María, la alumna que me sedujo (II)

Tras semanas esquivándola y haciendo frente a su propio deseo, Luis realiza una escapada con María, su alumna de 19 años.

Os juro que hice cuanto estuvo en mi mano. Dejé de verla, no contesté sus correos, le ponía excusas cada vez que acudía a mi despacho. Ella insistía en que aquello no tenía nada de malo, pero yo sentía que sí. Era mi alumna y, encima, le llevaba más de quince años; no, aquello no podía continuar. Pero cómo olvidar aquella única mamada... cómo olvidar cómo me había dicho que podría hacer con ella cuanto quisiera... Una cosa era ser fuerte, y otra pasar página.

Al principio me impuse una férrea disciplina: nada de cotillear sus redes sociales; dos semanas después me la pelaba como un mono, nuevamente, con sus fotografías de instagram. Me la machacaba con María cada día, sin excepción; varias veces cuando me tocaba darle clase. Y no pasó mucho tiempo hasta que empezase a plantearme ceder a mis instintos. Podría, pensaba, proponerle una relación secreta. Sin duda ella aceptaría, y nadie tendría por qué sospecharlo siquiera. Mas la idea de una doble vida, de gozar de su cuerpo por las noches y negarle el saludo o marcar severa distancia por el día, me parecía indigna de un hombre con principios.

Y así, de ese modo, fue avanzando el curso hasta llegar a su fin. En el mes de junio ya hacía casi dos meses que María no me escribía ni pasaba por mi despacho, e incluso había empezado a faltar a algunas de mis clases. Su examen, no obstante, fue brillante; aquella reflexión sobre la literatura del boom fue con mucho la mejor de la clase. A pesar de que yo no veía en María a una de mis alumnas más brillantes -sí una de las más voluntariosas-, debí calificarla con la máxima nota en un ejercicio de pura honestidad. Aquello suscitó nuevas habladurías entre el alumnado, pero también propició un nuevo encuentro con María. La muchacha me mandó un correcto mail a mi cuenta de correo de la Universidad, diciéndome lo mucho que valoraba aquella nota y agradeciéndome por todo lo que había contribuido a su formación en aquel curso. Se disculpaba, finalmente, por ese par de ausencias injustificadas, aunque no aducía motivo alguno que las hubiese propiciado.

Su correo me hizo sentir bien, pero aun así me abstuve de contestárselo. Esto provocó que, días después, cuando me hallaba en mi despacho poniendo todo en orden para irme un par de semanas de vacaciones -ya con el curso concluido-, María viniese a hacerme una visita.

-¿Se puede?

-Oh, María. Ehmn, claro, claro. Pasa -me puse nervioso de inmediato.

-No sé si has leído mi correo, venía a despedirme.

-Sí, lo leí. En fin, debes disculparme por no haber contestado, yo...

-No pasa nada -me atajó-, no tiene importancia. Luis -continuó-, no te quitaré mucho tiempo. Solamente querría saber dos cosas.

-Pregunta -dije, invitándola con un gesto a que se sentase.

-No, prefiero continuar de pie. Pues, lo primero, me gustaría saber si me has puesto esa nota porque me la merecía o sencillamente por lástima.

-¿Por lástima?

-Sí, Luis, ya sabes... el profesor magnánimo no quiere que la alumna estúpida, que está loca por él, se sienta como una mierda, y le sube algunos puntos.

¿Loca por mí? ¿Acaso era posible que semejante bellezón siguiese interesada en un tipo como yo? Trangué saliva y le respondí con seriedad fingida:

-María, si me conoces un poco, sabrás que para mí la honestidad académica es sagrada. Tienes la mejor nota poque has hecho el mejor examen, además de haber participado lúcidamente en un gran número de mis sesiones.

-Luis, disculpa, no quería ofenderte. Es solo... es solo falta de confianza en mí misma. Tú eres como un Dios de la Literatura para mí, y yo sé tan poco todavía... no podía creerme merecedora de semejante puntuación.

-Pues créeme, tu nota ha sido justa.

-Muchas gracias -dijo, por primera vez mostrando una sonrisa-. Y ahora lo más difícil...

-¿Seguro que no quieres sentarte?

