MARÍA: HERMANAS (1 de 3)
Una chiquilla de 18 años, en plena ebullición hormonal, compartiendo habitación con otras tres adolescentes, sólo fue necesario un pequeño detonante para que las jovencitas comenzaran a explorarse unas a otras.
Una chiquilla de 18 años, en plena ebullición hormonal, compartiendo habitación con otras tres adolescentes, sólo fue necesario un pequeño detonante para que las jovencitas comenzaran a explorarse unas a otras.
—Estoy harta de tener que usar tu ropa vieja, ¡quiero mi propia ropa no tus trapos!
—¡Eh!, mi sentido de la moda es mejor que el tuyo, mensa.
—“Sentido de la moda” así le llaman ahora a vestirse como prostituta barata.
¡Plaz! Se escuchó cuando María dio un tortazo a su hermana menor, Jazmín. Jazmín era una preciosa mujercita de piel canela con el cabello castaño y rizado, casi una réplica suya pero un poco menos voluptuosa y más rebelde incluso, aunque menos abierta en cuanto a su sexualidad, para Jaz todo era estudios y escuela, salir adelante y sacar a su familia de ese apartamento de dos habitaciones en el que vivían. Pero María, como la mayor de todas, no toleraba que intentaran sobrepasar su autoridad y marcaba su territorio cada vez que era necesario, más ahora que tenía comenzar a trabajar medio tiempo para pagarse la colegiatura ella misma ya que a sus padres no les ajustaba el salario y por ningún motivo iría a un instituto público.
Las dos chiquillas se enrollaron en una maraña de pelos y tortazos como dos torbellinos colisionando, girando y revolviendo sábanas, peluches y colchas a su paso, incluso regaron por el suelo las crayolas de Sandra, la pequeña de diez años que, al ver el reguero que hacían con sus cosas se lanzó a la pelea y se entrometió dando puños y patadas entre las dos.
—¡Eres una maldita zorra!
—¡Soy la mayor puedo hacer lo que se me venga en gana, idiota! ¡Haré que te castiguen un mes! ¡Suéltame, ya! ¡Auch!
—¡Suéltame tú!
—¡Mis crayolas, tontas! —gritaba Sandrita, sobre ambas lanzando manotadas a ambas por igual.
En ese momento en que las tres jovencitas en pijamas cortas se intentaban desenrollar, Carolina entraba recién salida de la ducha con una toalla atada alrededor de su busto y su cabello húmedo cepillado adherido a su rostro. Con catorce años tenía el semblante más pálido que sus tres hermanas, y el cuerpo más estilizado y menos voluptuoso que las otras. Incluso la pequeña Sandra prometía ciertas figuras voluptuosas una vez llegada la adolescencia, con sus ojos color miel –como Caro- también prometía un rostro muy angelical.
—¡Mamá y papá van a llegar y no han hecho la cena! ¡Mensas! ¡Dejen de pelear! —gritó de pie junto a la puerta, viéndolas desarmarse a tortazos y patadas sobre la alfombra, las sábanas de las literas estaban corridas, crayolas, libros y papeles por el suelo, era un desastre. Caro estaba obsesionada con el orden, con complacer a mamá y a papá, no podía pensar en otra cosa que no fuesen los quehaceres del hogar y hacer sus tareas, las mejillas se le tornaron rojas y se lanzó para intentar separarlas, tomando una mano, una pierna o una camisa, halando y rasgando prendas, pero no se podían separar, eran como dos bestias en plena lucha.
Contrario a lo que esperaba Carolina, su toalla salió volando en algún momento y sus senos incipientes saltaron a la vista con una aureola rosada, su coño desnudo acabó sobre la espalda de otra de sus hermanas intentado separarlas. A María se le había roto la blusa y sus tetas pequeñas también comenzaron a frotarse con los brazos de sus hermanas, sus pezones eran castaños como su cabello y sus ojos, y a Jaz la braga pequeña que usaba bajo el camisón de dormir se le había desprendido una de sus cintas que la ataban a la cadera, dejándola a media pierna y con el coño descubierto sobre las piernas de otra. La única que yacía entera era Sandrita, dando patadas y azuzándolas desde la distancia.
Las chiquillas semidesnudas se golpeaban con violencia pero también se frotaban unas a otras sin saberlo, gruñían como pequeñas bestias salvajes y se retorcían por el piso como serpientes. Así las encontraron sus padres y en cuando se restableció el orden las cuatro fueron castigadas a dormir sin cenar.
Gerardo, su padre, era un hombre firme y serio, quizá producto de tanto trabajo haciendo lo posible por sacar adelante a sus mujercitas. Se parecían a él en color de piel, sus rasgos y ojos expresivos eran idénticos pero los de ellas mucho más femeninos, tenían la complexión de su madre, Felicia, con esos cuerpos precoces y un aire sensual que, aunque no quisiera, le causaban fuertes erecciones en especial cuando las veía con tan poca ropa a la hora de dormir. Caro era la más distinta, con la piel tan clara como Felicia, era una candidata perfecta para sumisa, al verla no podía evitar pensar que quizá un día podría tener a su mujer y a su hija chupándole la polla sujetas a una correa de cuero como dos perritas. Pero solo eran pensamientos e ideas. ¿Verdad?
No se le ocurrió hacer nada hasta que las encontró casi desnudas, prácticamente haciendo unas tijeras las unas con las otras, restregándose las tetitas adolescentes y la revelación llegó por sí sola: tanto tiempo viviendo con tan ricos manjares sin poder gozar de ellas, para ellas trabajaba, lo mínimo que podían hacer era corresponderle; así se gobierna en la casa, así le habían enseñado a él.
