María, mi querida perra II

La trama comienza con un cruel descubrimiento

Capítulo primero

Luis era el portero de aquel céntrico edificio de Madrid desde hacía casi veinte años, por lo que contaba con la plena confianza de casi todos los propietarios y se ocupaba también de las labores de mantenimiento del edificio, por lo que tenía llaves de casi todas las viviendas, pudiendo entrar en las mismas para ocuparse de las pequeñas reparaciones necesarias incluso sin la necesidad de que estuvieran sus propietarios.

Como parte de su salario, Luis vivía en la vivienda del portero junto con su esposa María, una mujer grande, de enormes curvas, senos grandes y caderas prominentes, una verdadera BBW, como se suele decir ahora, usando las siglas de una expresión en inglés para referirse a mujeres con más peso o masa corporal que la normal y que siguen siendo atractivas, porque, aunque en España podríamos decir que era gorda, muy gorda, a sus 50 años, tenía una bonita cara y unos labios carnosos, e irradiaba una sexualidad natural que provocaba que más de un vecino varón se quedar admirando su enorme culo cuando se cruzaba con ella, con pensamientos evidentemente libidinosos…

Aquel día de primavera, después de una mañana de trabajos ligeros, Luis recordó que tenía que reparar un grifo que goteaba sin cesar en la vivienda del ático, donde vivía el Sr. Fernández, un abogado de unos 45 años que, gracias a su estatus en el despacho y a internet, podía trabajar muchos días desde su propia casa, sin necesidad de acudir a su oficina…

Aquella tarde, sin embargo, Luis sabía que iba a tener que salir durante un par de horas, tiempo más que suficiente como para entrar en la vivienda y reparar el dichoso grifo sin tener que encontrarse con el propietario… Luis no sabría decir por qué, pero algo en aquel hombre le intimidaba profundamente, por más que su esposa María se reía de él diciéndole que eran imaginaciones suyas porque era un hombre muy agradable de tratar, pero Luis no se veía capaz de aguantarle la mirada cuando hablaba con él de los asuntos de la casa o, simplemente, cuando le saludaba al cruzarse en el descansillo… Todo en aquel hombre irradiaba… ¡poder!

Sin embargo, Luis también disponía de las llaves de su vivienda y tenía el permiso del propietario para entrar en la misma en su ausencia “para efectuar las reparaciones que fueran necesarias”, pero el portero no podía dejar de sentir esa expresión como un aviso para él…, algo como “Haz la reparación donde precise, en el mínimo tiempo posible y no se te ocurra fisgar nada más en mi casa”, que es lo que parecía haberle dicho en realidad…

Bueno, fuera como fuera, mejor que mejor para él si podía reparar el grifo antes de que regresara el Sr. Fernández, así que más le valía ponerse en marcha, por mucho que le apeteciera quedarse apoltronado en el sofá, aprovechando que su esposa María iba a estar fuera toda la tarde tomando el café en casa de su prima…

El ático era la mejor vivienda de todo el edificio, prácticamente independiente y con una amplia terraza desde la que se dominaba una estupenda vista del centro de la ciudad y, además, casi podía decirse que, si así lo quisiera, dispondría en exclusiva de la zona transitable de la azotea de la finca, ya que, a pesar de ser zona comunitaria, Luis no recordaba que ningún vecino hubiera subido allí.

Cuando entró en la vivienda, lo primero que notó Luis fue que, a pesar de lo caluroso del día y de que las persianas se encontraban subidas a medias, reinaba un ambiente fresco y se respiraba un ligero aroma floral que le resultó extrañamente familiar… ¡Seguramente usa el mismo ambientador que compra María!, pensó para sí, mientras se encaminaba al baño principal para ver de arreglar aquel maldito grifo cuanto antes.

Una vez en faena, la experiencia de Luis le hizo localizar con prontitud la avería, - una simple junta pasada -, y repararla en poco más de 10 minutos, así que recogió sus herramientas, limpió a conciencia la zona en la que había trabajado y se dispuso a abandonar la vivienda.

Cuando cerraba la puerta del baño, Luis escuchó unos amortiguados ruidos procedentes del dormitorio principal, cuya puerta estaba levemente entornada, que le extrañaron sobremanera, porque sabía que el dueño de la casa estaría fuera hasta la tarde y suponía por ello que no habría nadie más que él mismo en la vivienda… ¿Qué ruido era ese?, pensó… Sabía que lo mejor era olvidarse e irse, pero se dice que la curiosidad mató al gato…, y Luis no iba a ser una excepción a esa regla.

