza del bestia que no podés mover ni un brazo. Cuando Germán te empieza a coger sos un pedazo de cuerpo completamente a merced de él, no podés ni estirarte.

Cuando Germán ve que el ano no se abre bien, el hijo de puta lo más que hace es sujetarte bien por la cadera, meter todavía más profundo el culo hasta la base de su miembro poderoso y te termina de matar. No tiene la más mínima paciencia ni el más mínimo tacto. Quiere garcharse el culo de un puto y lo quiere ya. Por otra parte (y esto es lo peor), Germán es un macho tan pero tan hijo de puta, que sabe que a la corta o a la larga te vas a hacer adicto a su poronga. Lo sabe y se aprovecha. Para él el abuso es normal, es justo. Él es el Macho, él manda, el puto cumple y obedece.

Yo sé que tengo un buen culo. Bah, buen culo... Mandemos la modestia y la timidez al carajo. Tengo un culo que la mayoría de los putos del mundo si lo vieran me lo envidiarían. Como tengo piernas largas y muy buen lomo, todo bien grandote y equipado, el culo está proporcionado a esa estructura de cuerpo. Entonces tengo el culo bien moldeado, por tantos años de deporte, mi color es bastante claro, sobre todo en las nalgas, pero se ve que tengo un ano bien profundo, en la estructura bien profunda del ojete se ve una linda matita de vellos, y los cachetes son grandes, no es el culo de un nene, es el culo grande, con la curvatura perfecta, de un rugbier bien machito. No es tremendamente velludo, tampoco es gordo. Simplemente es perfecto. Tiene las nalgas suavemente redondeadas, apenas un poco rosadito al abrirse el ano, y mi color de piel apenitas bronceado contrasta perfecto con ese toquito de vello y ese color rosado de adentro del culo cuando está bien abierto, bien disponible para que un macho me trinque y me garche.

—Qué pedazo de orto, boludo, ¿te lo dejás hacer?

Esas fueron las primeras palabras de Germán, mirándome con un dejo de sonrisa, como con un leve dejo de desconfianza pero muchísimo interés. Se ve que el hijo de puta había olido aroma a culo nuevo y venía a averiguar. Estaba a mi lado, perfectamente macho y al palo, sin ningún disimulo, rascándose las bolas dentro de su calzoncillo blanco.

—Qué... qué... qué decís... Estás loco vos...

Me miró con una sonrisa de burla totalmente jodida. Y yo me puse colorado como un tomate. Me había dado vuelta un poco para que no se me viera tanto el culo. Y entonces Germán, como lo que le importaba era la nueva mercancía sexual que había descubierto, sin ningún disimulo había girado la cabeza. Ya no me miraba a la cara. Directamente y sin ningún pudor, me estaba mirando apuntándome bien fijo al culo.

Germán seguía inspeccionándome ahí y declarando el veredicto: —Rosadito adentro, un poquito de pelo, y sobre todo buen pedazo de nalgas afuera... hummm... y se ve desde acá que cuando te garchan debés estar calentito y se te debe abrir bien. Problemas de dilatación, cero. Y bien profundo para meterte la garcha bien adentro, bien hasta el fondo... che Marianito boludito, vas a necesitar un buen pedazo de poronga para llenar todo ese orto, jejeje.

Me miró como sobrándome, perfectamente macho en sus hermosos calzoncillos blancos... esos calzoncillos al poco tiempo se transformarían en mi perdición, mi locura, mi sueño, mi pesadilla... Yo no sabia qué decir ni hacer. Tenía un macho que era el sueño de todo putito pajero como yo delante mío, en el medio de una docena de varones en celo sudando y manoseándose y escuchando todo, diciéndome:

—Y además parecés bien machito. Pero seguro con ese orto que tenés y esa cara de pendejito lindo, vos debés ser puto... ¿Te gusta la verga, eh Marianito?... ¿Ya te desvirgaron el culo?

Yo ya estaba casi poniéndome a llorar. Lo confieso, pero soy terriblemente miedoso. Sentía una terrible mezcla de excitación, miedo y ganas de ponerme a llorar. Ese macho me estaba humillando de pies a cabeza, y yo me sentía una basura. Me quería morir.

Y Germán la remató diciéndome: —Cuando me estés chupando la verga, te vas a arrodillar, la vas a lametear bien, las bolas y el palo, mirándome fijo mientras me chupás las bolas con esa carita de nenito lindo y puto...

Yo no podía más, no podía más. Tenia miedo de que alguien estuviera escuchando. Solo por ser un macho hermoso, un macho terriblemente macho y hermoso, ese hijo de puta me estaba humillando y basureándome mal. Me quería escapar, y es lo que empecé a hacer.

Sin ninguna violencia, pero con una fuerza y una autoridad típica de macho seguro, Germán me agarró de los hombros y me paró:

—Despacito, pará, pará...

Me quedé sin saber qué hacer. Los dos parados frente a frente, yo con mis shorcitos y él en su calzoncillo. Se tomó su tiempo. Empezó a hacer un ruido raro con la boca. Me di cuenta que estaba revolviendo un gargajo en su boca. Se mandó con un ruido impresionante un tremendo pedazo de escupida y la pasó a la mano y luego, con esa saliva fresca recién escupida, entró a masajearse las bolas. Despacio, sin ningún apuro, sin mirarme más, mirando hacia abajo, hacia sus bolas, las que entró a masajearse dentro del calzoncillo, me dijo:

—Te voy a dar un número de teléfono antes de que vayas a tu casa a pajearte, putito. Pero te aviso dos cosas nomás. Conmigo no se jode. Cuando te decidas acá tenes un macho que te garcha bien y te va a partir el culo bien cogido. Pero acordate. Conmigo no se jode. Si vas a ser puto mío, vas a tener que cumplir.

