María, mi querida perra XI

María continúa su "jornada laboral" como puta. ¿Qué más le habrán preparado?... Aviso: Contiene zoofilia. No es uno de mis "gustos", pero sus "peticiones son órdenes", y no preguntéis a quien me refiero...

Capítulo décimo

Una vez sola, la pobre María no esperó a que la chica que hacía las veces de su proxeneta volviera a la habitación y levantó su maltrecho corpachón de la cama, encaminándose al baño para asearse, sin poder cerrar las piernas con cada paso que daba y sintiendo un extraño vacío entre sus muslos, principalmente en su dilatadísimo esfínter. Aterrada, María metió una mano entre sus piernas y tanteó la entrada de su culo con los dedos, notándola aún tan abierta que casi podía meterse un par de dedos casi sin notarlos… Se aseó con cuidado pero sin entretenerse y, una vez hubo terminado, volvió a la habitación para sentarse en la cama, desnuda, a esperar qué sucedería entonces.

Al poco, la puerta volvió a abrirse para dar paso nuevamente a la misma chica, pero en esta ocasión había cambiado su atuendo y lucía un apretado corsé de cuero negro muy ceñido y unas botas altas de tacón, también negras… Una fusta en su mano completaba su atuendo de dominatrix y María no pudo evitar sentir un escalofrío que recorrió todo su cuerpo, temiendo lo que se le podía avecinar…

“¡Ponte a cuatro patas como la perra que eres, puta!”, le ordenó la joven.

María obedeció rápidamente, deseando evitar cualquier posible castigo que pudiera aplicarle si no lo hacía.

“Buena puta. Ahora quédate arrodillada pero inclínate sobre la cama... ¡Enséñame tu culo!... ¡Muéstrale tu culo a Madame Sonia!”.

Desde su posición, de pie junto a la cama, la chica observó cómo la gorda mujer, arrodillada, arqueaba su cuerpo para mostrarle su dilatado culo. Entonces la chica se dirigió al teléfono que estaba junto a la cama y marcó un número.

“¡Trae al perro!”, dijo alto y claro con el fin de que María la oyese.

“¡¿Qué?!... No, por favor, no puede hacerme eso…, por favor…, ¡Oh, Dios! ¡Un perro no!. ¡¡¡POR FAVOR, NO…, UN PERRO NO!!!”, gritó, aterrada. La pobre María quería echar a correr pero, ¿a dónde iba a ir?... Y rezó para sus adentros para que su Amo no fuera a permitirles hacerle algo tan sucio como aquello...

La puerta de la habitación se abrió dando paso a un hombretón que entró con una correa en la mano tras la cual marchaba un enorme Gran Danés. Era un hermoso animal grande y negro. María, casi en estado de shock, vio cómo, entre sus patas, su miembro ya se encontraba erecto. El miedo la paralizó al imaginarse esa cosa dentro de ella…

“No tienes por qué preocuparte, puta. Tu coño no es digno de la polla de Búster. El pobre no sentiría nada tras el trabajito que el pollón de Don Tomás ha hecho en él. Pero tu culo es otra historia… Todavía no está lo suficientemente abierto, aunque tú creas lo contrario... Todavía tiene que dar mucho más de sí…”

La pobre María no podía creer lo que oía. Un perro, un Gran Danés, iba a follarle el culo. Sus pensamientos giraban en un gran remolino.

“Por favor…, eso no…, ¡Haré lo que sea a partir de ahora…!. ¡No lo haga, por favor!”, le rogó y suplicó, pero la chica ni siquiera la miró.

“¡Cállate, zorra!. ¡Vamos, Búster, monta a tu nueva perra!”

Al oír la orden el perro obedeció al instante y saltó sobre la cama para, tras lamerle durante un momento el ano, montar a la llorosa madura. La pobre notaba cómo la chica ayudaba al animal a violentar su culo, cómo separaba sus nalgas para que su enorme aparato entrase en su interior. Cuando al fin lo consiguió, moviendo sus caderas con fuerza, un grueso nudo bloqueó el miembro del animal en el interior del culo de María, haciéndola gritar de dolor.

“¡¡AAAAAAAAAYYYYYYYYY…!¡. ¡NOOOO…, AAAAAAHHHHHHHH…!. ¡AAAARRRGGGHHH…, POR FAVOR!... ¡¡¡NOOOOOOOOOO!!!”

El perro comenzó entonces a follarla en serio y María se sorprendió al notar que su coño se humedecía... ¡Un perro la estaba dando por culo y ella estaba respondiendo como una perra en celo!

