María José

Otra historia escrita hace más de tres años en el que narro como hice amistad con una vecina madurita que resultó ser una autentica golfa.

María José es una mujer morena que ha superado con creces los cincuenta años pero que sigue siendo atractiva y sugerente. Viste de una manera muy elegante y tiene una forma de andar, propia de una joven modelo, bastante llamativa. Su complexión y estatura son normales. Es funcionaria, está casada y desde hace unos años residimos en el mismo edificio aunque utilizamos escaleras distintas para acceder a nuestras respectivas viviendas. Desde que compró su actual residencia y vino a vivir a ella coincidíamos con frecuencia tanto en el portal como en la calle por lo que comenzamos a hablar de cosas sin trascendencia. Pero con el paso de los meses nuestra conversación se fue haciendo más sólida y la amistad se afianzó. María José me habló de que contaba con un buen número de amigas pero que siempre se encontraban ocupadas con sus quehaceres domésticos y pocas veces podía quedar con ellas por lo que, algunas de las tardes que tenía libres, pasaba a su casa para tomar un café con leche y charlar un rato. Más tarde se hizo habitual que quedáramos para acompañarla a realizar todo tipo de compras y especialmente las de ropa con el propósito de poder darla mi opinión lo que me permitió influir en sus decisiones e ir ajustando su vestuario a prendas que la dieran un aire más juvenil; compartir con ella varios probadores y cuándo se quedaba en ropa interior, verificar que todavía estaba de lo más apetecible conservando, a pesar de su edad, la parte inferior delantera prácticamente lisa, sin tener el estómago pronunciado y disponiendo de un culo, tal y como me gustan, poco voluminoso. Un día la hice probarse un vestido escotado y minifaldero que me gustaba para ella. Para ello tuvo que quitarse el sujetador lo que me permitió verla las tetas que, aunque no son muy grandes, las tiene bien prietas. María José, mirándome sonriente, me pidió que se las tocara. No lo dudé un momento y cogiéndolas con mis manos, se las apreté con fuerza. Las tenía tersas y los pezones se la pusieron en orbita. Muy complacida, me sugirió que se las mamara por lo que, comenzando por la derecha, me las fui metiendo en la boca y se las chupé al mismo tiempo que, por encima de su blanca braga, la pasaba dos dedos por la raja. María José me agarró con sus manos la cabeza y me apretó con fuerza contra ella mientras permitía que, bajándola un poco la braga, la metiera dos dedos en el coño y la masturbara para correrse con una rapidez inusual al mismo tiempo que me decía “sigue, sigue así, que me gusta ”. Continué con mis dedos dentro de su húmeda almeja un poco más pero, al encontrarnos en un probador, no era cuestión de que aquello durara demasiado por lo que la extraje los dedos, dejé de chuparla las tetas, la acaricié la masa glútea y después de darnos un beso en la boca, se probó el vestido. Al ver que, tras olerlos, procedía a chuparme los dedos que habían estado en el interior de su chocho, me dijo que había alcanzado el clímax con tantas ganas que estaba a punto de mearse. Ello hizo que, tras descartar el vestido puesto que no la quedaba bien, se vistiera, pagara un par de faldas que nos gustaron y nos dirigiéramos a una cafetería existente enfrente del comercio donde María José se apresuró a ir al water.

Después de convertirme en su acompañante los días en que salía de compras y asesorarla en la ropa que debía de comprarse para que pudiera seguir vistiendo de una manera elegante pero, asimismo, juvenil, tras nuestro primer contacto sexual en aquel probador me resultó mucho más fácil conseguir que sus prendas textiles se fueran ajustando a mis gustos incluyendo la ropa interior que, tras descartar el uso de tangas a los que no se terminaba de adaptar, empezó a comprar con menos tela. Además continuamos quedando en su casa un par de días a la semana para pasar parte de la tarde con nuestro café con leche y nuestra charla que cada vez se fue haciendo más íntima y poco a poco, me fui informando de infinidad de cosas sobre ella. Una tarde la propuse que me hablara de la actividad sexual que había desarrollado a lo largo de su vida. Me dijo de que, antes de que conocer al que es su marido, había tenido un par de novios y que con uno de ellos tuvo algunas experiencias sexuales pero sin llegar a la penetración puesto que, entonces, las mujeres no se iniciaban sexualmente a una edad tan temprana como ahora. La mayoría de las veces aprovechaban sus frecuentes visitas al cine para situarse en un rincón de la última fila donde permitía que su novio la tocara las tetas, que algunas veces ella dejaba al descubierto y la acariciara la seta para, acto seguido, aliviarle el “calentón” haciéndole una paja. Después de haber perdido a su padre cuándo tenía trece, su madre murió cuándo contaba diecisiete años por lo que se casó muy joven llegando virgen al matrimonio. Antonio, su marido, se la follaba vaginalmente casi a diario, generalmente echado sobre ella y manteniéndola introducido el rabo dentro de su coño hasta que, varios minutos después de echarla la leche, perdía por completo la erección. Los días en que María José se encontraba con la regla le gustaba que le hiciera lo que llamaba una “paja lenta” con las que echaba unas cantidades de leche impresionantes. Pero el tiempo pasaba y aunque María José se sometió a par de exhaustivos reconocimientos y siguió algunos tratamientos para lograrlo, a pesar de que la actividad sexual que desarrollaban era muy intensa y de que Antonio tenía por costumbre correrse con el rabo totalmente introducido en su almeja, no conseguía quedar preñada. Después de más de once años de matrimonio y como María José no era capaz de darle hijos, Antonio decidió reducir su actividad sexual por vía vaginal al mismo tiempo que empezó a intentar metérsela por el culo encontrándose siempre con la oposición de su mujer que consideraba el sexo anal como algo antinatural e impúdico hasta que un día Antonio, después de intentar penetrarla analmente sin ningún éxito a cuenta de su oposición, se puso hecho una autentica fiera y muy enfadado, la dijo que puesto que no podía darla por el culo por las buenas lo iba a hacer por las malas y tras amenazarla con emplear la violencia, la obligó a echarse en la cama boca abajo y abriéndola bien las piernas, la ató de pies y manos a la cama. Colocándose tumbado detrás de ella, aprovechó la indefensión de su mujer para lamerla el ano y hurgarla durante varios minutos en su interior con dos dedos antes de ponerla la masa glútea como un tomate dándola bofetadas con su mano derecha extendida. De repente y cuándo María José menos se lo esperaba, la colocó la punta del rabo en su orificio anal y al echarse encima de ella la metió de golpe todo su “instrumento” en el culo. La nueva experiencia sexual la parecía una autentica cerdada y además la estaba haciendo mucho más daño de lo que ella pensaba. Aunque gritó con fuerza y se desesperó, lo único que consiguió fue que su marido la cubriera la cabeza con la almohada. Antonio, por su parte, se mostraba sumamente complacido con su logro y la dijo que le gustaría que se cagara mientras la enculaba. María José, como buena parte de las mujeres, no pudo evitar liberar su esfínter mientras su marido se la follaba analmente, por lo que no tardó en complacerle y a pesar del intenso dolor, sintió perfectamente como la punta del rabo entraba en su intestino para, de inmediato y sin ser capaz de hacer nada por evitarlo, notar como su caca se revolvía y buscaba por donde salir al exterior. Su marido, sumamente excitado, no tardó en correrse y tras echarla un montón de leche, la sacó el rabo permitiendo que expulsara una gran cantidad de mierda completamente líquida con tal gusto que, mientras Antonio lo veía y la acariciaba la raja con su mano extendida, se corrió y se meó. A partir de aquel día y sin necesidad de volver a recurrir a las ataduras, viendo lo mucho que disfrutaba su marido dándola por el culo y que, al hacerlo, la ayudaba a liberar su esfínter cuándo siempre había sido muy estreñida se fue acostumbrando al sexo anal hasta el punto de no tardar en aprender a moverse convenientemente para que el rabo entrara con rapidez en su intestino; a apretar su culo contra el “instrumento” de Antonio para acrecentarle la sensación de placer y para que, con sus movimientos de mete-saca, la golpeara con sus huevos en el exterior del chocho con lo que, aparte de mearse, llegaba a alcanzar dos ó tres orgasmos. Aunque durante el proceso siempre se la salía un poco, desde que comenzó a metérsela por detrás con María José colocada a cuatro patas, Antonio la obligó a retener la mierda hasta que, tras echarla una buena cantidad de leche en el interior del culo, se la sacaba y permitía que se cagara delante de él ó fuera a todo correr al water para, muchos días perdiendo sus excrementos por el camino, expulsar su caca que salía blanda y dándola un inmenso gusto. Cuándo acababa de vaciar su intestino y a pesar de que no tardaba en aparecer una persistente diarrea que la duraba varias horas, Antonio la obligaba a que le chupara el rabo, impregnado en la mierda de María José, para limpiárselo convenientemente. La mamada duraba hasta que, al cabo de varios minutos, el “instrumento” se le volvía a poner bien tieso. Aunque María José se lo pedía con insistencia eran pocas las veces que accedía a metérsela por vía vaginal y casi siempre la obligaba a volver a ponerse a cuatro patas ó a tumbarse boca abajo para, de nuevo, introducírsela analmente. A pesar de que mantenía su rabo en el interior del culo de María José durante mucho tiempo era raro que volviera a correrse cosa que a él no le importaba ya que, según decía, lo principal era sentir gusto. Lo más normal es que, con María José a punto de comenzar con su habitual proceso diarreico, terminara provocándola una nueva cagada y que, más de un día, la mierda cayera integra en la cama. Este espectáculo resultó, durante un tiempo, de lo más gratificante para Antonio que, tras presenciar por segunda vez la salida masiva de la caca de su mujer y a pesar de que esta se encontraba en una situación en la que no podía evitar que su mierda saliera casi de continuo, solía echarse sobre ella y la metía el rabo vaginalmente durante unos minutos para que, al sacársela, María José se la chupara lentamente antes de que procediera a acariciarle los huevos, la masa glútea y la raja del culo hasta que se quedaba dormido. Con el paso del tiempo, Antonio decidió incorporar a su repertorio otra manera de metérsela por el culo haciendo que María José le cabalgara analmente pero, sabiendo que al encularla liberaba con suma facilidad su esfínter, para no encontrarse con sorpresas durante el proceso optó por provocarla la cagada antes de iniciar la cabalgada para lo cual y con María José sentada en el water la introducía, a través de sus abiertas piernas, dos dedos en el culo y la hurgaba con ellos hasta que, en medio de una sonora colección de pedos, la caca de su mujer empezaba a salir al exterior manchando sus dedos. Con ello se aseguraba de que María José no se cagara durante la cabalgada y que aguantara, al menos, hasta que la echara la leche dentro del culo. De lo que peor recuerdo guarda María José es de que, al hacerlo de tres a cuatro veces a la semana, no la daba tiempo a recuperarse de las molestias propias de la práctica del sexo anal y especialmente de las habituales diarreas líquidas ya que aún estaba con algunas descargas cuándo se encontraba, una vez más, con el rabo de su marido en el interior del culo.

