María

Un encuentro con una de las mujeres mas bonitas que he visto

Se llamaba María y era preciosa. Me la presentaron en una reunión de solteros que tuvimos mis amigos y yo en un bar de copas llamado “El “El Milano”. Habíamos quedado con varias chicas para ver de pasar el rato bebiendo y charlando. Nada más verla me sentí atraído por ella. Os la describo, rubia, alta, como de metro setenta, ojos de un azul infinito. Dos poderosas razones hacían que mis ojos se fijaran en su pecho, piernas bien torneadas y caderas poderosas que daban cobijo a un muy hermoso culo.

Estaba sentada frente a mi así que mis ojos, aunque quisiera, no podían dejar de mirarla. Ella se dio cuenta y al cabo de un rato, sin cortarse un ápice, me dijo: ¿Es que soy muy fea y por eso no dejas de mirarme?. Todo lo contrario, le contesté, eres preciosa y te miro porque eres la mujer que he estado esperando toda mi vida. Creo que María se sintió halagada y se sentó a mi lado para que pudiéramos charlar sin que los demás interfirieran en nuestra conversación. Hablamos durante mucho tiempo. De nosotros, de nuestros gustos, de música, en fin, de todo. Cuando ya nos despedíamos se acercó a mi y me dijo que si tenía algún sitio donde poder ir para charlar más tranquilamente. Le dije que tenía un pequeño apartamento muy cerca aunque no sabía si querría ir a el. Me tomó del brazo y me dijo: ¿a que estamos esperando?

Una vez en el apartamento nos pusimos cómodos y con una copa cada uno en las manos empezamos a conversar. Estábamos sentado en el sofá, muy juntitos. Su pierna izquierda rozaba la mía. Mi pene estaba calentándose y lo notaba. Sin mediar más palabras, tomó mi cara con sus manos y besó mis labios. Su beso me pareció lo más dulce que jamás había saboreado. Fue un beso profundo, cálido, con sabor a miel. Su lengua exploró toda mi boca aunque debo decir que yo no me quedé quieto, mi lengua se movía dentro de su boca al mismo ritmo que lo hacía la suya. Terminado el beso, que a mi me pareció eterno, nos miramos y supimos, en ese momento, que haríamos el amor.

María, le dije, antes de que sigamos adelante debes saber algo muy importante, me gusta el sexo anal. ¿Te gustan los chicos? Me dijo. ¡No! le respondí. Me gustan las mujeres y tú sobre todas, pero me gusta hacer el amor y que mi pareja me encule, me meta cosas por el culo.  Ante esto María reaccionó muy bien, y me dijo que haríamos todo lo que yo quisiera siempre y cuando a ella le hiciera lo mismo que a mí. Acepté encantado. Sin poder contenernos más nos desnudamos muy despacio el uno al otro. María solo se quedó con un tanga y yo con un slip muy justito y que señalaba bien a las claras como tenía de hinchado mi pene. Sonriendo lo tomó con una mano y me lo acarició por encima de la tela. Yo hice lo propio con su sexo mientras le besaba y mordisqueaba sus pezones que estaban enhiestos. Me bajó el slip y cogió mi polla, se arrodilló y se la metió en la boca hasta lo más profundo; sus labios rozaban mis testículos. Me estremecí de placer. Mientras, mis dedos retorcían, dulcemente, sus pezones. María, con mi polla en su boca, gemía placenteramente. De pronto y casi sin esperarlo llevo su mano derecha a mi culo, como queriendo acercarme más a ella, pero lo que hizo fue abrirme las nalgas y me metió su dedo anular en mi ano. Al principio con mucha suavidad, pero cuando vio que se lubricaba lo metió entero. Brinqué de placer, aquello me gustaba. Al poco hice que se levantara y poniéndole de espaldas a mí, le tomé los pechos, le puse mi pene en la raja del culo y apreté. Aunque no se lo introduje ella gimió de placer. Así, jugueteando, estuvimos largo rato. Cuando nos cansamos de jugar le dije: ahora comienza lo bueno. La dejé un momento y me fui a la cocina, abrí el refrigerador y saqué un pepino que había comprado esa misma mañana. Tenía un tamaño considerable, tanto es así que cuando regresé al salón y se lo mostré a María se quedó sorprendida. ¿Esto quieres que te meta por el culo? me preguntó. Si, le respondí, pero debes lubricarlo antes con un poco de crema de manos. Así lo hizo.

Me apoyé en el respaldo del sofá, dándole la espalda a ella. María, tomando el pepino ya lubricado, me abrió las nalgas, dejando mi ano a la vista; puso el vegetal en él y empujó. Al principio muy poco a poco, para no hacerme daño; cuando vio que no solo no me quejaba sino que le pedía más lo introdujo rapidamente, casi entero, lo que me produjo uno de los mayores placer que había sentido hasta entonces. Una vez dentro de mi culo lo movió acompasadamente como si de un pene se tratara. Así estuvimos largo rato hasta que no podía más, mi polla estallaba. Me dí la vuelta y ella me dijo que tal como tenía mi pene era lo más adecuado para que se lo metiera por el culo a ella. Así lo hice, al principio muy suavemente, pero como María gritaba, no de dolor sino de placer, en un impulso, la embestí metiéndole mi polla hasta el fondo. Sentí su estremecimiento. Estuve bombeándola durante un rato al mismo tiempo que mis dedos masajeaban su clítoris. Cuando sentí que le venía el orgasmo dejé de aguantar el mío. Nos corrimos los dos, ella con un orgasmo múltiple y yo con un pedazo de orgasmo que me dejó agotado.

Nos separamos y seguimos jugando durante un rato. Durante la noche volvimos a tener relaciones varias veces. Pero esa es otra historia.