“Eso es, Búster, fóllatela bien duro y bien profundo…, fóllatela como la perra que es esta puta gorda. ¿Te acuerdas cuando te dije que te follarías cualquier cosa? Bien, ¡deberías haberme creído, vaca estúpida!”

Aquella chica era tan cruel como para permitir que un enorme animal le diese por culo a la pobre mujer y regodearse con ello, insultándola y humillándola. En solo un par de semanas la pobre María había pasado de ser una esposa decente a convertirse en una esclava sexual y, desde aquel momento, en toda una perra en celo jodida, ni más ni menos, por un perro de verdad.

Avergonzada, bajó la cabeza cuando notó como el perro se corría y derramaba su semen en sus entrañas mientras ella seguía sintiendo cómo su cuerpo la traicionaba, notando su coño cada vez más caliente y mojado.

“¿Tu coño aún no tiene suficiente, perra?”, le dijo la chica, que desde su posición, de pie junto a la cama, podía apreciar perfectamente el brillo de los flujos vaginales de la mujer entre sus piernas. “Será mejor que no te muevas mucho aún o Búster puede destrozarte ese precioso culito tuyo. Hay que desmontarlo correctamente”, dijo, ayudando al perro a sacar su tranca del culo de la mujer para luego hacerle una indicación al hombre, que volvió a engancharle la cadena al collar y se llevó al perro.

“Bien, bien. ¡Qué bonito culo tenemos aquí!. Lo voy a abrir igual que Don Tomás lo ha hecho antes…”, susurró la chica… Su voz brillaba vicio y María se asustó aún más de lo que ya estaba.

Se acercó a una bolsa que el hombre le había dejado al salir y extrajo de ella una bolsa de enema de la que salía un tubo acabado en una boquilla en forma de un grueso consolador. Con ella en la mano se dirigió al baño para llenarla. Cuando regresó con ella llena y María adivinó sus intenciones, comenzó a suplicar de nuevo.

“No, un enema no, por favor…, no me gusta eso, por favor… haga conmigo lo que quiera, pero, por favor, un enema no… Se lo suplico…”.

“Ya estoy haciendo contigo lo que quiero, así que deja de quejarte, perra estúpida. Ahora vuelve a ponerte a cuatro patas. La bolsa lleva casi cuatro litros de agua y vamos a meterla toda en tu vientre y tú vas a aguantarla ahí hasta que yo te diga. Madame Sonia no puede meter su mano en un culo lleno de mierda, ¿has entendido, puta?”

“Ahora, señoritinga estúpida, ábrete bien tus gordas nalgas. Tu Madame va a limpiar apropiadamente el culo de su perrita”, dijo mientras metía la boquilla del enema en el ano de María y colgaba la bolsa del poste de la cama.

“¡Aaaaahhhhh!... ¡Oooooohhhhhhhhh!”, gimió María mientras el agua fría empezaba a invadir sus entrañas.

“Así, puta, disfrútalo. Con esto voy a conseguir hacer reventar tu vientre y, cuando la bolsa esté vacía, voy a meterte un consolador en el culo y voy a sujetarlo ahí para que retengas el agua tanto tiempo como yo quiera... ¡Uy, perrita, tu barriga se está empezando a hinchar ahora!. Te está quedando muy bonita y más gorda aún, como la de una cerda... ¡Oh, sí, ahora sí que eres una cerdita gorda!”, le dijo la chica mientras acariciaba el vientre cada vez más hinchado de la humillada mujer, frotándoselo como si estuviese embarazada de varios meses.

Cuando el enema terminó de entrar en los intestinos de María, la chica le introdujo un consolador anal, sujetándolo con unas correas alrededor de sus caderas. La pobre madura sufría de una extraña sensación… Le dolía la barriga, pero su coño seguía palpitando de excitación. Sentirse llena, con la barriga tan hinchada como cuando estaba embarazada, con toda esa agua en su interior y con el dildo en su culo, se traducía en un sentimiento que jamás antes había tenido. Aquella chica conseguía que María sintiese cosas tan sucias qué jamás hubiese podido creer antes.

“¿A que mi gordita parece embarazada?”, le dijo la chica, casi como si hubiese leído sus pensamientos. “¡Oh, sí, puedo decirte que te pareces mucho, mucho a una cerdita. ¡Saca barriga para mí, cerdita!”, le ordenó.