Al empezar con la menopausia María José perdió buena parte de su deseo sexual y a pesar de que se dejaba hacer para complacerle, sus continuos agobios y calores durante el desarrollo de la práctica sexual comenzaron a desmotivar a Antonio. Al reducir su actividad María José comprobó que su estreñimiento volvía a ser crónico pero, a pesar de que estaba más que acostumbrada, no tenía ganas de que su marido se la volviera a meter por el culo. Sus contactos sexuales disminuyeron de tal forma que un día Antonio, harto de la situación, la dijo que él aún tenía muchas necesidades sexuales y que si ella no era capaz de satisfacerle debía de buscarle una sustituta. Aunque aquello la resultó demasiado fuerte, comprendió que su marido no tenía porque pagar las consecuencias de su desgana sexual y decidió hacer lo que la había dicho por lo que, armándose de valor, empezó a hablar del tema con sus mejores amigas con la intención de encontrar a otra mujer en disposición de acceder a mantener relaciones sexuales con Antonio. Su propuesta no fue bien acogida entre sus amigas ya que la mayor parte la aseguraron que tenían más que suficiente con complacer en este terreno a sus respectivos cónyuges e incluso, perdió la amistad con alguna de ellas al considerar estas que lo que las proponía era indecente e indecoroso. Como ella no fue capaz de dar a Antonio la que la había pedido, este la comentó que no le dejaba más remedio que buscarse él mismo otra mujer que se ocupara de sus necesidades sexuales. Sabiendo que aquella decisión podía tener muchas consecuencias negativas María José, para no complicar aún más las cosas y en vista de que cada vez tenía menos deseos sexuales, tuvo que aceptar de buen grado el continuar viviendo juntos pero permitiendo que tanto Antonio como ella pudieran tener todas las relaciones sexuales extramatrimoniales que desearan, incluso llevándolas a cabo en la vivienda que compartían. Desde entonces empezaron a dormir en habitaciones separadas. Su marido no tardó en encontrar a una mujer divorciada dispuesta a complacerle, sobre todo en la práctica del sexo anal, mientras que María José, tras superar el proceso menoupasico y recobrar parte de su deseo sexual, comenzó meses más tarde a relacionarse con Rubén, un compañero de su oficina que estaba casado y al que, tras haberse juntado con tres hijos en poco más de cuatro años, su mujer estaba limitando en exceso su actividad sexual para que no la volviera a dejar en estado y pasaba la mayoría de la semanas sin nada de sexo. La relación no duró mucho ya que el chico se corría demasiado rápido y tras echarla la leche, todo se acababa puesto que perdía la erección y tardaba horas en recuperarla con lo que María José, en el mejor de los casos, lograba alcanzar el clímax en una sola ocasión y Rubén, a pesar de que sabía que no existía la menor posibilidad de dejarla preñada por mucha leche que la echara en el interior de la seta, no tardó en demostrar el mismo interés que Antonio por metérsela por el culo. María José, a pesar de que veía que la cosa no mejoraba con el paso de las semanas, permitió que Rubén se la follara una y otra vez pensando en que, con ello, sus corridas se irían produciendo de una manera más lenta. Después de hacerlo casi siempre en casa de María José, un día, aprovechando que su mujer estaba trabajando y sus hijos en el colegio, decidieron hacerlo en casa de Rubén. Este, tras haber dado por el culo a María José y correrse rápidamente en su interior, accedió a masturbarla para satisfacerla hasta que, al llegar al límite de sus orgasmos, se meó empapando la sábana con su pis. A Rubén no le importó y haciendo que se colocara de lado la puso el rabo, completamente flácido, en la raja del culo y la apretó las tetas con sus manos. En esta posición se quedaron dormidos. Se despertaron al oír que la mujer de Rubén entraba en la vivienda y María José se apresuró a esconderse debajo de la cama. Pero tuvieron suerte ya que la mujer de su amigo llegó con ganas de mear y se fue directa al water lo que permitió que María José saliera de su escondite, recogiera su ropa y su bolso y abandonara, completamente desnuda y con suma rapidez, la casa para vestirse en el rellano de la escalera mientras la mujer de Rubén, que se mostró bastante perpleja al encontrarle desnudo y con el rabo ligeramente impregnado en la caca de María José, le pedía a gritos explicaciones del porqué no estaba la cama como ella la había dejado y porqué las sabanas se encontraban mojadas y con señales de mierda.

María José, después de aquella mala experiencia, rompió de inmediato con Rubén que, además, tuvo muchos problemas para evitar que, a cuenta de lo sucedido, su mujer le pidiera el divorcio y entró en un largo periodo de abstinencia sexual mientras su marido pasaba la mayoría de las noches fuera del domicilio conyugal y cuándo aparecía en el suyo siempre iba acompañado por una de sus amiguitas, una mujer soltera de unos cuarenta años que tenía una hija de tres que estaba más tiempo con sus abuelos que con su madre, con la que pasaba la noche y a la que, al cabo de casi un año de relación, dejó embarazada. Antonio la culpó por su manifiesta dejadez ya que, al habérsela acabado y no haber comprado más, llevaba varias semanas sin tomar sus anticonceptivos orales y como, asimismo, puso más que en duda que pudiera ser el padre puesto que la chica también se acostaba regularmente con otro hombre e incluso ella misma reconoció que no tenía mucha certeza de quien de ellos era el padre, no la quedó más remedio que abortar. Durante muchos meses María José, a pesar de tener ganas, no dispuso de más sexo que, cuándo estaba muy caliente, el hacerse unos dedos por las noches al acostarse. Al final y ardiendo en deseos de sentirse follada decidió no desaprovechar la menor ocasión que se la presentara para permitir que, sin el menor compromiso y de manera esporádica, alguno de sus amigos ó compañeros de trabajo la introdujeran vaginalmente el rabo y la echaran libremente su leche dentro del coño. Pero, a pesar de su imperiosa necesidad sexual, no fue capaz de “ofrecerse” a sus amistades masculinas.

