María, Leonora y yo

María, después que se retira, permite que Leonora se folle al viejo Martel.

María, Alfonso y Juanita

Enriqueta fue muy atenta conmigo, me dio los libros que le pedí, me los colocó en una bolsa y me retire con paso lento de su finca. Pesaba, aún embelesado por su pierna y el busto, que alguna vez tendría que invitar a esa mujer a tomar algunas copas.

Después de almorzar subía a mi habitación donde me puse a gusto pata soportar el calor del día.

Me desperté tarde cuando caía el sol. María estaba a mi lado con un té con masas. Me serví mientras la miraba extrañado.

  • ¿Regresaste bien? – Pregunté – Pensé que tu aventura con Alfonso era más larga.

  • Y lo fue. Hacía tiempo que tenía ganas de tener algo con él. Pero me quedé con ganas.

  • ¿Por qué?

  • Porque se interpuso su hermanita, que no le deja quieta la manguera.

  • ¿No entiendo? – dije haciéndome el sonso.

  • ¿Recuerdas cuando te saludé con la mano por el camino? Yo ya había transado con él, me moría por hacerlo. En la casa me interrumpió Juanita, estaba muy segura que la niña consentiría en compartirlo con su madre, mas no conmigo.

María no tuvo tiempo ni oportunidad esa noche para sacarse el gusto conmigo. Bajé a cenar. Esa noche noté que Rodrigo no estaba, que se había marchado de viaje. Leonora me atendía con muchísima dedicación, mientras me servía me hizo sonrisas desacostumbradas y yo interpretándola bien en determinado momento le tomé la mano y le agradó.

Aparentemente Leonora se había desatado los rulos para todos los hombres, como era de buen ver y por lo que me contó María estaba, a pesar de ser cuarentona, tan bien como si fuese muchacha. Se habían despertado en ella pasiones que creía dormidas, se habían despertado súbitamente, ahora era mujer seductora y dispuesta a correr aventuras. ¿Por qué había elegido a un viejo como yo? En María supe comprenderlo, era coartada y tiempo de duración en el goce, respeto. ¿En Leonor?

Me retiré del salón comedor haciéndole un guiño vivaz a la posadera, ella sonrió poniéndose colorada.

Por la noche estaba entregado a la corrección de los sonetos, cuando sentí golpecitos en mi puesta, abrí, todo estaba muy oscuro y, en bata, como una sombra, entró Leonora en mi habitación cerrando la puerta tras de sí.

Tendrás que perdonarme mi amor – dijo con voz desmayada – era el día y el momento. Mi hijo no está como tampoco mi marido y quería consultarte...

La interrumpí, estaba confuso, era la primera vez que Leonora me trataba de tú, tenía que imaginar algo para retenerla, tomándome confianza le dije:

Si mujer, siéntate, pues pareces agitada, toma un poco de cognac, acompáñame ¿quieres?

Ella con sorna y riendo bajito aceptó. Comprendí que se sentía pícara y arriesgada, le gustaba la aventura que estaba por vivir.

Es la primera vez en mi vida que...

Me decía, y comprendí que quería acostarse conmigo y vivir la ventura de la traición como si yo le fuera arrebatar la virginidad, casi me echo a reír, porque soy hombre viejo panzón y algo pelado. ¡Vaya partido que se buscó Leonora! La traté con cariño, hice que mirara la Luna mientras apagaba la luz. Yo estaba casi desnudo debajo de la bata que me puse para abrir la puerta. La dejé sobre la cama y tomé a Leonora por los hombros para

darle un ardiente beso.

No era mi intensión apurarla, le bajé un poco la bata para mirarle los blancos hombros que besé produciéndole escozor. Sin duda era la primera vez que se iría a la cama con un desconocido, que rompía el círculo familiar e incestuoso para abrirse a lo desconocido. Tomé todas las precauciones para que disfrutara lo que ella había iniciado con tanto regocijo, poder escaparse y vivir más libre y dichosa lo prohibido, más allá del incesto, el adulterio, la infidelidad.

Todo esto es tan verdadero como lo que conté para Amor Filial en tres relatos: Una madre fresca y lozana (1) y (2) y Alfonso, después de Enriqueta, busca a su hermana. La infidelidad era previsible.

Le bajé lentamente la bata y vi por primera vez el cuerpo blanco y hermoso tal como lo relató María, Leonora era mujer menuda de un metro sesenta de estatura, delgada, aparentemente frágil, con dos hermosos pechos, con buena caída para su edad, abotonados con preciosos pezones rosados ofensivos. El vientre liso y sin estrías, terminaba en el triángulo con generoso vello fino que apenas ocultaban las primeras protuberancias. Las proporciones de su cuerpo eran armoniosas y delicadas. No se imaginaban tras los pliegues de su ropa negra que parecían ocultarla, para que nadie la sospechara como en verdad era.

