Mariana y Carmen (4)

La tensión y el morbo crecen y crecen entre Señora y criada.

Aquel día, cuando Mariana dejó a Carmen fregando de rodillas la cocina, se retrasó mucho en volver, para que a la criada le diera tiempo de sobra y ella, aunque tenía muchas ganas, no tuviera que castigarla. Le parecía que de momento era suficiente, porque su mayor interés era conservarla.

Por esa misma razón, los días siguientes, Mariana no avanzó en su educación. Tampoco quería ir para atrás, y siguió obligándola a calzarla y descalzarla, y a vestir a su señora por las mañanas, y cada vez más a menudo, le ordenaba fregar de rodillas cualquier habitación de la casa.

Carmen, por su parte, se había ido tranquilizando. El día de los azotes estaba decidida a buscar otra casa donde servir, pero no se habían repetido los azotes, y aunque alguna vez al poner la negligee a su señora la había rozado sin querer, ésta no había reaccionado igual que aquel día, sino que parecía no darse cuenta o no darle importancia. Se fue acostumbrando a fregar de rodillas, y su señora parecía contenta. Incluso un día Mariana volvió a mencionar lo de subirle el sueldo. Con todo eso, los azotes no sólo fueron quedando en el olvido, sino que además, fueron perdiendo importancia.

Hasta el día en que Mariana la llamó a voces desde el cuarto de baño. Cuando Carmen llegó, la señora, en silencio, mantenía algo entre los dedos que no podía ver. Se acercó más y comprobó que era un pelo, largo y moreno.

-Esto es intolerable, Carmen. No sólo has limpiado mal el baño, sino que has dejado uno de tus pelos. ¡Qué vergüenza si el señor lo encontrara!

-Perdone, Señora, no volverá a suceder.

-Por supuesto que no volverá a suceder. Para empezar, te iba a pagar más este mes, pero tendremos que esperar al que viene.

-Sí, Señora, como desee.

Había llegado otro momento. Mariana lo sabía y lo disfrutaba con antelación. Sostenía el pelo entre los dedos y miraba a Carmen saboreando lo que iba a pasar. Con toda la suavidad de que fue capaz, le preguntó:

-Y dime tú misma, ¿cuántos azotes crees que te mereces por tu descuido?

Carmen, que hasta ese momento había mantenido la vista baja, la levantó para mirar a su Señora, porque no sabía qué decir, en realidad, ella creía que no merecía tanto castigo, pero eso no podía decirlo. Y si la otra vez fueron seis... puede que ahora también. Probó suerte.

-¿Seis azotes, Señora?

-O sea, que crees que seis azotes. Eres muy blandita. Seguro que con tu hijo eres igual de blandita y tendrás problemas, ya verás. En fin, vete al cuarto donde te cambias, te subes la falda, y te bajas los pantis y las bragas hasta las rodillas, y te inclinas sobre la cama, bien separada de ella,  apoyando las manos  en el borde, que ahora iré yo.

Carmen se dio la vuelta e hizo lo que le habían ordenado. En aquel cuarto, tragándose las lágrimas de humillación, se subió la falda del uniforme hasta sujetarla con el cinto del delantal. Se bajó los pantis y las bragas hasta las rodillas y se inclinó sobre la cama, con todo las manos apoyadas en ella, esperando. En esa posición oía a la señora ir de un lado para otro en la casa, se asomó al cuarto y volvió a salir para ir al salón, donde se quedó largo rato, mientras ella seguía con el culo al aire, esperando su castigo. Ese día le iba a doler más, porque tenía también bajadas las bragas, y también estaba segura de que iban a ser más de seis azotes. Se vio a sí misma allí humillada y se preguntó por qué no se iba en aquel momento, pero el tiempo que había estado buscando ese trabajo, la desesperación de ir viendo cómo se acababan los ahorros, la obligaban a permanecer allí. Pero, pensaba, iré buscando otra casa donde servir, aunque mientras la encuentre tenga que seguir aquí.