Un día oyó en una cafetería las confidencias que una joven, situada a su espalda, la hacía a otra sobre las excelencias de la práctica sexual lesbica. Como la conversación la mantenían en un tono de voz muy bajo no pudo escuchar la mayor parte de la conversación pero lo que oyó sirvió para desatar en ella la natural curiosidad femenina por conocer lo que se sentía al hacerlo con otra mujer. Inmediatamente pensó en la persona más adecuada con quien mantener su primer contacto lesbico y decidió que lo más oportuno era intentar hacer amistad con una joven compañera que se había incorporado recientemente a su oficina que, aún reconociéndose bisexual, no ocultaba que la gustaban las mujeres y sabía que estaba manteniendo relaciones de este tipo. Pocos días más tarde la surgió la ocasión de hablar con la chica y esta la preguntó que si era adicta al sexo sucio. María José, sin saber muy bien a lo que se refería, la contestó afirmativamente y su compañera la emplazó a que cuándo tuviera ganas de mear se aguantara todo lo que la fuera posible y que cuándo no pudiera más la avisara. Esa misma mañana María José hizo lo que la había dicho y cuándo estaba a punto de reventarse de ganas de mear se lo dijo a su compañera que se apresuró a acompañarla al water de la oficina donde la chica la despojó de la falda y la braga y bajándose la suya hasta las rodillas, hizo que María José abriera las piernas y con su vista fija en su almeja, empezó a acariciársela lo que fue más que suficiente para que se meara. Su compañera, viendo que se la salía el pis, la apretó repetidamente el chocho con su mano derecho haciendo que echara una meada sumamente intensa y muy larga que fue cayendo al suelo mientras la decía que todas las “maduritas” que quisieran disfrutar de su cuerpo tenían que ser cerdas, golfas y putas. Sin dejar a apretarla vaginalmente mojó el exterior de su seta con el pis que echaba María José dejando que, al caer, empapara por completo su braga y al acabar, se puso de rodillas delante de ella y la comió con todas sus ganas el coño haciendo que se corriera dos veces en su boca antes de que, poniéndose de pie y con las piernas abiertas, obligara a María José a que, mientras se besaban, la introdujera dos dedos en la almeja y la masturbara enérgicamente para no tardar en correrse al mismo tiempo que se meaba. María José quedó muy complacida por la corta pero muy satisfactoria sesión sexual que había desarrollado con su compañera por lo que se propuso repetirlo con frecuencia. Pero aquella fue la primera y última vez que pudo hacerlo con su compañera ya que vivía y mantenía a un chico, que la vaciaba anal y vaginalmente casi todos los días para después penetrarla y echarla su leche, al que después de mucho buscar le ofrecieron un trabajo que le obligaba a cambiar de lugar de residencia y a la semana siguiente su compañera no tuvo otra opción que, antes de tiempo, dar por concluido el contrato laboral que la habían hecho para irse con él. María José se quedó inmersa en el placer del sexo lesbico pero no encontraba con quien llevarlo a cabo puesto que, aunque hizo algunos intentos con otras compañeras, la mayor parte se mostró a favor del sexo hetero y muy poco partidarias de que otra mujer las llegara, tan siquiera, a tocar mientras que con las otras mantuvo algunos contactos sexuales, sobre todo porque al igual que María José sentían curiosidad por saber lo que se sentía cuándo se lo hacía otra mujer, pero ninguna relación se consolidó especialmente porque las féminas no se mostraron partidarias a que el pis estuviera presente en su actividad sexual y María José, aunque lo intentaba, era incapaz de retener su meada en cuanto alcanzaba su primer orgasmo.

Pero como el sexo lesbico la había gustado y estaba decidida a satisfacerse sexualmente con otras mujeres, al ver que no se consolidaban las relaciones que mantenía con sus compañeras de trabajo, decidió comentarlo con sus amigas. Con algunas tuvo dos ó tres contactos pero, al encontrarse casadas y estar manteniendo relaciones sexuales regulares con sus maridos, tampoco logró nada estable. Una de ellas, viendo su gran interés por el sexo lesbico, la comentó que en el edificio en el que acababa de ir a vivir tenía una vecina a la que la gustaban a rabiar las mujeres siempre que fueran guarras, obedientes y viciosas. María José intentó informarse pero, al no dar conmigo, volvió a recurrir a su amiga que la dijo que tenía que hablar con una conocida suya que se relacionaba frecuentemente conmigo dejándose hacer de todo. Así fue como María José logró encontrarme y tras ello, pensó que lo mejor era ir acercándose a través de encuentros no tan casuales como yo pensaba; de nuestras salidas para ir de compras y de nuestros cafés con leche en su casa con sus oportunas charlas.

Después de nuestra toma de contacto en el probador del comercio de ropa, María José no se precipitó y supo esperar durante varias semanas el momento adecuado. Un día, tomando nuestro habitual café con leche en su casa, me habló de que llevaba muchos días sin cagar y que, aunque tenía unas ganas enormes de vaciar su intestino, por más que se sentaba en el water y apretaba durante muchos minutos no lograba que saliera nada y que lo único que había conseguido era terminar sangrando a cuenta de los esfuerzos. Aunque el estreñimiento crónico afecta a buen número de mujeres, por lo que me fue explicando llegué a deducir que su problema podía tener su origen en unas hemorroides internas y me ofrecí a verificarlo. María José, incluso, me animó a reconocerla todo lo que fuera necesario ya que, según comentó, “tenía que aprovechar que su mejor amiga fuera médico” . La pedí que se bajara la braga y que, doblándose ligeramente, se apoyara de cara a la pared con las piernas abiertas para que la pudiera realizar una exploración táctil del ano. No disponía de ningún guante de látex así que, tras subirla la falda y hacer que se la sujetara con una mano, me decidí a abrirla el culo con dos dedos de mi mano izquierda y la introduje uno de la derecha con el que procedí a examinarla en busca de las hemorroides. María José apenas me dejó ya que empezó a moverse pidiéndome que la metiera el dedo hasta el fondo y que la hurgara con ganas para ver si así la provocaba la cagada. Hice lo que me pidió y viendo que se “ponía” de lo más salida, aproveché para pasarla dos dedos de mi mano izquierda por la raja del chocho con lo que se corrió con suma rapidez y con todas sus ganas para unos segundos más tarde y a cuenta del intensísimo gusto que había sentido al alcanzar el orgasmo, mearse cayendo el pis al suelo a través de su braga. Sin dejar de acariciarla la seta y hurgarla con mi dedo en el culo procedí a bajarla la braga hasta los tobillos y me bebí unos buenos chorros de su pis para acabar con mi lengua dentro del coño de María José que no tardó en agradecérmelo volviéndose a correr mientras mi dedo entraba en contacto con unas pequeñas bolitas de su mierda. Pensé que no tardaría en cagarse por lo que la acaricié con mi mano extendida la raja vaginal y la metí un segundo dedo en el culo. María José me explicó que, aunque la gustaba que la acariciara la almeja, en aquel instante prefería que la metiera un par de dedos dentro para masturbarla con energía y así lo hice. Volvió a correrse y con intensidad otras dos veces y me resultó sumamente placentero verla mear por segunda vez pero, a pesar de que no dejaba de tocar su mierda con mis dedos, no logré que saliera al exterior. Viendo que María José se estaba quedando sin fuerzas decidí dejar de masturbarla y de hurgarla en el culo para, tras quitarse su braga empapada en pis y limpiar el suelo, irnos a la cocina donde la hice desnudarse por completo. María José me explicó que, tras sus corridas, se estaba reventando de ganas por cagar y que tenía que hacer algo para sacarla toda la mierda que tenía acumulada en el intestino. La hice ponerse a cuatro patas y mientras la apretaba las tetas con mis manos pensé en un enema pero no disponía de ninguno. Ella me propuso que llenara de agua lo más caliente posible las dos peras anales que tenía en el armario y que, una tras otra, se las pusiera puesto que, cuándo estaba a punto de reventar, recurría a ellas poniéndoselas sentada en el water. En vez de hacer lo que me indicaba, la pedí un embudo y tras indicarme donde tenía uno, se lo introduje en el culo, me quité la braga negra que llevaba puesta y subiéndome la falda, me coloqué encima de su trasero, me acaricié un poco la raja y enseguida solté una copiosa meada que eché integra en el embudo para que entrara en su intestino. María José, que empezó a sentirse inmersa en un gran placer a medida que notaba como se introducía mi meada en su intestino a través del recto, alcanzó un nuevo orgasmo y volvió a mearse aunque esta vez en poca cantidad. En cuanto la entró todo mi pis y la extraje el embudo, soltó a presión un montón de mierda blanda, totalmente amarilla y líquida, que fue cayendo en los azulejos, el suelo y sus piernas. María José tardó varios minutos en vaciarse mientras me comentaba: “cariño, nunca me había cagado con tantas ganas y sintiendo tantísimo gusto” . Cuándo parecía que estaba acabando, la introduje dos dedos bien profundos y tras hurgarla unos segundos, volvió a producirse otra descarga en medio de una sonora colección de pedos. Repetí esta operación un par de veces más hasta que entendí que tenía que haber vaciado completamente el intestino pero, al incorporarse, volvió a echar otra buena cantidad. Aquel día no pudimos disfrutar de más sexo ya que, en cuanto la acompañé al water y se sentó en él, no dejó de soltar mierda aunque fuera en menor cantidad. Me senté en el borde de la bañera y María José me explicó que llevaba más de quince días sin cagar y que ahora, con la ayuda de mis pis y sin necesidad de apretar, la estaba saliendo todo lo que había almacenado. En vista de que iba a estar ocupada durante un buen rato y de que se negó en rotundo a que limpiara los azulejos y el suelo de la cocina, la toqué durante unos minutos las tetas, se las apreté y se las moví como si la estuviera ordeñando para, después de darla un beso en la boca, vestirme y dejarla, bastante cansada pero muy satisfecha, sentada en el “trono” con frecuentes descargas diarreicas entre sonoras colecciones de pedos.