Yo no entendía nada, no podía dejar de mirarlo a Germán escupiéndose cada tanto y masajeándose con su escupida esas inmensas, peludas bolas dentro de su calzoncillo, del que empezaba a asomarse una verga impresionante, infartante. En algún momento levanta su mirada, apenas me mira y me dice:

—Si querés garcha tenés que cumplir. Y si querés poronga te la tenés que ganar.

Yo no sé si será que me traicionó el subconsciente, por ser tan puto como soy, o si lo dije porque estaba tan muerto de miedo. Lo que le respondí fue:

—Entendido, Germán.

Él se dio cuenta lo que yo había dicho. Y me avergonzó todavía más sonriéndose despectivamente por mi respuesta. Volvió al segundo con un papelito en el que había anotado su número de teléfono. Se lo puso entre los dedos y mirándome bien seductor, me acercó la mano a la cara para que yo lo agarrara.

Quise hacerlo. Pero cuando lo quise hacer, Germán hizo un chasquido con la lengua como para decirme NO. Lo miré sin entender.

—No te lo podés poner en un bolsillo, Marianito... Ese shorcito no tiene bolsillos...

Yo no entendía nada. Totalmente humillado, al palo, ya completamente enamorado de Germán, sorprendido, basureado, con ganas de irme a mi casa a llorar y a masturbarme, lo miré suplicante. Él solamente dijo:

—Quiero que lo lleves a mi número ahí... Ahí, Marianito, ahí. Bajate el shorcito y ponetelo en el culo.

Yo, humillado, enamorado de Germán, de ese hermoso macho en calzoncillos delante de mí, vencido, derrotado, totalmente al palo, llorando, desamparado en el mundo, me di vuelta, me bajé el shorcito, le ofrecí de nuevo mi orto a su atenta mirada inspeccionadora y me abrí bien los cantos. Abrí bien mi culito y bien adentro, ahí, bien profundo tocándome el ano, doblé el papelito y me lo puse. Así fue la primera vez que llevé a Germán a mi culo.

El resto se los cuento aunque ya se lo deben imaginar. Me dejé derrotar, me dejé seducir, me dejé humillar por Germán.

En un punto, qué iba a hacer... Era un macho espléndido, un macho tosco y zarpado y bestia y bien hijo de puta, encima estaba con esos calzoncillos blancos y ese lomo velludo y palpitante y ese enorme pedazo de pene para reventarme el culo... qué iba a hacer, qué iba a hacer... soy tan, pero tan puto que ya ni lamentarme puedo.

Fui a mi casa, lloré un rato, boca abajo, refregándome las bolas con el shorcito puesto, pensando en mi macho Germán y en sus calzoncillos y en su escupida y en su amenaza, o su promesa, o qué sé yo... Me masturbé salvajemente, brutalmente, me toquetée y forcejeé el culo a más no poder mientras pensaba en entregarme a Germán. Yo lo amaba. Ardía de deseos por él. Quería ofrecerme a él. Regalarme. Que él me hiciera su puto. Y qué él me bautizara como puto, llenándome el ano de su guasca hirviente y espesa, reventándome el culito con ese brutal pedazo de pene que tenía y que yo le había entrevisto por la bragueta de su calzoncillo... Quería que fuera Germán, Él, Mi Macho, quien me desvirgara. Yo quería ser su puta. Yo sentía todo mi amor de puto crepitar por él, por Germán, mi macho... Y, en particular, quería otra cosa: Quería lavarle la pija sucia de guasca y también sus calzoncillos con la lengua. Esa iba a hacer —decidí— mi manera de entregarme a él, de marcarle su territorio de macho, de declararme su puto y su pertenencia, su exclusiva propiedad.

Un día, entonces, mejor dicho, al mismísimo día siguiente, sabiendo que yo estaba ya vencido de antemano ante su figura portentosa de macho, lo llamé. Estaba temblando en todo el cuerpo cuando lo hice. Estaba en mis shorcitos, manoseándome el culo cuando lo llamé, pero aun así sentía que carecía de todo valor, estaba muerto de miedo, casi tanto como de ganas de que Germán por fin me usara y me hiciera explotar el culo, me lo dejara hecho mierda... me desvirgara por fin...

—Hola Germán... Soy yo... eh... Marianito... eh....

—¿Quién? —rugió la inconfundible voz de Germán del otro lado del teléfono.

—Mariano... eh... del equipo... eh... que ayer... eh... que ayer...

—¿Quién sos carajooo??? —bramó todavía más fuerte la voz de Germán.

—Ayer... en el vestuario... después del partido... eh... yo...

—Ahhhhhhh, ya sé, ya sé...

Me había reconocido Germán, por fin. Las palabras siguientes del bestia fueron:

—Bueno, puto... ¿te decidiste? ¿Querés garcha?

—Eh... sí...sí... sí Germán.

—Mañana a las cuatro. Avenida del Libertador 4655, 7°. piso. Vení puntual. Y bien calentito, no te pajeés antes de venir. Vení con el mismo shorcito de ayer y el culo preparado que te vamos a matar.

Y cortó.

Me dejó completamente mal, como se podrán imaginar. Humillado, angustiado, caliente, avergonzado, desprotegido, y con el culo totalmente mojado: así me dejó Germán en esa conversacion tan corta, tan cruel, tan... Tan... Tan de macho. Por Dios, cómo me calentaba ese macho. Cómo lo amé yo desde el principio a Germán.

Yo no había escuchado mal. Él había dicho "te vamos"... a mí no se me había pasado por alto. Estuve tentado de llamarlo nuevamente pero... pero no me animé. Pensé que si lo molestaba a Germán, le iba a hinchar las bolas, se iba a pudrir de mí y no me iba a querer coger. "Debo haber escuchado mal, me debe haber parecido", me dije a mí mismo, para tranquilizarme... Pero creo que en el fondo nunca me lo creí.