Con la excusa de servir más cognac, encendí la luz de noche, y la conduje a mi cama. Ella me dejaba hacer. Tomamos el cognac mientras la acariciaba, temblaba como una adolescente aquella mujer que conformaba a dos hombres a un tiempo, yo la traté como si nada supiera. Besé todo su cuerpo, hasta que su mano buscó mi pene, que sostuvo y movió de arriba a bajo poniéndolo a su gusto. La seguí besando hasta que llegué a su vulva donde jugué con mi lengua. Todo rastro de vergüenza había desaparecido entonces, comenzó a gozar tomando mi cabeza con fuerza y acariciándome, mientras movía gozosa su cabeza de un lado a otro. Se incorporó con visibles ganas de que nos ubicáramos de manera inversa y mamáramos mutuamente. Ella parecía una fiera mordisqueando mi pomo, besándolo, introduciéndolo y sacándolo de su boca. En un instante lo abandonó para dar lugar a su primera corrida de mujer infiel, yo tenía mi lengua en su vagina y sentí las contracciones como de mujer muy joven. No lo podía creer. Trató de descansar y la ensarté con mi bien dispuesta polla que entró en su lubricada vagina en dos tiempos. El primero la hizo saltar sorprendida, el segundo estuvo toda adentro. Se la moví buscando sus mejores reacciones y mi satisfacción. ¡Que bien me ajusté a ella!

Cuando de tanto meter y sacar lo creí oportuno la di vuelta, quedó sobre mí en posición dominante que le encantó, la movía de las caderas según mi gusto, hasta que ella, entusiasta, juntó sus talones y se introdujo entre mis piernas apretando mi miembro. Ambas manos a mis costados sostenían el torso, que yo ayudaba a sostener mientras le chupaba las tetas delicadamente, a veces jugaba presionando los pezones con el pulgar y el índice. Ella se buscaba el orgasmo frotándose donde más le gustaba, me besaba y besaba, tanto hizo que lo logró por segunda vez. Cayó sobre mí exhausta y resoplando los ah y repitiendo: ¡ay hijo de mi alma! ¡Qué bien me la has dado!

Yo me sentía inocente, nada había hecho que ella no se me hubiese adelantado. Su aventura, sus fantasías, las cumplía requetebién. Se repuso advirtiendo que aún le quedaba resto y cogió mi polla con tal ansia, la mamó con tal fuerza e interés que no tardé en correrme en su boca, tragó, paladeó, chupó y se quedó mirándome con una cara de felicidad tal, como no vi en mucho tiempo.

Descansábamos bebiendo más cognac, me comentó que ahora sabía por qué me había elegido María para darse los gustos.

Leonora había estado siguiendo los movimientos de mi muchacha y seguramente escuchó lo que hacíamos a solas. Había sido prudente en todo, en ña oportunidad que le dieron sus hombres, en el conocimiento de que María no vendría por mí.

El bobalicón ahora era yo, había caído en manos de mujeres sin darme cuenta. Nunca fui un ser superdotado, sino normalito. A veces decidor y algo mentiroso en los elogios, nada más.

Leonora tenía música para rato, sus manos ya estaban jugando con mi polla y pronto lo estuvo su boca que logró resucitarla, cuando lo creyó oportuno se subió nuevamente a mí, con una mano se la introdujo moviéndose acompasadamente y con suavidad. Inspirada salió, giró sobre mí y se la ensartó por el agujero mas chico que dilató poco a poco. Yo la sostenía complacido y adoraba su espalda y los hoyitos sobre los glúteos. Se había aficionado muy bien al sexo anal, le propuse que se bajara de la cama y pusiera de rodillas, el torso sobre ella, mientras le daba suelto por atrás, accedió complacida pues comprendió que las arremetidas serían mas fuertes. Así lo hicimos, yo aproveché para meterme también por la vagina y azuzarle el clítoris en busca de que su placer fuera mayor, también le amasaba la teta y le besaba el cuerpo. Me decía: ¡Sigue tío! ¡Sigue! ¡Que yo me he corrido no sé cuántas veces y tú no más que una!

La multiorgásmica Leonora, capaz de cargase a dos hombres, estaba disfrutando muy bien con un viejo. Vaya uno a comprender a las mujeres. Yo le mordía suavemente la oreja, como podía le besaba en los labios y quería arrancarle la lengua juguetona. Estuvimos así un buen rato, yo cambiando de lugar y dándole infinidad de besos y ella contorcionándose, retorciéndose como niña. ¡Era feroz esta hembra Leonora!

Finalmente me vacié por atrás con un polvo sin precedente en mucho tiempo. Parecía mentira que lo hubiese encontrado en ella, que parecía mujer reventada y era pura dulzura y sensibilidad, suave el tacto de su piel como si fuera un querubín.

Traté de que no nos cansáramos, le pedí que durmiéramos pues teníamos toda la noche por delante. Dijo que sí mientras con agilidad saltaba hasta el retrete para higienizarse.

Cuando la esperaba pensé que no era menos bella que su cabellera oculta siempre por el pañuelo negro. ¿Por qué semejantes mujeres quieren ocultar su belleza como si monjas fuesen?

Leonora cumplió conmigo su plan de evasión, ahora era adúltera infiel, tenía un amante que no era del círculo vicioso del incesto, generalmente más cómodo y confianzudo que entrar en el misterio de un extraño.

Si prohibido estaba follarse un hijo, no menos prohibido follarse a una persona ajena, de paso. Tardó mucho más de cuarenta años en dar ese paso. Sus consideraciones no eran de mi incumbencia.

Volvió a la cama y acurrucó junto a mí, parecía que iba a dormir pero resultó todo lo contrario. Aquella noche vivificó mis apetitos como no recuerdo ya.

Martel