Marián

No éramos amigos, así que no teníamos nada que perder. Historia real.

MARIÁN

Cuando escribo estas líneas, sólo han transcurrido apenas 24 horas de la historia que os voy a contar. No tiene nada de especial, pero por alguna razón no me la saco de la cabeza desde que ocurrió (que fue ayer mismo, como ya os he mencionado), así que me voy a desahogar transcribiéndola lo más fielmente posible en este teclado.

Todo empezó a eso de las seis de la tarde de un caluroso día de julio. Iba hacia la facultad para recoger las últimas notas del curso, y por el camino me encontré a Marián, una chica con la que había coincidido en prácticas dos años atrás. La verdad es que no teníamos demasiada relación, poco más que un hola y adiós, aunque siempre nos habíamos tratado con afecto mutuo. Hacía meses que no la veía, así que nos dimos dos besos y me acarició el pelo de la nuca. La última vez que nos habíamos cruzado ella iba de pelirroja, pero ahora se había teñido las mechas de azul, haciendo juego con su piercing en el labio (lo digo por eso del look de semi-metalera). Llevaba puesto un top negro de tirantes, acorde con el calor que agobiaba la ciudad, y dejaba a la vista un sencillo tatuaje en el hombro. Era delgada y con una mirada de ojos brillantes que le dotaba de morbo ante los hombres, por lo menos a mí. A todo esto, tenía 25 años, dos más que yo, ambos en la plenitud de la juventud.

Le pregunté qué tal le habían ido los exámenes, y estaba bastante triste porque venía de enterarse de que había suspendido una asignatura que le negaba la posibilidad de hacer prácticas en empresas. La consolé como pude, diciéndole que podía aprobarla en septiembre, pero había sacado un 4.9 y eso jodía mucho, para qué vamos a negarlo.

Como hacía tanto que no nos veíamos, decidí posponer mi paseo hacia la facultad y la acompañé mientras charlábamos. Me cogía del brazo para enfatizar sus palabras, apenas coincidíamos pero me seguía teniendo mucha confianza, y yo apreciaba los gestos. Al rato llegamos al portal de su casa y procedí a despedirme, pero ella me dijo si quería subir a tomar algo. Me sorprendió porque, como he dicho, sólo éramos compañeros ocasionales, pero acepté sin dudarlo, me empezaba a sentir muy cómodo con ella, y creo que la conexión era recíproca.

Ascendimos las escaleras hasta su piso, que compartía con una amiga, y me ofreció asiento. Le pregunté por su compañera y me comentó que ya se había ido para su casa, que en julio sólo quedábamos regazados como nosotros dos, y no le faltaba razón. Se sentó a mi lado, sonriente, y me besó en los labios. Sólo fue un piquito de un par de segundos, y luego se me quedó mirando a los ojos.

—¿Te apetece?

No hizo falta que Marián dijera más para que supiera a lo que se refería, pero ciertamente me pilló desprevenido. Sus ojos estaban muy abiertos y tenía la respiración levemente agitada, parecía nerviosa mientras esperaba mi respuesta. Y yo no lo dudé.

Agité afirmativamente la cabeza y, inmediatamente después, le devolví el beso. Pronto nos separamos, nos miramos y volvimos a la carga, y esta vez nuestras lenguas se enroscaron, y al hacerlo noté que el piercing que le colgaba del labio inferior no era el único que tenía.

Comenzamos a meternos mano desordenadamente. Marián me abría los botones de la camisa al tiempo que yo le metía los dedos por debajo de la espalda y buscaba su sujetador, pero me sentí un tonto al comprobar que no llevaba ninguno puesto. La chica rió, juguetona, y soltó el último botón. Me acarició el abdomen y el pecho y volvió a besarme con pasión. Regresé a la carga con mi parte y le bajé los tirantes del top. Casi sin darme cuenta, dos senos medianos y perfectos aparecieron ante mí. El pezón de uno de ellos estaba perforado por un piercing, el tercero que descubría, y mi líbido ya se desbocaba sin remedio. Saqué la lengua y lo chupé con avidez, tirando suavemente de la argolla, lo que parecía encantar a Marián, que suspiraba con dulzura. Aprovechó mi posición para meter una de sus manos dentro de mi pantalón y acariciarme la verga por encima del calzoncillo.