Mariana había paseado por el pasillo nerviosa. Se había excitado tremendamente con lo que estaba pasando, y disfrutaba con la idea de  mantener a su criada en aquella posición, esperando con el culo desnudo a ser castigada, sin saber siquiera cuántos azotes iba a recibir. Se acercó a mirarla y una oleada de placer la invadió. Se fue al salón y se sentó en el sofá, con las piernas abiertas, acariciándose mientras disfrutaba de aquellos momentos. Más adelante lo haría delante de ella, e incluso obligaría a Carmen a acariciarla justo antes del castigo, pero ahora quería seguir manteniendo cierta calma. Cuando estuvo satisfecha, se levantó y caminó despacio hacia el cuarto donde Carmen esperaba, le gustaba oir el ruido que hacían sus propias zapatillas al andar con ellas, últimamente llevaba en casa zapatillas abiertas por detrás, tipo chinela, y el ruido que hacía al rebotar la zapatilla con la planta de su pie la enervaba especialmente, cada vez se encontraba más segura de darle una muy buena paliza a aquel bombón que la esperaba sumisamente con el culo al aire para recibir su castigo.

Carmen pensaba que la señora se habría olvidado ya del castigo, o que estaría menos enfadada, cuando la oyó acercarse. Según estaba apoyada en la cama, podía ver sus bragas y sus pantis en las rodillas, y sus pies y el suelo alrededor. Allí vio aparecer los pies de la Señora, y vio cómo se descalzaba el pie derecho empujando ligeramente la zapatilla hacia adelante. Llevaba unas zapatillas rojas, de suela fuerte y flexible, como todas las que tenía. Y vio la mano de la señora que alcanzaba la zapatilla y la cogía. Después sintió una extraña caricia en el culo con la rugosa superficie de goma del piso de la zapatilla. En una nalga y en otra nalga, la señora hacía girar la zapatilla sobre el culo de la criada.

-Seis azotes, no, Carmen. Eso es muy poco. Serán doce...pero en cada nalga.

Carmen al principio sintió un cierto alivio, porque no iban a ser tantos., pero al oir en cada nalga, se volvió a estremecer.

-Empecemos cuanto antes PLASSS, PLASSSS, los dos primeros sorprendieron a Carmen, que dio un pequeño grito que encantó a Mariana. Esta, sin embargo, seguía con su plan de no asustarla, y no quiso darlos muy fuerte, aunque sabía lo diferentes que serían a los del primer día, porque ahora no había tela alguna entre la suela y la piel.

PLASS, PLASSSS, PLASSS, PLASSSSS. Estos cuatro le dolieron especialmente, caían sobre el mismo sitio, y la piel escocía, y casi quemaba.

Cada uno de los azotes iba seguido de un gemido de la criada, y de un estremecimiento. Antes de dar los dos últimos, volvió a frotar la suela contra el culo ligeramente enrojecido de Carmen, y luego PLASSSSS, PLASSSSS, los dos últimos, un poco más fuertes.

Carmen había cerrado los ojos, y ahora, tras contar los azotes, los volvió a abrir, esperando ver como la zapatilla volvía al suelo. Pero en vez de eso, Mariana siguió frotándola contra el culo dolorido, lo que hizo que Carmen se pusiera más nerviosa, en tensión, porque no sabía lo que iba a llegar.

Mariana fue metiendo la puntera de la zapatilla entre las piernas de la criada, con un suave y rítmico movimiento que sorprendió a Carmen, porque de repente el dolor se transformaba en un extraño placer, en realidad el placer además de extraño fue brutal, fue como un calambrazo que de durar un par de segundos más hubiera provocado el orgasmo de la pobre sirvienta que se estremeció ante el latigazo que le provocó el preorgasmo y que la dejó a punto de gritar a su Señora que siguiera con aquella dulce tortura, mientras la señora le decía:

-Eres una buena criada, Carmen, y no quiero que estos detalles tengan más importancia de la que tienen. Has hecho algo mal, has recibido tu castigo y ya está, tan amigas otra vez. Esto se pasará y de sobra sabes, bonita, que en ninguna parte vas a estar mejor que aquí, ni nadie te va a pagar tanto -dejó caer la zapatilla al suelo, con lo que Carmen respiró tranquila por un lado y suspiró frustrada por otro,  hasta que sintió las dos manos de la señora sobre sus nalgas, lo que la puso de nuevo en tensión, pero peor fue lo que le oyó decir, como si hubiera adivinado sus pensamientos de antes-. Además, no creo que nadie quisiera cogerte en cuanto yo corriera la voz de que te había echado por ser una descuidada, o incluso por llevarte cosas que no son tuyas.