-No, no, de verdad. Estoy bien -tomó aire y habló de carrerilla-: querría saber si, ahora que ya no eres mi profesor, y teniendo en cuenta que el año próximo tampoco me das clase... querría saber si aceptarías hacer un plan conmigo.

-María...

-Déjame terminar, Luis, por favor. Esto me resulta complicado.

-Adelante.

-Había pensado en ir juntos a la costa. Una tarde en la playa, en algún lugar lejos de la facultad. Te hablo de una playa poco concurrida, donde podamos comer juntos, pasear... En fin, supongo que soy una idiota por hacerme ilusiones, pero quería quemar mi último cartucho.

-Está bien -respondí, casi involuntariamente-, está bien, María. Una tarde en la playa no tiene por qué comprometernos a nada -me tranquilizaba a mí mismo en voz alta-. Vayamos.

María se echó a mis brazos, radiante de felicidad, y me dio un largo abrazo antes de que nos despidiésemos. Cuando se fue me quedé allí, en la soledad de mi despacho, con una erección de caballo y atormentado por aquel compromiso que acababa de adquirir.

Dos días después llegó la fecha convenida. Pasé a recoger a María para arrancar rumbo a la playa. No hacía mucho calor ni había un sol radiante, pero la temperatura estaba aceptablemente bien para un día de costa. María subió al coche con una falda corta, blanca, y un top sin tiras, por encima del bikini. Bajo el top se le marcaban un par de cocos descomunales. Increíblemente bien puestos, como tan solo las tetas de una chica de 19 años pueden estarlo teniendo ese tamaño. Yo llevaba una camiseta de manga corta y un bañador bastante clásico, el único que el aburrido doctor en Literatura tenía en el armario.

Durante el camino fuimos conversando, distendidamente, de temas diversos. Hablamos de Literatura, pero también de aquella alumna petarda que se sentaba en primera fila y no paraba de cuestionar mi razonamientos hegelianos, así como del chaval espigado de la última fila con cara de cadáver. María era un soplo de juventud y aire fresco, y aquella conversación me dejó renovado. Cuando llegamos a la playa, lo primero que hicimos fue buscar un lugar apartado y comer debajo de unos pinos. Ahí estuvimos un poco más cortados, sobre todo porque ella se quitó el top para que le cogiese el poco sol que se filtraba entre las ramas, y yo, al ver semejantes TETAZAS en aquel bikini de lo más sexy, me quedé mudo para un buen rato. Inevitablemente, María hubo de notar mi excitación.

Pero el colofón a mi excitación -yo, durante la comida, debí sentarme en mil y una posturas inverosímiles para disimular mi continua erección- llegaría después, cuando bajamos a una cala bastante apartada, prácticamente desierta de bañistas, en la cual colocamos las toallas. Yo me quité la camiseta, un tanto avergonzado, pues mi figura no es la mejor, y María se quitó la minifalda, quedándose completamente en bikini. Yo no podía dar crédito: ¡llevaba aquel bikini!, ¡el de la foto de la red social! ¡María se había puesto, para venir CONMIGO a la playa, un bikini cuya parte de abajo era un puto tanga!

Aquello me hizo hervir de excitación. Que aquella joven, la más guapa de toda la facultad y sin duda una de las de mejor cuerpo del campus, se hubiese puesto aquella prenda para venir conmigo, a solas, a la playa era toda una declaración de intenciones. Era algo así como decirme: "Luis, tengo este ojete dispuesto para ti, esperando que solo quieras tomarlo". ¿Porque, qué otra cosa podía significar aquello? Era evidente que María me estaba ofreciendo su culo, y que de mí dependía gozarlo o matarme a pajas el resto de mi existencia recordando la imagen de aquel instante.

Conmigo todavía sin palabras, cortado y muy nervioso, y por descontado empalmado; María tomó la iniciativa:

-Vamos a bañarnos, Luis. Seguro que está buenísima.

Y me agarró de la mano, arrastrándome tras ella hasta la orilla. Yo intentaba por todos los medios caminar disimulando mi erección, pero aquello era imposible. Y obviamente, se percató. Al llegar a la orilla y voltearse hacia mí miró instintivamente hacia abajo, y debió ver, para mi vergüenza, como de tiesa me la había puesto con aquella prenda.

-Lo siento, es que...