Lo voy a tener que confesar, entonces. Piensen de mí lo que quieran. Yo por mi parte sólo voy a decirles que lo hice por Germán, para satisfacerlo, para complacer sus necesidades de macho... Soy muy puto y él era muy macho, totalmente macho, completamente y soberanamente macho. A lo mejor un puto que sea así de puto como yo podrá entenderme...

Lo peor no es eso. Lo que más me angustia, lo que más me humilló y me defraudó siempre, no fue eso... Fue... fue otra cosa... Y, bueno, se las digo... qué voy a hacer... No fue Germán finalmente quien me desvirgó.

Paso a explicarles todo. Aunque me dé vergüenza. Pero solo así van a entender qué puto soy.

Germán y Renato eran inseparables, amigos de correrías desde siempre. Uno más bestia, brutal e hijo de puta que el otro. Pero entre ellos no competían. Al contrario. Lo que era de uno era también del otro. Lo que conseguía un macho —un puto, por ejemplo— lo tenía que usar y disfrutar también el otro. Se llevaban perfecta y totalmente bien, entre ellos se entendían porque los dos son iguales de hijos de puta: tienen los mismos morbos, los mismos gustos, las mismas preferencias. "Nosotros compartimos todo, somos como hermanos", decían siempre. A los putos también los comparten ellos dos. A Renato, aviso, nadie lo llama por el nombre. Es conocido como El Tano. Y es de temer, casi tanto como su amigo Germán.

Yo tenía 22 años cuando empecé a ser de ellos. Ahora tengo 24. La cuenta es fácil. Pero créanme que fueron dos años y pico que pasó de todo. Mi vida cambió completamente. Dejé la facultad —no así el rugby, ellos no me dejaron—, dejé mi vida de familia, mis otros amigos...

Sabían que yo me moría por Germán, que lo amaba con locura, sobre todo cuando estaba en calzoncillos... por Dios, era tan macho, tan espléndido, tan bellísimamente hermoso y macho cuando estaba en calzoncillos. Me dejaba hacer de todo. Los dos lo sabían. Así empecé a ser el puto de ellos, una propiedad compartida más.

La primera vez no fue la peor de todas. Apenas me explicaron un mínimo ese día cuando llegué, cómo era lo de ellos. Son de pocas palabras, y todas hirientes o imperativas. Tuve que aprenderlo todo solo, viéndomelas con ellos. Yo nunca me negué a nada, aviso.

Tuve que aprender a ponerme o a bajarme el shorcito tal como ellos querían, él que ellos hubieran elegido cada vez. Tuve que aprender a ponerme dos vergas en la boca al mismo tiempo sin ahogarme. Y masturbar a uno mientras succionaba el pene de otro. Acariciarle las bolas a uno si por casualidad sólo una pija me tocaba chupar esa vez... Aprendí a acostarme en el piso, boca abajo, como una perra, para que uno de ellos se sentara sobre mí y yo le chupase el culo., lavàndoles bien adentro del ano con la lengua.

Aprendì que mientras uno de ellos preparaba el meo y me terminaba meando en la cara, yo no tenìa que parar de chuparle el miembro al otro... Tuve que aprender todas las posiciones raras, enquilombadísimas, complicadas, totalmente dolorosas de ellos para que me garchasen. Permanentemente estaban pidiéndome penetrarme los dos al mismo tiempo, zamparme a la vez las dos vergas en el culo... pero... pero yo no puedo... porque... el culo me duele terriblemente y... no puedo... Entonces ellos me putean, se cabrean y más de una vez por culpa de eso se terminaron peleando para ver quién me la encajaba primero, entonces para no pelearse más entre ellos dos me terminaban echando y poniendo de patitas en la calle... sin recibir nada de uno ni del otro... pero sobre todo, ninguna garcha del único que a mí me importa, sin recibir ni una gota de guasca de mi macho, que por supuesto es y fue siempre y desde el principio, Germán.

Tuve que aprender a abrirme bien, a tratar de relajar los esfínteres como podía porque ninguno de los dos tiene un mínimo de contemplaciones y cuando te empiezan a coger, sí o sí tenés que estar preparado en el momento. Las primeras veces fueron sumamente dolorosas, nunca me dilataron, apenas me escupían en el orto, jamás me pusieron una crema o un gel o algo en el ano, entonces cuando entraban y empezaban a pujar, yo pegaba unos terribles alaridos. Me cogieron de parado, o puesto yo en cuatro, la del perrito como le dicen... generalmente Germán me culea subido yo con mis piernas a sus hombros, pero el Tano prefiere hacerme revolcar por el piso y que finalmente yo esté arrodillado, dándole el culo, y él arrodillado detrás de mí, como una bestia que bombea más y más y más... indefectiblemente, termina siempre eyaculándome adentro del ano, sin forro, hasta que la guasca me quede empapándome el ano y derramándose por los cantos, entonces viene Germán —-a quien yo todo ese tiempo estuve chupándole las bolas y la pija—, se arrodilla a él y me entra a chupar el culo, sacándome con la lengua toda la guasca del Tano...

—Abrí mejor, abrí más puto de mierda, más más, mássss carajooo, dale que te vamos a reventar. Te cogemos bien hasta dejarte preñada y si no te abrís bien te achuramos y tiramos los restos por el balcón, dale puto, apurate, ya, yaaaa, abrí....

