Mariana y Carmen (7)
Una amiga de Mariana, Virtudes, entra en acción para ayudar en la "educación" de Carmen.
En cuanto Carmen llegó a casa de la Señora, el lunes por la mañana, supo que algo no iba bien.
Mariana no la esperaba acostada, como otros días, sino sentada en el salón, vestida con un elegante vestido de gasa naranja claro, con un pequeño escote y manga muy corta abombada. Un ancho cinturón blanco lo ceñía a la cintura. Las medias eran transparentes y en los pies, por supuesto, llevaba unas zapatillas que Carmen no conocía: abiertas por detrás, con una ligera cuña de goma y suela negra, eran de paño entre amarillas y doradas, con dos pequeñas borlas de adorno en la parte delantera.
Con ella estaba otra mujer de su misma edad, vestida con un traje falda azul sobre una blusa de seda azul más clara y brillante, y unos zapatos de tacón mediano beige.
-¡Carmen! -la llamó la Señora.
-Sí, Señora.
Carmen se quedó de pie en la puerta del salón. Desde allí vio que su uniforme de rayitas rosas, uno de los viejos, estaba encima de una silla.
-¿Te pago mal, Carmen?
-No, Señora.
-¿Te obligamos a hacer cosas que no puedes?
-No, Señora.
-¿Y te estoy enseñando a hacer mejor tu trabajo?
-Sí, Señora.
-Entonces, ¿por qué me dice mi amiga que ayer por la mañana llamaste a su casa para ver si podías ir a servir allí?
-Yo... Señora... estaba equivocada.
-Ya, claro que estabas equivocada, muy equivocada. ¿Para eso me tomo tantas molestias para educarte?
-Perdone usted, Señora, lo siento mucho... no volverá a suceder.
-¿Qué te perdone? Debería echarte ahora mismo, y dejarte en la calle, con tu hijo, a ver qué hacías. ¿Crees que vas a encontrar otro trabajo? No, estúpida, no. Debería echarte y llamar a los servicios sociales para que te quitaran el niño, porque sólo ibas a encontrar un trabajo de puta. Eso debería hacer. Debería mandarte a la calle ahora mismo para que vengas mañana mendigando unos azotes.
-No, Señora, por favor, no volverá a suceder.
-¿Te crees que no tengo amistades que me harían cualquier favor? Amistades que en cuanto les diga que te has llevado algo de aquí, te detendrían y se llevarían a tu niño.
Carmen cayó de rodillas, llorando:
-Por favor, Señora, de verdad, le juro que no volverá a suceder. Yo serviré aquí hasta que usted quiera, y haré todo lo que me mande. Siempre. Por favor, Señora, no me quite a Gabriel.
-Sí, claro, ahora llora y suplica, pero ayer estabas buscando la manera de traicionarme y de dejarme tirada, sin servicio así, de repente, sin avisar siquiera, hay que ser muy rastreara para pensar eso, y mucho más para hacerlo.
-Yo... lo lamento, Señora, de verdad. No lo volveré a hacer, trabajaré más horas, cumpliré los castigos que usted deseé, pero por favor... no me quite al niño. ¡Deme usted los azotes que quiera, Señora!
Carmen, arrodillada como estaba, se dio la vuelta y se inclinó, subiéndose la falda y la combinación, en un intento patético de salvar su desesperada situación.
-¡Qué haces, guarra! Ponte ahora mismo de pie -la criada la obedeció al instante, sin dejar de llorar- y empieza por decir la verdad, porque como me mientas no sé ni qué haré. ¿A cuántas casas has llamado?
-No recuerdo bien, Señora... a tres o cuatro, ayer, y otras dos o tres el sábado.
-¿Tres, cuatro, dos, tres? ¿Es que la gente de tu clase ni siquiera sabe decir lo que hace?
-A cuatro ayer, Señora, y a tres el sábado.
-¿Y dime, estúpida? ¿Por qué no aceptaste esos trabajos?
-Solo seguían teniendo el trabajo en dos, Señora.
-¿Y qué les pasaba para "rebajarte" a seguir en esta casa?
-Pagaban menos que aquí.
-Pues fíjate que a lo mejor ya pagan más que aquí, porque acabo de rebajarte el sueldo, ya veremos cuánto, ¿no te parecerá mal, verdad?
-No, Señora. Rebájeme el sueldo, pero no me quite al niño.