Pero no creas que a mí me gusta verte el culo rojo, lo hago por tu bien, para corregir esos pequeños detalles que no cuidas, pero ya ves, un pequeño masaje y todo pasa.

Mientras hablaba, Mariana movía sus manos sobando el culo de la criada, y hacía verdaderos esfuerzos por no ir más allá. Siguió sobándolo mientras le bajaba con delicadeza el uniforme, y luego bajaba las manos a los muslos, pero se obligó a apartarse y se sentó en la cama, no se había percatado del estado de excitación de su sirvienta , y no quería dar un paso en falso, por eso una vez sentada en la cama y con media sonrisa le dijo:

-Anda, ponme la zapatilla.

Carmen, sin siquiera subirse las bragas, se arrodilló delante de la señora y le puso como siempre la zapatilla.

-Y arréglate un poco, colócate las bragas y los pantis y vuelve a repasar cuidadosamente el baño, no sea que quede algún otro pelo.

Y cuando Carmen, ya con toda la ropa en su sitio salía de la habitación, Mariana le soltó su última sorpresa:

-Ah, Carmen, y mañana tienes que venir.

-Pero mañana es sábado, Señora, y el niño...

-¡Como te atreves a contradecirme! ¿Es que no te he enseñado nada todavía? Mañana te traes al niño, y lo dejaremos en el salón mientras tú haces tu trabajo y además tendremos que hablar de tu impertinencia de ahora. ¡Vete a trabajar!

Aquel día, cuando Mariana dejó a Carmen fregando de rodillas la cocina, se retrasó mucho en volver, para que a la criada le diera tiempo de sobra y ella, aunque tenía muchas ganas, no tuviera que castigarla. Le parecía que de momento era suficiente, porque su mayor interés era conservarla.

Por esa misma razón, los días siguientes, Mariana no avanzó en su educación. Tampoco quería ir para atrás, y siguió obligándola a calzarla y descalzarla, y a vestir a su señora por las mañanas, y cada vez más a menudo, le ordenaba fregar de rodillas cualquier habitación de la casa.

Carmen, por su parte, se había ido tranquilizando. El día de los azotes estaba decidida a buscar otra casa donde servir, pero no se habían repetido los azotes, y aunque alguna vez al poner la negligee a su señora la había rozado sin querer, ésta no había reaccionado igual que aquel día, sino que parecía no darse cuenta o no darle importancia. Se fue acostumbrando a fregar de rodillas, y su señora parecía contenta. Incluso un día Mariana volvió a mencionar lo de subirle el sueldo. Con todo eso, los azotes no sólo fueron quedando en el olvido, sino que además, fueron perdiendo importancia.

Hasta el día en que Mariana la llamó a voces desde el cuarto de baño. Cuando Carmen llegó, la señora, en silencio, mantenía algo entre los dedos que no podía ver. Se acercó más y comprobó que era un pelo, largo y moreno.

-Esto es intolerable, Carmen. No sólo has limpiado mal el baño, sino que has dejado uno de tus pelos. ¡Qué vergüenza si el señor lo encontrara!

-Perdone, Señora, no volverá a suceder.

-Por supuesto que no volverá a suceder. Para empezar, te iba a pagar más este mes, pero tendremos que esperar al que viene.

-Sí, Señora, como desee.

Había llegado otro momento. Mariana lo sabía y lo disfrutaba con antelación. Sostenía el pelo entre los dedos y miraba a Carmen saboreando lo que iba a pasar. Con toda la suavidad de que fue capaz, le preguntó:

-Y dime tú misma, ¿cuántos azotes crees que te mereces por tu descuido?

Carmen, que hasta ese momento había mantenido la vista baja, la levantó para mirar a su Señora, porque no sabía qué decir, en realidad, ella creía que no merecía tanto castigo, pero eso no podía decirlo. Y si la otra vez fueron seis... puede que ahora también. Probó suerte.

-¿Seis azotes, Señora?

-O sea, que crees que seis azotes. Eres muy blandita. Seguro que con tu hijo eres igual de blandita y tendrás problemas, ya verás. En fin, vete al cuarto donde te cambias, te subes la falda, y te bajas los pantis y las bragas hasta las rodillas, y te inclinas sobre la cama, bien separada de ella,  apoyando las manos  en el borde, que ahora iré yo.