María, sumisa y obedientemente, sacó barriga, cosa que no era difícil ya que tenía ya un gran tamaño incluso sin todo aquel líquido en su interior. Realmente parecía que estaba embarazada.

“¡Eso es, así…, sácala más…!”, le decía mientras con sus manos tanteaba su hinchada barriga como si estuviese tratando de mover el agua en su interior.

“¡Pero qué puta eres!... Mírate ahora, señora Quisquillosa Notengocondones…, ¡ahora no eres más que una gorda puta-cerda…, solo otra puta-cerda para mí y para el establo de Madame Sonia en cuanto tu amo se harte de ti y te venda!. Anda, perrita, vamos al baño... Seguro que mi cerda tiene ganas de hacer caquita, ¿a que sí?... Sólo tienes que pedírmelo educadamente”.

“Por favor, Madame, no…”, a pesar del intenso sufrimiento que sentía, María no quería admitir la imperiosa necesidad que tenía de eliminar el agua y suplicarle a aquella mujer que le permitiera ir al baño.

“Bueno, ya que no quieres, acuéstate en la cama y abre bien las piernas que vamos a jugar con el dedito de Madame”, le dijo, sonriendo como el gato que se comió al canario.

“¿Cómo voy a aguantar esto mucho más tiempo?”, pensó María mientras, obediente, se tendía sobre la cama con cuidado para que el agua no se moviese demasiado en sus entrañas.

La chica metió su mano entre las piernas de la mujer y colocó su dedo justo sobre su clítoris y comenzó a presionarlo, haciendo que María empezara a sentirse cada vez más excitada, acercándose rápidamente al orgasmo, pero la mujer, justo cuando María iba a alcanzar su clímax, retiró su dedo y le pellizcó el clítoris con la fuerza suficiente como para que la gorda madura berreara de dolor y su calentura se esfumara instantáneamente. Entonces la tortura empezó de nuevo…

Volvió a hacer presión directa sobre su clítoris y todo empezó otra vez. María no podía resistir las sensaciones que el contacto enviaba a su cuerpo, pero la Madame nunca le dejaba alcanzar el orgasmo. Siempre encontraba una forma de aplicar la suficiente presión con el dedo para encenderla pero no la bastante como para que llegar al orgasmo, o encontraba la forma de provocarle el dolor suficiente como para evitar que se corriera.

“¿Le gusta a mi embarazadita el dedito de Madame Sonia?... Oh, sí, seguro que sí le gusta… Madame Sonia sabe que a ella le encanta sentir el dedito de Madame. El dedito de Madame en su perlita hinchada, como a una niña sucia y traviesa”, susurró mientras se echaba a reír como si la anhelante madura fuese un bebé o algo así. Este tratamiento duró cerca de una hora, hora en la que, a pesar de la agonía del agua en sus entrañas, María trató por todos los medios de montar en el dedo de su captora y meterlo dentro de su empapado coño.

María se estaba frotando tan fuerte como podía sin que el agua en sus intestinos se moviera demasiado en su interior, tratando de correrse, pero ella no le dejaba. Al fin, se detuvo y la temblorosa mujer volvió a suplicar de nuevo.

“¡Por favor, por favor, Madame, por favor, deje que me corra!. ¡Oh, Dios, tengo que correrme!... ¡Por favor!”, dijo, casi a punto de llorar.

“¿Me prometes que vas a ser una buena puta y a comportarte correctamente para Madame?”

“¡Oh, sí, sí Madame!. ¡Voy a ser una buena puta para usted!”, respondió María, esperanzada de que le agradase su respuesta y le dejase alcanzar por fin el orgasmo.

“Bueno, cerdita mía, ya te ha follado el culo un perro para mí, así que ahora…, veamos…, ¿qué tal un par de dedos y una mano en tu culo?”, le respondió como si la cosa no tuviera la menor importancia, arrojando un cebo para que la suplicante gorda picase... Y la gorda picó, mordiendo el anzuelo hasta el fondo…

“¡Oh, Dios, Madame, sí, cualquier cosa, por favor, por favor, sólo deje que me corra, por favor!”, y, por fin, la Madame miró a los ojos de María como si fuese una cachorrilla.

“Entonces ya sabes qué tienes que pedirme antes..”, le dijo, pero María estaba confundida y no supo qué debía decir.

“¿Baño?”, le dijo, dándole una pista de lo que deseaba de ella.

“Por favor, Madame, por favor, déjeme ir al baño. Tengo que hacer caquita...”, dijo María, completamente avergonzada al ver que era capaz de hacer y decir cualquier cosa con tal de que le permitiera correrse.