Desde aquel día mi amistad con María José se fortaleció y nuestros contactos sexuales se hicieron más intensos. Aunque la puse un tratamiento para aliviarla su estreñimiento, en todas nuestras sesiones la provocaba la cagada, unas veces echándola mi pis dentro del culo con la ayuda del embudo; otras poniéndola enemas y otras usando un consolador de rosca que abriera bien su recto y entrara hasta el fondo de su intestino ó dándola por el culo con alguna de mis bragas-pene sobre todo con una que tiene el rabo gordo y muy largo pero sumamente flexible que entra y se acomoda perfectamente en el intestino provocando unas cagadas descomunales. María José me había dicho que era multiorgasmica. Lo más normal es que “rompa” con facilidad y sus dos primeros orgasmos se producen con prontitud mientras que para llegar a los siguientes y siempre inmersa en una sensación muy intensa y placentera, tarda algo más. Después de correrse media docena de veces María José está completamente exhausta y aunque algún día la he forzado en busca de que superara este número, la costaba y cuándo, finalmente, alcanzaba el orgasmo este era bastante seco y al sentir escozor y leves molestias vaginales, no llegaba a disfrutar de él con la misma intensidad de los anteriores. La gusta que la provoque las dos primeras corridas hurgándola con dos de mis dedos en el culo al mismo tiempo que la paso otros dos por la raja vaginal y que, tras correrse por primera vez, la meta estos dos últimos dentro del chocho para masturbarla y no tardar en volver a alcanzar el clímax. Acto seguido y para evitar que se agote antes de tiempo, me suelo ocupar de que vacíe su intestino sin que durante este proceso se prive de correrse y mearse para después realizarla un exhaustivo examen tanto exterior como interior de su culo y de su seta antes de ocuparme de sus tetas y de efectuarla un fisting que, cuándo es vaginal, no suele tener una duración superior a los diez minutos puesto que María José, tras correrse otras tres veces y mearse en una ó dos ocasiones, queda para el arrastre y a menos que quiera oír sus quejas sobre los escozores y las molestias tanto anales como vaginales que siente, me resulta imposible sacar mayor partido de ella. Aunque, en principio, la realicé el fisting vaginal, desde que se adaptó a tener mi puño dentro de ella, empecé a efectuarla el anal con intención de ayudarla a superar su estreñimiento crónico para lo cual y como paso previo, la suelo poner dos ó tres enemas para meterla de golpe el puño mientras expulsa la caca con lo que obligo a su mierda a meterse, de nuevo, en su intestino con el consiguiente incremento en el placer que María José siente en esos momentos. Después de realizarla el fisting anal durante varios meses, en unión a la gran cantidad de enemas que la he puesto; a una alimentación con mucha fibra y a los efectos de la medicación que la mandé tomar, parece que, últimamente, es mucho más regular en sus defecaciones y que la caca es más líquida y menos dura que antes.

Mis sesiones sexuales con María José nunca han sido de mucha duración ya que, tras cuarenta ó cincuenta minutos con ella, lo mejor que puedo hacer es limpiarla, ayudarla a llegar a la cama si es que no está acostada y dejar que, desnuda y despatarrada, descanse un buen rato para que, poco a poco, se vaya sobreponiendo al agotamiento que sufre ya que, tras perderlo durante su proceso menopausico, había recuperado buena parte de su deseo sexual pero, por contra, perdió mucho en su poder de recuperación. María José, un poco molesta por ello, me ha dicho en más de una ocasión que la gustaría haberme conocido con treinta años menos y disfrutando de unas recuperaciones muy rápidas pero, a pesar de ello, cada diez ó doce días solemos mantener un nuevo contacto.

Un día María José me habló de que la gustaría mucho presenciar como se lo hacía a otra mujer. La contesté que no me iba a ser fácil complacerla ya que, aunque hemos hecho tríos y orgías sexuales lesbicas, mis amigas aún no la conocían y más de una considera nuestra actividad sexual como algo muy íntimo y personal por lo que no iban a estar demasiado dispuestas a vaciarse con una “mirona” delante. Pero estaba equivocada y en cuanto hice la propuesta a mi grupo de amigas pude hablarla de varias candidatas. Aunque reconoció que las jóvenes chinas tienen unos cuerpos que son autentica porcelana; que las francesas son guapas y se entregan por completo desde el primer momento; que las argentinas eran unas zorritas insaciables y que las dominicanas, al ser adictas al sexo, siempre estaban bien dispuestas a todo, descartó de golpe a todas las extranjeras diciéndome que a ella la “ponía” mucho más el verme hacérselo a una española por lo que eligió a tres mujeres nacionales con edades comprendidas entre los treinta y los cuarenta años. La primera era una funcionaria como ella, guapa, elegante y de esas chicas que caminan con tanto cuidado que parece que andan sobre huevos y no quieren romperlos pero que en la faceta sexual es realmente cerda y viciosa. La segunda era una peluquera casada que cuenta con el beneplácito de su marido para mantener relaciones sexuales lesbicas ya que, según dice, entre sesión y sesión pasa unos cuantos días sumamente relajada y la puede penetrar todo lo que quiere incluso por el culo, práctica sexual a la que la fémina siempre se había resistido. Fruto de ello María, que así se llama la mujer, ha tenido dos hijas en los tres últimos años después de no lograr tener descendencia durante los cinco primeros años de su matrimonio. La tercera candidata, Montse, es una chica que tuvo una mala experiencia cuándo en compañía de siete chicos, entre los que se encontraba el que estaba saliendo con ella en plan formal y otras dos chicas acudió a las fiestas patronales de un pueblo. Allí se les unieron otros tres chicos con los que su amigo no dejó de hablar. La pareció que estaba preparando algo y así fue ya que, tras beber los chicos más de la cuenta y hacer todo lo posible para emborrachar a las chicas, cerca de las tres de la mañana las llevaron a un pajar, propiedad de uno de los jóvenes que se les habían juntado cuándo estaban en la localidad, donde las desnudaron, las tocaron, las realizaron todo tipo de cerdadas sin que faltara el verlas mear, las masturbaron y las violaron repetidamente para acabar la faena llevándose la ropa interior y cortando con una tijera los pelos púbicos a las otras dos chicas mientras que Montse se libró al ir, como tiene por costumbre, depilada. Su amigo debió de ser el cabecilla al motivar a los demás para llevar a cabo la agresión sexual ya que, mientras otros dos chicos la violaban al mismo tiempo por delante y por detrás, le oyó comentar que, aunque fuera una estrecha, era una autentica guarra que tenía un coño y un culo exquisitos en cuyo interior daba un gusto increíble correrse. Desde aquel día aborrece a los hombres y se prometió a si misma que solamente mantendría relaciones sexuales con mujeres. Se trata de una chica sumamente dócil a la que me resultó bastante fácil someter. Llevo muchos años con ella y la gustaba que, dos veces a la semana, me ocupara de vaciarla en el bar en el que trabaja como camarera y que, acto seguido, la siguiera forzando hasta agotar sus fuerzas mientras, viéndola retorcerse de gusto, me corro una y otra vez como me gusta, es decir sin tocarme. María José, tras pensárselo unos días, eligió a esta última.

Montse tenía en aquel momento treinta y un años. Es guapa, morena y su estatura y complexión son normales. Es una de las mujeres que más se entrega conmigo y una de las que más a gusto he dominado. Está ligada a mí desde hace más de diez años que es el tiempo que lleva trabajando en un bar cercano al domicilio de María José y mío en donde se colocó abandonando sus estudios porque en su casa hacía falta el dinero puesto que su padre estaba muy enfermo y al no poder trabajar cobraba una pensión mínima. Los dueños tienen depositada en ella tanta confianza que desde hace unos seis años es la encargada de hacer la caja y cerrar el establecimiento por la noche. Con Montse, en aquel entonces, lo realizaba los lunes y los jueves por lo que quedé de acuerdo con María José en hacerlo contando con su presencia los lunes para los jueves llevar a cabo Montse y yo solas la otra sesión sexual. Montse cerraba el bar alrededor de las diez, en cuanto disminuía la clientela, por lo que cuándo llegaba al establecimiento, sobre las diez y medía, había barrido el suelo y la solía encontrar bajando las persianas ó apagando luces. Siempre se ha ajustado a mis deseos en su forma de vestir y es de las que más se preocupa por estar bien surtida de ropa interior con transparencias para usarla conmigo. En su momento la exigí que para ponerse detrás de la barra vistiera una blusa blanca con varios botones desabrochados con intención de que luciera su canalillo y que más de uno de sus clientes pudiera percatarse del color del sujetador que lleva puesto y faldas muy cortas de color negro que, cuándo se encuentra de espaldas y a nada que tenga que inclinarse ó estirarse, dejan al descubierto la parte inferior de su masa glútea y su braga puesto que los tangas sólo los usa cuándo está conmigo. En invierno la permito ponerse leotardos ya que es muy propensa a las cistitis que, con una importante incontinencia urinaria e intensos picores en la almeja, suelen durarla varias semanas.