Carmen se dio la vuelta e hizo lo que le habían ordenado. En aquel cuarto, tragándose las lágrimas de humillación, se subió la falda del uniforme hasta sujetarla con el cinto del delantal. Se bajó los pantis y las bragas hasta las rodillas y se inclinó sobre la cama, con todo las manos apoyadas en ella, esperando. En esa posición oía a la señora ir de un lado para otro en la casa, se asomó al cuarto y volvió a salir para ir al salón, donde se quedó largo rato, mientras ella seguía con el culo al aire, esperando su castigo. Ese día le iba a doler más, porque tenía también bajadas las bragas, y también estaba segura de que iban a ser más de seis azotes. Se vio a sí misma allí humillada y se preguntó por qué no se iba en aquel momento, pero el tiempo que había estado buscando ese trabajo, la desesperación de ir viendo cómo se acababan los ahorros, la obligaban a permanecer allí. Pero, pensaba, iré buscando otra casa donde servir, aunque mientras la encuentre tenga que seguir aquí.

Mariana había paseado por el pasillo nerviosa. Se había excitado tremendamente con lo que estaba pasando, y disfrutaba con la idea de  mantener a su criada en aquella posición, esperando con el culo desnudo a ser castigada, sin saber siquiera cuántos azotes iba a recibir. Se acercó a mirarla y una oleada de placer la invadió. Se fue al salón y se sentó en el sofá, con las piernas abiertas, acariciándose mientras disfrutaba de aquellos momentos. Más adelante lo haría delante de ella, e incluso obligaría a Carmen a acariciarla justo antes del castigo, pero ahora quería seguir manteniendo cierta calma. Cuando estuvo satisfecha, se levantó y caminó despacio hacia el cuarto donde Carmen esperaba, le gustaba oir el ruido que hacían sus propias zapatillas al andar con ellas, últimamente llevaba en casa zapatillas abiertas por detrás, tipo chinela, y el ruido que hacía al rebotar la zapatilla con la planta de su pie la enervaba especialmente, cada vez se encontraba más segura de darle una muy buena paliza a aquel bombón que la esperaba sumisamente con el culo al aire para recibir su castigo.

Carmen pensaba que la señora se habría olvidado ya del castigo, o que estaría menos enfadada, cuando la oyó acercarse. Según estaba apoyada en la cama, podía ver sus bragas y sus pantis en las rodillas, y sus pies y el suelo alrededor. Allí vio aparecer los pies de la Señora, y vio cómo se descalzaba el pie derecho empujando ligeramente la zapatilla hacia adelante. Llevaba unas zapatillas rojas, de suela fuerte y flexible, como todas las que tenía. Y vio la mano de la señora que alcanzaba la zapatilla y la cogía. Después sintió una extraña caricia en el culo con la rugosa superficie de goma del piso de la zapatilla. En una nalga y en otra nalga, la señora hacía girar la zapatilla sobre el culo de la criada.

-Seis azotes, no, Carmen. Eso es muy poco. Serán doce...pero en cada nalga.

Carmen al principio sintió un cierto alivio, porque no iban a ser tantos., pero al oir en cada nalga, se volvió a estremecer.

-Empecemos cuanto antes PLASSS, PLASSSS, los dos primeros sorprendieron a Carmen, que dio un pequeño grito que encantó a Mariana. Esta, sin embargo, seguía con su plan de no asustarla, y no quiso darlos muy fuerte, aunque sabía lo diferentes que serían a los del primer día, porque ahora no había tela alguna entre la suela y la piel.

PLASS, PLASSSS, PLASSS, PLASSSSS. Estos cuatro le dolieron especialmente, caían sobre el mismo sitio, y la piel escocía, y casi quemaba.

Cada uno de los azotes iba seguido de un gemido de la criada, y de un estremecimiento. Antes de dar los dos últimos, volvió a frotar la suela contra el culo ligeramente enrojecido de Carmen, y luego PLASSSSS, PLASSSSS, los dos últimos, un poco más fuertes.

Carmen había cerrado los ojos, y ahora, tras contar los azotes, los volvió a abrir, esperando ver como la zapatilla volvía al suelo. Pero en vez de eso, Mariana siguió frotándola contra el culo dolorido, lo que hizo que Carmen se pusiera más nerviosa, en tensión, porque no sabía lo que iba a llegar.

