María, de esposa abnegada a puta. Parte II
Después de que la habían confundido con una prostituta y de ahi había salido su primer infidelidad, María decidió mantener su nueva profesión escondida de su marido y comenzar a arreglar citas pagadas.
Había pasado ya un mes de que María tuvo aquel encuentro con un trabajador que la confundió con una prostituta, y aun seguía soñando con el momento. Ocasionalmente había guiado el dedo de su marido hacia su culo o se había puesto contra el sillón para que la tomara por detrás tratando de emular aquel episodio, pero no era lo mismo. Casi se arrepentía de no haber ido en busca de su “cliente” una semana después como él se lo pidió, pues a pesar de que se había quitado la duda de cómo sería tener una infidelidad con un extraño, ahora comenzaba a dudar si aquello debería de hacerlo más seguido o buscar experiencias diferentes.
Investigó por internet cómo se manejaban aquellas chicas que llaman Escorts, incluso intentó contactar algunas para que le platicaran sus experiencias, pero siempre se topó con proxenetas que tomaban los recados para ellas. Vio también algunas chicas que se definían como “independientes” y subían sus fotos a páginas de clasificados; sin duda eso parecía más adecuado, pues no se les veía el rostro y podía ser un juego erótico donde su identidad no entraba en riesgo. Ni siquiera voy a tomar la llamada de nadie, pensó María, tan solo quiero ver mis fotos publicadas en internet y leer los comentarios de quienes visitan la página.
Dedicó una mañana entera a redecorar su recámara para que no se pudiera reconocer, y se hizo una sesión de fotografías candentes, tanto en ropa interior como desnuda, usando el temporizador de la cámara de su marido… y decidió lanzarse a subir aquel anuncio usando el número telefónico de un celular que compró especialmente para eso.
Cada mañana cuando su marido se iba al trabajo y el niño a la escuela, María se daba el tiempo de leer cada mensaje cachondo que le dejaban en su anuncio. Cada término “vulgar” que leía, sabrosa, rica, mamacita, culito, tetas, panochita, y muchos más, la ponían a mil de caliente y terminaba casi siempre tocándose a si misma.
No fue sino hasta el 4to día cuando llegó el primer mensaje de Whatsapp a su teléfono, y fue ese mismo día por la noche cuando llegaron 3 más. La mayoría de ellos solo querían tener una conversación cachonda, y María les seguía el juego a muchos imaginando que estarían en su oficina con el pene duro mientras ella les decía que quisiera estar chupándoselos en ese momento, que estaba más caliente que un horno o que en ese momento estaba jugando con su pezones ensalivados. El jueguito le gustaba a María, y parecía ser completamente seguro.
“Hola, estoy de negocios en Monterrey y quisiera ver si tienes un tiempo para mi. Estoy muy estresado en el viaje y necesito liberar esa tensión”, decía el mensaje que recibió María a las 10 de la mañana de aquel jueves. Hola amor, contestó ella, claro que tengo tiempo para ti, solo que tendría que ser durante el día porque en la noche llega mi marido a casa y no sabe que soy escort, ¿eso no te molesta verdad?
Aquello lejos de molestar al tipo del mensaje lo hizo ponerse aun más insistente, quería verla en ese momento. Ella se daba a desear y le decía que tenía primero que tomar una ducha para estar más deseable, y el tipo se ofrecía a bañarla él. María se reía y le contestaba que no comiera ansias, que tenía una hora y media disponible a partir de las 12 del mediodía, y que su precio sería de $4,000 pesos por ese tiempo… y el tipo accedió.
En punto de las 2 PM María llegó al Motel en cuestión y se presentó como Dalila, le indicaron en qué habitación estaría su amigo y ella fue a tocar a la puerta con un temblor de nervios que no la dejaba pensar claramente.
Un tipo abrió la puerta de la habitación y la miró de pies a cabeza. Era un tipo de más de 40 años, más o menos la edad que su marido tenía, un tanto robusto, quedándose casi sin cabello y vestido con un pantalón de vestir y camisa blanca. Hola Dalila, eres más hermosa de lo que esperaba, pasa por favor, le dijo el tipo.
