María y el socio de su padre (I)

María, joven y atractiva, tiene la mala suerte de encontrarse en una playa nudista al socio de 53 años de su padre. Ambos se encuentran solos en una isla paradisíaca de las Baleares, en la que el calor y la excitación se pueden percibir en la brisa que trae el Mediterráneo.

María y su amiga Marta tenían 23 años y estaban disfrutando de unas merecidas vacaciones de verano en una paradisíaca isla del Mediterráneo. Menorca había sido la isla elegida y las chicas habían destinado ocho días a disfrutar de sus encantos y de sus fiestas, todo fuera por desconectar y salir de la rutina habitual de su Madrid natal.

Las dos muchachas se puede considerar que eran atractivas, pero María era la típica mujer que hacía que un hombre se diera la vuelta en la calle, algo que ella sabía y explotaba a menudo. Medía alrededor de 1'70cm, tenía una larga caballera morena, una piel tostada por los primeros rayos del sol veraniego, una sonrisa impresionante y, sobre todo, unos ojos color castaño verdoso grandes e impactantes. Pero si su cara era una maravilla, su cuerpo se podía considerar una obra de arte. Lo tenía tonificado a base de hacer ejercicio, unos preciosos pechos de tamaño medio, unas largas piernas y un trasero impresionante que podría provocar más de un tirón de cuello cuando caminaba en su día a día.

La isla y sus encantos no estaban defraudando a las chicas, que llevaban cuatro días con sus noches sin parar ni un momento. La rutina estaba clara: por la mañana una buena sesión de playa, después un pequeño descanso para ir a comer a algún chiringuito, tras reposar la comida otra ración de playa que acababa prácticamente cuando caía el sol y, posteriormente, vuelta al hotal, ducha, cena y salida nocturna en busca de algún garito en el que bailar y pasarlo bien.

Día a día la fiesta y la buena vida iban convirtiéndose en la rutina de las dos chicas, pero había un paso que no habían querido dar todavía: tener una aventura sexual.

Aunque era habitual que muchos chicos se acercaran a ellas con cualquier estúpida excusa, las dos se habían mantenido firmes, sobre todo María que estaba habituada a un ritmo mucho más animado de conquistas y que veía pasar los días y las oportunidades a la misma velocidad que su deseo y ansiedad iban en aumento.

Este deseo creciente, hacía que cada vez fuera más osada en determinadas circunstancias, provocando auténticos tsunamis de excitación en los caballeros que tenían la suerte de estar cerca. Por ejemplo, había empezado a ir a la playa sin la parte de arriba del bikini, dejando con total libertad sus dos hermosos y erguidos pechos. La reacción era automática y María disfrutaba y se excitaba con ella, era llegar a la playa, extender la toalla, otear el horizonte para ver quién podía mirar y, muy lentamente, quitarse el vestido ante la mirada hipnótica y viciosa de varios hombres que empezaban disimulando su curiosidad, pero acababan finalmente fijando su mirada en su cuerpo.

Pero las vacaciones idílicas acabarían la tarde del quinto día, cuando una llamada teléfonica informó a Marta que tenía que volver urgentemente a Madrid para cubrir a una compañera de trabajo que había sufrido un percance. Las dos chicas hablaron mucho sobre qué hacer, y finalmente decidieron que no tenía sentido que María perdiera los últimos días de unas vacaciones que estaban ya pagadas, y que por tanto debería quedarse y disfrutar de los tres días que le quedaban.

A la mañana siguiente María acompañó a su amiga del alma al aeropuerto, y una vez de vuelta en el coche y ya por fin sola, arrancó y puso rumbo a Cala Macarella, la playa a la que iban siempre juntas. Era máas temprano de lo habitual y eso se notaba en la playa, en la que no había casi nadie. Ante esta visión, un resorte saltó en su cabeza y decidió coger el pequeño sendero que salía a la derecha del aparcamiento y que ponía "Macarelleta - Zona Nudista".

El camino era una sencilla senda de tierra, y como todavía era temprano no hacía demasiado calor. Cada paso que daba le provocaba un mayor excitación, ya que nunca había estado en una playa nudista sola y encima su grado de excitación era algo más alto de lo habitual. Por fin, después de cinco minutos acabó llegando a la cala que se abría esplendorosa ante ella. Al principio le pareción que no había nadie, pero según se fue acercando si percató de que había varias figuras aisladas, todos hombres, que automáticamente levantaron la cabeza de la toalla cuando ella pisó la arena. María notó que una chispa se encendía en su interior y empezó poco a poco a extender la toalla y a quitarse el vestido que llevaba. Una vez se quedó en bikini, ya era evidente que los hombres de la playa no paraban de mirarla, así que continuó con el show quitándose la parte de arriba, y muy despacio, la braguita del bañador que se quedó un segundo adherida a los labios de su vagina por la humedad que había acumulado.

Ya estaba hecho, la brisa le cubría todo el cuerpo y su coñito, con una pequeña franja de pelo oscuro, despertaba los bajos instintos de los caballeros que hace unos minutos medio dormitaban en la arena. María estaba excitada y se sentía observada, lo que aumentaba aun más su grado de calentura. Se tumbó boca abajo y cerró los ojos tratando de disfrutar del ambiente, pero cuando no había pasado ni dos minutos, notó que una sombra le tapaba el sol y escuchó como en un susurro:

  • ¿María, eres tú?

Al escuchar su nombre, abrió los ojos y giró la cabeza hacia la voz, y al hacerlo su mirada se encontró de frente con un pene no demasiado grande pero con una clara erección apuntándola directamente a la cara. Una vez recuperada de la primera impresión, consiguió subir la vista y al ver la cara del dueño del miembro erecto, notó que una oleada de calor que le subía hasta las mejillas.

  • Hombre... hola Arturo - se trataba del socio de 53 años su padre.

-CONTINUARÁ-