María y el tío de la discoteca - Parte 1

Tras una semana muy dura en el trabajo a María le espera una grata sorpresa con un desconocido en una discoteca.

Era una noche fría de otoño. María se había pasado muchas horas trabajando aquella semana para un proyecto importante que estaban desarrollando en el bufete y al finalizar su turno el viernes sentía que tenía que hacer alguna cosa para desconectar. Por eso se alegró cuando al llegar a casa le llegó un mensaje de su amiga Sandra. Le preguntaba si quería salir aquella noche a bailar en una discoteca que conocían.

Sin pensárselo dos veces María le contestó que sí y se fue para la cocina con la intención de comer algo rápido antes de ducharse y arreglarse para salir. Su nevera siempre estaba medio vacía -no dedicaba mucho tiempo a ir a comprar-, así que tuvo que conformarse con preparar una ensalada con una triste bolsa de lechuga ya cortada y un tomate. La aliñó solo con aceite, puesto que no quedaba vinagre.

Al terminar se fue para la ducha. Dedicó un buen tiempo a lavarse, relajándose, e incluso pensó en aprovechar el momento y utilizar la alcachofa para darse placer. Pero al final se contuvo; a pesar de que le encantaba masturbarse con ella siempre sentía que estaba mal hacerlo y, a veces, simplemente no lo hacía.

A los pocos minutos cerró el agua, se secó el pelo, se maquilló, salió del baño y se fue desnuda hacia su habitación para escoger la ropa que se iba a poner. Las cortinas de la ventana no estaban echadas así que las echó para evitar miradas indiscretas de los vecinos. Tras pensárselo durante más de media hora se decidió por una camiseta de tirantes blanca que le marcaba un buen escote, una falda de tubo negra que le llegaba hasta un poco por encima de la rodilla, medias transparentes con unas botas de cuero preciosas que había comprado hacía un año en las rebajas, un jersey y un buen abrigo para resguardarse del frío. Se miró al espejo de la entrada de su piso antes de salir y sonrió para sí misma. El espejo le devolvía el reflejo de una mujer bonita, de pelo rizado, que tenía ganas de sacudirse el estrés y pasarlo bien. Sin intención de ligar, eso sí. Sea como fuere, se sentía guapa y atractiva, y se fue de casa con esa sensación.

Treinta minutos después el bus la dejó en la parada donde había quedado con su amiga Sandra. Para variar Sandra llegaba tarde. Hacía 10 años que se conocían y nunca había conseguido ser puntual, aunque siempre se las apañaba para poner alguna excusa. Aquel día a María la excusa le pareció más que justificada. Sandra se bajó de otro bus a los 20 minutos. Tenía los ojos enrojecidos, había estado llorando porque se había peleado -otra vez- con su novio. Sin embargo, había decidido salir para airearse en vez de pasarse la noche abrazada a la almohada.

María secundó la decisión de su amiga con unas cuantas frases de ánimo y un abrazo, y luego se fueron juntas hacía la discoteca, que hacía esquina. Eran cerca de la 01:00 cuando llegaron, pero el ambiente estaba ya muy cargado a esa hora. La sala principal de la discoteca estaba repleta de gente bailando, llevando copas de aquí para allá y hablándose a gritos. María se sentía como en casa en este tipo de ambientes; le gustaba el ruido de la música sonando tan fuerte y el contacto cuerpo a cuerpo que se generaba.

Se fue directa hacia la barra y pidió dos cervezas, una para ella y otra para Sandra, que ya empezaba a estar un poco animada, aunque no se despegaba del teléfono. Las dos amigas se quedaron charlando cerca de la barra un buen rato, poniéndose al día, sobre todo por parte de Sandra, que necesitaba explicar lo que le había pasado, aunque fuera a gritos para que María la oyera incluso con la música sonando tan fuerte. Luego, el teléfono de Sandra dio varios pitidos, y ella se lo quedó mirando unos segundos.

-          Es Andrés -dijo Sandra. Andrés era su novio.

-          ¿Y qué quiere?

-          … Que le llame… -Sandra alzó la vista y miró a María a los ojos como implorándole permiso para hacer la llamada. María sabía que esto acabaría pasando. Sandra y Andrés eran novios des de hacía 10 años y siempre estaban igual, peleándose y reconciliándose. Y, a pesar de todo, se querían y hacían buena pareja. María le dedicó un gesto de asentimiento a su amiga y le señaló la puerta, como si le dijera “no me importa que me dejes aquí sola, ve”. Así que Sandra le dio un beso en la mejilla y salió casi corriendo del local.

