María Yolanda se masturba

María Yolanda, TV de closet realiza una sesión de masturbación mientras piensa que es desvirgada. Es su primer para dejar de ser virgen.

Acostada me encontraba en la cama, desnuda, sólo con unos zapatos de tacón alto, blancos, descubiertos adelante y atrás, con una cinta que rodeaba mi tobillo y parte de mi pierna, totalmente depilada como el resto de mi cuerpo, con excepción de una pequeña mata de pelos en mi pubis, del que alcanzaba a apreciar mi clítoris flácido, como apreciaba también los dedos de mis pies con sus uñas pintadas con esmalte de color rojo. Los dedos de mi mano derecha jugaban con parte de la leche que a borbotones brotó de mi clítoris en el reciente acto masturbatorio, que había sido tan intenso, que exhausta y sudorosa había quedado. Como mujer sentí un extraordinario orgasmo. Me había masturbado como mujer, y como mujer me había venido, fluyendo la leche de la punta de mi clítoris en chorros largos que también mojaron mis piernas. Cogí un poco de papel higiénico que previamente había puesto en la parte alta de la cama y me sequé. Me levanté de la cama y fui al baño contoneando mis nalgas que ya habían crecido y me hacían sentir más hembra, más femenina, aceptando la realidad: me había convertido en una travesti. Llegué a la taza del sanitario, la levanté, arrojé el papel y me senté a orinar como lo hacemos las mujeres. Al acabar, me sequé el clítoris con un poco de papel. Salí de nuevo contoneándome hacia la cama y me paré frente al espejo. Vi una mujer desnuda, sólo que la verga mostraba mi cuerpo masculino. De resto, una nena. Tenía puesta una peluca rubia de pelo corto, aretes largos, dorados, con pinzas que aprisionaban los lóbulos de mis orejas. Ni un pelo en mi cuerpo, salvo la pequeña matita en el pubis sobre la verga. En mis labios se notaba el fuerte labial de color rojo y en mis mejillas el rubor rosado que me había colocado. Mis ojos resaltaban con las pestañas postizas y la sombra azul que los rodeaba. Alcé mis brazos y observé mis axilas depiladas. Me volteé y gocé con la visión de mi culo que había crecido con un reconstituyente que estaba tomando. En mi nalga derecha aprecié la calcomanía en forma de mariposa en ella fijada, ya que siempre mantenía una. Me solían durar cinco o seis días. De frente observé las pequeñas teticas que salían de mi pecho, pequeñitas, pero suficientes para que casi me hormaran los brassieres. Con el reconstituyente y masajes diarios, habían crecido.

Regresé a la cama aún desnuda y me tiré en ella de costado, encendiendo un cigarrillo. Me puse a pensar en la masturbación que hacía pocos momentos me había hecho temblar y sudar. Estaba sola en la casa. Me había vestido sólo con unos pantis blancos, brassieres del mismo color, los zapatos, una pequeña minifalda rosada, muy arriba de mis muslos, y una blusa negra con florecitas rojas. Me maquillé como indiqué antes. Estuve así un buen rato, haciendo distintos menesteres como una mujer. Había aprendido a esconder los testículos y a caminar con ellos subidos, lo que producía un contoneo cadencioso, mujeril. Estaba feliz de poder ser una nena con toda la tranquilidad del caso. Ya estaba anocheciendo, así que me serví un ron y me puse a ver televisión. A los pocos minutos, como me ocurría con frecuencia, comencé a sentir que mi clítoris llamaba a mi mano. ¡Necio que es! Efectivamente, de manera suave, introduje mi mano derecha entre los pantis y la puse encima del clítoris, que poco a poco, como él sabía hacerlo, fue creciendo. Lo apreté. Mi mano comenzó un suave vaivén. De mi clítoris salía un poco de líquido. Ya estaba excitada. Me paré y fui a mi pieza a mirarme en el espejo. La minifalda estaba levantada por lo parado del clítoris. Suavemente ante el espejo me quité la camisa, quedando sólo con los brassieres, los pantis y la minifalda que enseguida solté entre mis piernas. La hembra aparecía en todo su esplendor. Estaba excitadísima viendo mi imagen con los brassieres, los pantis y los zapatos. Me giré y vi mis nalgas y entre ellas partes del panti que se había incrustado. Desabroché el brassier y lo retiré. Me observé las teticas. Mis dedos presionaron mis pezones y los estrujaron para que crecieran. Cubrí las teticas con ambas manos, aprisionándolas. Con movimientos femeninos, como si estuviera haciendo un streap-tease, me quité los cucos.