Sin duda aquello era lo opuesto a la experiencia que María había vivido semanas atrás. Acá no había “sabrosas ni chiquitas” sino galantes atenciones y solicitudes de permiso para todo, incluso, le había pedido permiso para observar su cuerpo y le había preguntado si aquello no le molestaba. Tras los segundos de contemplación, aquel hombre se limitó a decirle que era hermosa y por demás atractiva, sin usar términos como tetas o culo, y terminó por presentarse como Antonio y ponerse a sus pies.
María comenzó a acercarse a Antonio lentamente. En realidad no sabía qué hacer, no sabía si él querría maltratarla, tomarla por el culo, apretarle las tetas a reventarlas o tratarla como una reina; ella simplemente se acercó a él con una sonrisa y le preguntó: ¿Qué quieres hacer?
Antonio se sonrió y le contestó de manera sarcástica que no tenía idea, que de verla se le ocurrían muchísimas cosas para hacer, pero que esa tarde ella podía tener el mando, pues lo único que quería era estar con una mujer después de tantos días de presiones y trabajo arduo.
¿Me dejas que te quite la ropa? Preguntó María, a lo que el tipo accedió poniéndose de pie. María se acercó a él y recibió un piropo por lo bien que olía. Comenzó a desabrocharle la camisa lentamente y a descubrir un torso velludo, un estómago algo prominente y unos brazos gruesos y fuertes. María acarició su pecho y le dijo que le gustaban los hombres velludos. Antonio se sonrió y le dijo que aquello era difícil de encontrar hoy por hoy pues los chicos se depilaban el torso. María se rió y continuó acariciando su torso hasta llegar a la hebilla del cinturón, la cual soltó suavemente.
Mientras le sacaba el cinturón notó que Antonio jadeaba despacio y que su pene comenzaba a crecer debajo del pantalón al sentir sus manos cerca. Fue al botón del pantalón y luego al cierre, para después ayudarlo a dejarlo caer al piso y sacarlo por debajo de sus pies. Observó un momento el cuerpo de su compañero, llevaba unos boxers de esos de abuelito, y debajo de ellos se notaba un erecto pene, pequeño, que apenas y levantaba el interior. Segundos después terminó por descubrirlo cuando le bajó la última pieza de ropa y descubrió un pequeño pito perdido en medio de una jungla de vellos.
Que rico pene, le dijo María antes de tocarlo por primera vez. Antonio simplemente se sonrió, pues sabía que no era muy agraciado, pero se dejó querer. María comenzó a jugar con aquella cosa y a sobarle las peludas bolas mientras su cliente levantaba la mirada al cielo en señal de que aquello le estaba gustando mucho. Jugó con su vello púbico y paseó sus manos entre sus piernas para saber hasta donde llegaba la jungla. Le apretó las nalgas y metió sus dedos entre ellas provocando una reacción de disgusto de Antonio, y de inmediato le pidió perdón.
Hasta ese momento María no se había calentado mucho aun, el tipo no le causaba mucha reacción, así que decidió ponerse de rodillas sin pedir permiso. Antonio bajó la mirada y vio como María se ponía el pene de Antonio en la cara y se daba cuenta de que apenas le llegaba de la barbilla a la nariz, para luego comenzar a lamerlo tiernamente de la base a la cabeza y provocar que tuviera un gran escalofrío. A fin de cuentas, María se lo comió. Lo lamió y lo metió en su boca durante varios minutos, y llegó a calentarse con aquello, mientras que su amigo se retorcía deteniéndose del buró mientras le propinaban tremenda mamada.
María continuó hasta que sintió que Antonio estaba por venirse. Tenía ya ese control cuando le daba orales a su marido y supo que debía parar. Antonio le sonrió sabiendo que se había detenido en el momento justo, y luego comenzó a mirarla de arriba abajo como pidiéndole con la mirada que se desnudara. ¿Quieres verme? ¿Qué quieres ver primero? Le preguntó María mientras se movía suavemente y apretaba sus tetas para hacer que se vieran más grandes. Pues de arriba hacia abajo, respondió Antonio.
María comenzó a bailar suavemente una canción en su mente, su canción favorita, la que la hacía fantasear con otros hombres. Se desabotonó primero la blusa de espaldas a el y la dejó caer al piso, luego se giró de frente y permitió que su cliente le mirara aquel par de tetas aumentadas por un cirujano años atrás, debajo de un bra de encaje negro que las hacía ver aun más grandes. ¡Hermosas! Dijo Antonio mientras María se desabrochaba el bra y lo dejaba caer al piso.
