María (I)
Apago el cigarrillo aún en el interior del coche, fumo con una mezcla de sensaciones, nerviosismo y excitación a partes iguales. Apago la radio, paro el motor y dejo el paquete de tabaco en la guantera. No lo voy a necesitar en todo el día aunque sé que a la vuelta, fumaré un par de ellos seguidos.
Apago el cigarrillo aún en el interior del coche, fumo con una mezcla de sensaciones, nerviosismo y excitación a partes iguales. Apago la radio, paro el motor y dejo el paquete de tabaco en la guantera. No lo voy a necesitar en todo el día aunque sé que a la vuelta, fumaré un par de ellos seguidos.
Recojo la mochila del maletero y me encamino hacia la recepción del hotel, son unos metros que me permiten recordar cómo la conocí de forma casual en un chat.
- Buenas tardes, ¿estás ocupada?
- Hola, no. ¿Qué tal estás?
- Bien gracias, pasando la tarde y sufriendo los primeros calores de la primavera.
- Aquí también hace calor, menudo verano nos espera.
La conversación tenía pinta de ser una más de las que se suelen dar en los chats pero no me apetecía pasar el típico test basado en el estado civil y en saber qué estás buscando en un chat. Si deriva por esos derroteros, me despido y cierro.
Se me escapa una sonrisa cuando me registro en el hotel, su acento andaluz me gustó desde un principio más aún cuando intercambiamos nuestros números de teléfonos, ambos nos sentíamos cómodos charlando y nos habíamos caído un par de veces del chat. Fue un intercambio sin segundas intenciones, sincero, nos gustaba charlar y tras hablar unos minutos, decidimos usar whatsapp para comunicarnos.
Son las 9 de la mañana, mi trabajo me permite tomarme estos dispendios y estoy convencido que María merece tener un día relajado. Los dos nos merecemos un día diferente, así que hemos decidido pasar juntos el tiempo que podamos. Durante estos días, ella no está trabajando así que también está liberada. Hemos decidido vernos en un hotel que está a mitad de distancia entre ambos. Nos veremos sobre las 9:30, sin hora de salida.
Segunda planta, al final del pasillo. Llamé al hotel el día antes para asegurarme que no habría problema en llegar a la habitación a esa hora. Ellos no tienen ocupada la noche y nosotros podemos disfrutar de la habitación durante el día. Todos contentos.
Tengo unos minutos para preparar el ambiente. Me gustan los detalles, que todo salga lo mejor posible. Así que monto el portátil y pongo la lista de canciones que tenía preparada. Algo suave, relajante. Quiero que la música forme parte de los estímulos del día de hoy. Bajo las persianas, dejando un palmo hasta que golpeen el alféizar, cierta penumbra también es interesante. Al correr las cortinas, veo su cuerpo menudo bajar del coche.
María es una mujer pequeñita, cuerpo fibroso y delgado, bajo ese vestido marrón de una sola pieza puedes adivinar sus caderas, puedes intuir su culo delicioso y fuerte. Zapatos negros abiertos, con un poco de tacón, dos pulseras en la mano derecha y un reloj en la muñeca izquierda. Las gafas de sol oscuras ocultan unos ojos marrones deliciosos y vivarachos. Su pelo rizado, corto, moreno, con algunas mechas rubias hace destacar aún más esa sonrisa dulce que le surge de forma involuntaria cuando va andando. Se para y mira el móvil, veo cómo escribe y mi teléfono suena al instante.
- ¿Has llegado ya?
- Si, te estoy esperando.
Vuelve a sonreír, está realmente preciosa. ¿Voyeur? Sé que no sabe que la estoy mirando desde la ventana pero no puedo resistirlo. Si hubiera dado un par más de pasos, no la podría ver, pero me recreo en recorrerla con la vista mientras está atenta al móvil.
- Yo también he llegado. ¿Me vas a decir la habitación o me quedo aquí todo el día?
- Depende de ti, ¿me has hecho caso?
- Cabrón. Te he hecho caso y no puedo aguantar más.
- 214. Sube.
A la izquierda de la puerta de la habitación hay un pequeño armario, frente a él, la puerta del baño. A continuación del armario se encuentra un espejo grande, será un aliciente más. Enciendo la luz del baño y dejo la puerta entreabierta, apago el resto de luces. La penumbra domina la habitación. Dejo también entreabierta la puerta principal y me pongo frente a ella, a unos dos metros, quedando el espejo a mi derecha.
Recuerdo esos instantes, sonaba alguna canción de Sting en el portátil pero solo era capaz de escuchar sus tacones acercándose por el pasillo y el latido de mi corazón, todo en una especie de danza con sincronía casi perfecta. Los tacones se paran frente a la puerta. Tres segundos que se me hacen muy largos e imagino que ella los utiliza para tomar aire antes de entrar.
Abre la puerta despacio y entra, con las gafas de sol puestas y un pequeño bolso marrón en la mano izquierda. No me ve y se gira para cerrar la puerta tras de sí. Al quitarse las gafas, se da cuenta de que estoy frente a ella. Un poco asustada por no esperarme en ese sitio, me sonríe.
- Deja el bolso en el armario y ven aquí.