MI clítoris brotó con furia, queriendo exhibirse. El espejo mostraba mi imagen: desnuda, con los zapatos y el clítoris parado y goteante. Caminé hasta el closet y saqué una caja que mantengo con ayudas sexuales. Luego fui a la cama y me acosté boca arriba mientras masajeaba con fuerza mis pezones con ambas manos. Solté uno de ellos y mi mano derecha fue hacia mis nalgas. Con los dedos recorría el canal entre las dos. Ni un pelo. No tenía ni un pelo, ya que me había depilado tres días antes. Mi mano izquierda seguía acariciando el pezón. El dedo índice de mi mano derecha llegó al ano y comenzó a acariciarlo. Jugueteé con él, pasándole la punta del dedo a su alrededor. Introduje una pequeña parte, sintiendo cómo se abría. Saqué el dedo y de nuevo cogí el pezón derecho apretándolo con fuerza y masajeándolo. Sentía el olor a sudor, a sexo, a culo. Particularmente me gustaba el olor del culo que nos indicaba a todos que aún seguíamos siendo animales. Me gustaba sentirme animal. Claro que como travesti, una gatita, una mariposa e, incluso, una perrita. ¡Oh, sí! ¡Què emoción! Una perrita con un moñito en la cabeza, en cuatro patas caminando para mi perro. O una mariposita con sus alas, contoneándose y exhibiéndose. O, tal vez, una yegua alocada caminando para mi potro. Cada vez mi clítoris estaba más mojado, así como la matita de pelos sobre él, que parecía mojada por el agua. ¡Estaba excitadísima! Pero quería mantener esa excitación lo que más pudiera. Deseaba que ese acto de onanismo durara el máximo. Quería gozar. Así que me paré de nuevo de la cama y fui al closet donde saqué un retardante en spray. Rocié tres veces mi clítoris que adquirió mayor dureza con el anestésico. Así desnuda con el clítoris alzado al máximo, duro como una roca, pero más aguantador, caminé hacia la cocina donde me serví otro ron. Abrí la nevera y saqué una salchicha ranchera, larga y del grosor de un chorizo, que era con lo que había decidido culiarme, ya que era más similar a una verdadera verga. Erótica y obscenamente me la metí en la boca y comencé a chuparla y a lamerla pensando que era un sabroso chimbo. Me fui de nuevo para la cama.

Allí me puse en el borde y me arrodillé juntando mis talones sobre mis nalgas. Me agaché un poco y las abrí al máximo para gozar con la excitante visión de mi ano expandido por completo, el túnel de nuestros placeres, y que dentro de poco, yo lo sabía, iba a ser penetrado por un macho. Mientras me miraba me masajeaba el clítoris. Luego me introduje un dedo hasta donde me dio, solté el clítoris, y comencé a darme dedo, entrando y sacando, entrando y sacando. "Oh...oh...agh...agh.. qué bueno...sí...qué bueno...oh, soy una loca...una nena...sí, papi, dame, dame más, dame duro...oh..oh...soy tu perra...ah...tu puta...sigue...sigue", gemía mientras imaginaba que me estaban desvirgando. Me embadurné mi mano izquierda con los líquidos preseminales y los pasé por mi boca mientras con la lengua los lamía obscenamente pensando que eran los de un macho, un verdadero macho, y no de una nena como yo.

El retardante seguía con sus efectos produciéndome un suave dolor. Me coloqué frente al espejo, dejando un dedo clavado en mi cola, al tiempo que con la otra mano continuaba con la masturbación. A la mujer que reflejaba el espejo le hacía mismo y le lanzaba besitos. Retiré ambas manos de donde estaban y aprisioné mis teticas mientras bailaba, volteándome y viendo cómo mis nalgas se movían al vaivén del baile. Mi imaginación se fue hacia otras travestis. Pensaba que estaba con varias nenas como yo, seis o siete, desnudas, bailando todas como unas verdaderas nenas, diciéndonos cositas y excitándonos con los clítoris al aire, unos más grandes, otros más pequeños, pero todos clítoris sabrosos de travestis. Imaginaba que me acercaba a una de ellas bailando y arrimaba mi boca a la suya para darnos lengua al tiempo que nos contorsionábamos juntando clítoris con clítoris. ¡Qué dicha! Luego, todas las nenas juntitas entrelazadas en lindo trensito, como el de la foto, siendo yo la que alzaba mi pierna en delicada pose.

Después, una orgía entre todas.