Con cuidado, acercándose silenciosamente, Luis se asomó por la puerta entreabierta y miró dentro de la habitación, sin poder creer entonces lo que sus ojos estaban contemplando…

Sobre la cama, completamente desnuda, con sus manos y pies atados a las patas de la cama, lo que la hacía tener que mantener las extremidades completamente separadas, con una mordaza de bola en su boca y un antifaz cegando sus ojos y retorciéndose contra sus ataduras estaba María, ¡su propia esposa!...

Su primer impulso fue entrar en tromba en la habitación para liberar a su mujer… ¡Seguro que aquel malvado hombre la habría secuestrado!, pero enseguida pudo comprobar que María no estaba intentando liberarse de las cuerdas que la ataban, sino que sus forcejeos se debían a otro “complemento” añadido a su ajuar. ¡Tenía algo metido en su coño que vibraba con un profundo zumbido, señal de su intensidad!... Su propia experiencia en chats eróticos le hizo comprender que su mujer tenía profundamente insertado en su coño algún tipo de juguete sexual y que éste estaba encendido, provocándole oleadas de un placer sexual que su cuerpo no podía soportar, llevándola al orgasmo una y otra vez, sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo.

De resultas de uno de sus orgasmos, el cuerpo de María se convulsionó y la mujer arqueó la espalda, levantando sus caderas, y Luis pudo observar, horrorizado, que también tenía un plug metido en el culo, ¡estaba siendo doblemente penetrada por dos artilugios sexuales!...

En ese momento Luis oyó abrirse la puerta principal y, temiendo que le descubrieran fisgando, a pesar de que conscientemente pensaba, “¡Pero si es mi mujer!”, pudo más su instinto de supervivencia y retrocedió hasta esconderse en el baño, rezando para que la oscuridad le protegiese de la vista del propietario de la casa.

Desde su escondrijo vio pasar a aquel dichoso hombre, con su metro ochenta de estatura, su fuerte complexión, su pelo oscuro y, sobre todo, la sensación de poder que irradiaba de él…, ¡uf, le era tan odioso!...

Entonces vio cómo abría de par en par la puerta del dormitorio donde se encontraba su mujer y le vio cruzarse de brazos y acodarse en el quicio de la puerta.

“¿Cómo está mi puta?”, le escuchó decir, “¿Se lo está pasando bien?”, prosiguió con socarronería, y Luis pudo oír en respuesta unos gemidos y farfulleos que sólo podían provenir de su esposa, desnuda e indefensa sobre la cama.

“¡Bien!”, dijo el hombre mientras entraba en la habitación, “¡Hora de cambiar el tercio de mi vaquita!”.

Desde su escondrijo, sin atreverse siquiera a respirar, Luis escuchó unas voces quedas y los sonidos propios de un cuerpo grande como el de su mujer moviéndose sobre la cama, y entonces la puerta del dormitorio se cerró y Luis ya no escuchó nada más de lo que ocurría en su interior.

Se quedó inmóvil lo que le parecieron unos segundos, dudando entre mantenerse escondido, entrar en la habitación y descubrir qué estaba pasando o marcharse de allí sin que nadie se percatara de su presencia en la vivienda, cuando escuchó cómo un teléfono móvil sonaba en el salón de la vivienda.

La puerta del dormitorio se abrió y el Sr. Fernández salió de la habitación, vestido sólo con un pantalón vaquero y descalzo… Luis le escuchó contestar la llamada, que entendió que provenía de su despacho y que le entretendría, al menos, el tiempo suficiente como para que la curiosidad de Luis sobre lo que le pudiera estar haciendo a su mujer dentro de aquella habitación quedara satisfecha.

Con mucho sigilo, salió del baño y volvió a asomarse a la puerta del dormitorio, mirando en dirección a la gran cama… Nunca olvidaría la imagen que se grabó en su retina. Su esposa María continuaba desnuda, pero ahora estaba de rodillas en el cabecero, de cara a la pared, con sus brazos extendidos a ambos lados de su cuerpo y las muñecas atadas a los extremos del cabecero, manteniendo sus nalgas levantadas y la cabeza gacha, pero lo que más impresionó a Luis fue la vista de cómo sus flujos vaginales resbalaban por los gordos muslos de su mujer… ¿Se excitaría María de aquella manera si la estuvieran forzando a ello? ¿Qué coño estaba pasando allí?...

Una especie de sexto sentido, hizo que Luis saliera de sus cavilaciones y volviera a esconderse en el cuarto de baño justo antes de que aquel hombre regresara al dormitorio. Al pasar junto a la puerta del baño, Luis le oyó murmurar para sí. “¡Vaya mierda! Con tanta historia casi se nos ha hecho tarde…”, y luego le oyó decir, ya con un tono de voz normal, “¡Como mi puta se ha comportado bien esta tarde, voy a ser bueno y darle un premio, ¿te apetece, zorra?!”.