Mariana fue metiendo la puntera de la zapatilla entre las piernas de la criada, con un suave y rítmico movimiento que sorprendió a Carmen, porque de repente el dolor se transformaba en un extraño placer, en realidad el placer además de extraño fue brutal, fue como un calambrazo que de durar un par de segundos más hubiera provocado el orgasmo de la pobre sirvienta que se estremeció ante el latigazo que le provocó el preorgasmo y que la dejó a punto de gritar a su Señora que siguiera con aquella dulce tortura, mientras la señora le decía:

-Eres una buena criada, Carmen, y no quiero que estos detalles tengan más importancia de la que tienen. Has hecho algo mal, has recibido tu castigo y ya está, tan amigas otra vez. Esto se pasará y de sobra sabes, bonita, que en ninguna parte vas a estar mejor que aquí, ni nadie te va a pagar tanto -dejó caer la zapatilla al suelo, con lo que Carmen respiró tranquila por un lado y suspiró frustrada por otro,  hasta que sintió las dos manos de la señora sobre sus nalgas, lo que la puso de nuevo en tensión, pero peor fue lo que le oyó decir, como si hubiera adivinado sus pensamientos de antes-. Además, no creo que nadie quisiera cogerte en cuanto yo corriera la voz de que te había echado por ser una descuidada, o incluso por llevarte cosas que no son tuyas.

Pero no creas que a mí me gusta verte el culo rojo, lo hago por tu bien, para corregir esos pequeños detalles que no cuidas, pero ya ves, un pequeño masaje y todo pasa.

Mientras hablaba, Mariana movía sus manos sobando el culo de la criada, y hacía verdaderos esfuerzos por no ir más allá. Siguió sobándolo mientras le bajaba con delicadeza el uniforme, y luego bajaba las manos a los muslos, pero se obligó a apartarse y se sentó en la cama, no se había percatado del estado de excitación de su sirvienta , y no quería dar un paso en falso, por eso una vez sentada en la cama y con media sonrisa le dijo:

-Anda, ponme la zapatilla.

Carmen, sin siquiera subirse las bragas, se arrodilló delante de la señora y le puso como siempre la zapatilla.

-Y arréglate un poco, colócate las bragas y los pantis y vuelve a repasar cuidadosamente el baño, no sea que quede algún otro pelo.

Y cuando Carmen, ya con toda la ropa en su sitio salía de la habitación, Mariana le soltó su última sorpresa:

-Ah, Carmen, y mañana tienes que venir.

-Pero mañana es sábado, Señora, y el niño...

-¡Como te atreves a contradecirme! ¿Es que no te he enseñado nada todavía? Mañana te traes al niño, y lo dejaremos en el salón mientras tú haces tu trabajo y además tendremos que hablar de tu impertinencia de ahora. ¡Vete a trabajar!

Aquel día, cuando Mariana dejó a Carmen fregando de rodillas la cocina, se retrasó mucho en volver, para que a la criada le diera tiempo de sobra y ella, aunque tenía muchas ganas, no tuviera que castigarla. Le parecía que de momento era suficiente, porque su mayor interés era conservarla.

Por esa misma razón, los días siguientes, Mariana no avanzó en su educación. Tampoco quería ir para atrás, y siguió obligándola a calzarla y descalzarla, y a vestir a su señora por las mañanas, y cada vez más a menudo, le ordenaba fregar de rodillas cualquier habitación de la casa.

Carmen, por su parte, se había ido tranquilizando. El día de los azotes estaba decidida a buscar otra casa donde servir, pero no se habían repetido los azotes, y aunque alguna vez al poner la negligee a su señora la había rozado sin querer, ésta no había reaccionado igual que aquel día, sino que parecía no darse cuenta o no darle importancia. Se fue acostumbrando a fregar de rodillas, y su señora parecía contenta. Incluso un día Mariana volvió a mencionar lo de subirle el sueldo. Con todo eso, los azotes no sólo fueron quedando en el olvido, sino que además, fueron perdiendo importancia.

Hasta el día en que Mariana la llamó a voces desde el cuarto de baño. Cuando Carmen llegó, la señora, en silencio, mantenía algo entre los dedos que no podía ver. Se acercó más y comprobó que era un pelo, largo y moreno.