Una vez que María José se decidió por ella, el lunes acudí al bar en su compañía. Eran las diez y veinte. Montse acababa de cerrar, estaba bajando las persianas y en cuanto nos vio llegar nos abrió. La presenté a María José y después de darse dos besos en la mejilla, Montse se apresuró a juntar dos mesas en mitad del bar y a desnudarse delante de nosotras para, de acuerdo con mis deseos, dejar que tanto María José como yo la tocáramos libremente durante varios minutos antes de que, poniéndose un tanga muy fino de color amarillo, se tumbara en las mesas que había juntado con las piernas muy abiertas. Aunque nunca me había visto obligada a llegar a tal extremo con Montse, me supuse que a María José la gustaría que sujetara a la chica a las mesas por lo que cogí unas cuerdas que suelo llevar en mi bolso y la até de pies y manos. María José, bastante excitada, se acomodó en una silla a su lado para no perderse detalle de nada mientras, separando la parte textil del tanga, procedí a abrirla y cerrarla los labios vaginales con mis dedos hasta que, tras conseguir que echara una meada memorable, procedí a meterla tres dedos y a masturbarla enérgicamente haciendo que elevara constantemente su culo y que, al correrse, gimiera y se retorciera de gusto. Acto seguido y con María José ocupada apretándola las tetas, la introduje vaginalmente un consolador de rosca con el que la fui atravesando todo el útero con lo que Montse nos deleitó con algunos chorros de pis y dos nuevas corridas casi seguidas. Cuándo la saqué el consolador dejé que se recuperara un poco mientras su chocho se cerraba y María José la mamaba a conciencia las tetas. Me desnudé de cintura para abajo y tras agarrarla con fuerza de su masa glútea, junté mi seta a la de Montse para, a base de restregarnos, alcanzar con rapidez el orgasmo tras el cual me meé abundantemente. Apreté mi órgano sexual contra el de Montse para que, aparte de mojarla bien todo su exterior, la entrara dentro una buena cantidad de pis. En cuanto terminé, me senté entre sus abiertas piernas, la coloqué el tanga totalmente mojado con mi pis en su raja y la metí el puño dentro de su coño a través del tanga que, poco a poco, se fue desgarrando. Montse, como era normal, volvió a deleitarnos con otra excepcional meada a chorros y al más puro tipo fuente, en cuanto notó mi puño en el interior de su almeja al mismo tiempo que, sin dejar de moverse, entre gemidos, con una respiración agitada y más que excitada, “rompía” y comenzaba a correrse como una autentica maquina echando unas cantidades impresionantes de flujo mezcladas con pequeños chorros de pis que llegaron hasta mi codo. Montse no dejaba de decir “sigue, sigue, reviéntame, vacíame” y María José, sin dejar de apretarla con fuerza las tetas y mantener bien erectos sus pezones, la pasó varias veces la lengua por el canalillo. Aparte de correrse echando mucho flujo, la salida del pis de Montse en cortos chorros se convirtió en constante y a cuenta del gusto que sentía, liberó su esfínter para, entre pedos, expulsar una copiosa cagada líquida. Eran poco más de las once y medía cuándo vi que Montse, empapada en sudor y con el tanga amarillo completamente roto, era incapaz de más. A pesar de ello, la forcé con todas mis ganas hasta que logré que echara tal cantidad de flujo que aquello parecía más la leche propia de una corrida masculina. Cuándo la saqué el puño, la metí dos dedos en el chocho y la acaricié la vejiga urinaria antes de apretársela para que expulsara el escaso pis que la quedaba en ella en medio de otro orgasmo completamente seco. Después la metí los dos dedos en el culo para que echara un poco más de mierda, respondiendo a mis estímulos con rapidez y en cuanto acabó de salir la caca la limpié el ano con mi lengua. Mientras María José se ocupaba de morderla los pezones la apreté las tetas con mis manos y tiré de ellas con fuerza de ellas haciendo que Montse, a pesar de su evidente estado de agotamiento, chillara en varias ocasiones. Para acabar la sesión, volví a colocarme entre las piernas de Montse y la realicé un más que exhaustivo examen visual y táctil del exterior y del interior de su seta. Dejamos que Montse se recuperara. María José, tras darla un beso en la boca y decirla que era una maravilla de mujer, se ocupó de fregar el suelo del bar mientras permanecí sentada entre las piernas de Montse contemplando la humedad que aún salía por su raja. Cuándo me levanté, la liberé de sus ataduras y cogiendo una botella de agua de litro y medio, se la ofrecí para que recuperara líquidos. La ayudé a incorporarse y a sentarse en una silla donde Montse se bebió la botella con rapidez. Como era evidente que, a cuenta de la presencia de María José, la había forzado más allá del límite de sus fuerzas y se sentía mareada y revuelta, tuve que sostenerla mientras María José, que se quedó como recuerdo con el tanga amarillo roto pero empapado en pis, procedía a vestirla. Después me coloqué la braga y la falda. Ese día, como tengo por norma, había dejado aparcado mi coche cerca del bar por lo que, después de dejar todo como lo encontramos permitiendo que Montse dispusiera de unos minutos más para recuperarse, salimos del local, nos aseguramos de cerrarlo debidamente y la llevamos en mi coche hasta el portal de su casa donde, al verla un poco más restablecida, María José y yo la tocamos el coño y el culo. De regreso María José me dijo que, además de que iba completamente mojada, aquella sesión había servido para que, a sus años, descubriera que, como es habitual en mi, era capaz de correrse y con un gusto intensísimo sin necesidad de tocarse ya que viendo lo que la hacía a Montse había llegado al clímax cuatro veces. La aseguré que yo también estaba mojada ya que había superado la media docena de orgasmos, con algunos prácticamente seguidos, durante el periodo en que estuve forzando a Montse. Cuándo dejé el coche en el garaje, María José me propuso que cerrara la puerta para masturbarnos allí mismo delante de la otra hasta que ambas nos meáramos de gusto. En vez de masturbarnos lo que hicimos fue desnudarnos y juntar nuestras almejas para restregarnos mientras, cogiéndonos con fuerza de la masa glútea, nos apretábamos la una contra la otra. A pesar de la buena disposición de María José, que llegó a alcanzar nuestro propósito de mearse de gusto, aquello no duró mucho puesto que tenía sus fuerzas muy limitadas y enseguida me percaté de que no podía continuar. Me había dado tiempo para correrme dos veces y estaba a punto de alcanzar el tercer orgasmo y seguramente de mearme, cuándo nos separamos y tras intercambiar nuestra ropa interior, que metí en mi bolso para añadirla al día siguiente a mi colección de prendas intimas femeninas, nos vestimos, nos dimos un beso con lengua en la boca y abriendo la puerta del garaje nos separamos para encaminarnos hacia los ascensores que nos iban a llevar hasta nuestras respectivas viviendas.

A la semana siguiente María José se decidió a participar activamente. Empezó por masturbarse frenéticamente poniéndose en la cara de Montse para que esta la viera y para poder mearse encima de ella cuándo, tras correrse, se la salió el pis. Después optó por ponerse en cuclillas en la boca de Montse para que esta, mientras pudo, la comiera el chocho al mismo tiempo que María José, apretando las tetas de la chica con fuerza, no se perdía el menor detalle del habitual fisting vaginal que la realicé a Montse hasta que cuándo esta fue incapaz de continuar comiéndola la seta, María José optó por colocarse de rodillas entre mis abiertas piernas para quitarme la braga y el pantalón y dedicarse sin descanso a comerme el coño al mismo tiempo que me hurgaba en el culo con sus dedos y más tarde con un consolador de rosca con lo que logró que me corriera, me meara en su boca y que la echara en la cara una buena cantidad de caca líquida. María José no tardó en aprender a realizarla a Montse el fisting vaginal mientras que Montse, tras dar a María José por el culo durante un buen rato con una braga-pene y hurgarla con un consolador de rosca, la correspondía haciéndola otro anal.

Así estuvimos varias semanas y cuándo las propuse que llevaran a cabo la relación sexual de los lunes sin mi presencia para que pudiera dedicar ese tiempo a otra de mis amigas, se produjeron varios hechos que cambiaron por completo la situación. Lo primero que sucedió fue que el padre de Montse falleció repentinamente a cuenta de una trombosis cerebral que, en mi opinión, le produjo la fuerte medicación que estaba tomando y que le permitió vivir más tiempo del que, inicialmente, habían previsto los médicos. Pocos días más tarde y después de varias recaídas a cuenta de un proceso catarral mal curado, murió la madre de los dos hermanos dueños del bar en el que trabaja Montse que era quien se encargaba de todo lo referente a la cocina y de servir las mesas a la hora de la comida. Por otro lado, la chica que, como asistenta, se ocupaba de las labores domesticas de mi casa tuvo que operarse de una hernia discal que llevaba meses causándola dolores muy intensos. La chica en cuestión, con la que no mantuve el menor contacto sexual, llevaba muchos años en mi casa y no me atrevía a prescindir de sus servicios tras haber atendido, con esmero y aguantando lo suyo, durante los últimos años de su vida a mi difunta madre que tenía un carácter muy fuerte y llegó a convertirse en una persona intransigente. Antes de que la operaran me dijo que, tras la intervención quirúrgica, no quería seguir trabajando ya que no era lo más aconsejable en su situación y había dejado de tener tanta necesidad del dinero que ganaba trabajando de lunes a viernes por la mañana en mi casa y por la tarde en la de un cirujano. Alegrándome de que se fuera sin necesidad de despedirla, la gratifiqué por sus servicios y decidí repartir las labores domesticas de mi vivienda entre tres de mis amigas sumisas de manera que una se ocupara de las compras y de la comida, otra de la limpieza y la última del lavado y planchado de la ropa.