Como de a poco, en su poco entendimiento de machos bestias famélicos de sexo y de trancarse a un puto, fueron entendiendo que yo era nuevo, que nunca había dado el culo antes, más o menos vieron que tenían que excitarme más para ver si podía abrir mejor el ano... Obvio que es Germán el más inteligente y el más observador, y el que observó que yo me pongo caliente como una putita cuando me da a oler y a chupar su calzoncillo. Les rindo mucho más así. Entonces generalmente me dan a oler y chupar el calzoncillo —el de Germán—, para estimularme un poco y poder usarme mejor y más rápido y más, más, más veces.

Así de frenéticos, insaciables, bestias que quieren todo ya y sin demoras, así son para todo. Consumen juntos droga, alcohol, putos, tiran juntos todo el montón de guita que los padres de ambos les dan y que nunca les alcanza... son totalmente obsesivos. Si no consiguen lo suyo pronto y ya, pierden la (poca) cabeza, se enojan, se sienten totalmente exasperados... Como por ejemplo cuando no consiguen que yo me trague en el ano las dos pijas de los dos amigos a la vez.

Ese fue el motivo por el que me llevaron al médico. Un día el Tano le dijo a Germán: "Dale, yo le pregunté al Bonzo el otro día, loco, y el chabón me dijo, dale boludos, llevenlón al puto a lo del Dr. Esteban, total el tipo es capo y ustedes lo llevan al puto y le dicen lo que necesitan, loco, el tipo es re gamba...".

Les explico. El único pacto que yo tengo con ellos —además de dejarme culear y usar sexualmente a su antojo y sin protestas— es que por favor no le digan a nadie a nadie A NADIE que yo soy puto. Sólo les pido discreción. El resto que me usen como a ellos se les canten las (hermosas, riquísimas) bolas. Me trago su guasca, me dejo culear en la posición que ellos quieran, cuantas veces lo manden, me dejo mear, escupir, usar y abusar. Pero que NADIE más sepa que soy puto. Desde ese punto de vista, ustedes entenderán ahora cómo me puse cuando me dijeron lo de ir al médico por eso.

No pude insistir mucho, igual... Obviamente, me dijeron que si no iba al médico y si no lograban en una semana meterme a la vez dos vergas en el culo, que me olvidara de ellos. El que me lo dijo fue Germán. Y por supuesto estaba en calzoncillos en ese momento que me lo dijo, delante mío, mostrándome su infartante poronga por la bragueta del calzoncillo, sacándola venosa, jugosa, apetitosa, llena de guasca espumeante y caliente burbujeándole por dentro... yo arrodillado delante de Él, de mi macho, de Germán, en calzoncillos. El pacto estaba claro: Si quería chuparla tenía que decir que sí. Que sí a todo. Ir a lo del médico incluido.

El día tan temido llegó. Lo que habían pactado los varones entre ellos (y yo por supuesto como su puto tenía que obedecer) era que, cuando el médico me llamara para entrar al consultorio, los dos juntos iban a entrar conmigo. Y que como ellos eran los varones y yo el puto y el Dr. Esteban un chabón de total confianza, pronto iban a encontrar la magna solución al problema que los aquejaba: que el culo del putito Mariano no estaba rindiendo lo suficiente. El Dr. les iba a decir qué darme en el culo para mejorarles el servicio de puto a ellos.

Yo fui vestido con mi jean y mi remera de siempre, total era pleno verano... igual abajo del jean me había dejado un shorcito blanco, que la noche anterior me había ordenado que me lo pusiera mi macho Germán, porque después del turno en lo del doctor me iban a querer culear.

Yo estaba muerto de miedo, internamente tratando de cobrar fuerzas para decirles a Renato y a mi macho Germàn que me abría, que no quería seguir el juego de ser el puto de ellos. Pero es que no era un juego. Y yo era adicto a la poronga y a los calzoncillos de Germán. Y no pude juntar ese coraje y así estaba yo cuando salió el médico desde adentro de su consultorio y llamó por mi nombre:

—Sí. Mariano Suárez. Adelante.

Por lo que ya les voy a decir, pronto se van a dar cuenta por qué desde que salió el médico yo ya no pude apartar la mirada. Apartarla del médico, quiero decir. Ninguna atención les presté a Germán y al Tano.

Ellos se miraron confundidos entre sí. No pensaron que me iba a llamar por mi nombre. Como el más emprendedor siempre es Germán, se acercó al médico y le dijo:

—Sí... eh... es el chico este, está con nosotros... ¿Podemos entrar y le explicamos, Doctor?

Yo no dejaba de mirarlo. A Él. Al Doctor. Al Doctor Esteban.

—No. De ninguna manera.—le respondió a Germán. Y ahí nomás estiró el brazo en dirección a mí y me dijo imperativamente:

—Así que vos sos Mariano. Pasá pibe.

—Ehhh... no... nooooo, Doctor, perdonemé pero...—interrumpió Germán.

El doctor gira la cabeza despectivamente hacia Germán, lo miró arrogante y como con asco de arriba a abajo:

—¿Cómo dice?

Obviamente yo veo cómo es el Doctor. Obviamente también lo ve Renato. Y obviamente el que mejor y más rápido lo entiende es Germán. Se da por vencido. Germán viene hacia mí y me cuchichea al oído:

—Andá puto. Portate bien. Explicale todo tal como te dijimos o te fajamos y te sacamos la garcha para siempre. ¿Entendiste puto?

Es muy difícil, muy muy difícil para mí en este momento explicarles todo lo que sentía. Yo no quería entrar. Yo estaba muerto de miedo. De miedo, de vergüenza, de terror, me sentía una basura. "Mi vida es una mierda. Soy un puto degenerado de mierda y merezco morirme. Ojalá me muera ya. Ya. Yaaa...". Yo no podía decir todo eso en ese momento. Sólo quería que me tragara la tierra. Quería irme a mi casa, echarme de bruces en la cama y llorar hasta derretirme por completo y morirme.