El otro pezón no se quedó sin su debida atención, y cuando empecé a succionarlo llevé mis dedos al que acaba de dejar y tintineé el aro que tanto me gustaba. Marián me devolvía la dedicación en forma de masaje testicular, pero ya había llegado la hora de dar un paso más. La cogí por la cintura y la levanté para que se pusiera de pie encima del sofá, y luego la tumbé y, entre risas y cosquillas, le quité el pantalón pirata. Ahora estaba semidesnuda, tan sólo con un top remangado por debajo de los pechos y un tanguita negro que apenas cubría nada. Marián se revolvió sobre su asiento y se acercó a mí a cuatro patas con la intención de devolverme la jugada. Me desabrochó los vaqueros y me ayudó a despojarme de ellos, así que me quedé con la camisa abierta y un bulto innombrable en los boxers. Se acercaba el momento de saciar nuestra sed de sexo.

—¿Quién empieza? —preguntó Marián con una sonrisa picarona en el rostro.

Aunque estuve a punto de pedirle que se dejara de tonterías y me hiciese una buena mamada, no me parecía la actitud más adecuada. También se me pasó por la cabeza ofrecerme a comerle el coño, pero tenía la polla a punto de reventar, necesitaba un alivio inmediato. Olvidé mis reflexiones y me abalancé sobre ella para volver a levantarla por la cintura. La trasladé hasta la mesa de un escritorio y la senté sobre el borde. La mirada de lujuria que me echó Marián me decía que a ella también le gustaba la idea. Alargó el pie y jugó con mi paquete.

—Agáchate —me ordenó.

Cumplí su petición y me arrodillé sin chistar, aún a pesar de perder el tórrido masaje que me dedicaba con el pie. Una vez lo hice, se bajó las braguitas lentamente hasta los tobillos y pasó las piernas por encima de la cabeza, aprisionándome con la prenda interior.

—¿Qué vas a hacer ahora, campeón? —me retó, sabiendo que me había conseguido sorprender y excitar a partes iguales— ¿O es que soy demasiada hembra para ti?

Mis boxers no tardaron en bajar hasta mis propios tobillos una vez me hube levantado. Agarré los muslos de Marián y los pegué a mis caderas, y no me anduve con más dilaciones: clavé mi verga de un solo empujón.

Marián gimió nada más sentirse penetrada. Inicié un fuerte mete-saca apoyándome en sus piernas y cogiendo impulso con el fin de que la penetración fuese más profunda y placentera. Nos mirábamos a los ojos mientras follábamos, era como un desafío para ver quién aguantaba más sin correrse. Ella no paraba de ponerme cachondo con sus insinuaciones

—No está mal, pero, ¿eso es todo lo que puedes hacer?

Redoblé el ritmo para colmar de satisfacción a la putita que me estaba tirando. Mi pene se encontraba muy a gusto en su coño, que se cerraba en torno a mi miembro y parecía exprimirlo como un limón, cómo me ponía de burro. Mientras echaba una ojeada a los pelitos recortados por encima de donde estaba taladrando mi polla, no di crédito al comprobar que tenía el clítoris atravesado por un nuevo piercing. Esa visión fue el detonante, me corrí sin remedio.

Los espasmos me llegaron al tiempo que Marián no reprimía sus chillidos de placer. Fue una conjunción perfecta: un calor abrasador, dos cuerpos jóvenes y sudorosos… un polvo en condiciones, vamos. Me vacié dentro de ella y apoyé el pómulo sobre sus pechos mientras me bajaba la erección y la polla se deslizaba de la vagina.

Los minutos siguientes fueron bastante curiosos. Nos besamos tiernamente, agradecidos por una placentera sesión de sexo, y nos echamos sobre los sillones de la estancia. Yo aún no me había quitado la camisa, y Marián seguía con el top bajado, pero ambos teníamos los genitales al descubierto y satisfechos.