Después de perder a su madre y como a uno de los hermanos le detectaron una importante arritmia cardiaca que le desaconsejaba cualquier tipo de esfuerzo, los dueños del bar en el que trabaja Montse se decidieron a contratar otras dos chicas, una para la cocina y otra como camarera para atender la barra y las mesas a la hora de la comida, a las que uniformaron de una forma similar a la que, en su día, impuse a Montse con blusas blancas con varios botones desabrochados y faldas muy cortas de color negro para que lucieran sus piernas y en ciertas ocasiones, algo más. A cuenta de ello, a Montse la asignaron un nuevo horario de trabajo que desarrollaba de lunes a viernes por la mañana entre las nueve a la una y medía y por la tarde desde las siete hasta el cierre del establecimiento, sobre las diez de la noche, en que debía de ocuparse de la caja mientras su nueva compañera de barra se encargaba de adecentar el local. Los sábados y esto fue lo que más ilusión la hizo, los dueños decidieron cerrar el bar hasta el lunes a partir de las cinco de la tarde por lo que sólo tenía que trabajar por la mañana y con el mismo horario que los demás días. Este cambio, junto al hecho de que al haber fallecido su padre tenía una mayor libertad, me vino de maravilla para encomendarla que, de lunes a sábado, se hiciera cargo de las compras oportunas, de preparar la comida para que al llegar a casa pudiéramos comer juntas y de fregar y recoger la cocina. De esta forma y aunque a Montse siempre la había gustado que se lo hiciera en el bar, al acabar de comer, sin la presencia de María José y a días alternos para evitar desgastarla en exceso, la empecé a hacer de todo sin que faltara el tradicional fisting vaginal con lo que siempre logro correrme varias veces sin tocarme mientras Montse se retuerce de placer entre gemidos, levantando incesantemente su culo hasta ponerlo a la altura de mi cara y echando grandes cantidades de flujo, varias meadas en las que nunca falta la cantidad y una ó dos buenas cagadas. Montse, cuándo finalizamos nuestra sesión, dispone de tiempo para descansar y recuperarse antes de levantarse, vestirse, recoger la cocina y regresar a su trabajo en el bar.

Esta nueva situación hizo que, aunque se había compenetrado perfectamente con Montse, me decidiera a presentar a María José a las demás integrantes de mi grupo de amigas con las que comenzó a mantener relaciones sexuales al mismo tiempo que, dos ó tres veces al mes, llevábamos a cabo nuestros contactos sexuales en sesiones en las que no solía faltar el fisting anal pero que no superaban los tres cuartos de hora ya que, en cuanto María José llegaba a su sexto orgasmo y se meaba copiosamente, era desaconsejable seguir forzándola puesto que no era capaz de sacar mayor partido de su cuerpo. En vista de que, al igual que yo, era capaz de correrse varias veces sin necesidad de tocarse al hacérselo a otra mujer, a propuesta de Sara, mi mano derecha, decidí dedicarla a dar placer a mis amigas nacionales ya que había aprendido a hacer de todo. Aunque se relacionó con unas y con otras no tardó en decantarse por algunas de ellas de forma que con las que más frecuentemente lo hacía fueron Pilar, una chica separada con dos hijas que reside en nuestro mismo edificio y en la misma escalera que yo, Marga, una mujer ciega de nacimiento a la que la encanta que otra fémina la vacíe y Susana, una joven aparejadora vecina de Sara que es una cría bastante pija pero una autentica zorrita cerda en la cama. Con esta actividad María José tenía ocupadas durante toda la semana casi todas las tardes y algunas noches. En ello estaba cuándo Aurora, una buena amiga y compañera de trabajo, delgada, rubia y más que potable que se había quedado viuda un año antes, la comentó a María José que, sin descartar el llegar a tener más relaciones sexuales con hombres, no la importaría el llevar a cabo contactos lesbicos con ella de una manera esporádica. De esta manera empezaron a mantener unas relaciones, llamémoslas ligeras, que mayormente consistían en desnudarse, tocarse hasta la saciedad y masturbarse mutuamente. Aunque, en principio, Aurora no era muy partidaria del sexo sucio y la pareció una autentica cerdada que María José no pudiera evitar mearse al correrse, se fue haciendo al pis y las meadas de ambas no tardaron en formar parte de sus sesiones de la misma forma que se hizo habitual juntar sus cuerpos para, mientras se besaban, apretarse con fuerza de sus masas glúteas y restregarse las tetas y sus respectivas almejas hasta que ambas se corrían varias veces y su pis salía de manera abundante. Un par de meses más tarde, María José la habló de mí y Aurora, después de superar de manera muy satisfactoria las pruebas a las que la sometimos tanto Sara como yo, accedió a depositar en mis manos, como muestra de su buena voluntad, varias joyas de oro y la mayor parte de sus ahorros que en una imposición a plazo fijo a mi nombre se van convirtiendo en algo así como una pensión para el día en que llegue su jubilación sexual y no tardó en unirse a mi grupo convirtiéndose en una nueva sumisa a mi servicio.

Más adelante, Aurora y María José empezaron a congeniar con otra compañera de trabajo. Cristina, que así se llama la mujer, es alta, delgada, rubia y tiene un aire muy juvenil ya que, a pesar de superar los cincuenta años, aparenta ser una cría y se viste como tal. Aurora y María José la permitieron que las acompañara a desayunar, aprovechaban sus ratos libres para reunirse en el despacho de Cristina y algunas tardes salieron juntas ó quedaban en casa de Aurora para tomar un café y charlar. Pero Cristina no tardó en conseguir, con comentarios inadecuados, mentiras y su zalamería, que la amistad entre Aurora y María José se deteriorara. Mientras Aurora optó por centrarse exclusivamente en su actividad sexual dentro mi grupo de amigas, Cristina, que la había dicho a María José de que en la cama no tenía límites y que la encantaban las guarradas, hizo que se convirtiera en habitual el ir juntas al water para mear la una delante de la otra. Un día la pidió que la acariciara la raja mientras ella meaba y desde aquel momento fue normal que se acariciaran el chocho mientras salía su pis. Pocas semanas más tarde, Cristina se despojó de la braga y la minifalda que llevaba puesta y sentándose en el water, abrió bien sus piernas y mientras meaba, obligó a María José a arrodillarse y beberse un buen trago de su pis. Al terminar la limpió la cara con la braga e hizo que la comiera la seta. María José que, ante el carácter autoritario de su nueva amiga, no supo negarse comprobó que Cristina “rompía” con una facilidad pasmosa y que, después de alcanzar su primer orgasmo, disfrutaba de varios seguidos y muy intensos hasta que, al llegar al cuarto, volvía a mearse y liberaba su esfínter expulsando, sin dejar de tirarse pedos, un montón de caca. Cuándo acabó María José tuvo que limpiarla el ano con su lengua. Desde aquel día el beberse el pis de la otra y el comerse mutuamente el coño se hizo habitual en todos sus contactos. Cristina, viendo que podía sacar mucho más partido de María José, decidió que sus contactos en el water de su oficina fueran menos frecuentes y de poca duración para por la tarde llevar a cabo sesiones más largas tanto en casa de María José como en la suya de manera que, a los tocamientos, la masturbación mutua y la salida masiva de su pis, se unió el lamerse el ano a conciencia y el hurgarse con los dedos en el culo hasta que, en algunas ocasiones con la ayuda de una braga-pene, hacia acto de presencia su mierda que solían recoger en una cazuela para mezclarla, olerla, tocarla y finalmente, comerla.

Un día, tras haberse vaciado a conciencia, se encontraban descansando acostadas en la cama. Cristina, tocándola las tetas a María José, la preguntó que si la interesaba el sexo hetero. María José la contestó que durante muchos años las únicas relaciones sexuales que había mantenido fueron con su marido pero que llevaba varios meses metida de lleno en el lesbico con el que reconoció que había logrado sentir mucho más placer. Cristina la explicó que su marido, como la mayor parte de los hombres, en circunstancias normales y aunque echaba mucha cantidad sólo era capaz de correrse una vez pero que, debidamente excitado, conservaba el rabo bien tieso y que con pequeños descansos, era capaz de soltar la leche en tres ocasiones. Según la dijo, lo que más le “ponía” era el hacerlo con dos mujeres al mismo tiempo puesto que, según había comprobado, estuvo de lo más salido durante las dos semanas en que, aprovechando sus vacaciones de verano, convivieron con el hermano de su marido y Laura, su mujer y los cuatro se pusieron de acuerdo para que Cristina y Laura lo hicieran juntas unos días con el marido de Cristina y otros con el de Laura. Cristina la propuso probar y la habló de que la aseguraba un magnifico rabo, gordo y largo y unas excepcionales cantidades de leche. A pesar de que se encontraba centrada y a gusto con la práctica del sexo lesbico, María José, una vez más, no supo negarse y sin decirme nada, quedaron el viernes siguiente a las nueve de la tarde en casa de Cristina para cenar juntos y llevar a cabo su primer contacto sexual.