A pesar de que sabía que se había quedado sola -tenía claro que Sandra no iba a volver-, María decidió quedarse en la discoteca. Se merecía distracción después de la semana que llevaba. Así pues, le dio un trago a su cerveza y se fijó distraídamente en la gente de su alrededor. Todos los que iban a esa discoteca tenían entre 40 y 50 años, como ella, y estaban solteros o divorciados, también como ella. Por eso la mayoría iban a lo que iban, a ligar, a follar, a tener un escarceo de una noche, y nada más. Eso a María no le gustaba así que simplemente se dedicaba a bailar hasta que su cuerpo le pedía descanso. Y con esa intención había ido a la discoteca esa noche. Con la intención de bailar.

Como si el DJ adivinara su pensamiento empezó a sonar una canción que le gustaba, así que se terminó de un trago lo que le quedaba de la cerveza y se fue, con movimientos rítmicos, hasta el centro de la pista. Poco a poco fue abandonándose al baile, cerrando los ojos, disfrutando libremente con cada movimiento que daba su cuerpo, cantando y tarareando las letras de las canciones que iban sonando -se las sabía todas-, y dejándose llevar, olvidándose de los problemas que la acuciaban en el trabajo y disfrutando por primera vez de su tiempo aquella semana.

Cuando ya llevaba un tiempo bailando, sin embargo, algo hizo que María se pusiera en alerta. Abrió los ojos y se fijó, sin dejar de bailar, en la gente de alrededor. Tenía la sensación de que alguien la observaba. Tras unos instantes se convenció a sí misma de que no era así, pero, al cabo de un minuto o dos, sintió una presencia detrás de sí. Evitó girarse, no quería que nadie pensara que estaba emparanoiada ni quería llamar la atención, y siguió bailando como si nada. Sin embargo, su tensión aumentó cuando notó claramente que alguien le había rozado el culo con la mano.

“No pasa nada”, pensó, “estás en una discoteca, es normal”. Pero el roce volvió otra vez, y en esta ocasión acompañada de una voz hablándole a la oreja.

-   Tienes un culo precioso -le dijo la voz grave y sensual de un hombre. Hablaba un poco alto a causa del volumen de la música. María hizo ademán de girarse y contestarle pero el hombre la agarró por la espalda y se lo impidió. – No te gires, estoy seguro que vas a disfrutar con esto.

Y tras decirle eso bajó su mano hacía el culo de ella y se lo estrechó con fuerza. María se indignó pero también sintió que algo se despertaba dentro de sí. Por alguna razón le gustaba lo que estaba pasando, y se sorprendió. ¿Ella, que siempre había sido tan recatada en lo referente al ámbito sexual, estaba pasándolo bien con un desconocido rozándole el culo? ¿Cómo podía ser? ¿Y en medio de tanta gente?

Mientras todos estos pensamientos circulaban libremente por su mente el tío aprovechó para bajar su otra mano y, esta vez sí, apretar bien cada una de las nalgas del culo de María, que soltó un gemido, inaudible entre tanta muchedumbre. Luego las manos de ese hombre se posaron sobre su cadera y acercaron su cuerpo al de ella. Ambos cuerpos se movían al ritmo de la música, como si estuvieran compenetrados en una especie de baile sexual del que solo se percataban, de momento, ellos dos.

A través de la tela de su falda María pudo notar como el miembro de ese hombre se endurecía. Eso la puso muy cachonda. Deseaba que la cosa fuera más allá, que él se aprovechara todavía más de ella. Y, al parecer, él le leyó el pensamiento, puesto que a los pocos segundos María sintió como la mano de ese hombre de voz sexi se colaba por debajo de la camiseta de tirantes blancos que llevaba, dirigiéndose hacia su estómago.

Ella aprovechó el ademán para recostarse un poco encima de él y acercar su espalda a su pecho. Sus cuerpos seguían moviéndose al mismo ritmo, suave y sensualmente, y eso la excitó todavía más. Sus pezones se endurecieron y empezó a cortársele la respiración. Estaba haciendo algo prohibido, sexual, con un tío al que no conocía de nada y al que ni siquiera le había visto la cara.

Las manos de él se detuvieron unos segundos en el vientre de ella, masajeándolo suavemente, y luego, por debajo de la camiseta, empezaron a subir hasta su pecho. María miró a su alrededor para ver si alguien los estaba mirando. Se trataba de un acto reflejo, de pudor, aunque se sorprendió pensando que no le importaría pillar a alguien haciendo de voyeur con ellos.

Mientras tanto, las manos de él llegaron hacia sus tetas. María sintió, a través de la tela del sujetador de encaje blanco que llevaba, como las manos de él le masajeaban suavemente los pechos, haciendo especial hincapié en la zona de los pezones, que ya estaban duros de la excitación y podían notarse a través de la tela. María volvió a gemir, y su placer se incrementó cuando la boca de él bajó hacía su cuello y empezó a lamerlo y a morderlo.

(CONTINUARÁ)