Luis no pudo entender la respuesta de su mujer pero sí pudo notar que el tono de su voz no era el de una mujer que estuviera siendo forzada a hacer nada que no deseara, lo que hizo que se sintiera tan asqueado que se dejó caer al suelo, escondió la cabeza entre los brazos y se puso a llorar… ¿Cómo podía hacerle aquello María?...

Unos minutos después, aún sin saber cómo reaccionar, Luis se decidió a volver a asomarse a la puerta de la habitación donde se encontraba la pareja, y se encontró con la imagen de su mujer arrodillada entre las piernas de aquel hombre, con su polla entre sus manos, moviendo su cabeza rítmicamente arriba y abajo mientras el miembro del hombre desaparecía entre sus labios…

Por propia experiencia sabía que María era una estupenda mamadora de pollas, capaz de hacer que cualquier hombre se corriese en su boca poco después de introducirse su miembro entre sus labios carnosos mientras la lamía con su lengua, y comprobó que en aquel momento se estaba esmerando en ello, haciendo subir y bajar su cabeza con avidez, llegando, incluso, a colocarse la polla de aquel hombre entre sus tetas de vez en cuando para hacerle una cubana con ellas…

“Así, puta, así… Lo haces muy bien, pero, desde ahora, deberás aprender que tu boca sólo es otro agujero follable”, le escuchó decir al hombre.

“¡Oh, Dios, Amo! ¡Necesito sentir su enorme polla dentro de mí!” gimió María calladamente, sacándose la polla de la boca pero sin dejar de pajearle.

Luis no había visto a su esposa tan ansiosa por sexo desde hacía mucho tiempo… Instantes después, Luis escuchó cómo el sonido de las embestidas de aquel hombre contra el trasero de su esposa llenaba la habitación. María dejó escapar un gemido reprimido…, por el sonido, parecía que aquel hombre se la estaba follando con penetraciones largas y profundas y que María adoraba cada segundo de aquello.

Al poco, María empezó a gemir suavemente, “¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios mío!”, y después de algunos minutos Luis la oyó gritar, “¡DEME TODA SU VERGA, AMO! ¡FÓLLEME MÁS DURO!”.

“¡La madre que la parió!”, pensó Luis, “¡Aquella hija de puta le estaba rogando que se la follara sin piedad, que la reventara el coño...!”.

Entonces Luis escuchó los inequívocos gemidos de su esposa cuando alcanzaba el orgasmo y, no queriendo oír más, se apoyó contra la pared del pasillo, decidido a salir de aquella casa como alma que lleva el diablo, pero, pocos minutos después, Luis volvió a oír los inequívocos jadeos de placer de su mujer provenientes de aquella maldita habitación y volvió a asomarse con precaución, pudiendo ver cómo su mujer continuaba a cuatro patas sobre la cama, con aquel hombre había colocado entre sus piernas y embistiéndola con su polla como un toro, golpeando salvajemente las nalgas de su mujer con cada embestida de sus caderas, haciendo que sus enorme tetas se bambolearan y María dejara escapar profundos suspiros de placer cada vez que sentía cómo la penetraba, hundiendo la cabeza entre las sábanas mientras mantenía las manos juntas, apretando con fuerza la almohada que sujetaba como una tabla de salvación mientras la veía alcanzar un orgasmo tras otro, gimiendo de gusto…

“¡¡¡¡SIIIIIIIIIIIIIII, CLÁVEMELA HASTA EL FONDO DE MI COÑO DE PUTA!!!”, la oyó gritar como una posesa, “¡¡¡CASTÍGUEME FUERTE, POR FAVOR!!!”, suplicaba…

Entonces el hombre le dio un fuerte azote en el culo, con la mano abierta, dejándola una marca roja en la nalga, y siguió azotándola sin disminuir el ritmo de sus embestidas…

“¡¡¡SIIIIIIIIIIIIII, CÓMO ME GUSTA!!!... ¡¡¡Sí, OH, SÍ… ME CORRO, ME CORROOOOO!!!...¡¡DEME MÁS FUERTE, POR FAVOR, AMO, DELE MÁS FUERTE A SU PUTA!!... ¡¡¡DIOOOOOOS…, ME CORRO!!!... ¡¡¡¡ME CORROOOOOOOOOO, AAAAAARRRRGGGGGHHHH!!!!”

Contemplar cómo su esposa se corría una y otra vez como una loca bajo las embestidas de la polla de aquel hombre y pedía aún más sí que ya fue para Luis la gota que colmaba el vaso y abandonó la vivienda como si le persiguieran los demonios, cuidando de cerrar la puerta tras de sí con sumo cuidado.