María, en el rellano de su piso
Uno de los primeros pasos de Álvaro, un joven estudiante y su compañera de clase y amiga, María, La niña de cara angelical.
En un autobús, volviendo de la universidad:
—Bueno, por fin es fin de semana. ¡Qué ganas!
Quien habló era Álvaro, un chico de diecinueve años, metro ochenta, barba y pelo corto moreno, delgado y con una sonrisa encantadora.
—Ha sido una semana tan dura que ni voy a salir este finde.
Quien responde es María, una chica de veinte años, metro setenta, morena, pelo liso, largo y castaño, delgada y con una cara muy dulce.
—Venga, seguro que unas cervezas nos podemos tomar, aunque sea por tu casa —dijo Álvaro, insistiendo.
—Es que luego siempre me lías, nos tomamos una, luego otra y acabamos a las siete de la mañana con los churros —replicó, sin muchas ganas, María.
—Venga, te prometo que una o dos cañas y para casa, elige sitio cerca de tu casa y así no te dará pereza que estés lejos para volver —Álvaro sabía que casi lo tenía ya.
—Pero una. Y no intentes liarme más, que nos conocemos. Que aprovechas que me pongo tonta con la cerveza y tengo que pararte —dijo riéndose María.
—Hecho, dos cervezas y a tu casa —respondió Álvaro, con una sonrisa en la cara—. Venga, que la siguiente es nuestra parada, vamos a tu casa, dejamos las cosas, saludamos a tus compañeras y al bar.
—¡He dicho una! —María se enfurruñó y le dió un pequeño golpe en el brazo a Álvaro.
Tras un breve paseo a casa de María, llegaron, dejaron las cosas, saludaron y se fueron al bar más cercano, un sitio un poco moderno, con grandes sofás y música tranquila, donde se pidieron una cerveza cada uno y empezaron a hablar de temas sin mucha importancia; los exámenes que se acercaban, las series que estaba viendo, etc.
Como la situación era agradable y estaban cómodos, Álvaro pidió otras dos cervezas sin que María se diera cuenta y cuando el camarero las puso en la mesa, ella empezó a beber sin notar que era la segunda. Y siguieron hablando. Y sintiéndose aún más cómodos. Poco a poco María se acercaba más a Álvaro, buscaba algo de contacto; unas caricias en el cuello, un leve arañazo en el brazo… Entre ellos siempre había habido una tensión, como si tuvieran asuntos que resolver, pero nunca llegaban a ello. Siempre se quedaban así, alguna caricia, algún leve arañazo.
Y de repente María dijo:
—¡Oye, cabrón! Esta es la tercera cerveza. Iba a ser una y nos íbamos —y aunque parecía enfadada, la risa que le impidió acabar la frase tiró por tierra su actuación.
—Venga, si estás en la gloria ahora. ¿Prefieres que pare de acariciarte el brazo? —preguntó Álvaro sin necesidad de respuesta—. Ah, creía… además, ya tenemos aquí otras dos más.
—Eres un hijo de puta… pero ya no me engañas más, esta y para casa —María cogió su cerveza y se la bebió de un trago—. Venga, apurando y no pares de acariciarme.
Álvaro ya conocía la capacidad de su amiga para engullir alcohol, pero nunca dejaba de sorprenderle. Y sabía que él no podía igualarla, así que subió su ritmo de beber, le ofreció a ella para que le ayudara y en pocos minutos estaban fuera, de camino a casa de María, abrazados mientras caminaban… y con las manos inquietas, muy cerca del culo de cada uno.
Cuando llegaron, ella fue a sacar sus llaves y Álvaro se le pegó por detrás. Todo el pecho y la entrepierna de él pegado a la espalda y el culo de ella. Y ella notaba que tenía la polla durísima, pero no se movió, dejó que se quedara en esa posición mientras hacía con que buscaba la llave que ya tenía en la mano. María cerró los ojos. Tenía la respiración acelerada y sin pensarlo pasó una mano por el cuello de Álvaro mientras soltaba un pequeño suspiro que parecía un gemido contenido. Él, viendo el camino libre, la rodeó con sus brazos y fue subiendo hacia sus tetas, unas tetas pequeñas pero muy bien puestas, y le besó el cuello. Ahí María reaccionó, se separó, no dijo nada, abrió la puerta, cogió a Álvaro de la mano y lo llevó adentro.
Subieron a la planta donde estaba el piso de María, pero esta dijo:
—Mis compañeras están, así que no vamos a entrar —dijo, muy seria y muy alterada.
Álvaro no respondió, solo empezó a besarla, a comerle la boca con voracidad, empujándola contra la pared, sujetándole las muñecas y perdiendo un poco el control.
Cuando se dió cuenta de cómo estaba, le soltó las manos a María, quien sin pensarlo dos veces las llevó a la espalda de Álvaro, las metió por debajo de la camiseta y empezó a arañarlo. En pocos minutos le había quitado la camiseta y él hacía lo mismo con ella, dejando a la vista un sujetador verde muy sencillo.
