María, de esposa abnegada a puta. Parte III
El tercer encuentro pagado de Dalila, ahora con un joven que le tenía preparada una sorpresa no includa en el precio.
María, o Dalila como había decidido autonombrarse, había tenido ya dos “clientes” oficiales desde que aquel tipo la confundió con una prostituta y decidido darse la oportunidad. En el inter había aprendido mucho, practicando el coqueteo en la calle, mirando a otros hombres mientras caminaba de la mano de su marido, logrando ponerlos nerviosos a medio centro comercial y mejorando ampliamente sus habilidades para cachondear prospectos por WhatsApp; aun así, no se había decidido a tomar un tercer cliente a pesar de recibir varias propuestas.
Fue justo después de subir nuevas fotos a su sitio web cuando recibió un mensaje que llamó su atención. Era de un chico muy joven, o al menos eso parecía en su foto de WhatsApp. Eso, en conjunto con que en la foto parecía bastante atractivo, la hizo pensar que sería un perfil falso de inicio.
Tras conversar durante minutos con él, le recordó que ella era una mujer de 32 años – lo cual era falso, pues en verdad tenía 36, pero se quitó edad para su sitio web – a lo que el chico le contestó que eso era lo que él buscaba, una mujer “madura” que supiera más del arte del amor que sus amigas de la Universidad. María no quedó nada complacida con el término “madura”, pero en vez de dejarlo ir, decidió subir su precio y decirle que le cobraría 3 mil pesos por 45 minutos como máximo.
El chico, que se presentó como Angel, le negoció a 4,500 por dos horas, y María accedió a verlo en uno de los moteles más lujosos de la ciudad al mediodía.
Jamás había ido a aquel motel y realmente se sorprendió de sus instalaciones. La habitación era elegante, llena de detalles que a cualquier mujer podían volver loca, pero con el toque sexual que a los hombres lograría excitar, ¡la combinación perfecta!, pensó María mientras lo recorría y esperaba la llegada de su cliente; y un par de minutos más tarde, se escuchó que se abría la puerta de la cochera y un gorila guardaespaldas tocaba a la puerta para decirle que Angel había llegado.
María no reconoció al guardaespaldas como empleado del motel, pero muy pronto se dio cuenta de que no era así, pues el corpulento tipo fue hasta la camioneta de lujo en la que su cliente había llegado y le abrió la puerta al joven para indicarle que podía bajar.
Las piernas le comenzaron a temblar a María, si bien nunca sabía con quien se iba a topar, el hecho de que el chico llegara con guarura le puso los nervios de punta.
Su cliente bajó de la camioneta con una sonrisa de oreja a oreja, unos lentes de sol que por si mismos valían más que todo el atuendo que llevaba María, y una rosa roja que le entregó en la mano, haciéndola tranquilizar un poco por el gesto de romanticismo.
Por Dios – pensó María – este chico no parece tener ni 20 años, mientras lo miraba sacarse la chamarra y los lentes para dejarlos en la mesita de la recepción.
Sin decir una sola palabra y sin quitar la sonrisa de su boca, el chico la miraba de pies a cabeza mientras terminaba de “ponerse cómodo”. Era tan atractivo en persona como parecía en su imagen de WhatsApp: Rubio, de cabello alborotado y ojos ligeramente claros; Vestía ropa cara pero discreta, más como los millonarios de abolengo que como los que desean aparentar lo que no son.
El chico se inclinó para tomar la cartera de la mesita y María miró su trasero. Sacó un fajo de billetes, más de lo que ella le cobraría, y lo dejó sobre la mesa para emitir las primeras palabras de la tarde: Aquí hay tres veces más de lo que me pediste Dalila, por si las cosas salen mejor de lo que esperamos sepas que no nos vamos a detener por dinero.
Los pensamientos comenzaron a asaltar a Dalila ¿Qué tipo de perversión extraña pediría?, pero antes de que pudiera preocuparse de más, vio como el chico se sacaba la ajustada playera que llevaba puesta mostrando un torso delgado, pero marcado por el ejercicio, y al bajar la mirada, vio que debajo de sus pantalones ya estaba crecido su pene.
María pensó que no tendría tiempo ni de humedecerse un poco, así que de inmediato se esforzó por bloquear sus pensamientos de preocupación y enfocarse en la oportunidad que tenía frente a ella. ¿Cuántas de mis amargadas amigas matarían por cogerse a un chico de 19 años como él?, pensó.
En pocos segundos su mente ya estaba concentrada en otra cosa, pues el chico se tumbó los pantalones y se quedó en unos boxers en color blanco ajustados, mostrando un par de piernas muy bien torneadas, y una verga completamente endurecida debajo de ellos.