—¿Un porrito?

Negué con la cabeza y contemplé a Marián liándose un poco de mariguana y fumándosela un poco después. Se deshizo del top, que ya estaba muy arrugado, y se tumbó lateralmente sobre el sofá mientras le dedicaba caladas al cigarro.

—Parece mentira —dijo, de pronto—. No es que seamos amigos precisamente, pero aquí estamos, desnudos en mi casa después de echar un polvo.

—Sí, la verdad es que resulta paradójico —comenté—. Aunque nunca hemos hablado más de cinco minutos seguidos, sí hemos follado más de cinco minutos seguidos.

—Bueno, semental, no te emociones que tampoco me has dado mucho más de cinco minutos

Dicho esto, Marián me tiró una almohada a la cabeza. Reímos con ganas y quedamos callados, mirándonos.

—Siempre me has caído bien, ¿sabes? —confesó—. Tienes pinta de bueno. Yo soy demasiado malosa para ti.

—Tampoco soy un santo, ni mucho menos. Que te haya rechazado el porro no significa que no tenga mis vicios

Volvimos a reír, lo estábamos pasando muy bien. Yo estaba anonadado contemplando a Marián desnuda y tumbada sobre el sofá. Esos labios perforados, esa mirada de viciosilla, esos pechos, ese coñito calentito que parecía querer esconderse entre los muslos… Marián se dio cuenta de que me estaba empalmando de nuevo y se levantó de su asiento con el cigarro entre dos dedos. Se arrodilló delante de mí y me echó humo en la cara.

—Eres el primer tío que no me pide que se la chupe a las primeras de cambio. ¿No serás marica, eh?

Se burló de mí sacándome la lengua agujereada con el piercing, me estaba poniendo malo de verdad. Me quité la camisa para estar más cómodo y esta vez fui yo quien la reté.

—Es toda tuya. A menos que te dé miedo quedar en ridículo, claro está.

Marián soltó una carcajada y volvió a inspirar humo del cigarrillo, y lo liberó sobre la verga, que pegó un respingo al sentir la leve brisa.

—Mira, chaval, si un dos minutos no me llenas la boca de lefa te dejo que me hagas lo que quieras, ¿ok?

La apuesta, planteada en términos que me hacían hervir la sangre, no podía ser más beneficiosa para mí. Me acababa de correr, era muy difícil que me viniera tan pronto. Pero Marián no pensaba igual y no se anduvo con miramientos: escupió sobre la polla, se la tragó a la mitad y comenzó a mover su lengua haciendo remolinos. Oh dios mío, ese piercing me estaba haciendo ver la estrellas del placer. Además, con la mano que no sujetaba el porro masajeaba mis huevos, y de vez en cuando dejaba mi verga y me lamía los testículos mientras me pajeaba.

No sé cuánto tiempo pasó, pero no hizo falta mucho para que sintiera que la segunda corrida de la tarde estaba próxima. Marián asió el tronco con la mano y lo pajeó circularmente mientras succionaba el glande con los labios. No puede aguantar más, me corrí como un adolescente al que le hacen la primera mamada en los baños del instituto. Marián aún estuvo un rato más chupando y lamiendo, y dejó salir unos resquicios de semen por la comisura de los labios. Me cruzó la mirada y sonrió, se la veía guapísima y morbosa con los restos de la corrida cayéndole desde la boca.

—Pobrecito, qué poco has aguantado —comentó, irónica y haciendo morritos—. Vas a tener que conformarte con tu premio de consolación

Marián se tumbó sobre la alfombra y se retorció como una gatita en celo. Las piernas abiertas me daban acceso libre a sus más lúbricos manjares.

—Cómeme enterita, cielo. Si te portas como un niño aplicado, quizá siga en pie mi oferta de dejarme hacer lo que quieras.

Con la polla aún palpitando, me escurrí por el suelo y me embriagué del aroma que desprendía ese coño jugoso que tanto placer me había proporcionado. Saqué la lengua a pasear y lamí el contorno, y luego la deslicé de abajo a arriba, paciente, con extrema lentitud. Marián fumaba la última calada del porro y se sumergía en un mar de sensaciones.