María José, que había comprado hasta ropa interior de lo más sugerente, acudió a su cita en casa de Cristina, elegantemente vestida, unos minutos antes de la hora acordada. Su marido acababa de llegar y en cuanto María José entró en la vivienda lo primero que hizo, delante de Cristina, fue abrazarla y darla un beso en la boca mientras, subiéndola la falda y bajándola un poco la braga, comenzó a restregar su rabo por la entrepierna de María José al mismo tiempo que, colocándola sus manos en el culo, la apretaba contra él. A pesar de que el hombre se encontraba completamente vestido, María José notó perfectamente que, aparte de que desde que se juntó a ella lo tenía erecto, el rabo se le puso completamente tieso con mucha facilidad. Cristina no tardó en intervenir para separarlos. Su marido las habló de que, a causa de la excitación, tenía unas ganas enormes de mear y que le gustaría que ambas vieran como salía su pis. Los tres de fueron al water donde, tras hacer que el pantalón y el calzoncillo del hombre descendieran hasta sus tobillos, Cristina le sostuvo el rabo con su mano derecha mientras echaba una larga meaba. Al acabar se la movió lentamente hasta que empezó a sentir el gusto previo a la corrida. Cristina evitó la salida de su leche apretándole con sus dedos en forma de tijera la parte del rabo más cercana a los huevos diciéndole que, después de cenar, tendría ocasión de echarla y que así lo haría en mayor cantidad. Lorenzo, que así se llama el marido de Cristina, la dijo a María José mientras volvía a ponerse su ropa que esperaba que fuera tan puta como Cristina. Antes de sentarse a la mesa para cenar las hizo quitarse la ropa, quedándose únicamente con la braga puesta, mientras él cenó en calzoncillo. Al terminar Lorenzo dedicó varios minutos a apretarlas, sobarlas y chuparlas las tetas antes de dirigirse a la habitación que la pareja comparte donde Lorenzo se apresuró a quitarse el calzoncillo y se tumbó en la cama muy abierto de piernas. María José, viendo que su amiga también se despojaba de la suya, se quitó la braga. Cristina se acostó a la derecha de Lorenzo e indicó a María José que se pusiera entre las abiertas piernas de su marido. De esta forma y mientras Lorenzo la tocaba la almeja y el culo a su mujer, esta comenzó con lo que llamó “la operación ordeño” moviéndole muy lentamente el rabo, completamente tieso, mientras María José, siguiendo las indicaciones de Cristina, se dedicó a acariciarle los huevos dándole, de vez en cuándo, unos ligeros golpes en ellos al mismo tiempo que le metió dos dedos en el culo y le hurgó con todas sus ganas. Al cabo de un rato y con el rabo de Lorenzo a punto de echar un montón de leche, Cristina ocupó el lugar de María José haciendo que esta última se colocara en cuclillas sobre la boca de su marido para que este la pudiera comer el chocho. María José no tardó en correrse y al hacerlo, se meó echándole a Lorenzo una gran cantidad de pis en la boca y en la cara. Cristina, viendo a su marido tremendamente excitado por aquello, le bajó de golpe toda la piel de la polla, le introdujo dos dedos bien profundos en el culo mientras Lorenzo seguía ocupándose de la seta de María José y se la mantuvo así, moviéndosela lentamente, para que, pocos segundos más tarde y a pesar de los esfuerzos de Lorenzo por evitarlo, empezaran a salir unos largos y espesos chorros de leche que fueron cayendo en el cuerpo del hombre, en las tetas, el estómago y el pubis de Cristina y en la sabana. A cuenta de la descomunal corrida; de la excitación propia del momento y del hurgamiento que le estaba haciendo su mujer en el culo, Lorenzo liberó su esfínter y empezó a cagarse sin que Cristina, en principio, le extrajera los dedos. Al ver que la mierda era sólida, Cristina le llamó guarro y se los sacó de golpe. Dejando de moverle el rabo, la abrió el culo para no perderse el menor detalle de la salida de los tres gordos folletes de caca que soltó y que cogió con sus manos, tocó y olió pero sin llegar a comerlos. En cuanto Cristina limpió con su lengua el ano a su marido y adecentó la cama, las dos mujeres se turnaron para chuparle a Lorenzo el rabo logrando mantenérselo bien tieso al mismo tiempo que le continuaron acariciando los huevos y hurgándole en el culo. Después, Cristina obligó a Lorenzo a colocarse a cuatro patas encima de la cama con las piernas muy abiertas para ponerse una braga-pene, con el “instrumento” de unas dimensiones más que considerables y dar por el culo a su marido mientras María José se ocupaba de moverle lentamente con su mano el rabo y acariciarle los huevos. La pareció que aquello era habitual en sus relaciones sexuales y que tanto a Cristina como a Lorenzo les gustaba. Mientras le enculaba Cristina insultó varias veces a su marido, llamándole, entre otros epítetos, “cabronazo”, “cerdo”, “marrano” y “putón”. Al cabo de unos diez minutos y a indicación de María José a la que la pareció que estaba a punto de correrse, Cristina tocó el rabo a Lorenzo y comentó que no faltaba mucho para que volviera a “explotar” por lo que, sacándole el pene del culo y dejando que Lorenzo se acostara boca arriba, decidieron que María José le cabalgara vaginalmente mientras el hombre aprovechaba para apretarla con fuerza las tetas y Cristina le acariciaba los huevos. En menos de dos minutos Lorenzo, viendo que no podía aguantar más, hizo que María José dejara de moverse, se incorporara y dejara que Cristina, que se despojó de la braga-pene con rapidez, la supliera echándose sobre él con las piernas cerradas para soltarla una más que abundante cantidad de leche. Cristina notando que, después de la corrida, Lorenzo estaba a punto de mearse de gusto siguió moviéndose permitiendo que la echara los primeros chorros de pis en el interior del coño para, enseguida, incorporarse y dejar que, mientras Lorenzo la apretaba las tetas, María José también contemplara la copiosa meada de su marido. En cuanto acabó de salir pis se turnaron, de nuevo, para chupárselo hasta que, viendo que no lograban que se le volviera a poner completamente tiesa, Cristina mencionó que lo más efectivo era dejarle descansar unos minutos para que se recuperara lo que aprovechó para comer la almeja a María José durante un buen rato antes de volverse a poner la braga-pene y haciendo que su amiga se colocara a cuatro patas en el suelo, la dio durante muchos minutos por el culo se dejar de decirla “cagáte, so guarra” . Durante un rato notó que su mierda tenía la imperiosa necesidad de salir pero lo impedían los rápidos movimientos de mete y saca que llevaba a cabo Cristina. Al final, en cuanto la sacó el pene del culo y las hurgó unos momentos con sus dedos para impregnarlos en su caca, María José se dirigió con mucha prisa al water para vaciar su intestino en medio de un gusto muy intenso. Mientras Lorenzo descansaba y María José echaba su mierda, Cristina preparó una pera con agua muy caliente en la que echó un par de laxantes. Al acabar María José de cagar, Cristina se tumbó en el suelo de la cocina encima de una toalla grande de baño y la dijo que la metiera hasta dentro el rabo de la pera y que la fuera echando lentamente el contenido. Enseguida se hizo evidente que Cristina, sin dejar de moverse, estaba a punto de cagarse lo que Lorenzo, que acababa de entrar en la cocina, aprovechó para meterla el rabo entero en la boca y cogiéndola de la cabeza, obligó a su mujer a que se lo chupara con especial deleite. Cristina no tuvo la menor opción y en medio de su mamada y sin poder moverse de su posición, comenzó a expulsar su caca, totalmente líquida, al mismo tiempo que el rabo de la pera permanecía dentro de su intestino y María José continuaba echándola el agua caliente con el laxante. El espectáculo volvió a complacer a Lorenzo que reconoció que hacía mucho tiempo que no había visto echar a Cristina tal cantidad de mierda. María José no extrajo el rabo de la pera del culo de Cristina hasta que esta la aseguró que había vaciado por completo su intestino y Lorenzo, sin dejar que su mujer se limpiara, se dedicó a hurgarlas a ambas en el culo con sus dedos y con un vibrador. Durante este proceso Cristina le dijo a Lorenzo que el marido de María José la daba por el culo con regularidad. Semejante noticia le agradó y al regresar a la habitación las hizo ponerse a cuatro patas con intención de turnarse penetrando analmente a María José y vaginalmente a Cristina. La novedad de hacerlo con María José y el poderla encular, cosa a la que excepto en muy raras ocasiones siempre se negaba Cristina alegando que al darla por el culo la ocasionaba unas diarreas intensas y muy persistentes, hizo que, tras penetrar vaginalmente a Cristina, se corriera pocos segundos después de metérsela analmente a María José echándola tal cantidad de leche dentro del intestino que esta volvió a sentir una imperiosa necesidad de echar más mierda y aunque se lo indicó, Lorenzo, sin hacerla caso, siguió dándola por el culo con movimientos muy rápidos. María José empezó a cagarse y cuándo, al cabo de varios minutos, la sacó el rabo, salió en tromba un montón de caca mayormente líquida que fue cayendo en el rabo de Lorenzo y en la sabana. Cristina le chupó con ganas el “instrumento” durante unos minutos con intención de limpiárselo de la mierda de María José a la que, mientras tanto, Lorenzo lamió el ano. Después hizo que ambas se tumbaran en la cama, boca arriba y con las piernas muy abiertas, para colocarse en medio de ellas y tras decirlas que deseaba ver lo muy putas que eran y como se corrían y se meaban, las hizo al mismo tiempo un fisting vaginal. Cristina, en cuyo interior estaba el puño izquierdo de Lorenzo, era una autentica máquina corriéndose y meándose y tras varios orgasmos soltó más caca. María José, por su parte, alcanzo el clímax un par de veces más y se meó pero al encontrarse completamente exhausta le dijo a Lorenzo que no podía más y que necesitaba descansar. El hombre, una vez más, no la hizo ningún caso y la forzó unos minutos más hasta que María José alcanzó un orgasmo bastante seco con el que se la estremeció todo el cuerpo antes de que empezara a sentir un escozor muy intenso y algunas molestias vaginales. Lorenzo, dándose cuenta de que no podía sacar más provecho de María José, la extrajo el puño y haciendo que se diera la vuelta para poder acariciarla la masa glútea y pasarla repetidamente dos dedos por la raja del culo antes de metérselos dentro del ano empezó a insultar a Cristina al mismo tiempo que la decía que, para complacerle, aún tenía que correrse y mearse unas cuantas veces más antes de que, tras vaciarla, la sacara el puño. Cristina le indicó, una y otra vez, que no podía más y que no la quedaba ni flujo ni pis en su interior, pero Lorenzo llamándola guarra y puta continuó forzándola. María José, completamente agotada, acabó quedándose dormida. Se despertó al notar que se estaba meando en la cama. Sin poder hacer nada por contener su meada vio que, a su lado, Lorenzo se había dormido con su mano izquierda extendida acariciando la almeja de María José mientras Cristina le chupaba el rabo y que esta había conciliado el sueño apoyando su cabeza en la entrepierna de su marido. Observó que el chocho de su amiga estaba aún muy dilatado y que seguía soltando pequeñas cantidades de flujo y de pis por lo que dedujo que, a pesar de las constantes peticiones de Cristina, Lorenzo la había forzado hasta más allá de su límite. Después de ir al water para terminar de expulsar el pis que no había echado en la cama, se limpió un poco y como eran más de las diez de la mañana y supuso que Cristina y Lorenzo, al haberse quedado dormidos poco tiempo antes, tardarían en despertarse, decidió vestirse y volver a su casa donde se encontró que su marido había pasado la noche en compañía de la joven separada con la que, además de otra mujer viuda y con varios hijos cercana a los cincuenta años, seguía relacionándose.