-Sí, eso haremos. Incluso puede que te tengas que quedar interna una temporada. Ya veremos entonces si te traes al niño aquí a que te ayude, o lo llevamos interno a un colegio esa temporada.
-Señora, no me quite al niño.
-¡Cállate! Eso no es quitarte al niño. Y si no tengo motivos de queja, te lo traerás aquí los días que estés interna.
-Muchas gracias, Señora, muchas gracias.
-Ya, ahora muchas gracias. Desnúdate, que te vas a cambiar aquí.
Carmen empezó a quitarse la chaqueta y la blusa que llevaba sorbiéndose los mocos y las lágrimas. Y todo empeoró cuando vio levantarse a su Señora y quitarse una zapatilla de un ligera patadita hacia adelante. Luego hizo lo mismo con la otra, quedándose descalza, con las medias de nylon transparentes.
Carmen se bajó la falda y después se quitó la combinación, mientras la amiga de la Señora se levantaba también.
-Estas zapatillas son magníficas, ya verás -le decía Mariana a la otra- Tienen una suela fuerte y dura, pero muy flexible, y la suela es como si fuera una lija de goma. Las tengo siempre guardadas para momentos especiales. Desde el primer azote, y aunque no sea muy fuerte, la carne que lo recibe se vuelve carmesí. Ahora verás. Y tienen un agarre perfecto, además se puede pegar con la cuña, claro, pero aunque es más fuerte, tiene menos flexibilidad y el dolor de otro tipo como más interno, es sólo el golpe. Tenía una criada que me lo fue explicando todo detenidamente, la Marisa, ¿te acuerdas? Otra desagradecida, creo que ahora está en un convento de esos que son como cárceles.
-La verdad es que tienen muy buena pinta estas zapatillas. ¡Cómo se ve lo que te esfuerzas para encontrar lo mejor!
-A ver, hija, la que algo quiere...
Carmen se quitó las bragas y el sujetador. Ya había aprendido que cuando la Señora decía "desnúdate", era para desnudarse de verdad. Miró hacia la silla donde estaba el uniforme, sin atreverse a dar los pasos para llegar hasta allí.
-Y encima de desagradecida, asustaste a mi amiga Virtudes, que cuando le dijiste que la última casa donde habías servido era ésta, pensó que podía haber pasado algo que me hiciera echarte, y me tuvo que llamar inmediatamente. ¿Quieres empezar tú, Virtudes, o lo hago yo?
Mariana le pasó una de las zapatillas a su amiga.
-Empieza tú, Mariana, que yo no estoy acostumbrada a corregir así al servicio, y prefiero ver cómo se hace.
-Muy bien. Tú, estúpida, ven acá y quítame el vestido, que no quiero que se arrugue.
Carmen, desnuda, se acercó a la Señora, que movía la zapatilla en su mano. Le quitó el cinturón y desabrochó una cremallera que había en el lado izquierdo. Se inclinó para sujetar la tela desde abajo y fue subiéndola hasta sacar el vestido por la cabeza. La Señora se quedó en combinación y se sentó en una silla, dándose palmaditas con la mano izquierda en los muslos, indicando así a Carmen cuál era su sitio. Cuando esta estuvo cerca, la Señora la agarró del brazo y la tumbó boca abajo sobre su regazo, se la acomodó a su gusto, la sirvienta quedó con las manos apoyadas en el suelo, sl culo bien expuesto para su Señora, que además con su pierna derecha atrapó las piernas de Carmen para que no pataleara durante la paliza.
-Pues es muy fácil, verás -le decía a Virtudes mientras frotaba la suela de la zapatilla contra el culo de Carmen, y en el momento siguiente, levantó todo lo que pudo el brazo armado con la zapatilla y lo bajó con todas sus fuerzas contra el culo de la criada.
PPPLLLAAASSSSS. Carmen se estremeció y se quedó con la boca abierta, paralizada por el dolor que recorrió todo su cuerpo, incapaz incluso de gritar, y sin salir siquiera del pasmo, un nuevo golpe en el mismo sitio, tan brutal como el anterior, y otro, y otro. Carmen creyó desmayarse. Todavía tenía el culo dolorido del sábado y aquello era mucho más de lo que creía que podría soportar. Aquella zapatilla era realmente dolorosísima como había dicho su Señora. Ya había recibido muchos golpes cuando por fin reaccionó y pudo mezclar un ahogado grito con el llanto.