Ay Angel, que bien se ve eso, le dijo María en una voz bajita, más romántica que pervertida, y logró que el chico se emocionara al punto de tumbarse de golpe los boxers para quedar completamente desnudo frente a ella.
Pues parece que esto va a ser rápido, pensó María mientras se saboreaba aquel cuerpo juvenil, sin un gramo de grasa, con unas bolas perfectamente rasuradas, y un pene que se veía más duro que una piedra.
María lo miraba y fingía una expresión de sorpresa, sabía perfectamente que a un chico de esa edad le encantaría que una mujer se sorprendiera de verlo, luego subía la mirada para encontrar los ojos de su cliente y cambiaba la expresión a una de susto, como diciéndole al chico que le tenía miedo a ser embestida por su cuerpo.
Comenzó a caminar hacia él soltándose uno a uno los botones de su vestido, pero cuando estuvo a menos de un metro, el chico la detuvo y le pidió que esperara. María extrañada vio como Angel tomaba el fajo de billetes y con la mano estirada le entregaba la mitad de ellos mientras le decía: Aquí está el pago que me pediste y más, ahora quiero saber si estás disponible para ganarte la otra mitad.
El pánico invadió nuevamente a María, quien con voz entrecortada le preguntó a qué se refería. A lo que Angel respondió con un silbido. Un segundo después entró en la habitación el guardaespaldas que le abrió la puerta, mientras María se quería morir del miedo.
Él es Carlos, le dijo el chico, y siempre me ha cuidado muy bien, por lo que me gusta a veces pagarle con algo más que dinero. ¿Qué te parece? ¿Pudiera ser él tu cliente hoy en vez de mi?
María lo miró y el tipo cambió aquella expresión de matón por una sonrisa casi fingida; pero lejos de la sonrisa, María pensó en cómo sería la experiencia con aquel enorme tipo, con unos brazos más gruesos que los de cualquiera que viera en el gimnasio, una espalda que fácilmente duplicaba el ancho de la suya, y al menos 50 cm. Más alto que ella.
Si, contestó Maria, y después se dio cuenta de que había sido su subconsciente el que la traicionó respondiendo en voz alta.
El guardaespaldas comenzó a caminar lentamente hacia ella y María a sudar a chorros. El tipo se paró enfrente y pudo contemplar de cerca lo enorme que era, y darse cuenta que no tenía escapatoria.
Unas enormes manos comenzaron a acariciarla, no de forma violenta, sino con una ternura que hacía mucho tiempo no sentía sobre ella. Por Dios, pensó, una sola mano de este tipo abarca todo mi culo, pero en pocos segundos el miedo se fue, y llegó la excitación.
Sin oponer ningún tipo de resistencia María permitió que el guardaespaldas la desnudara por completo, lentamente y sin sobprepasarse en ningún momento. Muy pronto aquellas manos se paseaban por su piel desnuda a placer, su fuerza era notoria, pues por más que lo hiciera suavemente los apretones en las nalgas y los pechos eran distintos a los de otros hombres.
María se dejó excitar e incluso se permitió algunos jadeos reales.
Carlos se hizo atrás un par de pasos, y comenzó a sacar se la ropa. ¡Dios mío!, pensó María, mientras el cuerpo de aquel hombre se iba mostrando poco a poco. Todo en él era más grande de lo que jamás hubiera visto en persona, todo.
Con la misma suavidad, el enorme y desnudo tipo se acercó a ella para tomarla de la cintura y llevarla poco a poco hacia la cama, hasta que María cayó sentada en ella.
El tipo frente a ella, y ella sin poder quitarle los ojos de encima. Comenzó por estirar su brazo y poner su mano sobre el pecho del tipo, para luego bajarla en una caricia hasta donde un pene, todavía flácido, colgaba libre y se columpiaba en cada movimiento.
En menos de lo que pensó había incorporado su otra mano y acariciaba al tipo de arriba abajo sorprendida de lo que tenía enfrente. Pronto su pene se endureció y sus bolas se contrajeron, y la entrepierna de María se comenzó a convertir en un cúmulo de carne repleta de jugos.
Carlos se tendió sobre María lentamente y comenzó a besarla, primero en el cuello, y después en la boca. María no sabía si aquello estaba permitido en el negocio, pero no opuso resistencia. Besó con pasión a su corpulento amigo mientras con sus manos arañaba su espalda y apretaba sus nalgas.
El guardaespaldas comenzó entonces a explorarla con la lengua, besando cada parte de su cuerpo desde sus pechos, sus endurecidos pezones y su abdomen hasta llegar a la entrepierna, la cual encontró perfectamente lubricada para que su lengua se paseara dentro de ella arrancándole unos tremendos gemidos a Dalila.