Se ve que el médico algo percibe en mí. Y el Dr. Esteban tampoco aguanta demoras de ningún tipo. Se ve también que algo tiene que decir, y finalmente se decide a preguntarle a Germán:

—¿Qué problema tiene este chico, me pueden explicar?

Y Germán:

—Ehhh... ehhh... que no... ejem, que no puede... Porque le cuesta... y le duele... eh....

Y ahí entonces se escuchó la voz del Tano.

—Tiene problemas en el culo, Doctor. Le duele el culo.

El doctor entonces me mira a mí y, de nuevo con su voz calma pero autoritaria, me ordena:

—Mirá, Mariano. No hay problema. Vamos a revisarte. No tengo mucho tiempo así que entrá por favor.

No sé cómo, yo estaba ya como un zombi y entré al consultorio, siguiéndolo a Él, al Dr. Esteban. No respondía nada yo a esta altura del partido, tenía terror pero a la vez no podía oponer resistencia. Temblaba. Me castañeaban los dientes. Pensaba en mi papá, en mi mamá, en mi vida que se había ido a la mismisima mierda por ser tan puto y por adorarlo a Germán, pensaba que me iban a castigar y que... y que... qué se yo... aterrorizado estaba.

Para decirlo simplemente: El médico estaba fuertísimo. Era el hombre más bello que había visto en toda mi vida. No exagero. Es así. Es un varón bellísimo. Simplemente eso. De cuerpo mediano, excelente contextura física... Sin exageraciones, tiene todos los músculos perfectamente marcados; sin exageraciones; tiene un vello que le recorre los brazos y el pecho, que yo no podía dejar de ver... así como estaba vestido, con esa ropa azul de quirófano que usan los médicos, estaba simplemente espléndido y bellísimo. Tenía una cara de facciones totalmente perfectas. Caminaba pausado, pisando firme, seguro, fuerte pero sin exagerar. Yo jamás había visto un hombre tan masculino, tan pero tan seguro de su hombría, tanto que no necesitaba resaltar absolutamente nada. Todo lo masculino que era se veía.

Esos brazos. Esas piernas. Ese cuerpo. Esa barbita sin afeitar un par de días. Esos ojos que miraban con total arrogancia y despotismo, sintiéndose el macho propietario del mundo. Sobre todo tres cosas que no podía dejar de mirarle, con ese cuerpo que debía estar totalmente desnudo, libre, bellísimo, debajo de esa ropa tan liviana, azul, que usaba el doctor: eran sus piernas, sus brazos y... su miembro, que se sacudía tranquilamente, pesadamente, libremente, dentro de esos pantalones azules finitos, totalmente livianitos...

Debía llevar abajo un calzoncillo amplio, porque el tremendo aparato genital que tenía moviéndose ahí abajo al dar sus pausados pasos varoniles, se movía con total libertad: las bolas, el tremendo pedazo de pene que no podía disimularse con esa ropa. Era el animal macho más hermoso que había visto en toda mi vida.

Eso es una cosa. Lo otro es que el doctor no tenía la más mínima calidez, era totalmente frío, impaciente, arrogante. Era un macho que por solo serlo merecía que todo el mundo se limitara a complacer sus órdenes y deseos. Apenas me miró cuando entramos al consultorio y me dijo:

—Sacate todo menos el calzoncillo. Dejá tu ropa ahí. Y después sentate acá que yo mientras tanto atiendo un llamado.

Yo estaba aterrorizado. El médico me gustaba pero me había ordenado que me desnudara frente a él. ¿Qué iba a decirle, por otra parte? ¿Qué dos machos atorrantes que me venían culeando hacía meses y meses estaban disconformes con mi culo porque no podían meterme dos vergas a la vez? El médico ni me miraba. Era obvio que no le gustaban los putitos, y que todos le íbamos a parecer unos degenerados. Seguramente nos iba a denunciar incluso a la policía, o a mis padres o... Yo ahí no me desnudaba ni loco. Yo de ahí me iba.

Sin dejar de hablar por teléfono, pone un segundo una mano sobre el tubo y me dice:

—Mariano, te dije que te desnudaras. Si querés quedate con un calzoncillo. Rápido y ya. Vamos.

Como tengo abajo el short de rugby que me había pedido Germán, pienso que así no me voy a sentir tan desnudo. Me saco todo. Todo menos el short. Y me siento delante de Esteban, como él me lo ordenó, a esperarlo. Al rato largo recién cuelga y me pregunta sin ningún miramiento:

—Bueno, a ver, dale... ¿Qué tenés en el culo? ¿Te duele, te molesta, qué pasa?

Yo lo miro fijo a la cara y decido confesarme. Lo miro. Fijo. Su cara. Sus brazos. Esa ropa. Ese tremendo, bellísimo pedazo de bulto genital que vi moverse debajo de su ropa cuando vino a atenderme. Es un hombre. Soy un puto.

Y me pongo a llorar.

Cuando me ve llorando y sin poder musitar una palabra, hace como un bufido de impaciencia y me dice sin ninguna contemplación:

—Bueno, Mariano. Qué complicado parece que estamos. A ver. Andá a esa camilla urgente que no tengo tiempo para perder con nenes malcriados.

Lo miro. No puedo parar de temblar y llorar. Creo que tengo un ataque de nervios. Necesito urgente un hombre que me venga a salvar de esta situación de mierda, me quiero morir, carajooo, me quiero morir.

No puedo ni moverme. Cuando creo que se me acerca para consolarme, me agarra fuerte del brazo y me lleva a la camilla:

—Basta, Mariano. Se terminó. A la camilla. Ya.

Y agrega:

—Y bajate ese short... ¿tenés calzoncillo abajo?