Justo en ese momento, Álvaro fue consciente de la situación, estaban en el rellano de la planta, si venían los vecinos o las compañeras de piso de María, los verían y dijo:
—Aquí nos pueden ver…
—No hay vecinos en el piso de enfrente y mis compañeras ya están dormidas —respondió María tras parar de morderle el cuello y no dejarle terminar la frase.
Acto seguido, María agarró el pelo de Álvaro y le hizo besarla el cuello, poco a poco le hacía bajar hacia sus tetas, su vientre… y cuando llegó a donde los pantalones empezaban a tapar, él le desabrochó el botón y comenzó a bajarle los pantalones, dejándolos por las rodillas y se puso a jugar con su coño por encima de las bragas, notándolas totalmente empapadas, y sin esperar las apartó a un lado y emepezó a meter un dedo. Entraba con tal facilidad que le siguió un segundo y después un tercero. En un momento tenía la mano empapada de lo mojada que estaba María y a los tres dedos se le sumó la lengua, buscando su clítoris. María no aguantaba más y empezaba a gemir cada vez más alto.
—Joder… joder… ah... ahhhhhhhh…. vas a hacer que me corra casi sin tocarme, cabrón —jadeaba María. —No pares, sigue… sigue comiéndome el coño, joder.
Álvaro no podía responder, su boca estaba ocupada. Cada vez que pasaba la lengua por ese pequeño punto de María, esta tenía un pequeño escalofrío. Y no iba a parar hasta que no aguantara más.
Apenas unos minutos después, las ganas con las que Álvaro le comía el coño y el estado de excitación de María hicieron que esta se corriera, dejando la boca de él aún más empapada y a ella con las piernas temblando.
En ese momento, Álvaro se levantó, le dio la vuelta a María, poniéndola de cara a la pared, se bajó los pantalones, dejó salir su polla, durísima como una piedra y se la metió de una sola vez. Empezó a follarla cada vez más rápido, dando más fuerte, mientras con la mano derecha le tiraba del pelo hacia atrás y la con izquierda le tapaba la boca, pues ella ya apenas controlaba sus gemidos.
—Mmmmmm, cabrón, ah… ah… dame más… fóllame —era lo poco que se alcanzaba a oír entre la boca tapada y los jadeos.
—Llevo con ganas de follarte desde que te vi, joder —gruñía, más que decía Álvaro. —Siempre calentándome. Siempre pegada a mí y notando lo dura que me la pones. Ahora sí que la estás notando.
—Sí, joder, siempre queriendo esa polla en mí… y… aguantándome para que no creyeras que era una zorra… —gemía María. —Pero joder, no pares… soy una zorra. Dame más.
Oir esas palabras volvió loco a Álvaro, que sin poder controlarse embistió con todas las fuerzas y lo más rápido que pudo. Tanto fue así que unos momentos después notó como el coño de María se contraía y le apretaba la polla con mucha fuerza, teniendo su segundo orgasmo. María dijo, casi en un susurro:
—Me he vuelto a correr, cabrón…
Pero Álvaro no paraba, estaba muy cerca de correrse él también e iba a aguantar en ese coño hasta el último momento, quería disfrutar de lo apretado y caliente que estaba, quería sacarla justo para correrse encima de ella. Y casi sin darse cuenta estaba al borde del éxtasis.
Sacó su polla todo lo rápido que pudo, hizo girar a María, quien sin necesidad de que dijeran nada se puso de rodillas, abrió la boca y le miró a los ojos.
—Joder con la niña, esto no me lo habías contado… —de nuevo, Álvaro no pudo terminar la frase, pues justo en ese momento empezó a correrse y echar chorros de semen sobre la cara de María.
Uno, otro, otro… Cuatro chorros que cayeron sobre esa carita y esa boca. La imagen de niña buena se esfumó y solo quedó la de una zorrita, de rodillas en un rellano, con la cara llena de corrida. Tragándose lo que le había caído en la boca y recogiendo con los dedos lo que le resbalaba por el pecho para lamerlos. Cuando no le quedaba nada más, empezó a chuparle la polla a Álvaro, buscando ese poquito más de semen que poder disfrutar.
Él, casi sin poder hablar aún por el orgasmo tan fuerte que había tenido, se dejaba hacer y oleadas de puro placer recorrían su cuerpo, dejándole casi sin fuerzas.
Cuando de repente, María paró, cogió su bolso que estaba en el suelo, sacó las llaves y se metió en su piso sin decir nada. Incapaz de reaccionar, Álvaro se quedó unos minutos pensando qué había pasado, si había hecho algo mal o qué coño ocurría.
Buscó su móvil y la escribió. No respondía. La llamó. No contestaba.
Sin saber qué hacer se fue hacia su casa, incapaz de dejar de pensar en el polvazo tan brutal que había echado y al mismo tiempo en qué coño le había pasado a María.
Cuando llegó a su casa se fue a dormir con todas las imágenes y preguntas en su cabeza.
Despertó al día siguiente muy tarde, más allá de las doce y media.
Miró su móvil y vió que tenía un mensaje de María:
María:
Me he corrido tres veces más pensando en ti. Cabrón.