Cuando María abrió los ojos comenzó el espectáculo más bizarro que hubiera visto hasta ese momento de su vida.
Mientras Carlos se incorporaba en la cama vio como se acercaba Angel, de quien se había olvidado por completo que estaba en la habitación, todavía desnudo, erecto, y abriendo un preservativo con su boca.
¿Quién me va a coger? Pensó María mientras su cuerpo ardía. Y antes de que pudiera pensar otra cosa, el chico sacó el condón del paquete y comenzó a colocárselo tiernamente en el enorme pene de su guardaespaldas mirándolo a los ojos.
María no alcanzó a reaccionar cuando el tipo se postró nuevamente sobre ella, y en un movimiento más brusco de lo que la había tenido acostumbrada, la fue penetrando poco a poco sacándole un grito y haciendo que se afianzara de la sobrecama al no encontrar nada más para hacerlo.
Aquella embestida fue formidable. Si bien en su imaginación María llegó a pensar que si un día le tocaba una verga tan grande sufriría de dolor, no fue así. Abría los ojos solo para ver los músculos del pecho de Carlos sobre su rostro mientras el guardaespaldas se la gozaba metiéndola y sacándola con gran velocidad.
María movía los brazos de un lado a otro sin control, y en uno de los movimientos se encontró con otro cuerpo, el de Angel, que se había sentado con las piernas cruzadas a un lado de ella para ver el espectáculo de cerca.
Como si estuviera en película porno María le buscó la verga a Angel, y con el mismo ritmo con el que le estaban dando a ella, comenzó a jalársela poniendo a disfrutar al chico más de lo que esperaba disfrutar solo viendo.
De pronto Carlos salió de ella, la tomó de la cintura y la puso de perrito sobre la cama agarrándola firmemente de la cintura y embistiéndola nuevamente, ahora por detrás.
María estaba completamente extasiada, y a como pudo mientras se sostenía con una mano buscó a Angel con la otra y comenzó a jalarlo hacia ella, sin plan alguno en su cabeza, solo para tener dos cuerpos a su disposición.
Angel entendió lo que quiso, y poniéndose de rodillas frente a ella, le metió la verga en la boca y se quedó quieto, haciendo que el movimiento de cada uno de los bombeos que su corpulento guardaespaldas causaba en ella, le sirvieran para que su pene entrara y saliera de su boca haciéndola regurgitar en varias ocasiones, pero logrando un ritmo tan perfecto que se convirtió en una sinfonía sexual para nuestra Dalila; que simplemente se dejó llevar hasta tener un orgasmo silencioso, o más bien ahogado por la verga de Angel atorada en su garganta.
No muchos segundos después la sinfonía terminó abruptamente cuando sintió que un chorro de caliente leche entraba directamente a su esófago, sin pasar por su boca, luego otro, y uno más, sin que ella pudiera cerrar la boca o tragarlos. Y casi al mismo tiempo, el macho que la estaba penetrando sin piedad comenzó a emitir sonidos ahogados y a apretarla de las nalgas logrando lastimarla por primera vez en la tarde, mientras tenía un orgasmo.
María cayó bocaarriba en la cama, interte, y todavía saboreando la carga de leche de aquel pervertido chico que la había contactado para darle la tarde más bizarra de su vida.
De reojo vio como Angel, quien a leguas dejaba ver la admiración que tenía por su guardaespaldas, se acercaba para retirarle un condón lleno de leche mientras le preguntaba si la había pasado bien, a lo que con expresión ruda Carlos le contestó que si, y le agradeció.
Se fueron dejándola aun desnuda sobre la cama, casi muerta del placer. María se levantó aun con las piernas temblorosas y contó su dinero, que era 3 veces más de lo que ya con sobreprecio le había dicho al chico.
Se bañó y fue a casa, pensando durante todo el camino en lo que acababa de hacer, sin arrepentirse en lo más mínimo, por el contrario, reviviendo cada sensación y poniéndose nuevamente tan cachonda como en el momento en que vio al guardaespaldas de su cliente.
Un par de horas más tarde, cuando llegó su marido casa, lo provocó con caricias y se le acercó al oído para susurrarle que quería que le agarrara las nalgas. El inocente hombre cayó redondito y se puso de pie para comenzar a manosearla, y en cada susurro donde su mujer le decía “más fuerte”, él apretaba con sus pequeñas manos lo más que podía.
Cuando aquello terminó, María se bajó la ropa en plena sala de su casa y le mostró el culo a su marido, preguntándole si no se las había dejado muy rojas, a lo cual el cornudo reaccionó como se esperaba yendo a ponerla contra un sillón y haciéndole el amor tiernamente, como a ella le gustaba.