-Shhh, no digas nada -me atajó-. Tal vez pienses de mí que soy una calientapollas...

-No, de ningún modo, yo solo...

-No lo soy, Luis. Tú me gustas -mientras hablaba me iba arrastrando de nuevo de la mano, en este caso adentrándonos en el agua que, efectivamente, estaba a una temperatura exquisita- tú me gustas muchísimo y me visto así solo para ti -mientras decía aquello, y ya con el agua cubriéndonos a la altura de la cintura, introdujo su mano en mi bañador y empezó a masajear suavemente mi miembro-. Es verdad -continuó- que antes me ponía este tipo de ropa para llamar la atención, para tener a los chicos loquitos por mí y subir mi autoestima, pero ahora hace meses que solo pienso en ti -había bajado ya mi bañador hasta mis rodillas, y me la pelaba suavemente-. Hoy en día solo me pondría una prenda como esta para ir contigo a la playa o la piscina, porque este culo es tuyo -colocó mis manos en sus increíbles glúteos-, tuyo, y puedes hacer con él lo que te plazca.

Yo estaba loco de excitación. En la arena apenas había un par de parejas, y no era probable que se percatasen de lo que sucedía, pero sin duda empezarían a sospecharlo toda vez que ella se dio la vuelta, poniéndose de espaldas a mí, y apoyó sus glúteos, apretados en aquel tanga, sobre mi miembro y empezó a mover su trasero arriba y abajo.

-Uuufff, oooh, Dios, María... me estás volviendo loco.

-Mmmm, a mí también me encanta, mmmm -gemía levemente-. Vamos, Luis, métemela.

-Yo, ni corto ni perezoso y excitadísimo como estaba, aparté su tanga y apoyé la cabeza de mi miembro en su ano, bajo el agua que nos bañaba hasta el abdomen, y empecé a empujar.

-Aiiiii -se quejó con disimulo-, Luis... ¡Ay! Pero... ¡¿me la estás metiendo por atrás?! -Aquello no alcanzaba a ser una protesta.

Yo, con la polla a medio enterrar, me quedé de piedra. Era evidente que había un malentendido, que María quería que la follase, pero no había pensado que yo lo haría por el culo. Yo, por mi parte, tras verla vestida con esa prenda de calientapollas y después de su discurso, nunca habría imaginado que aquel era un terreno vedado, obviamente virgen.

-Perdón, María. Es que estoy muy cachondo...

-Vale... está bien, inténtalo entonces -dijo, con un deje de angustia en la voz.

Y así fue como la penetré, no sin dificultades, analmente. Me la follé por el culo, en el agua, hasta correrme dentro de su ojete. Cuando terminé le hice un dedo bajo el agua. Le metí dos dedos en su coño de diecinueveañera, el cual, a diferencia de su culo, estaba bien abierto. María tenía un coño exquisito al tacto, y gemía de placer a cada caricia.

-Síiii -susurraba a mi oído-, sigue, Luis, joder, uiiiii, sigueee...

-Vamos, María, quiero que te corras.

-Aiiii, me encanta, joder... nos están mirando, creo... -me giré-, pero no pares, me voyyyyy.

Y así, poco después, María se corría entre gemidos ahogados y entrecortados, muy sexis con su aguda voz quebrada.

Salimos del agua un tanto avergonzados. Realmente había dos parejas contadas, pero sentíamos que todas las miradas recaían en nosotros. Al pasar al lado de una de ellas, el hombre miró el culo de María en aquel tanga y después a mí. En sus ojos se veía una mezcla de excitación e incredulidad. Cuando ya estaba atardeciendo, fuimos al pinar donde habíamos comido para quitarnos las arenas y merendar algo antes de tomar el auto y emprender el camino de regreso. Allí, bajo los pinos, María me regaló una fenomenal mamada y mi semen fue a parar a su estómago.

De regreso a mi casa, tras dejarla a ella en la suya -y no subir, obviamente, pues María todavía vivía con sus padres-, sentía cómo aquello ya no tenía marcha atrás y yo, muy probablemente, había quedado desde ya enganchado a María para siempre.


Gracias por leerme. Espero vuestros comentarios, y también vuestro apoyo en forma de votos si os ha gustado la historia y querríais que continuase.