María (1)

En el momento en que menos se espera, la vida puede darte una agradable sorpresa.

Hacía unos pocos meses que mi mujer había solicitado el divorcio. No podia culpar a mi mujer. Llevabamos casi 25 años casados y había sido un marido ausente. A punto de cumplir los 50 era esclavo de mi trabajo: reuniones a todas horas, viajes continuos,... Estaba bien situado, si, pero en el plano personal había fracasado. A mi hija casi no la conocía. Se había ido de casa a los 18 para estudiar fuera, y a hora, a los 24, se acababa de casar. Me encontraba nuevamente soltero, sin cargas de ningún tipo y económicamente desahogado, pero sin tiempo para disfrutar de la vida. La sensación de soledad me provocaba un hastío y falta de ilusión ante la vida que se agrababa con mi falta de tiempo para intentar establecer algún tipo de relación sentimental que aliviase un poco mi pesar. Por ello ahogaba mis penas y, sobre todo, mis frustraciones sexuales, recurriendo a los favores sexuales de prostitutas y escorts. Sin embargo, no me llenaba y el vacío se agrandaba, aunque me vanaglorio de haberme acostado con algunas de las mujeres más atractivas de mi ciudad.

Al llegar agosto, mi hermana me pidió si era posible que me encargase de mi sobrino Mario, pues empezaba la Universidad y tenía que venirse a mi ciudad a estudiar la carrera que quería, pues no se ofertaba en la Universida que quedaba cerca de dónde vivían. No puse mucho reparos. Casi no paraba por mi casa, y no me iba a suponer ninguna molestia que mi sobrino viviese conmigo. Así pues, durante la segunda semana de septiembre, mi sobrino se instaló en mi casa. Casi no nos veíamos. Yo me pasaba todo el día en el trabajo, él en la Universidad y cuando yo llegaba a casa, el o bien estaba en la cama, o bien estudiaba en su cuarto. Se encargaba de la casa cuando no estaba la asistenta, por lo que siempre estaba impoulta, y no se le daba mal cocinar, y siempre me tenía algo preparado, por si acaso tenía hambre, cuando llegaba a casa. Mario era un jóven introvertido, callado y reservado, pero agradable, de buenos modales y educados. En las ocasiones en que coincidíamos en casa y hablabamos me demostró que era un chico culto y de buena conversación, capaz de hablar de casi todo. En fin, que no me podía quejar. Me agradaba tenerle cerca y, lo mejor de todo, se notaba que se preocupaba por mí. Me obligaba a tener algo de vida propia, y me convenció para acompañarle alguna vez al cine, o a un museo, o a salir a pasear y hacer un poco de turismo por la ciudad. Pero lo que no me imaginaba es que mi vida estaba a punto de cambiar.

Un viernes de febrero, una importante reunión que tenía a media tarde había sido cancelada de improviso. Por increíble que parezca, no tenía ya más reuniones programadas para esa tarde, así que, como el tiempo era un poco desapacible como para ir a buscar un poco de desahogo sexual, me dirigí hacia mi casa. Llegué poco antes de las cinco de la tarde. Suponía que mi sobrino no estaría en casa, pues me había dicho que había quedado con unos compañeros para celebrar el fin de los examenes, así que me sorprendí bastante cuando oí música proveniente del salón. Parecía una música de banda sonora, bastante mala por cierto, pero me sorprendió aún más percatarme de que se oían jadeos entremezclados con la música. Con cuidado, me dirigí hacia la puerta del salón, y entornandola suavemente, me quedé helado por lo que ví. Allí estaba mi sobrino, vestido tan solo con unas medias rojas y un sujetador a juego, recostado sobre la alfombra y penetrándose analmente con un consolador que imitaba perfectamente la forma de un pene venoso de proporciones generosas, mientras que con su mano izquierda se acariciaba gentilmente sus genitales mientras contemplaba con cara de deseo una película pornográfica en la que se veía como un hombre maduro sodomizaba inmisericorde a un jovencito. No sabía cómo reaccionar pero, aunque no lo quería reconocer en ese instante, la escena me excitaba, la visión del cuerpo depilado de mi sobrino desnudo, delgado y de formas ligeramente femeninas. Yo jamás había tenido pensamientos homosexuales hasta ese instante, y tampoco me atraía la idea de tener sexo con un travesti, pero había algo en todo aquello que apelaba a algo tan dentro de mí que era incapaz de explicar. Cuando quiese darme cuenta, mi miembro manifestaba una de las erecciones más fuertes que podía recordar. Intentando sobreponerme un poco, terminé de abrir la puerta con cuidad, pero, en mi estado, mis movimientos eran muy torpes. De un portazo terminé de abrir la puerta de la habitación, con lo que mi sobrino se sobresaltó. Me miró una clara que denotaba a partes iguales miedo, sorpresa y vergüenza. Se incorporó tan rápidamente como pudo, y mientras podía ver cómo lagrimas de temor surgian en su rostro, se dirigió tan rápido como pudo a su habitación. Quise darle el alto, y decirrle que no se preocupaba, que no pasaba nada, pero me quedé clavado en mi sitio ante la reacción de mi sobrino. No sabía qué hacer, así que me senté en el sofá, apagué la televisión, y me quedé mirando fíjamente la pared.