La Señora paró y le dijo:
-Puede que estas zapatillas te resulten especialmente dolorosas, pero podemos hacer algo. Anda -y al decir esto, empujó a Carmen para que se pusiera de pie-, ve a por las bragas que has dejado allí con tu ropa.
Carmen se tambaleó un poco y fue a por las bragas, volviendo con ellas en la mano.
-¿A qué esperas?
Carmen miró a la Señora, sin estar segura de qué hacer. Entonces fue a inclinarse para ponerse las bragas, pero la otra la interrumpió.
-¡Pero qué estúpida eres y cuánto te tengo que enseñar! Las bragas son para la boca, vamos, metételas enteras, que no queremos oírte.
La criada, sin dejar de llorar en ningún momento, se introdujo sus bragas en la boca, y sin que la Señora le dijera nada, volvió a tenderse sobre ella.
La otra la inmovilizó de nuevo y descargó sin pausa alguna otro montón de azotes en la otra nalga, en cada uno de ellos el cuerpo de Carmen parecía rebotar, mínimamente por la inmovilización, y se le escapaban algunos gemidos que acrecentaban la ira de Mariana, cuando los zapatillazos empezaron a aflojar por el cansancio, su amiga la paró con un gesto.
-Pareces cansada, Mariana, deja que siga yo.
-Gracias, Virtudes. Pega con fuerza, que esta puta nos lo va a agradecer, ya verás.
¡Levántate, estúpida, y ayuda a la Señora a quitarse la chaqueta!
Carmen, con el culo ardiendo, agradecía cualquier pausa. Se incorporó y le quitó la chaqueta a Virtudes.
-Levántame las mangas, para poder pegarte más cómoda.
Frente a ella, Carmen, con las bragas en la boca, le desbrochó el puño de la mano derecha, que sostenía la zapatilla, y le fue doblando la blusa hasta el codo. Después hizo lo mismo con la izquierda. Mariana sonreía inmensamente satisfecha desde la silla desde la que observaba el espectáculo. Virtudes había acercado una silla a Carmen, y le hizo inclinarse sobre el respaldo, hasta dejar los codos en el asiento. Carmen tenía que permanecer de puntillas y Virtudes le juntó las piernas.
Mariana disfrutaba porque sabía que eso sólo era el principio de la sumisión de Carmen a todos sus deseos. De Carmen y de su hijo. Ya había visto que la tenía en sus manos, que podía chantajearla con el chico y que gracias a él, tendría a la madre hasta que ella quisiera. Incluso se atrevía a soñar con un castigo que se le había ocurrido esa misma mañana: encerrarla unas semanas en el convento de su hermana, mientras ella se quedaba con el niño, para que se la devolvieran completamente entregada, y no sólo entregada, sino agradecida por volver a ver a su hijo.
Unos gemidos la devolvieron a la realidad, y entonces se dio cuenta de que Virtudes hacía ya un rato que azotaba con todas sus fuerzas a la criada, que parecía desmayada sobre el respaldo de la silla. ZAAASSS, ZAASSSS, ZASSSSS, ZASSSSS, ZASSSSS, la zapatilla caía una y otra vez desde toda la altura que el brazo de Virtudes permitía, estrellándose con sonoros golpes contra el culo y muslos de Carmen.
Mariana se levantó, y pensó ponerse al lado de Virtudes, y con la otra zapatilla acompañarla en la paliza, rivalizando ambas por ver quién conseguía los golpes más sonoros, pero le pareció excesivo, y lo que hizo fue disfrutar como espectadora de la azotaina.
Carmen hacía rato que quería dejar de sentir, pero cada azote parecía peor que el anterior. Ya no sabía si le culo le dolía o le quemaba, o si ya lo tenía roto... el dolor era indescriptible, y una y otra vez tenía que pensar que estaba allí por su hijo, porque aquella harpía podía quitárselo y eso no iba a permitirlo por unos azotes más o menos.
Y cuando ya le parecía que nada podía doler más, otra tanda de zapatillazos le demostraban lo equivocada que estaba.
Por fin la tunda cesó, y ambas fueron a sentarse al sofá.
-Carmen, bonita, ponte el uniforme, que hay que trabajar. Ah, y no te pongas las bragas, que estarán mojadas y a lo mejor te molesta el roce. Te he dejado una combinación muy suave, para que veas que no queremos ser crueles, solo justas.