A María José la extrañó mucho que Cristina no se pusiera en contacto con ella ni el sábado ni el domingo. Semejante falta de delicadeza la dolió y el lunes, en la oficina, se lo echó en cara. Cristina la contestó que no había dispuesto de tiempo para llamarla puesto que, tras la relación sexual que mantuvieron con ella la noche del viernes, Lorenzo había permanecido muy caliente y Cristina aprovechó para sacar el mejor partido posible de ello haciéndolo al despertarse, tras la comida y al acostarse. Hasta el miércoles Cristina no se preocupó por conocer si la había gustado la experiencia sexual hetero/lesbica que había mantenido junto a ella y a su marido. María José, muy sincera, la dijo que, aunque no la había disgustado, se sentía mucho más identificada con el sexo lesbico puesto que acababa más satisfecha. Cristina, que empezó a no mostrar interés por los contactos sexuales que a lo largo de la semana mantenían ambas tanto en su casa como en el water de su centro de trabajo, dejó pasar unos días antes de empezar a animarla para volver a llevar a cabo el trío dos semanas después y de nuevo, el viernes por la noche. La sesión se desarrolló de una forma muy similar a la anterior con la única variación de que María José se ocupó de “sacar la leche” a Lorenzo provocándole la primera corrida a base de moverle muy despacio el rabo con su mano mientras el hombre la comía la seta a Cristina colocada de rodillas encima de su cara. Después de haberla dado por el culo hasta la saciedad, Lorenzo volvió a forzar a María José más de lo debido con el fisting vaginal y tras tener varios orgasmos secos con los que llegó a gritar de dolor, terminó con un intenso escozor vaginal; una incontinencia urinaria bastante importante y gran variedad de molestias que la impidieron conciliar el sueño esa noche y parte de la siguiente.

Aunque María José se daba perfecta cuenta de que Cristina y Lorenzo lo que buscaban con su participación era el excitarse; de que mientras aumentaba el tiempo que dedicaban el sexo hetero cada vez era de menos duración la práctica sexual lesbica ya que Cristina se limitaba a introducirla vaginalmente un consolador y a darla por el culo con un vibrador y una braga-pene para facilitar que su marido, más tarde, la penetrara analmente y de que cada semana Lorenzo la forzaba un poco más con el fisting vaginal sin importarle las molestas consecuencias que, a cuenta de ello, acababa María José que veía que el escozor, la incontinencia urinaria y las molestias vaginales se iban haciendo crónicas y la duraran varios días, aguantó unas cuantas semanas más hasta que Cristina la habló de que, aparte de su quincenal relación de los viernes por la noche, podía ir una ó dos veces a la semana sobre las nueve de la noche por su domicilio para, exclusivamente, “ordeñar” a Lorenzo entre ambas y después de “sacarle la leche”, chuparle el rabo durante un buen rato. Esta última propuesta de Cristina fue el detonante para que, aunque sabía que no me iba a gustar y que me enfadaría, decidiera recurrir a mí que había observado que en nuestros últimos encuentros María José, aparte de su manifiesta incontinencia urinaria, no se mostraba tan entregada lo que pensé que era debido a que estaba cansada, como si no fuera capaz de recuperarse del desgaste natural de una sesión sexual antes de afrontar la siguiente. Al enterarme y como castigo la introduje un montón de algodón en el coño y se lo sellé con cera para que no se lo pudiera sacar, imposibilitándola a hacer pis. Aguantó casi veinticuatro horas pero, al final y de rodillas, me pidió perdón y que la liberara de su martirio puesto que sentía que la iba a explotar la vejiga urinaria de las ganas que tenía de mear. En cuanto la quité la cera y empecé a sacarla el algodón me deleitó con una excepcional meada echando pis, con chorros al más puro “tipo fuente”, durante varios minutos. Después me contó con pelos y señales todo lo que la había ocurrido desde que comenzó su amistad con Cristina y sin necesidad de ser un lince, me percaté de que su amiga había pensado hasta el mínimo detalle para involucrarla en la actividad sexual que mantenía con su marido sabiendo que con la presencia y participación activa de otra mujer ambos daban mucho más de sí en el terreno sexual. Estaba claro de que lo primero de lo que se ocupó fue de que la amistad entre Aurora y María José se rompiera para así poder tenerla a su más entera disposición. Poco a poco y por medio de la práctica sexual lesbica, fue logrando sus propósitos puesto que Cristina, que no es tonta, se dio perfecta cuenta de que su nueva amiga estaba bien adiestrada y era sumamente dócil. María José, cuándo se me pasó el monumental enfado que me agarré por haberlo hecho sin mi consentimiento y que la supuso el tener que pasar algo más de dos semanas inmersa en un nuevo periodo de abstinencia sexual, reconoció que, casi a las puertas de la vejez, había descubierto que lo suyo es el sexo lesbico y las mujeres y que no la importaba que una persona de su mismo sexo la diera por el culo durante horas pero que, en su relación con Cristina, llegaba a desear que Lorenzo se corriera y se la sacara cuanto antes.

María José me prometió solemnemente que quería disfrutar, exclusivamente, del sexo lesbico durante los años que pudiera hacerlo y siempre sometida a mi voluntad por lo que no me quedó más remedio que ayudarla a buscar una solución al enredo sexual en el que se había metido. No me resultó difícil ya que, mientras Cristina pretendía ampliar su actividad sexual hetera cada vez más, María José la explicó claramente que lo suyo era el sexo lesbico e incluso la comentó su situación diciéndola que estaba sometida a una ama y que a esta ama no la había gustado que estuviera manteniendo relaciones con una pareja ajena a su grupo de amigos por lo que tenía que prescindir de ella y buscarse a otra dispuesta a formar parte de su engranaje. Para lograr que Cristina se olvidara totalmente de ella, me presenté un día en su oficina y contando con la colaboración de María José, que se dirigió a mi tratándome en todo momento de usted y no dejó de expresarse diciendo “si, mi ama” ó “lo que usted mande, mi señora” , conseguí que Cristina, que enfurecida llegó a insultarnos varias veces y nos dedicó epítetos como “bolleras”, “marranas” ó “tortilleras”, dejara de dirigir la palabra a María José. Mientras Cristina intentaba dar, sin mucho éxito, con otra mujer dispuesta a sustituir a María José, esta y Aurora volvieron a ser amigas y siempre de acuerdo con mis instrucciones, a mantener relaciones sexuales.

En la actualidad, Aurora continúa a mi servicio y a plena satisfacción ya que está demostrando ser tan dócil y sumisa como su amiga María José. Montse sigue ocupándose de las compras y de la comida diaria, se ha convertido en uno de mis wateres personales y a días alternos la sigo vaciando a conciencia y María José está muy unida en todos los aspectos a Aurora y disfruta del sexo lesbico tanto con ella como con Marga, Sara, Susana, el resto de las chicas del grupo y conmigo ya que seguimos relacionándonos cada dos semanas. Entre todas hemos conseguido que, aunque en cuanto llega a su sexto orgasmo no sea posible sacar más provecho de su cuerpo, se haya acostumbrado a una practica sexual más frecuente y precise de un periodo de recuperación más breve lo que la permite disfrutar mucho más de su actividad sexual lesbica especialmente al ocuparse de dar placer a mis amigas ya que sigue corriéndose, sin necesidad de tocarse, del gusto que la produce el verlas completamente entregadas al mismo tiempo que disfrutan de un intensísimo placer sexual.