“Buena chica… Vamos…”, dijo la Madame, levantándose de la cama y encaminándose al cuarto de baño, y María se sintió feliz de que su respuesta le hubiese agradado.

María, no queriendo enfadarla y que le negara nuevamente el tan ansiado orgasmo, no se planteó siquiera actuar como una persona normal y, dejando caer su gordo cuerpo al suelo, volvió a asumir la posición a cuatro patas y así la siguió al cuarto de baño.

Una vez allí, Madame Sonia no parecía tener la menor intención de dejarla sola, mientras la cada vez más humillada María no podía creer que su intención fuese ver cómo se aliviaba en el inodoro, evacuando todo el agua que llenaba sus intestinos.

“Ahora vas a ser una buena cerda y harás caquita para que Madame te vea…, enséñale a Madame la putita cagona que estás hecha”, le dijo mientras le retiraba el consolador anal que taponaba el culo de la mujer madura.

Avergonzada, María accedió bajando la mirada, y se colocó en el inodoro sin llegar a apoyar sus nalgas, dejando salir todo lo que llevaba en su interior. Se le muy hacía extraño y tremendamente humillante el ser observada por otra mujer mientras lo hacía, pero, de alguna aberrante manera, llegó a mojarse aún más mientras la Madame le observaba evacuar. Finalmente terminó y ella le ordenó limpiarse bien y volver a la cama.

Mientras María se aseaba, ella le esperaba en el dormitorio.

“Ahora, puta, vuelve a ponerte de rodillas en la cama. Es el momento de dilatar ese culito tuyo. ¡Quiero conseguir que entren al menos cuatro pollas en él!”, le ordenó al verla regresar al dormitorio, sin que en su voz quedara rastro alguno del tono meloso que había empleado antes.

Al oírla decir aquello, la pobre María se quedó lívida del susto.

“Por favor, Madame, no más… por favor… ¡Déjeme en paz, se lo ruego!”, volvió a suplicarle con voz temblorosa y al borde del llanto, aunque era consciente, muy a su pesar, de que aquella arpía vería cumplido su deseo y de que ella acabaría sometida a sus caprichos, por lo que obedeció la orden, asumiendo, una vez más, la humillante posición.

“¡Cállate de una vez, zorra!. Vamos a empezar con un dedo dentro de tu culito”, dijo, mientras, con un movimiento, al principio suave, empujó un dedo en el interior del culo de la gorda para luego comenzar a bombear con él.

“¡Ay…, ay…, ay!”

“Eso es, puta. Tú puedes. Ahora dos dedos”

“¡Aaaaayyyyy…, ay, ay!”

”Ahora a por el tercero, cerda. Así, fóllate mis dedos, sé que te gusta, sucia puta, ¡lo adoras!”

Y era cierto. María movía sus caderas arriba y abajo sobre sus dedos, sintiéndose como una puta que quería más y más a medida que ella iba abriendo sus entrañas. Lo más curioso del caso es que antes de aquella tarde, cuando su Amo la había desvirgado por el culo, María jamás había permitido a nadie que le hiciese sexo anal, ni siquiera a su marido, y en la misma tarde en que se lo habían desvirgado ya se lo había penetrado la polla de su ex yerno negro, el enorme pollón de Don Tomás y la tranca de un perrazo, y ahora lo estaba disfrutando follándose los dedos de Madame como una puta barata.

“¡Para inmediatamente, perra!”, le gritó entonces. “¡He dicho que pares, puta!”, le gritó Madame sacando los dedos de su ano. “Vuélvete. Tengo una sorpresa para ti”.

María se dio la vuelta para ver cómo se había sujetado alrededor de su cintura un arnés con un enorme consolador. Era obvio que Iba a darle por el culo con él. ¿Por qué a todo el mundo le había dado por follarse su culo aquel día?

“Vas a necesitar lubricación a pesar de todo lo abierto que tienes el culo, guarra, así que sé una buena perra y chupa…, chúpala como si fuese una polla de verdad... ¡No la muerdas!”, dijo, dándole una fuerte palmada en una nalga mientras la sumisa se apresuraba a obedecer. “Eso es, guarra, lame desde la base hasta la punta como si fuese real y luego métetela toda en tu garganta y chúpala”.

“¡Urgh… ugggh… yumppp…!”, se atragantó la desesperada madura mientras obedecía los mandatos de la Madame, felando aquel consolador como si fuese una polla real.