Al cabo de un rato, mi sobrino salió de su habitación, vestido con un chandal y con la cabeza gacha. Tímidamente se acercó y me dijo:

– Lo siento tío. No pretendía que descubrieras esto. Entenderé perfectamente que quieras que me vaya de tu casa.

Tras unos instantes en silencio, mientras ponderaba qué le iba a responder, mi corazón comenzó a hablar por mí.

– No te preocupes, Mario. No pasa nada. No quiero que te vayas de casa. Eres mi sobrino y te quiero. No me importa para nada cuales sean tus preferencias sexuales.

Mi sobrino se quedó sorprendido.

– Pero... pero... - balbuceó Mario.

– No te preocupes, Mario. Todos tenemos nuestros secretos en ese aspecto. Yo soy un putero. ¿Crees que no tengo también necesidades? Enseñame a alguien que no tenga secretillos en lo que a sexo se refiere y te mostraré a un hipócrita y a un mentiroso. - le respondí, sorprendiéndome a mí mismo de la calma que estaba demostrando.

– Yo no sé que decir, tío.

– No tienes que decir nada, si no quieres. No te preocupes.

– Pero...

– Pero nada.

– Gracias.

– No tienes por qué darlas. Al menos, esto me explica unas cuantas cosas.

– ¿En serio?

– Sí, claro. Como que no tengas novia o no suelas hablar de mujeres.

– En eso tienes razón.

– ¿Puedo preguntarte algo, Mario?

– Por supuesto – dijo mi sobrino asintiendo también con la cabeza.

– ¿Eres homosexual?

Se quedó en silencio un instante hasta que por fin contestó:

– Sí, tío.

– Entiendo – dije sonriendo -. ¿Y tienes novio?

– Sí... bueno, no ahora. En el pueblo tenía a alguie, pero no era exactamente un novio.

– Vaya, vaya... ¿un amante quizá?

– Algo así – dijo mi sobrino, sonrojándose -. ¿Recuerdas a Don Antonio, el dueño del super?

– Sí, cómo no. Era el hermano mayor de uno de mis mejores amigos en el pueblo, aunque, si no recuerdo mal, era quince años mayor que yo. ¿Me estás diciendo que te acostabas con él?

– Sí. Desde poco después de enviudar hace tres años.

– Vaya, quien lo hubiera dicho. Mi sobrinito con un hombre casi cinco décadas mayor que él.

– Bueno, tío, – dijo Mario agachando la cabeza -, me gustan los hombres maduros.

– ¿Y cómo comenzó?

Mario levantó la mirada y vi en su rostro que no había en este momento rasgo alguno de vergüenza, según comenzaba su relato:

– Todo comenzó hace tres veranos. Yo necesitaba dinero para comprar un nuevo ordenador, así que busqué empleo. Como Don Antonio necesitaba a alguien en la oficina para llevarle la gestión y las cuentas. La tía Amelia le había hablado ien de mí, diciéndole lo responsable que era, lo bien que se me daban los ordenadoresy los número, así que me contrató para el verano y así cubrir la baja por maternidad de su responsable habitual, Cordelia. Al cabo de un par de semanas, él estaba tan contento de mi trabajo, que me dejaba sólo en la tienda fuera de horas para hacer mi trabajo. De eso me aproveché para poder dar rienda suelta a lo que podríamos llamar mi mayor fetiche, la lencería. Empleando una ligera doble contabilidad conseguí que nadie se percatase de que faltaba lencería y maquillaje, y aprovechaba la soledad del almacen para maquillarme y vestirme. Un día me sorprendió y, digamos que, en vez de enfadarse y despedirme, me convirtió en su amante.

– Interesante, Mario – dije sonriendo. La historia me había excitado, ya que me imaginaba a Antonio sodomizando a mi sobrino. Mi pene se encontraba enhiesto, así que procedí a intentar disimular mi erección -. Y dime, ¿te vestias siempre para él?

– Sí, claro. De hecho, me trataba como si fuera una chica. Siempre me llamaba María.

– Es un nombre bonito. Supongo que te gustaba.

– Me encantaba. Me regaló mucha ropa, zapatos,... Empezamos a vernos en la finca que tenía en las afueras del pueblo, donde me podía transformar y mantener relaciones con él sin miedo a que nos descubrieran.

– Entonces, ¿le echas de menos?.

– Bastante. Sobre todo porque murió el mayo pasado. Aún pienso en él. Le acabé queriendo.

– Lo siento.

– No te preocupes, ya lo he superado – me dijo con un tono tristón.

– Si te gusta y quieres, puedes vestirte en casa siempre que quieras. Si no tienes ropa o necesitas cualquier cosa, pídemelo. A mi no me importa.