Casi por la fuerza, sin ninguna violencia pero con total seguridad de macho profesional, decide llevarme él a la camilla. Cuando me pregunta eso del short y el calzoncillo y cuando me acuerdo que me preguntó qué me pasaba en el culo... no puedo parar de llorar. Estoy totalmente avergonzado.

Como no puedo tampoco parar de temblar, él mismo me baja de un sopetón el short y me deja el culo totalmente al aire. Se da cuenta de que no tengo puesto un slip y que él tiene mi culo totalmente a su disposición. Me ordena:

—Se terminó, Mariano. Vamos a ver rápido qué mierda te pasa en el culo que ya estoy perdiendo la paciencia.

Creo que voy a empezar a gritar. Se debe dar cuenta él que algo grave me está pasando porque con una cara totalmente fría y autoritaria, me dice:

—Voy a empezar la revisación ya mismo, te guste o no te guste. Así que hagámoslo rápido. Vos lo que tenés que hacer es ponerte en cuatro, apoyándote con las palmas de la mano. —todo eso me explica, porque no sabe que soy puto, porque no sabe que mis machos me ordenan que me ponga justamente así, como una perra para quedar preñada, como dicen ellos.

Se ve que tiemblo y lloro tanto que el doctor hace otro bufido. Como no es un tipo de perder el tiempo, él mismo me agarra con sus brazos —sus brazos fuertes, descomunales, totalmente velludos y hermosísimos— y me pone en posición:

—Ahora voy a empezar a trabajar en tu culo y mejor que te calles la boca y te portés bien que a mí los nenes putos malcriados me rompen las pelotas y los mando a cagar.

Les juro. Así habló el médico. Lo único que atiné a decir, en un ataque espasmódico de llanto, apenas balbuceando, fue:

—Por favor no me desnude del todo. Por favor por favor por favorrr. Déjeme quedarme con el shortcito.

—Igual lo más que podés es bajarte el short pero el culo y las bolas te los tengo que ver.

—Está bien, doctor.

—Cerrá los ojos.

—Está bien, doctor... ¿Qué me está haciendo doctor????

—Te voy a vendar los ojos un rato y también la boca. No quiero que me rompas las bolas. Tengo que trabajar en tu culo.

Quiero seguir hablando pero ya es tarde. No lo veo más. De repente percibo que estoy atado a la camilla, con una venda en los ojos y una mordaza en la boca.

Creo percibir que el doctor se fue, pero... o apenas se movió o salió pero volvió enseguida. Y me dije a mí mismo, porque veía que iba a empezar la inspección a mi culo: "Bueno, Marianito... Por un lado mejor. Pensá que no tuviste que decirle nada. Pensá en algo lindo. ¿Qué usará el doctor? ¿Boxers? ¿Slips?..."

Yo siempre tan pajero. Al ratito nomás ratifico que el doctor esta moviéndose a mi lado. Debe estar preparando su instrumental para examinarme el culo. Estoy muerto de miedo. El doctor sigue moviéndose. Como no puedo mover los brazos y pasa tan cerca de mi lado, en un momento, en una deliciosa décima de segundo, siento que me roza con el bulto la mano. Cómo me gustaría chuparle las bolas al doctor, cómo me gustaría averiguar qué calzoncillo está usando debajo de esa ropa, bajarle el calzoncillo y empezar a mamarle las bolas y el pene. Cuando estoy empezando a pensar en eso lindo, se va todo a la mierda.

Siento en el culo las dos manazas brutas e impacientes del doctor. Me los cachetea primero, después pasa como una crema muy fría por mis cachetes, el frío es brutal, y cada tanto sigue pegándome en los cachetes. Cuando me pega en las nalgas, sin darme cuenta voy abriendo más el culo y el doctor tiene más espacio para entrar en el secreto recóndito del ano.

Pero no entra directamente en el ano. Entra a masajearme bien bruto y rápido toda la superficie de las nalgas, empapándome todo el culo de crema. En algún momento siento que tengo todo el culo embadurnado y húmedo y que el doctor no quiere entrar a mi ano. Sigue manoseándome todo el culo, lo debo tener completamente blanco, encremado. Recién al rato largo siento que pone algo adentro. No veo la forma, parece ser algo de goma, está húmeda la goma, es como un adminículo de goma que al principio está mojado pero después me lo pone adentro del culo. Y cuando lo tengo pegándoseme ya en el ano, noto que la goma al secarse empieza a inflarse de nuevo y a hincharse. Al rato tengo un buen pedazo de goma creciendo adentro de mi culo.

Se ve que esa goma debe tener algún piolín o algo, porque al rato el doctor con sus manazas brutas y peludas, de nuevo rápido y autoritario, tira del piolín o de la correa y me saca la goma. Me destapó el culo. Lo tengo abierto, el ano totalmente dilatado, estoy en cuatro, y toda la superficie del culo completamente húmeda de una crema que es fría al principio pero después una delicia.

Al rato veo que pone algo más sólido. El doctor si no se dio cuenta ya que soy puto y que me han puesto todo tipo de consoladores en el culo, ya lo va a percibir enseguida. Empieza a manipular ese coso metálico adentro de mi culo. Al rato percibo que eso —que no sé qué carajo es— empieza a subir endemoniadamente la temperatura adentro de mi ojete. En un breve lapso de tiempo siento que el coso ese se pone bien duro y caliente en el culo. Me quema adentro al principio, me siento horriblemente mal... pero como no puedo hacer nada, ni siquiera gritar, me sorprendo a los dos minutos de sentime hermosamente bien y puto y que no quiero que me lo saque al coso ese por nada del mundo. Pero el doctor me lo saca. Turro.

