María, la alumna que me sedujo (III)

María y yo sufrimos las consecuencias de nuestros actos (relato que encaja también en "dominación", pero mantengo aquí al ser la continuación de dos relatos de "confesiones").

María y yo quedamos con regularidad desde aquella tarde en la playa. Me daba muchísimo morbo presumir de ella, aunque me avergüenza reconocerlo. Así, me encataba ir con María a la piscina municipal, donde los chavales de su edad se agrupaban en las toallas a fumar y beber cerveza entre baño y baño, para presumir del bellezón de 19 años que tenía conmigo. María paseaba su colección de bikinis tanga, presa de todas las miradas. Yo sabía que todos esos muchachos se la pelarían con el culo de María inevitablemente al llegar a sus casas, al igual que los cincuentones que pasaban el día de sol con sus mujeres gordas, avejentadas, celulíticas. El culo de María caminaba, con un sutil balanceo de caderas, por en medio de todos ellos y era yo, el feo y aburrido profesor de Literatura, el único con derecho a gozarlo.

Aquello, como digo, me excitaba. Pero la excitación, si no se le ponen ciertos límites, acaba por transitar senderos peligrosos. Y eso fue lo que ocurrió el día del top blanco. María tenía un top de ese color, blanco, sin ningún tipo de estampado. Era un top de lo más sencillo, sin tiras ni nada por el estilo, solo un top, muy corto, que marcaba sus tetazas de un modo descomunal. María sabía que me encantaba verla con él, y lo llevaba a menudo a la piscina. Aquel día su look eran unas sandalias de cierto tacón, un bikini tanga increíble que yo mismo le había regalado, y una falda estrecha y ese top como únicas prendas por encima. Aquel día lo pasamos entero en la piscina. Era pleno verano y además había una fiesta universitaria en la zona residencial donde se ubica la piscina. Por la tarde María meneó su ojete por entre las tumbonas y toallas, ante las atentas miradas de todo hombre viviente. Para ir un paso más en el morbo y excitación que sentía, y aprovechando la inconsciencia de la edad de María (quien por lo demás era una muchacha seria y responsable, pero conmigo se soltaba por concederme todos mis gustos), le pedí que me pajease en la tumbona, con una toalla por encima para disimular en lo posible.

Disimuladamente, María introdujo su mano en mi bañador, y sus finos dedos de cuidadas uñas largas de manicura empezaron a pelar suavemente mi miembro. María me la pelaba enterita, despacio, de arriba abajo. La zona estaba llena de gente, y un grupo de chavales con no muy buena pinta no nos quitaban ojo, e incluso nos señalaban, entre risas. María miraba para otro lado bajo sus gafas de sol, mientras con el mismo disimulo de antes seguía pelando mi polla al completo. No tardé en correrme. Nadie, salvo aquellos chicos, parecía haberse percatado de lo que ocurría bajo la toalla que había anudado a mi cintura. El placer había sido enorme. Después María se tumbó boca abajo y me deleité mirando sus gluteos, ofrecidos por aquel tanga que yo, en otra mujer, consideraría de auténtica cerda.

Y llegó la noche y decidimos acercarnos a la fiesta. Allí bailamos, nos besamos... yo ya asumía que la discreción no tenía sentido, pues todo el campus sabía que María se follaba a su profesor, y además yo había dejado de serlo, al menos hasta que ella fuese en cuarto, dentro de un par de años. Así las cosas, disfrutaba la vida sin preocuparme el qué dirán, lo cual me hacía sentirme liberado. En la fiesta los mismos muchachos de pinta extraña, unos macarras en toda regla, nos miraban de cuando en cuando. Le pregunté a María si eran universitarios, y ella me dijo que obviamente no. Aún así, nadie se atrevía a decirles que se fueran.

La noche siguió avanzando, y con ella mi borrachera que, como nos pasa a todos los que no estamos acostumbrados a beber, llegó apenas a la tercera copa. María estaba impresionante. No llevaba nada bajo el top (la parte de arriba del bikini estaba mojada y la había llevado a mi coche) y lo reventaba con sus tetazas bien puestas. En un momento dado, me miró con sus ojazos verdes de gata y me propuso irnos a la zona de detrás del edificio de la fiesta. Era un lugar apartado, pero en el que podían vernos montándonoslo, pues había mucha gente rondando borracha por todas partes. El morbo estaba servido.

