María, mi querida perra IX
La perra sigue recordando los inicios... Contiene una escena de pissing, a petición de un fan de María, aunque no es de mi especial agrado. Me han dicho, con razón, que la sumisión de la prota va demasiado deprisa... Es verdad, pero estoy condensando una relación D/s de varios años
Capítulo noveno
Desde entonces y durante un cierto tiempo, la vida de María transcurrió con una relativa normalidad. Seguía con sus labores de limpieza en la finca, pero, por supuesto, siempre sin ropa interior, aunque como María solía usar ropas holgadas eso no le suponía un gran problema…, salvo por una cuestión…, era la primera vez en su vida que salía de casa sin bragas, lo había hecho antes sin sujetador, pero no llevar bragas era diferente.
Se sentía muy excitada y nerviosa, y notaba cómo sus muslos se rozaban y su coño se humedecía por la excitación, y pensaba que las miradas de los vecinos varones con los que se cruzaba en la comunidad intuían sus pezones marcándose bajo la blusa y sabían que no llevaba nada debajo de la falda, y se sentía más expuesta que si su Amo la hubiera obligado a ir completamente desnuda, sobre todo cuando percibía la sonrisa de superioridad de su dominador, que parecía adivinar sus pensamientos. Y, si debía ser sincera consigo misma, le gustaba aquella sensación y se hubiera masturbado cada vez que se sentía así…, si no lo hubiera tenido terminantemente prohibido por aquel hombre...
A él, cuando se cruzaba con ella en la escalera, mientras limpiaba, parecía gustarle demostrarle que estaba a su completa merced y la obligaba a apoyarse contra la pared, le levantaba la falda hasta enrollársela en torno a sus amplias caderas y se la follaba brutalmente donde fuera, en la escalera, en el ascensor, en el garaje…, casi como para que la situación le diera más miedo y morbo al poder ser descubiertos por cualquier vecino o por su propio marido; o la obligaba a quitarse la blusa y arrodillarse a sus pies y le follaba la boca con violencia hasta que se la llenaba de semen o se corría en sus tetas... Y, para mayor escarnio de la sometida madura, la mayoría de las veces no le permitía limpiarse y más de una vez la nerviosa María debió proseguir con sus tareas de limpieza con hilos de semen pringando sus tetas bajo la blusa o resbalándole por las piernas, convenientemente tapadas por la falda...
Un día, en su casa, sucedió algo que supuso una vuelta de tuerca más en la vida de la madura portera… Después de haberla estado follando a cuatro patas tras haber azotado con saña sus gordas nalgas, María le pidió permiso a su Amo para levantarse e ir a orinar… Inconscientemente, María no esperó la respuesta y se levantó para dirigirse al servicio, pero su Amo le preguntó que a dónde creía que iba, que una puta como ella mearía dónde y cuando él dijera.
Entonces, completamente desnuda salvo por los zapatos de tacón, la llevó a la cocina y la obligó a beber mucha agua y la hizo esperar durante un par de horas.
La pobre María creyó sentirse morir, tenía unas ganas horribles de mear, y ya no podía aguantar más, pero su Amo no se apiadó de su sufrimiento y no le dio permiso para mear hasta que pasó una hora más, una hora durante la que la pobre gorda sintió cómo su repleta vejiga estaba a punto de estallar.
Pero cuando le estaba dando permiso para que orinara también le dijo que las putas como ella no usaban el baño como las personas, que debía acompañarle al garaje, quedarse completamente desnuda, poniéndose en cuclillas sobre el sumidero de evacuación de agua y que meara allí.
María no podía más, sólo quería orinar donde fuera, así que hizo lo que le había ordenado, se puso el vestido de cualquier manera y bajó al garaje con su Amo detrás de ella, se colocó sobre el sumidero, ubicado en el medio del garaje, donde cualquier vecino que pasara podría verla, y se quitó el vestido, acuclillándose entonces sobre el sumidero, pero, antes de que pudiera empezar, su Amo le dijo que se descalzara también. La gorda madura hizo lo que le ordenó y, después de descalzarse, empezó a mear.