La sonrisa se transforma en maliciosa, le gusta la situación y sabe que a mí también me gusta. Se acerca a mí, mirándome altivamente, a escasos centímetros de mí. Su cabeza queda un poco por encima de mi pecho y llevo mis dos manos a su cara, giro las muñecas para inclinar su cabeza y veo cómo cierra los ojos y entreabre la boca. Beso sus labios con dulzura, con cariño. Mis dedos se entrelazan con sus rizos tras su nuca y siento cómo su respiración se acelera.
- Bienvenida.
- Gracias Antonio.
- ¿Confías en mí?
- Ya sabes que sí, no estaría aquí si no confiara ciegamente en ti.
Deslizo las manos desde la nuca por los hombros, hasta los brazos y los llevo a su espalda. La giro y la pongo frente al espejo. Subo su mano izquierda por encima de su cabeza, apoyándola sobre el cristal. Acaricio el envés de su mano izquierda con mis uñas, acariciando el brazo, el codo, el hombro. Deslizando los dedos muy despacio y hundiendo mi nariz en su cabeza para olerla profundamente. Repito la misma operación con su brazo derecho.
- Me encanta cómo hueles. Mantén los brazos así.
- Uhmmmmm. Sí.
Mis manos ahora están en su costado. Casi puedo unirlas en su espalda y a sus casi 40 años, parece que tiene el cuerpo de una niña. Presiono con mis pulgares suavemente sobre su espalda mientras comienzo a bajar, llegando a la cintura, buscando sus caderas. Ella saca el culo un poco y lo cubro con las manos, apretando ahora con más fuerza. Prefiero continuar bajando con caricias por sus piernas. El vestido le llega hasta un palmo por encima de sus rodillas. Sus muslos son muy suaves, fuertes, con músculos marcados por el ejercicio. Me pongo en cuclillas tras ella y acaricio cada uno de sus gemelos con las manos hasta llegar al talón de Aquiles. Los masajeo tanto con los pulgares como con los índices. Abro sus piernas mientras vuelvo a escuchar otro gemido. Quedan más separadas que sus hombros, expuesta ante mí pero aún vestida. Vuelvo a subir despacio mis manos por sus gemelos, recorriendo cada centímetro con delicadeza, sin prisa alguna. Llego a las corvas de sus rodillas y no puedo evitar acercar mi boca para besarlas. Primero la derecha y luego la izquierda, sin dejar de acariciar sus muslos. Continúo mi escalada, ahora bajo su vestido. Mis manos llegan a esa zona tan sensual que está entre el final de los muslos y el comienzo de las nalgas. Ahora mucho más despacio, con más delicadeza.
Mis pulgares se encuentran muy cerca de su sexo, es momento de comprobar si ha cumplido lo que me ha dicho aunque ya sé cuál es la respuesta. La conozco antes de rozarla, antes de preguntarle en la puerta de la habitación. Lo sé desde el momento en que se lo pedí.
Como suponía, no lleva ropa interior. Siento en mis pulgares sus labios exteriores y ella tiembla al sentir mis dedos sobre su coño. Los muevo suavemente, atrás y adelante, durante unos segundos. Los dedos me quedan humedecidos cuando otro gemido suena en la habitación. Acerco mi nariz a su culo y huelo a través de la tela. Me llega su fragancia, el olor a sexo empieza a introducirse lentamente por mi nariz.
Continúo mi viaje descubriendo su cuerpo, es su culo el objeto de mis deseos ahora mismo. Me pongo de pie tras estar unos minutos en cuclillas. Mis piernas lo agradecen y mis manos también. Agarro sus dos nalgas con fuerza, las aprieto suponiendo que mis dedos quedarán marcados en su culo.
- Uhmmmmmm, aprieta fuerte cabrón. Es tuyo.
- Lo sé.
Mis pulgares quedan cerca de su esfínter, los pongo sobre él y abro los cachetes mientras llevo mi boca a su nuca y la muerdo con delicadeza.
- Me vas a matar cabrón.
- No, te voy a follar.
Me gusta sentir sus costados bajo el vestido, siento su respiración acelerada y encamino mis manos a disfrutar de sus pechos. Son pequeños, creo que ella tiene un poco de complejo pero sus formas me encantan. Sus pezones casi arañan las palmas de mis manos, están duros y respingones. Veo cómo aprieta las manos contra el cristal y disfruto con sus reacciones a mis estímulos. Aprieto sus pechos con ambas manos, los cubro perfectamente. Me gustan y ya me pregunto cómo será su sabor.
Llevo mis manos a su cuello, arrastrando su vestido entre mis brazos. Estiro de la tela y muerdo la cremallera bajándola despacio. Consigo sacarlo por su cabeza y ella vuelve a colocar voluntariamente las manos sobre el espejo. Me alejo un poco para visualizarla, solamente vestida con los tacones, con el culo sacado hacia afuera, con la respiración agitada y la cabeza apoyada sobre el espejo. Huele a sexo en toda la habitación.
Sonrío y comienzo a soltar mi cinturón. Me duele la polla bajo los vaqueros y ya es hora de que salga a respirar.
Al ser mi primer relato, agradecería comentarios y críticas. Gracias.