"Turro, macho hermoso, hijo de puta, qué hermoso sos doctorcito, cómo me gustaría que me culees, que me hagas tu hembra, tenés todo mi culo en tus manos Esteban, dale, no puedo hacer nada, estoy indefenso, haceme el culo, doctor, haceme el culito yaaa, quiero ser tu putaaa..." —todo eso me digo a mí mismo, sin poder pronunciar palabra, mientras el doctor sin decir ni una sola palabra sigue masajeándome cada tanto el culo con su crema y poniéndome y sacándome cosas del orto.

Y en algún momento, de repente, escucho la voz del doctor hablándome otra vez. Seco. Duro. Parco. Directo:

—Preparate Mariano.

¿Qué me estará queriendo decir?, me pregunto. ¿Ya se habrá dado cuenta de que soy puto? ¿Y qué me vas a hacer ahora, me vas a castigar porque el nenito es puto y le gusta la verga? Pero vos no sabés, doctorcito, lo bien que me dejo culear y sobre todo lo bien puto que soy para chuparte las bolas, para tragarme toda tu poronga...

Ahhhh, hijo de putaaaa... El doctor de una me pone tres dedos bien profundo adentro del orto. Me duele, hijo de putaaa, me duele. Pero no puedo decir palabra. Me muevo pero es al pedo, estoy totalmente maniatado. El doctor me pone sus tres garfios en el culo y entra a revolverlos por dentro, los hace correr, los hace bullir, ahhh, sí, qué lindo.. Ahhhhhhhh mi amor, doctor hermoso, machito hijo de putaaa, me hiciste doler pero me encantaaaa, cómo me gustás macho hermoso, macho zarpado hermoso hijo de puta, quiero que seas mi hombre, haceme tu hembra... síiiiiiiiiii, culeame, culeame bien con tus dedos. Qué bien me está cogiendo el culo el doctorcito con sus dedos. Al rato siento su mano, TODA su mano dentro de mi culo. No exagero. El doctor me metió toda su manopla en el culo. Y me encantó. Lo amo. Es mi macho. Es mi hombre.

Noto que tiene puestos guantes de látex. Me está cogiendo hermosamente, fabulosamente con sus dedos enguantados, y no puedo disimular más, el doctor está viendo que me está haciendo gozar, sí, doctor, haceme tu puta, cogeme, culeame, garchame, usame todo el culo, reventame el orto con esas manos hermosas y grandotas y peludas, haceme tu puta, cómo me hacés gozar machito, nunca un macho me hizo gozar así, nunca fui tan puto como con vos, machito hermoso doctor hijo de putaaa ahhh...

Se fue. Mierda. Al rato salgo de mi éxtasis y noto que estoy solo en el consultorio. El doctor se fue. No entiendo nada.

Ya sé. Se dio cuenta de que soy puto y fue a llamar a la policía.

Pero no. Es peor que eso. Es mil veces peor que eso. Un millón de veces peor. O mejor. No sé. Soy un puto tan pervertido...

Entra con Germán y con el Tano, me doy cuenta por las voces. Entro a sacudir la cabeza, desesperado. El doctor va a empezar a preguntar y ellos le van a decir. Pero no. Tampoco es eso.

No entiendo nada. El proceso empieza todo de nuevo, salvo que ahora escucho las voces. Las voces de los tres. Las risas de los tres. Haciendo comentarios sobre mí y sobre mi culo, en exhibición para ellos tres. Empieza todo de nuevo: la crema, el masaje en el culo, la goma, el cosito metálico que va calentándose... finalmente los dedos. Los dedos intrusos, fuertes, ultrajantes del Dr. Pero qué placer los dedos enfundados en látex de mi macho el doctor. Pero yo ya no disfruto. Porque los escucho. Sobre todo a él. Al Doctor. Se dicen entre ellos por ejemplo:

—Típico culo de puto. Éste es más puta que una hembra.

—Mirá cómo se calienta el trolo chupapijas.

—Qué bien lo mueve al culito el nenito, mirá qué puto que es...

—Mirá, mirá cómo se pone loquito... parece que el putito se cree que es una verga, jejee....

—Este culo es adicto. Tiene un culo hermoso. Pero este culito está muy necesitado, parece. No hay poronga, no hay verga que le alcance....

—Y no sabe lo bien que la chupa, doctor.

—Y cómo se deja culear.

—Grita como una yegua.

—Tiene una forma perfecta, miren la estructura de las nalgas, observen qué delicado el hoyo del ano... y qué profundidad en el orto.. a este puto le entra hasta una verga de 30 cm.

—Se las banca todas. Una, dos, tres veces. Se lo puede culear una y mil veces, doctor... no hay guasca que le alcance. Siempre quiere más.

No, no estoy loco. Ni es una pesadilla. Todo lo que les cuento es cierto y pasó ayer. Ayer en el consultorio del Dr. Esteban.

Lloro silenciosamente, totalmente humillado, vencido, ultrajado.

Al rato nomás me sacan todo del culo y me dejan en paz, incluso me desatan y me puedo levantar solo de la camilla. Me levanto el short y lo hago. Igual ya ganaron ellos. Estoy muerto ya, soy una mierda, soy una basura... Se cagaron de risa de mí entre los tres. Ya me demostraron bien clarito lo puto que soy. Que soy un puto enfermo. Y que tengo un culo espectacular pero que soy un degeneradito.

Cuando me levanto el short, los tres me miran y se miran entre sí, cómplices.

Machazo, soberbio, autoritario, bellísimo, dueño del mundo, el Dr. nos manda a sentarnos los tres enfrente de él. Y es mi machito el Dr. el que tiene que decir el diagnóstico. A medida que vaya hablando, Germán y el Tano se van a sentir totalmente ultrajados y vencidos. Yo de a poco voy a ir aliviándome.

Ellos van a quedar totalmente avergonzados. Yo no.