Le salió un chorro enorme que empezó a esparcirse por todo el suelo del garage. Su Amo permaneció de pie, delante de la avergonzada mujer, disfrutando de la escena, sonriendo y llamándola puta, gozando en extremo al ver a la pobre mujer totalmente humillada a sus pies sin atreverse a levantar la vista del suelo, pero María sentía tanto alivio de poder mear tras tanto tiempo que no le importaba nada más en aquel momento.
Entonces él le dijo que pusiera las manos bajo el chorro de pis y se las mojara, y que luego se las chupara. Era asqueroso, pero María obedeció sin pensarlo. Entonces, él, sacándose el miembro de sus pantalones, se agarró la polla con una mano y empezó a mear sobre ella, que no se lo esperaba y la pilló de sorpresa.
Casi le gritó que por favor no lo hiciera, se lo suplicó, pero eso sólo consiguió enfadarle y entonces le ordenó que abriera la boca y le echó un chorro enorme de meada por todo su desnudo cuerpo. Su pis caliente la empapó por completo, a pesar de que el hombre apuntaba sobre todo a las tetas, la cara y la boca de la sumisa mujer. María intentó eludir el chorro cuando apuntaba a su boca abierta, pero le fue casi imposible y acabó tragando una buena cantidad.
Ella ya había dejado de mear y entonces el suelo había quedado empapado de sus meadas. Cuando él terminó la obligó a ponerse a cuatro patas sobre el charco de orines y se lo hizo limpiar con la lengua y tragarse las últimas gotas. Entonces, sin siquiera mirarla, su Amo se fue a lavarse en los baños del garaje mientras María permanecía en la misma postura, desnuda y completamente empapada de meada, goteando orines por todo su cuerpo, sintiendo arcadas y ganas de vomitar.
Cuando su Amo volvió, ya vestido, sólo le dijo que se iba, que la esperaba al día siguiente en su casa, y le preguntó si le había gustado... María, sin atreverse a levantar los ojos del suelo, completamente humillada y avergonzada, se sorprendió a sí misma al oírse responderle con sinceridad que sí le había gustado..., y él, sin siquiera dignarse mirar a su esclava, la dejó allí, sin más opción que volver a ponerse el vestido sobre su cuerpo cubierto de orines y rezar para no cruzarse con nadie de camino a la portería, para poder ducharse y cambiarse de ropa antes de que su marido la descubriera de aquella guisa…
Cuando la usaba en su casa lo hacía con fuerza y violencia, haciéndola sufrir y provocándola dolor: la abofeteaba cuando no accedía a lo que él quería o no le llamaba Amo, la azotaba su gordo culo hasta que le dolía al sentarse durante horas, la ataba las manos o las piernas en múltiples posiciones para follársela según su capricho, y María se corría de placer una y otra vez... Había descubierto lo muchísimo que le gustaba que la dominaran y sentirse como una puta cualquiera… Sólo rezaba para que ni su marido ni su familia se enteraran nunca de aquello…
Lo que María no podía siquiera imaginar era que su marido ya lo sabía todo…, bueno, casi todo, porque, después de que su Amo supiera que Luis les había estado espiando en su propia casa, se había hecho el encontradizo con él en el garaje de la finca, pero no porque le importara lo más mínimo la situación familiar de su reciente adquisición, sino porque consideraba inadmisible la intrusión del portero en la intimidad de su vivienda, y eso no lo podía tolerar, así que, aquel día, en el garaje, se había acercado al marido de María con un cigarrillo apagado en la mano, como si sólo pretendiese pedirle fuego…
“Te voy a ser sincero, Luis”, le soltó, sin embargo, una vez le encendió el cigarrillo, mirándole a los ojos. “Sabes que estoy muy contento con María, es una profesional como la copa de un pino y yo no imagino esta finca sin su trabajo diario. Se ha convertido en una pieza fundamental para nosotros. Sé que es a costa de sacrificio personal, te la robamos demasiado tiempo, pero también sé que eso no te duele mucho y, además, creo saber cómo recompensarte directamente a ti por todo esto”
Luis le miró, extrañado ante tamaña hipocresía en el hombre que se estaba follando a su mujer, e intentó decir algo, pero el Sr. Fernández le cortó en seco.