Felicia se durmió tras tomarse un té que él mismo tuvo la gentileza de prepararle, aprovechando para machacarle media pastilla de dormir. Le comió el coño prometiéndole que eran preámbulos, la hizo correrse en tiempo record, como desesperado porque acabara, era otra cosa la que tenía en mente, y Felicia se durmió como un tronco con la lengua de su marido aun chupándole los jugos que exprimía de su coño.
En la recámara de las mujercitas las luces se apagaron y la habitación parecía sumida en sueños. No estaba seguro de si ellas escuchaban o no a su mujer bramar como perra y pedirle más caña en las noches, intentaban no hacer mucho escándalo, pero las paredes eran delgadas y no había mucha distancia el uno del otro, además, no trancaban la puerta así que cabía la posibilidad de que alguna de esas traviesas los espiara mientras culeaba a Felicia. María era la mayor y la más despierta, si con alguna tendría una posibilidad sería con ella.
La pequeña recámara era un espacio con dos literas dobles, María y Jaz en una, Sandra y Caro en la otra, aunque Sandrita a veces tenía la tendencia de salirse por las noches para irse a dormir con sus padres, sin poder superar aún esa etapa. Una lámpara de noche reflejaba en las paredes formas de peces que giraban con lentitud, el armario de 1.20 mts de ancho por 2 mts de alto albergaba toda la ropa de las chicas a un lado y un pequeño escritorio con el único ordenador que compartían entre las cuatro era todo lo que había en la estancia, además del aroma a perfumes y cremas femeninas que bailaba en el denso aire.
Gerardo Valenzuela se deslizó como una sombra, como siempre, con sus slips y su camisa blanca, tenía manos largas y brazos anchos por el trabajo en la fábrica, un bigote castaño y espeso, ojos canela como su piel. Se asomó a la litera de María primero, la vio durmiendo bocarriba con la sábana corrida, se había puesto de nuevo una blusa pequeña pero entera, ella abrió los ojos.
—Buenas noches, papito —susurró, estirando los labios, Gerardo se puso de puntillas para terminar de alcanzarla y besar sus labios con un toque apenas, al mismo tiempo estiró sus mano derecha y la deslizó sobre el seno derecho de la jovencita—. ¿Papito?
—¡Shh! —dijo él, llevándose un dedo a los labios. Por la tenue luz se veían sus formas y curvas como un claroscuro, la mano del padre se apropió con gentileza del seno, lo palpó, luego el siguiente y se concentró en el pezón, retorciéndolo aun sobre la tela. María lo veía con los ojos deslumbrados sin saber muy bien qué hacer.
La chiquilla aún no había comenzado a explorarse, quizá uno que otro roce con las almohadas, o en la esquina del lavamanos, era una delicia verla frotarse contra los objetos como una perrita caliente. Nada de novios serios que pasaran de un magreo sobre la ropa, pero sí que tenía mucho deseo de una buena verga y sí que había notado cómo su padre la miraba a ella y a sus hermanas, al principio le asustaba pensar que él podría hacer algo así, pero cuando comenzó a verlos coger a escondidas el miedo se fue y sólo quedó el deseo de tener a su padre llenándose los bigotes con los jugos de su coñito.
Gerardo no dijo nada, sino que deslizó la mano sobre su vientre mientras la chica sonreía y cerraba sus ojos, sintiendo cómo la mano adulta entraba en el pantaloncillo de las bragas y palpaba los labios de su coño tibio, en busca del clítoris para masajearlo y obtener un poco de humedad para deslizar un dedo apenas rozando su entrada.
—¡Ah! —suspiró ella con la boca entreabierta, los dedos de su padre eran ásperos y gordos, pero sabían lo que hacían. Se mojó con mucha rapidez y se abrazó a la mano de su padre.
Por su parte, Gerardo se inclinó y encontró los labios carnosos de su hija, uniéndolos con los suyos dejó un besito casto y sobre ellos le dijo que era una “perrita obediente”, una “niña perrita muy buena y que lo hacía feliz, hacía feliz a su papito”. María se mordió un labio mientras él le decía cuarenta y tres cochinadas y le metía un dedo despacito por su coño estrecho y virgen, desean poder meter su verga allí, pero por ahora sólo podría tentarla con un poco de placer y poco a poco ella iría a buscarlo para que le abriera el coño y se la cogiera. La puso mojada y caliente, los pezones se le pararon y se notaban a través de la tela ligera, él se inclinó y comenzó a chupar uno, cubriéndolo por completo con sus grandes labios, empapó la ropa con su saliva, mordisqueo el pezón y la tela mientras retorcía el clítoris de su nena y la hacía correrse. Le tapó la boca para evitar que su perrita gritara, era igual que su madre. La dejó tranquilizarse y sacó la mano de debajo de la ropa y la sábana, se olió los dedos y los acercó a ella. María tomó su mano, los ojos bien abiertos y comenzó a lamer su dedo, luego los dos, los chupaba y simulaba una rica felación.
—Buenas noches, papito —repitió ella, sonriendo y recibiendo otro besito de su padre.
Gerardo se alejó de ella, a sus otras hijas las besó en la frente puesto que dormían, se acomodó la verga dentro del slip. Se marchaba satisfecho pero sus mujercitas quedaban intranquilas, todo lo que ocurriría después, era en sí su culpa.
¡Emma aquí!
¡Sorpresa! Feliz Navidad y próspero año nuevo! Les traigo este relato dividido en tres partes, espero que la pasen rico leyendolos.
Aún falta más para conocer de éstas chicas, Sandrita tiene su propia historia y María tiene que trabajar para salir adelante, además, falta saber qué ideas nuevas tiene Gerardo para ganar más dinero para su familia. Se vienen muchas aventuras ricas y sucias.
No olviden darme su opnión.
Un beso,
Emma.