No tardé en resistirme en jugar con el anillo del clítoris. Tiré de él con los dientes y lo solté de golpe, haciendo que la chica se arqueara de regodeo sexual. Metí dos dedos en la rajita y seguí succionando el piercing, me encantaba la doble sensación de metal y carne. Sólo la propia Marián podría estar sintiendo más placer en ese momento, y me dio la razón poco después. La chica empezó a gemir con más fuerza durante unos segundos en los que su coño se humedeció y mis dedos entraron y salieron con más facilidad. O mucho me equivocaba, o la había hecho correrse de gusto. Ambos habíamos llegado a la gloria por diferentes vías.

Marián se incorporó y buscó mi boca para besarme, y no le importó en absoluto probar sus propios jugos. Estaba radiante y ruborizada, las sensaciones habían tenido que ser muy intensas.

—¿Qué quieres hacerme? ¿Qué quieres que te haga?

La oferta era muy generosa, pero no sabía si utilizarla. Marián me había dado mucho, muchísimo, en realidad era yo el que le debía a ella. Pero como hombre que soy, también soy lujurioso hasta la médula.

—Me gustaría follarte por atrás —solté, de pronto.

Marián me miró confusa en un primer momento, parecía que se lo estaba pensando.

—¿Por el culo? —contestó casi retóricamente— Qué manía tenéis los tíos con el sexo anal, ni que fuerais todos unos gays reprimidos.

Estaba claro, había tirado demasiado de la cuerda y se había roto. Sin embargo, Marián se dio la vuelta y se puso en pompa hacia mí. Un tatuaje tribal engalanaba la parte baja de la espalda, parecía una amazona.

—Venga, ¿a qué esperas?

No lo podía creer, pero era cierto. Me preparé rápidamente por si se le ocurría cambiar de idea. Tenía la polla completamente ensalivada, así que no tendría problemas para profanar el culito que se me había puesto a tiro. Probé a meter el glande, y logré adentrar la puntita.

—Tranquila, tranquila.

Con un esfuerzo más, casi la mitad de la polla se inmiscuyó en las intimidades de Marián. Empecé mis movimientos de pelvis al mismo tiempo que la chica apoyaba la cara en el suelo y cerraba los ojos, seguramente dolorida. Incrementé las embestidas hasta que se convirtieron en tales, y Marián, lejos de caer presa del dolor creciente, se dejó llevar por las sensaciones encontradas. Volví a hundir los dedos en su coño y restregué el pulgar contra el piercing del clítoris. Marián gimió como una zorrita y acompañó mis movimientos de cadera con los suyos propios en una compenetración perfecta.

Pensé que no sería posible, pero me corrí al cabo de cinco minutos gloriosos, y mi compañera también pareció venirse. Desenterré la polla y la leche vertida fluyó a través del orificio sonrosado. La cara de Marián expresaba satisfacción, la misma que la mía.

—Ha estado genial —confesó con los ojos entrecerrados, disfrutando los coletazos de su segundo orgasmo—. Qué bien que nos hayamos conocido tan a fondo, ¿no?

La despedida fue bastante tierna, quizá porque no sabíamos cuando nos volveríamos a encontrar. Yo me iba de la ciudad y, como no éramos amigos, no habíamos planeado seguir en contacto. Sin embargo, se diría que las intenciones de Marián habían cambiado después del polvo

—La próxima vez vente de gafas, me das más morbo con ellas. Me pongo cachonda al imaginarte con esa cara de niño bueno agarrándome del pelo mientras me follas sin descanso por todos mis agujeros.

Marián es una chica especial, desde luego. Me alegro de habérmela tirado encima de una mesa, de haberme corrido en su boca, de comerle el coño, de culearla… Madre mía, y sólo ha pasado un día. Con el tiempo, será un bonito recuerdo. Hasta que volvamos a encontrarnos, desde luego. Al fin y al cabo, siempre nos hemos caído bien.

Si lees esto, preciosa, gracias por todo.