”¡Vamos, puta, trágate toda mi polla!. ¿No esperabas que te hiciese esto?. Vamos, ya antes tragaste mucho semen de verdad antes, así que ahora no lo echarás de menos… ¡traga, perra!”

“¡Ahora a por tu culo!”, le ordenó. Entonces María, rápidamente, se puso en posición y Madame, sin previo aviso, le hundió el consolador en su culo, comenzando seguidamente a bombear cada vez más rápido.

María gritó con todas sus fuerzas como si estuviese siendo violada. Aun así, notaba como el dedo de Madame volvía a su clítoris mientras se follaba su culo, llevando ese punto de presión a un grado de tortura que la volvía loca de placer. La desesperada gorda estaba ardiendo de deseo de correrse, pero su Madame no dejaba que alcanzase el orgasmo.

Durante un buen rato estuvo sodomizándola hasta que, de pronto, saco el dildo de sus entrañas sin previo aviso.

“Es la hora de la siguiente fase de tu dilatación, perra”, le dijo, mirándola amenazadoramente.

Entonces volvió de nuevo a introducirle en el culo los tres dedos anteriores para luego seguir con el anular y el pulgar también. Tras moverlos dentro y fuera durante un rato acabó por meter su puño entero en el culo de María.

“¡¡¡AAAAAAARRRRGGGGGGHHHHH, AAAAAARRRGGGHHHHH…!!!. ¡OH, DIOS MÍO!. ¡MADAME, POR FAVOR… ME VA A DESTROZAR…!. ¡¡AAAAAYYYYYYYYYY!!”

“Abre bien ese culo para mí, puta”, le dijo mientras seguía moviendo su puño dentro del culo de la mujer, sin importarle lo más mínimo sus súplicas. “Ahora sí que lo tienes bien abierto, ¿verdad que sí, perra?”

“S… sí… ¡Oh, Dios, Madame, es enorme…! ¡¡ME VA A DESTROZAR EL CULO!!”. Su brazo estaba ahora dentro del culo de la gimiente gorda casi hasta el mismo codo, moviéndose adentro y afuera sin dejar de follarle. La pobre María pensó que nunca iba a parar de someterla a aquella tortura pero, gracias a Dios, al fin lo hizo.

María lloraba con la cara enterrada en la cama y su culo en pompa, dejándose caer como una bola en la cama cuando Madame sacó el brazo de su culo. Mientras seguía llorando, Madame se levantó de la cama, diciéndole mientras la contemplaba con un rictus de inmenso desprecio en su cara y le decía, riéndose de la pobre gorda. “Ahora descansa, puta. Lo vas a necesitar para lo que te espera mañana. Vas a tener para ti todas las pollas que te he prometido. Observaré tu progreso mientras te adiestran a partir de mañana. No me falles, perra, o lo lamentarás”.

El intenso agotamiento acumulado hizo mella en la pobre María, que sintió cómo se le cerraban los ojos sin poder evitarlo, aunque, antes de rendirse al sueño, escuchó cómo se abría nuevamente la puerta y alguien entraba en la habitación.

“Bueno, Madame Sonia, ¿ha sido mi putita productiva hoy?”, preguntó una voz familiar para María, que pudo reconocerla como la de su Amo.

“De hecho ha sido muy productiva, Señor Fernández”, oyó responder a Madame Sonia. “Alcanzará un alto precio cuando haga las calles para usted. Es una lástima que no desee vendérmela… Pero ahora quiero que descanse. Mañana la quiero fresca…, lo necesitará para lo que van a hacerle en la granja… Y, después de todo, tendrá que empezar a trabajar en serio para pagar su deuda con usted, señor”. Y ambos se echaron a reír mientras María iba quedándose dormida pensando en que ya no le quedaba voluntad para tratar de luchar contra ellos. Se estaba resignando a convertirse en una puta, y le parecía que no iba a poder escapar nunca de su nueva vida. Cuando salieron de la habitación le dijeron que durmiese bastante.

Mientras trataba de conciliar el sueño, la pobre mujer pensó en que jamás hubiese imaginado las cosas horribles que había hecho en los últimos días. Se había convertido en una esclava sexual a disposición de aquellos dos Amos, que además la habían convertido en una puta, en una fulana, y…, y obligado a ser la perra de un perro también…, de manera que, antes de rendirse al sueño, María pensó que ya no podía caer más bajo… No se imaginaba lo equivocada que podía estar, pero pronto lo sabría...