María se sobó las tetas como lo hacían las chicas de los videos que veía en internet con su marido. Las apretó y se pellizcó los pezones mordiéndose los labios como si en realidad aquello al excitara a ella y no a su cliente, mientras él se retorcía y se tocaba el pene como preparándolo para la acción que vendría más tarde.
Hizo lo mismo con su falda, la dejó caer de espaldas a Antonio para que disfrutara en plenitud unas nalgas bien torneadas por el ejercicio y descubiertas gracias a la tanga que llevaba ese día. Luego se giró y comenzó a quitársela lentamente para que su cliente pudiera ver el coñito que estaba a punto de comerse.
¿Te lo quieres comer? Preguntó María mientras se dirigía hacia la cama para sentarse en el borde. Antonio dejó caer todo su peso de rodillas sobre la alfombra y metió su cabeza entre las piernas de María para empezar a lamerle la vagina. Doloroso, torpe y sin un orden fue lo que María pudo pensar sobre aquel oral que el tipo le estaba dando; parecía como si quisiera acabárselo en unos minutos porque alguien más se lo fuera a robar. Lamía, mordía y apretaba su rostro contra la pelvis de María, provocando que ella comenzara a molestarse un poco, pero fue entonces cuando, así como así, sin estarse tocando, Antonio se separó de la cama y comenzó a aventar chorros de leche entre gemidos ahogados.
María se sorprendió de aquello. Su marido jamás se había venido sin estar en sexo, oral o masturbación, y este tipo estaba ahí aventando leche al mayoreo y salpicando alfombra y cama a placer. “Perdóname, perdóname” gritaba Antonio mientras corría a tumbos al baño para limpiarse. María se levantó y tuvo asco de ver la leche embarrada por todos lados, pero tuvo que aguantarse.
Se escuchó la llave del baño y supo que Antonio se estaba lavando el pene. – al menos eso, pensó – y luego lo vio salir con aquella diminuta cosa erecta nuevamente y diciendo que estaba listo para más con una sonrisa en la boca.
Nuestra “prostituta” se puso en 4 al borde de la cama sin que se lo pidieran, mientras pensaba si aquel hombre sería capaz de proporcionarle aunque fuera un poco de placer con tan pequeño pene y orgasmos tan rápidos. Por el espejo vio que tipo miraba atentamente su rajita y se aproximaba como apuntándole para no fallar. Segundos después, sintió que la penetró.
Antonio le dio a María durante escasos 5 o 6 minutos donde el hombre disfrutó como loco. Apretó sus nalgas, jaló su cuerpo hacia el de él para penetrarla más adentro, y María se dio cuenta de que el pito diminuto también podía darle algún placer. Sin embargo, cuando apenas comenzaba a planear tener un orgasmo real, sintió que su amigo comenzaba a temblar nuevamente y a dejar salir otra descarga de leche.
María se tumbó boca arriba en la cama, no exhausta, sino decepcionada de lo poco que había recibido ella.
Antonio salió del baño, se puso sus boxers de abuelito, y se tumbó a un lado de ella. “La pasé fenomenal” le dijo, para después tumbarse junto a ella y conversar de cosas irrelevantes durante la siguiente hora.
María salió de ahí abrumada y molesta y fue directo a una plaza comercial para gastarse esos 4 mil pesos en ropa, ropa interior fina, que planeaba usar pronto. Llegó a casa, tomó una ducha y se dispuso a probarse los conjuntos de interiores de encajes que se había comprado, puti-conjuntos pensó mientras se los probaba; estaba justo mirándose al espejo con un conjunto de bra y calzón tipo “cachetero” cuando escuchó que su marido había llegado a casa.
Corrió a la cocina, apagó las luces y esperó a que su marido entrara encendiéndolas una por una. Cuando Manuel la vio ahí, recargada en la estufa vistiendo un conjunto interior que parecía de actriz porno, se limitó a exclamar en voz muy baja “María, que bien te ves”, a lo que ella respondió: Lo compré para ti amor.
Manuel soltó su portafolio y comenzó a sacar se la ropa. María se abalanzó sobre su marido y comenzó a desnudarlo para comerse lo que en ese momento le parecía un “gran pene” comparado contra lo que se había comido horas atrás, y a tener una sesión de sexo en el piso de la cocina durante más de 10 minutos, lo cual fue suficiente para provocarle el orgasmo que se le había quedado atorado con su último cliente.