No metimos en una esquina apartada, iluminada por un tenue farol. Allí María se arrodilló y se quitó el top. Con sus tetazas acariciadas por el aire de la noche, empezó a hacerme la mejor mamada que me han hecho nunca. Sus gordos labios de jovencita experta ya en estas artes succionaban mi miembro con fruición. A la vez, sus largas uñas recorrían mi polla hasta la base, pelando mi polla por completo. Yo estaba a punto de estallar en su boca cuando aparecieron aquellos chavales, que al parecer nos habían seguido. Lo que ocurrió después arruinó uno de los días más hermosos de mi vida.

Nada más llegar hasta nosotros (eran cuatro), María se puso en pie y se subió el top apresuradamente. Ellos la insultaron y la humillaron. Le decían cosas como "hombre, pero si es la que va en tanga a la piscina", "¿te gusta que te follen el culo, cerda?", "¡Claro que le gusta, por eso se viste así!". Yo, lejos de haber sido nunca un valiente, me sentí obligado a intervenir. Les dije que dejasen a María en paz y que se fuesen. "A ver si con una navaja en los cojones eres tan valiente" me dijo uno, y a continuación sacó una navaja automática y me la puso en los huevos. Mientras tanto, uno de ellos le ordenó a María que se sacase el top:

-Venga, guarra, queremos verte esas tetazas que te marcas en la piscina.

María me miró, como esperando que interviniese de nuevo. Pero yo sentía el frío del metal en mis pelotas y no quería quedar castrado sin remedio.

-Tu chulo no va a defenderte -dijo otro-, se cree gran cosa cuando pasea contigo en tanga por la piscina, pero es listo y no quiere quedarse sin cojones.

-¡Vamos! -dijo otro, perdiendo la paciencia y mirando continuamente si venía alguien- ¡Venga, zorra, alégranos la vista o te marcamos la cara!

María, la muchacha más guapa de la facultad, no quería quedar marcada de por vida. Así, tragó saliva y con los ojos húmedos se levantó el top blanco que tantas veces me había enloquecido, dejando al aire sus dos hermosas tetas. La humillaron de nuevo, y dos de ellos hasta la manosearon. Otro, el que parecía al mando y era mayor que el resto, les advirtió:

-Nada de violarla, que eso son muchos años de trena. Y allí luego es uno la puta del resto -Obedecieron y nosotros respiramos-. Eso sí, habrá que darle una lección a esta calientapollas, para que no vuelva a ponerse un bikini de esos.

María me miraba nuevamente con ojos de súplica, pero yo no me atrevía a decir ni una palabra.

-Tú, chulo putas -me dijo el jefe-, dile a la cerda esta que nos ofrezca el culo.

-¿Perdón? -dije, temblando y en un hilo de voz.

-Que le digas que se quite la falda y nos ofrezca su culo en tanga o te cortamos los cojones.

-María, por favor...

No tuve que decir más. María se bajó la falda y, vesitda solo con la parte de abajo del bikini y las sandalias de tacón, se giró dando la espalda a aquellos delincuentes y, sin saber bien qué debía decir, al fin soltó entre sollozos:

-Os ofrezco el culo.

-Repite conmigo: "os ofrezco mi culo pijo de cerda calientapollas".

-Os... os ofrezco...

-Vamos, María, no llores, putita -se mofaron.

-Os ofrezco mi culo de pija cerda calientapollas -dijo de un tirón, haciendo un esfuerzo sobrehumano por reprimir el llanto.

-Bien, te tomamos la palabra -dijo el jefe-, y como te volvamos a ver por la piscina con uno de estos tangas de guarra te encularemos así acabemos los cuatro en el trullo. A partir de ahora se acabó el calentar pollas, jodida niña pija.

El jefe le escupió en la cara. Después se llevaron su falda y se largaron, obligándola a volver por entre la gente solo con el top y el tanga que había causado todas sus desgracias. La gente la miraba, era evidente lo que pensaban de ella, pues una cosa es ir en bikini tanga a la piscina y otra pasearse directamente así en una fiesta nocturna. Algún borracho le soltó algún comentario procaz, pero ya solo queríamos irnos de allí cuanto antes. Ya a salvo en el coche, llevé a María a su casa. No me dirigió la palabra en todo el trayecto.

Espero vuestro comentarios y vuestros "excelentes", si creéis que los merece, apoyando el relato. Apoyadlo mucho en caso de que os apetezca saber cómo continúa, por favor. ¡¡Muchas gracias por leerme!!