"Dame amor, dame,...sí..sí..así querida, así...oh...qué placer", gemía yo en mi imaginación mientras una de ellas me clavaba diciéndome: "¿Te gusta lindura? Toma, toma, toma mamita...goza amorcito...sí..mueve ese culito..lo estás moviendo divino...qué nalguitas las tuyas...te quiero preciosa..ah..ah..", gemía también mi amante travesti mientras veíamos cómo las otras hacían el amor de distintas formas: ¡cuál más obscena! ¡cuál más vulgar! En mi imaginación, mi amiga seguía clavándome mientras veía cómo una de ellas arrodillada le mamaba el clítoris a otra, dejando ver sus espectaculares nalgas al aire, luego con sus dos manos se cogía las nalgas y las abría mostrando su arrugado ano abierto y esperando que alguien le calmara el ardor del deseo, debiéndome contener para no desensartarme del clítoris de mi amante e ir a clavar el mío en ese precioso hueco, abierto, para entrar en él y calmarnos las dos.

El retardante estaba pasando sus efectos. Ya era hora de venirme. Me puse en cuatro patas e introduje la salchicha. Una vez bien acomodada comencé a sacarla y a meterla y a imaginarme que era un macho el que me daba verga. "¿Eres mi putita, mi perrita, mi yegua? Ah, dime cabroncita...dime...". "Sí papito, soy tu puta y tu perra, hazme lo quieras..sigue..sigue..potro mío..clávame...así, más duro, más duro papito mío...¡Huy, qué es esto tan sobroso...oh,. qué locura....agh...agh..", eran mis palabras que decía con la boca entreabierta mientras en la comisura de mis labios sentía la saliva del deseo y mis ojos se brotaban al máximo.. Él me clavaba duro, entraba y sacaba su chimbo de mi abertura anal, de la chimba de nosotras las travestis. "Muévete más mariconcita", me dijo al tiempo que me daba una nalgada. Yo aceleré mis movimientos para exprimirlo y sentir cómo se venía, al tiempo que le decía: "Sí, pégame,pégame amor,...sí..sí..caliéntame las nalgas...huy...ay..ay..ay...ay..más papi, pégame más..soy tuya...dale a esta yegua..dale potro...ay..ay..". "Arre puta, arre, haz como la yegua que eres...vamos yegua de mierda...vamos...arre", gritaba a cada golpe que me daba. "Relincha puta, relincha o te pego más". Yo me alcé y comencé a relinchar sintiéndome yegua por completo. "Más puta, relincha más, alza las manos como si fueras una yegua". Sentía el poder que ejercía sobre mí, su peso me sometía, así que alcé las manos y las doblé como una yegua al tiempo que seguía relinchando. "La próxima vez yegua comemierda te vestirás como la yegua que eres, con cola y todo, oíste puta?". "Sí papi, haré lo que quieras..caminaré como una yegua y me pondré una cola en el culo...oh..oh..sigue amor...", le respondí jadeante. Aceleró sus movimientos mientras se venía. Sentí cómo su verga palpitaba, así que con mi ano comencé a apretarla para exprimirle todo lo que tuviera.

La situación que me estaba imaginando me calentó más aún. Saqué la salchicha de mi culo. Me tiré en la cama y coloqué en mi clítoris un anillo de caucho que lo aprisionaba, unido a unas pilas que al prenderlas comenzaba a vibrar y a masturbarme. Lo puse en velocidad suave mientras con mis manos me apretaba las teticas. Ya en el clímax del paroxismo aumenté la velocidad hasta que mi leche saltó en inmensas cantidades en medio de mis gritos. Así fue como me masturbé ese día.

Tirada en la cama tomé la decisión de que era hora de ser desvirgada. Me quité los zapatos de tacón alto, me coloqué unas sandalias de caucho rosaditas y una pequeña piyamita roja, transparente. Me dirigí al computador y me conecté a Internet. Coloqué un aviso buscando un hombre de verdad.. Decía: "Travesti de closet, de edad madura, casada, con deseos de ser desvirgada. Busco macho que esté dispuesto. El único requisito es que no sea velludo". En verdad ni cuando yo era un hombre me han gustado los machos peludos. Me dan asco.

Yo sabía que mi esposa tendría un congreso de ventas fuera de la ciudad durante una semana y luego tendría que viajar otra semana más. Estaba desesperada por sentir una verdadera verga clavándome. Sabía que mi esposa no consentiría que me acostara con alguien más.

Los acontecimientos que se dieron después con el transcurso del tiempo, como el hecho de que finalmente me volví lesbiana y que mi esposa se convirtió en la esclava sexual de otra mujer, es asunto que contaré en la medida en que los lectores escriban solicitándome que continúe con mis historias.

mariayolanda41@latinmail.com