Mariana y Carmen (2)

Señora y criada siguen conociéndose.

La mujer que Mariana vio al abrir la puerta debía de tener diez o doce años menos que ella, era un poco más baja, morena, con el pelo recogido en una coleta, la cara redonda, donde destacaban poderosamente sus ojos verdes, la nariz pequeña y unos labios grandes y carnosos que despertaron inmediatamente la envidia de Mariana. Vestía unos pantalones vaqueros acampanados, a la moda del momento, y una camisa estampada oscura con una chaqueta beige encima. Llevaba también unos zapatos oscuros planos, un bolso pequeño colgando del hombro y una bolsa en la mano.

Mariana la hizo pasar y la llevó hasta el salón, donde no la invitó a sentarse, mientras ella sí lo hacía en el sofá.

-Me han dicho que eres amiga de la chica de los Pineda.

-Sí, señora. Somos del mismo pueblo.

-Sí, sí. Y que ya has servido en más casas.

-Sí, señora.

-Comprenderás que te tenga que hacer unas preguntas. No voy a meter en casa a una desconocida del todo.

-Claro.

-Sí, bueno. Lo primero que tienes que saber es que no nos gustan las confianzas. Al señor y a mí nos gusta que nos llames Señor y Señora, siempre. Espero que no te parezca mal.

-No, señora. Por supuesto.

-Y dime, ¿por qué dejaste la última casa donde servías?

-Los señores necesitaban una chica fija, que viviera en casa. Y yo no podía.

-¿Por qué?

-Tengo un hijo, señora. Lo dejo en el colegio por la mañana, y lo recojo cuando sale por la tarde.

-¿No puede recogerlo el padre?

-Estoy soltera, señora.

-Ya. Pues no sé si al señor le va a gustar tener una madre soltera aquí. Él es muy tradicional, ¿sabes?

Carmen no contestó. Sólo bajó la vista apenada, lo que agradó a Mariana.

-¿Necesitas este trabajo, verdad?

-Sí, señora. Hace ya más de un mes que tuve que dejar el otro, y sólo encuentro algunos por pocas horas,  que no es suficiente para mantenernos. Y este coincide tan bien con el horario del niño...

-Ya. Bueno, supongo que el señor no tiene por qué enterarse de tu situación. ¿Y por qué no vuelves al pueblo?

-No puedo, señora. Mis padres se avergonzaron mucho cuando lo del niño, y no quieren que vuelva al pueblo.

-Pero a mí me han dado la dirección de tus padres, por si hay algún problema.

-Sí, señora, pero no lo va a haber.

-¿Sabes cocinar?

-Sí, señora. Los señores a los que servía decían que lo hacía muy bien.

-Bueno, bueno, ya veremos.

-Creo que podrás quedarte unos días a prueba. Y entonces veremos qué tal lo haces. Por supuesto, tendrás que usar uniforme.

-He traído aquí una bata, por si fuera preciso.

-Oh, no, nada de batas. Ven conmigo.

Mariana se levantó y salió del salón, seguida de Carmen, hasta la cocina y una habitación que allí había.

-Aunque nosotros no solemos tener servicio interno, tenemos aquí una habitación y un servicio para la asistenta.

En la habitación había sólo una cama, una silla y un armario. De éste Mariana descolgó un uniforme que miró detenidamente, al tiempo que hacía lo mismo con Carmen.

-Yo creo que este te va a servir. Quítate esa ropa, que lo probamos.

Carmen miró a la señora sin saber qué hacer, como esperando a que se fuera para desnudarse y probarse el uniforme. Mariana la miró a ella y puso cara seria.

-También nos gusta que se nos obedezca de inmediato. Aquí no necesitamos una chica a la que haya que repetir las instrucciones, por mucho que esa chica necesite el sueldo, o por muchos hijos que haya querido tener sin casarse. Así que menos remilgos, que tengo prisa.

Carmen no lo pensó más. Al fin y al cabo, pensó, allí no había ningún hombre que fuera a verla en ropa interior, y desde luego quería, y necesitaba, aquel trabajo. Se quitó la chaqueta, los zapatos, se desabrochó los pantalones y se los bajó sin atreverse siquiera a darse la vuelta, aunque sentía los ojos de Mariana en todo su cuerpo. Por último, se quitó la camisa, quedándose únicamente con unas bragas blancas, de algodón, un sujetador del mismo género, que alguna vez debió de ser blanco con florecitas, y ahora parecía gris con manchas, y unos finos calcetines blancos.