-Esto es intolerable, Carmen. No sólo has limpiado mal el baño, sino que has dejado uno de tus pelos. ¡Qué vergüenza si el señor lo encontrara!

-Perdone, Señora, no volverá a suceder.

-Por supuesto que no volverá a suceder. Para empezar, te iba a pagar más este mes, pero tendremos que esperar al que viene.

-Sí, Señora, como desee.

Había llegado otro momento. Mariana lo sabía y lo disfrutaba con antelación. Sostenía el pelo entre los dedos y miraba a Carmen saboreando lo que iba a pasar. Con toda la suavidad de que fue capaz, le preguntó:

-Y dime tú misma, ¿cuántos azotes crees que te mereces por tu descuido?

Carmen, que hasta ese momento había mantenido la vista baja, la levantó para mirar a su Señora, porque no sabía qué decir, en realidad, ella creía que no merecía tanto castigo, pero eso no podía decirlo. Y si la otra vez fueron seis... puede que ahora también. Probó suerte.

-¿Seis azotes, Señora?

-O sea, que crees que seis azotes. Eres muy blandita. Seguro que con tu hijo eres igual de blandita y tendrás problemas, ya verás. En fin, vete al cuarto donde te cambias, te subes la falda, y te bajas los pantis y las bragas hasta las rodillas, y te inclinas sobre la cama, bien separada de ella,  apoyando las manos  en el borde, que ahora iré yo.

Carmen se dio la vuelta e hizo lo que le habían ordenado. En aquel cuarto, tragándose las lágrimas de humillación, se subió la falda del uniforme hasta sujetarla con el cinto del delantal. Se bajó los pantis y las bragas hasta las rodillas y se inclinó sobre la cama, con todo las manos apoyadas en ella, esperando. En esa posición oía a la señora ir de un lado para otro en la casa, se asomó al cuarto y volvió a salir para ir al salón, donde se quedó largo rato, mientras ella seguía con el culo al aire, esperando su castigo. Ese día le iba a doler más, porque tenía también bajadas las bragas, y también estaba segura de que iban a ser más de seis azotes. Se vio a sí misma allí humillada y se preguntó por qué no se iba en aquel momento, pero el tiempo que había estado buscando ese trabajo, la desesperación de ir viendo cómo se acababan los ahorros, la obligaban a permanecer allí. Pero, pensaba, iré buscando otra casa donde servir, aunque mientras la encuentre tenga que seguir aquí.

Mariana había paseado por el pasillo nerviosa. Se había excitado tremendamente con lo que estaba pasando, y disfrutaba con la idea de  mantener a su criada en aquella posición, esperando con el culo desnudo a ser castigada, sin saber siquiera cuántos azotes iba a recibir. Se acercó a mirarla y una oleada de placer la invadió. Se fue al salón y se sentó en el sofá, con las piernas abiertas, acariciándose mientras disfrutaba de aquellos momentos. Más adelante lo haría delante de ella, e incluso obligaría a Carmen a acariciarla justo antes del castigo, pero ahora quería seguir manteniendo cierta calma. Cuando estuvo satisfecha, se levantó y caminó despacio hacia el cuarto donde Carmen esperaba, le gustaba oir el ruido que hacían sus propias zapatillas al andar con ellas, últimamente llevaba en casa zapatillas abiertas por detrás, tipo chinela, y el ruido que hacía al rebotar la zapatilla con la planta de su pie la enervaba especialmente, cada vez se encontraba más segura de darle una muy buena paliza a aquel bombón que la esperaba sumisamente con el culo al aire para recibir su castigo.

Carmen pensaba que la señora se habría olvidado ya del castigo, o que estaría menos enfadada, cuando la oyó acercarse. Según estaba apoyada en la cama, podía ver sus bragas y sus pantis en las rodillas, y sus pies y el suelo alrededor. Allí vio aparecer los pies de la Señora, y vio cómo se descalzaba el pie derecho empujando ligeramente la zapatilla hacia adelante. Llevaba unas zapatillas rojas, de suela fuerte y flexible, como todas las que tenía. Y vio la mano de la señora que alcanzaba la zapatilla y la cogía. Después sintió una extraña caricia en el culo con la rugosa superficie de goma del piso de la zapatilla. En una nalga y en otra nalga, la señora hacía girar la zapatilla sobre el culo de la criada.