– Gracias, tío. Eres muy comprensivo.

Mario se levantó y se acercó a mi, y me dió un beso en la mejilla. Se levantó y se dirigió de nuevo a su habitación. Yo me levanté también, me dirigí a la mía y me dí una ducha para luego ponerme más cómodo. Cuando terminé y salí de nuevo de mi cuarto, tenía hambre, así que me dirigí a la cocina. Cuando entré, vi que el lugar de mi sobrino había sido sustituido por el de una chica joven con un largo pelo rubio, que vestía con una falda azul y un jersey blanco, y que llevaba medias blancas y unos merceditas. Al oir mis pisadas, se dió la vuelta, y vi ante mí a la María de la que sin duda Don Antonio había disfrutado por más de dos. Mi sobrino se había maquillado suave e impecablemente. Con un tono suave, se dirigió a mi:

– Hola, tío.

– Hola,... María – le respondí al fin.

– ¿Sorprendido?

– No, cielo – me sentía incómodo diciendole esto -. estás preciosa.

– Gracias.

Entonces le dije lo primero que se me pasó por la cabeza:

– Si sales así, te tendrás que quitar a los hombres de encima con espantamoscas.

Él, o debería decir mejor ella, comenzo a reirse.

– No seas tonto. Pero gracias.

– En serio – le respondí mientras nuevamente empezaba a estar empalmado -. No me extraña que Antonio te hiciese su amante. Eres una mujercita muy guapa.

Ví como se sonrojaba. Me miró y se dió cuenta de mi erección. Se quedó mirando fijamente mi entrepierna, hasta que apartó la mirada. Cuando me dí cuenta, me senté e intenté disimularle.

– Perdón – le dije.

– No te preocupes, tío. Estoy acostumbrada a ello.

– Lo siento, María. De verdad. No volverá a pasar.

– No te preocupes, en serio. En el fondo me halaga. Eso quiere decir que no he perdido mi atractivo.

– No seas tonta. Eres guapísima.

– Gracias. Pero...

– ¿Pero qué?

– Pero nada. Y dime tío, ¿cómo es que tienes que recurrir a prostitutas? Me parece un poco triste.

– Bueno – no sabía bien qué decirle -. Son cosas que pasan. No tengo casi tiempo para mí mismo, y no me gustaría que se repitiese lo que me pasó con tu tía. La desatendí, fui un mal marido y por eso todo acabó. ¡Cómo para empezar una relación con una mujer con el poco tiempo del que dispongo!

– Pues deberías. Un hombre como tú no debe estar solo. Siempre hay tiempo para el amor si se quiere.

– Ya soy muy mayor como para pensar en romanticismos. El amor romántico es para los jóvenes.

– No digas eso, tío – sijo visiblemente molesta -. Los hombres de tu edad son fascinantes. A mi me encantan, y hay más mujeres como yo que piensan lo mismo.

– Tú no eres una mujer precisamente.

– Bueno, pero ya me entiendes. ¡Ya me encantaría a mí volver a tener un novio y que fuera como tú!

– Gracias, preciosa.

– No tío, es la verdad. No vuelvas a decir tonterias de ese estilo.

En ese momento me cogió la mano y el mundo se me vino encima. El tacto de su suave piel terminó por despertar en mi interior mis instintos más primarios. Miré a mi sobrino y empecé a desearle. Deseaba que fuera mío, que fuera mi hembra. Deseaba besarle, tocarle, amarle, acariciarle, ... follarle. Mi erección iba en aumento. Él.. ella me miraba fijamente. Mi corazón se aceleró. Decidí que era ahora o nunca. Me levanté, sin ningún esfuerzo de ocultar mi erección. Me acerqué a ella, puse mis labios a la altura de los suyos y la besé. Esperaba que reaccionase violentamente, que se apartase de mí, que gritase y me insultase... pero en lugar de ello me devolvió el beso, buscando profundicar en mi boca con su lengua. Se abrazó a mí y la estreché entre mis brazos, mientras nos besábamos apasionadamente. Sin pensarmelo dos veces, la levanté del suelo, y la llevé entre mis brazos a mi habitación. Me parecía tan liviana... La deposité en mi cama y me puse a su lado. Ella se abalanzó hacia a mí y me empezó a desabrochar mi camisa. Empezó a besar suavemente mi torso mientras yo me recostaba. Ella empezó a bajar lentamente hacia mi entrepierna. Yo me dejé hacer. Me desabrochó los pantalones y los arrojó contra la pared. Me quitó el slip, dejando salir mi pene en erección, duro y palpitante. Me lo agarró con su mano izquierda mientras con la derecha me acariciaba los testículos. Acercó sus labios a mi polla y empezó a hacerme una mamada, húmeda y profunda. Lamió mi pene de arriba a abajo. Chupeteó mis testículos y succionó mi miembro como una profesional. Yo me encontraba en la gloria. Empezaba a creer que mi vida había dado un vuelco para mejor y que ya nada volvería a ser lo mismo...

( CONTINUARÁ )