Mariana había desabrochado los botones de la parte superior de la batita del uniforme, que era rosa con rayitas blancas verticales, o blanco con rayas rosas. Por abajo no tenía botones, era cerrada como una falda. Se acercó a Carmen y le metió la batita por la cabeza, ayudándola después a meter los brazos por las mangas cortas que terminaban en una leve puntilla. Luego, parada delante de Carmen, que se había puesto roja, fue abrochándole los botones de la delantera del uniforme, que tenía forma de camisa con el cuello tipo americana. Carmen no pudo evitar un estremecimiento al parecerle que las manos de Mariana rozaban su piel algo más de lo necesario.

-Perfecto -dijo Mariana mientras se separaba un paso para mirarla bien, luego volvía a acercarse para pasarle las manos por los muslos y casi por las nalgas con el pretexto de alisar el vestido. Luego volvía a alejarse y le ordenaba que se diera la vuelta, y otra vez a acercarse.

-Aquí parece que te hace un pliegue... a ver, levanta los brazos.

Con los brazos levantados, Carmen se asustó al notar como las manos de Mariana, que parecía colocar la delantera de la bata, rozaban una y otra vez sus pechos.

-Bien, perfecto. Además, hay otro, azul, para tener de quita y pon. Y uno negro, más fino, para las ocasiones especiales. Ahora el delantal, y ya puedes bajar los brazos, mujer.

De la misma percha, Mariana cogió el delantal, redondeado, del mismo color y tela que la batita, y con la misma leve puntilla que las mangas, se acercó a Carmen y le pasó por la cabeza la tira del peto. Luego le hizo dar la vuelta y ella se puso detrás, para coger, con sus brazos rodeando a Carmen, las cintas de la cintura. Carmen sintió todo el cuerpo de Mariana, sobre todo los pechos, pegado al suyo, pero se obligó a pensar que no era nada, que necesitaba el trabajo, y que sería distinto si eso se lo hiciera un hombre, porque entonces tendría que darse la vuelta y darle un bofetón. Pero en realidad se excitó hasta humedecer las bragas. Mariana le anudó cuidadosamente las cintas atrás.

-Cuando lo hagas tú, ten cuidado con los lazos, nos gusta que queden perfectos. Y ahora agacha la cabeza, que te pongo la cofia.

Carmen inclinó la cabeza y Mariana, como si estuviera tomando posesión de ella, le puso una cofia y para mirar con un poco de distancia su obra, se separó para observarla bien.

-Tienes que traer medias, esos calcetines quedan muy mal. Y, por supuesto, no creas que te voy a vestir todos los días -dijo en tono de broma, sonriendo, lo que permitió que Carmen se relajara y achacara todo lo anterior a imaginaciones suyas.

-Ahora ya te puedes quedar en la cocina, conociéndola, y limpias y ordenas todo. Luego sigues con mi cuarto, el cuarto del señor y los baños. Pero antes, vas a bajar a hacer la compra. Yo tengo que salir ahora, y te vienes conmigo, así te indico donde tienes que comprar cada cosa. Y luego, cuando tengas todo lo de la lista, me esperas en el portal, que yo no tardaré.

-¿Me cambio para bajar, señora?

-No, no. Desde que empiezas hasta que terminas, siempre, siempre has de estar de uniforme. Ten en cuenta que aquí vive también el señor, y prefiero que al servicio lo vea siempre de uniforme, que imagínate que te ve con minifalda... se le irían los ojos, y hasta las manos. Bueno, tú no te preocupes, que el señor es muy inocente, y además siempre llega agotado a casa. Coge tu chaqueta, si la necesitas para salir a la calle, y ven al salón un momento, que coja mi chaqueta y me cambie de calzado.

Mariana levantó la chaquetilla que había dejado en la silla, y se sentó.

-Carmen, ayúdame a calzarme.

Mariana apenas levantó un pie del suelo. Carmen se tenía que agachar tanto que era muy incómodo, por lo que casi agradeció la orden de Mariana:

-Ponte de rodillas, estarás mejor.

De rodillas, Carmen quitó la zapatilla del pie de Mariana y colocó en él el zapato. Luego levantó el otro pie y repitió la operación. Después se incorporó con las zapatillas en la mano.

-Llévalas a mi cuarto, es el primero a la derecha en el pasillo. Las dejas al lado de la cama, ya las colocarás luego, cuando hagas la habitación.

Cuando Carmen volvió, Mariana la estaba esperando al lado de la puerta.

-Creo que nos vamos a llevar bien, ya verás.