—Este puto está mal cogido. Tiene un culo fenomenal. Honestamente, en toda mi trayectoria profesional es el mejor culo de puto que he tocado. Totalmente desaprovechado, ensuciado, desperdiciado por dos atorrantes que no sirven ni para hacerse una puñeta. Con razón Marianito se calienta chupando y oliendo el calzoncillo de su macho. Porque una verga que se lo culee bien el pobre no la tiene. Ustedes no saben tratar a un puto. Ustedes son dos pelotudos. No sirven para una mierda. Tienen en Marianito lo mejor que le puede dar la vida a un macho y ni lo saben aprovechar.

Entonces el Dr. Esteban me manda parar, ponerme parado al lado de la camilla. Me manda bajarme el short y les enseña a Germán y al Tano cómo se usa el culo de un puto. Los humilla. Les muestra la maravilla de mi culito puto y cómo es que son ellos quienes no lo saben usar. Usa sus dedos, la goma, la crema, para hacer todo con sus manos, como si estuviera penetrándome, dando una clase magistral para enseñarle a un macho cómo cogerse a un puto.

Me parece que Germán no entiende. El Tano mira al piso, con la cabeza gacha, totalmente defraudado y siente tanta vergüenza que ni atención presta. Pero pareciera que Germán sí quiere entender aunque al pobre tarado la cabeza no le alcanza.

El doctor se da cuenta de la situación por la que pasa Germán. Y le dice:

—Mirá, Germán... Vení. Ponete en el lugar de Mariano y bajate el calzoncillo. Y vos Mariano, putito lindo, mi amor, perdoname pero... Andá a sentarte con el Tano y mirá todo. Observá atentamente, Marianito, seguramente Germán no va a entender todo y mañana le vas a tener que explicar vos.

Germán se siente muy mal pero parece que, lacerado en su autoestima, quiere progresar en su carrera de macho y se deja hacer. El doctor le baja el calzoncillo, empieza el mismo proceso. El doctor se calza los guantes. Germán espera con el culo al aire, el calzoncillo bajado.

Primero la crema. El masaje. Luego la goma. Luego el cosito metálico. Mucho masaje en los cantos y finalmente le mete los tres, cuatro, cinco dedos bien adentro en el ano.

Germán refunfuña. Dice que basta. El doctor no le hace caso. Sigue Germán con el calzoncillo bajado, el culo al aire, con el culo en las manos del Doctor. Aunque Germán refunfuña, el doctor prosigue con su tarea de macho. Como Germán hincha mucho las bolas del doctor, el doctor Esteban lo ata a la camilla. Le pone la mordaza. Le venda los ojos. Se baja los pantalones, el doctor. Se saca todo. Menos el calzoncillo. Está hermoso el doctor en calzoncillos. Son calzoncillos blancos, pero mejores que los de Germán. Como sedosos, lisos, más varoniles, no tan ordinarios.

El doctor escupe. Se escupe en la mano. Le ensaliva con la mano el culo a Germán. Con su propia escupida el doctor se enjuaga y acaricia las bolas. El tremendo pedazo de aparato genital que tiene.

Aunque yo me muerda de deseo, no hago nada. Solo mirar. Es lo que mi macho me pidió. El doctor. Mi macho.

Se lo coge el doctor a Germán, lo va a culear, lo va a hacer puto, le va a partir el culo, lo agarra, lo revienta. Lo pone en mil posiciones. Poco a poco, paso a paso, Germán pierde toda virilidad, es despojado de toda hombría, pasa poco a poco a gemir, a gustar de la poronga caliente y lacerante y durísima de mi macho. Mi macho el doctor. El doctor que le taladra el culo a Germán y lo bombea más y más adentro, cada vez más y más duro, el doctor empuñando una tremenda arma poderosa en su pene, con el calzoncillo bajado.

Cuando todo termina el doctor le escupe toda su espesa, suculenta, hirviente guasca en el culo a Germán. El doctor se va a lavar las manos y el antebrazo. No mira a nadie, sólo a mí. Esteban me hace un adusto gesto masculino pero muy serio y autoritario. El doctor Esteban y yo somos cómplices ya. Entre nosotros nos entendemos. Entiendo su cara. Él entiende mi culo. Lo conoce profundamente, palmo a palmo.

Germán se levanta el calzoncillo, tapa poco a poco con su calzoncillo su culo lleno de guasca, su culo violado, su culo hecho puto.

Le pago al doctor. Le digo que encantado. Germán está cagado de vergüenza y de miedo. El Tano ni lo mira. El desprecio del Tano por Germán es tan pesado que se siente en todo el ambiente.

Pronto saldremos a la calle, nos habremos ido del consultorio del Dr. Esteban. Y Renato seguirá su camino de macho ineficiente, como pueda... o tal vez se haga puto. Lo que es cierto es que ya habrá perdido para siempre a su hermano del alma, a su hermanito macho atorrante como él. Germán seguirá por su parte su carrera de macho culeado. O de hombre que se hace pasar por macho pero que no sirve para culear bien. Ni tiene huevos tampoco para declararse puto.

En cuanto a mí, estoy seguro de haber percibido un gesto cómplice, masculino, autoritario, pero comprensivo, en el Doctor. Y por fin lo vi culeando. Y antes lo vi como realmente es, macho espléndido en calzoncillos. Y el doctor antes ya conoció bien mi culo, lo examinó, lo palpeó, lo saboreó, le dio su aprobado de macho entendedor. Qué bien me cogió el doctor con su mano. Cuánto entiende de culos el doctor, qué buen conocedor de ortos.

Y nunca un macho antes me culeó tan bien como me culeó el Doctor, con toda su mano en mi culo, avanzando rápida, voraz, sabiendo complacer a un puto, nunca estuve tan bien cogida como ahora, que soy su puto, que mañana voy a volver a su consultorio para someterme a otra revisación anal de Mi Macho.

Marianito

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