-Seis azotes, no, Carmen. Eso es muy poco. Serán doce...pero en cada nalga.

Carmen al principio sintió un cierto alivio, porque no iban a ser tantos., pero al oir en cada nalga, se volvió a estremecer.

-Empecemos cuanto antes PLASSS, PLASSSS, los dos primeros sorprendieron a Carmen, que dio un pequeño grito que encantó a Mariana. Esta, sin embargo, seguía con su plan de no asustarla, y no quiso darlos muy fuerte, aunque sabía lo diferentes que serían a los del primer día, porque ahora no había tela alguna entre la suela y la piel.

PLASS, PLASSSS, PLASSS, PLASSSSS. Estos cuatro le dolieron especialmente, caían sobre el mismo sitio, y la piel escocía, y casi quemaba.

Cada uno de los azotes iba seguido de un gemido de la criada, y de un estremecimiento. Antes de dar los dos últimos, volvió a frotar la suela contra el culo ligeramente enrojecido de Carmen, y luego PLASSSSS, PLASSSSS, los dos últimos, un poco más fuertes.

Carmen había cerrado los ojos, y ahora, tras contar los azotes, los volvió a abrir, esperando ver como la zapatilla volvía al suelo. Pero en vez de eso, Mariana siguió frotándola contra el culo dolorido, lo que hizo que Carmen se pusiera más nerviosa, en tensión, porque no sabía lo que iba a llegar.

Mariana fue metiendo la puntera de la zapatilla entre las piernas de la criada, con un suave y rítmico movimiento que sorprendió a Carmen, porque de repente el dolor se transformaba en un extraño placer, en realidad el placer además de extraño fue brutal, fue como un calambrazo que de durar un par de segundos más hubiera provocado el orgasmo de la pobre sirvienta que se estremeció ante el latigazo que le provocó el preorgasmo y que la dejó a punto de gritar a su Señora que siguiera con aquella dulce tortura, mientras la señora le decía:

-Eres una buena criada, Carmen, y no quiero que estos detalles tengan más importancia de la que tienen. Has hecho algo mal, has recibido tu castigo y ya está, tan amigas otra vez. Esto se pasará y de sobra sabes, bonita, que en ninguna parte vas a estar mejor que aquí, ni nadie te va a pagar tanto -dejó caer la zapatilla al suelo, con lo que Carmen respiró tranquila por un lado y suspiró frustrada por otro,  hasta que sintió las dos manos de la señora sobre sus nalgas, lo que la puso de nuevo en tensión, pero peor fue lo que le oyó decir, como si hubiera adivinado sus pensamientos de antes-. Además, no creo que nadie quisiera cogerte en cuanto yo corriera la voz de que te había echado por ser una descuidada, o incluso por llevarte cosas que no son tuyas.

Pero no creas que a mí me gusta verte el culo rojo, lo hago por tu bien, para corregir esos pequeños detalles que no cuidas, pero ya ves, un pequeño masaje y todo pasa.

Mientras hablaba, Mariana movía sus manos sobando el culo de la criada, y hacía verdaderos esfuerzos por no ir más allá. Siguió sobándolo mientras le bajaba con delicadeza el uniforme, y luego bajaba las manos a los muslos, pero se obligó a apartarse y se sentó en la cama, no se había percatado del estado de excitación de su sirvienta , y no quería dar un paso en falso, por eso una vez sentada en la cama y con media sonrisa le dijo:

-Anda, ponme la zapatilla.

Carmen, sin siquiera subirse las bragas, se arrodilló delante de la señora y le puso como siempre la zapatilla.

-Y arréglate un poco, colócate las bragas y los pantis y vuelve a repasar cuidadosamente el baño, no sea que quede algún otro pelo.

Y cuando Carmen, ya con toda la ropa en su sitio salía de la habitación, Mariana le soltó su última sorpresa:

-Ah, Carmen, y mañana tienes que venir.

-Pero mañana es sábado, Señora, y el niño...

-¡Como te atreves a contradecirme! ¿Es que no te he enseñado nada todavía? Mañana te traes al niño, y lo dejaremos en el salón mientras tú haces tu trabajo y además tendremos que hablar de tu impertinencia de ahora. ¡Vete a trabajar!