“No digas nada, te quiero callado hasta que escuches lo que te voy a decir. Supongo que tú querrás ver feliz a María y sé que no lo consigues por más que creas esforzarte en ello, ¿verdad?. Yo sí sé hacerla feliz, de hecho, llevo ya un tiempo haciéndola feliz, muy feliz, más de lo que puedas imaginarte a pesar de lo que creas saber, Luis”
Él le miraba en silencio mientras tragaba saliva, intentando asimilar lo que aquel hombre quería decirle.
“Verás, Luis, como ya sabes, María, tu mujer, es mi hembra. Debes saber que no has podido hacer el amor con ella porque yo se lo he prohibido, ya que el único macho que tiene y va a tener esa hembra soy yo o, como mucho, quien yo permita que se la folle, ¿lo entiendes?”
Luis siguió guardando silencio, no tanto porque no tuviera nada que decir, como porque su poco sentido común le decía que aquel hombre no esperaba respuesta alguna por su parte.
“Como te digo, Luis, supongo que tú querrás verla feliz a ella, y ahora su felicidad soy yo, su macho. Ella ya me ha aceptado como tal y, desde ahora, tú también me aceptarás como el macho de tu mujer. Aceptaras que ella me pertenece, cuidarás de ella y seguirás dándole todo tu cariño y amor, pero serás conocedor de que esa hembra me pertenece y aceptarás que es mía. Tu misión es tenérmela siempre dispuesta y preparada para mí.”
Entonces el Sr. Fernández hizo una pausa, valorando la reacción del marido de su esclava, y continuó diciendo, “Con esto salimos todos ganando, tú el primero porque, si asumes tu nueva posición de casado cornudo, que es lo que realmente te gusta ser, y que tu mujer es mi hembra y puedo hacer con ella lo que desee, que es lo que realmente le gusta a ella, aunque importe muy poco, quizás te deje participar en algunas sesiones de su adiestramiento del estilo de la que presenciaste cuando te colaste en mi casa… Algo que no volverá a suceder nunca…, ¿verdad, Luis?”
Se hizo el silencio, durante unos instantes ninguno de los dos habló, hasta que Luis tomó aliento y, agachando la cabeza, asintió.
“Bien”, prosiguió entonces el Sr. Fernández, “entonces empieza una nueva etapa en nuestra relación, la de los tres. María seguirá trabajando para la comunidad, pero también será mi hembra, para cuando la quiera, para cuando la necesite, para cuando la desee... Vivirás felizmente junto a ella y la cuidarás sabiendo que cuidas a una hembra de otro macho. Ella ya está entregada a mí cosa que aceptarás dócilmente y no quiero ningún reproche por tu parte ya que, todo esto, es también tu felicidad, ¿verdad?”
Luis, siempre en silencio, volvió a sentir con la cabeza…
Ignorante de aquella “reunión”, y con el único pensamiento en mente de que para su Amo sólo era su puta, un escalofrío trajo a María de vuelta al momento presente, dándose cuenta de lo premonitorio de aquel sentimiento, porque allí estaba ella, vestida como una puta…, ¡y esperando a su primer cliente!...
PD. Me han comentado, y con razón, que el sometimiento de la protagonista va mucho más deprisa de lo que sería normal. Como digo, es cierto, pero es que se trata de una relación de D/s de varios años condensada en una serie de relatos cortos, - unos reales, otros fruto de mi imaginación calenturienta -, en los que podría empezar diciendo algo tipo "en un lugar de La Mancha", lo cual, traducido a estos relatos, sería algo como "pasados unos meses de entrenamiento"..., pero creo que no afectaría al iter del relato, así que... Como ya habréis leido, la escena de pissing la he introducido a petición de un lector fan del relato de María. Ya le he dicho personalmente que, al no ser algo de mi especial agrado, no sé si parecerá demasiado "forzada", pero ahí está, que me perdonen las almas especialmente sensibles, jejejejeje... Un saludo a todos y gracias por leer mis relatos. Como siempre, se agradece que dejéis vuestras valoraciones y comentarios en la web, aunque, quien quiera, TAMBIÉN puede hacerlo a través del mail... Suelo responder a todos.